lunes, 4 de diciembre de 2017

POEMAS DE MAURICIO CONTRERAS

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(Bogotá, 1960)


Furiosos pájaros desgarran las cavernas de mi cuerpo, fruto rugoso y seco sacudido por sus picotazos hambrientos.
Tan sólo aguas espesas, barro y ausencia allí donde revolcaras como un búfalo ardiente tus carnes jóvenes y espléndidas acariciadas por mi fiebre.
Fiebre que agita y desordena los miembros, los recuerdos. Un vago sabor de almizcle restituye tu presencia y mi lengua lame las paredes buscando la humedad chorreante de tu acequia.
En vano intento alzar la hoguera con ramas recogidas al pie del árbol muerto.
Sin cesar fatigo rutas holladas por las bestias. Vuelo en círculos. Pájaro frenético, ciego.


*
Un jabalí enloquecido tu cuerpo en el mío ausente. Sorda letanía de la carne que se confunde con la fiebre. Arena esbelta. Estación en el desierto donde, ciego caminante, lava el sol sus llagas con las sales de tu aliento.
Y hablo de un barco ebrio. El bajel de nuestros cuerpos en mitad de la tormenta.
Espumas de sal, medusas trémulas y la mar, la mar murmurando la cópula, el jadeo.
Fastuoso lecho para los amantes en los restos de naufragios sobre la tierra.
En los lagos más ocultos donde lavan sus pieles las serpientes.
Ah, infructuoso asedio que me gasta y me aleja de tu inocencia de fruto, de tu sangre de caballo encabritado, ciego.

Entre la vigilia y el agotamiento febril del sueño bestias dementes rondan los pliegues de mi cuerpo.
El delirio nutre sus hogueras con mis frágiles huesos y me conduce a la orilla de tu inocencia donde lavas con luz de mediodía cópulas inexpertas.
Brebajes amargos que las viejas preparan con raíces traídas del desierto no me dan sosiego. Tampoco sus hijas de carnes dóciles en la ofrenda.
¿Qué ajenos rituales ha de cumplir aún el extranjero?
¿Dónde el cántaro fresco, dónde el agua chorreante por tu piel de joven bestia?
¿Dónde la turbulencia de tu sangre hacha mástil, hecha vela?
¿Con qué bálsamos dime, con qué aceites he de ungir tu cuerpo espléndido y ausente?


Entre la vigilia y el agotamiento febril del sueño bestias dementes rondan los pliegues de mi cuerpo.
El delirio nutre sus hogueras con mis frágiles huesos y me conduce a la orilla de tu inocencia donde lavas con luz de mediodía cópulas inexpertas.
Brebajes amargos que las viejas preparan con raíces traídas del desierto no me dan sosiego. Tampoco sus hijas de carnes dóciles en la ofrenda.
¿Qué ajenos rituales ha de cumplir aún el extranjero?
¿Dónde el cántaro fresco, dónde el agua chorreante por tu piel de joven bestia?
¿Dónde la turbulencia de tu sangre hacha mástil, hecha vela?
¿Con qué bálsamos dime, con qué aceites he de ungir tu cuerpo espléndido y ausente?


Como un bello pez flotando entre aguas espesas, ahí tu cuerpo. Lejano. Ajeno.
Palpable delirio que mi lengua deshace en vapores polvorientos. Alto naufragio este deseo. Inútil como la poesía, como un insecto muerto.
¿Y qué oponer ante pájaros imposibles desatados en tormenta?
Granos de sal, bayas amargas y su sexo, roja flor de las arenas, todo cuanto le fue encontrado a este viejo cazador de ausencias.

Sísifo
Quién puede acusarme
por falta de empeño en mi condena
Acaso los dioses
acaso las gentes que pasan por mi lado
Como si la rueda de la vida
fuese para ellos más liviana.
Es cierto
y todos lo saben
que quise con mis palabras
detener el tiempo insaciable
y sólo un puñado de polvo
resta ahora entre mis manos.
Tan pocas
para recomponer la cima lejana.

And I wake up alone

(AMY WINEHOUSE)

Quiero irme de esta fiesta, Jack. 
Ya no me divierte deambular
por Camdem Town con mi guitarra.
Adentro o afuera,
en este cielo color de lejanía,
un gran resplandor me ciega.
.
Jack, necesito tus manos victorianas
que me guíen en medio de la niebla,
entre tanto azote de dios padre.
Desde los trece años
tengo miedo de despertar sola.

Siempre tengo miedo, Jack.
Me gusta lo difícil. Me dejo llevar por los excesos.
¿Por qué corres a esconderte cuando te busco,
entre calles que escurren alquitrán y humo espeso de frituras,
en el barrio chino, en cualquier bar?
¿Dónde tus manos de ojos desmesurados?

No se ocupen de mí. Esta noche no beberé.
Si quieres, tengamos una buena noche, Jack.
Quizás, algunas buenas personas
corran asustadas cuando nos vean.

Estoy sola y demasiado flaca,
harta de beber agua y de hacer dieta.
Mis tetas grandes no van con estas piernas de pajarito,
soy tan sexi como una montaña rusa.
Soy una niña pequeña
que sueña con tener una hija negra como yo.
Y no sé si aún soy yo
o un tatuaje que se adhirió a otra piel.

Tengo miedo de despertar sola, Jack,
en medio de las enfermeras locas de un poema hospitalario,
en un frío pasillo donde la luna me frota con sus gasas ulcerosas.

Soy una imbécil y un esperpento.
La vida es corta, me repiten con obstinada insistencia,
hay que ser fuerte, si no te ayudas a ti misma…

Quiero cerveza, Homero ¿o eres Jack?
Quiero McDonalds en el infierno.

El noticiero cuenta tu vida.
¿Qué hiciste esta vez, Jack?
Mejor visitemos al Dr. Jekyll
quizás acudan otros invitados.

Soy una niña ciega.
Miro mis manos y me parecen ajenas.
Palpo el silencio de dios
y nadie viene, ni siquiera tú, Jack…

Sólo la lluvia golpeando en la ventana.
Y yo acurrucada en el fondo de mi alma,
me alimento de pesadillas.
De ahí mi palidez diaria.
No es asunto de médicos siquiatras.

Soy negra y judía y británica,
de ningún lado,
o mejor aún del no lugar del mercado.
Sólo una ambulancia, su triste gemido,
acompaña mis canciones que se pierden
por infinitos pasillos de hospitales,
donde los roedores gimen
y la lujuria es la resaca de ese juego
en el que siempre pierdo.

Este viaje al fin de la noche
me  deja en una estación del metro,
como luego de un desastre,
con aquellos que quisieron seguirme,
sólo hasta las puertas del infierno,
cantando a voz en cuello mi desgracia.

Jack, quiero irme de esta fiesta.
¿Por qué se afanan en cerrar mis puertas,
en tapiar mis ojos, en atar mis manos?



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