jueves, 21 de julio de 2022

POEMAS DE MARGARITA MICHELENA


Cuando yo digo amor

 

    Cuando yo digo amor

identifico

sólo una pobre imagen sostenida

por gestos falsos,

porque el amor me fue desconocido.

 

    Cuando yo digo amor

sólo te invento

a ti, que nunca has sido.

Y cuando digo amor

abro los ojos

y sé que estoy en medio

de mis brazos vacíos.

 

    Cuando yo digo amor

sólo me afirmo

una presencia impar

como mi almohada.

Cuando yo digo amor

olvido nombres

y redoblo vacíos y distancias.

 

    Cuando yo digo amor

en una sala

llena de rostros fútiles

y pisadas oscuras en la alfombra.

 

    Cuando yo digo amor

crece la noche

y mis manos encuentran

para su hambre doble y prolongada

mi pobre rostro solo

repetido por todos los rincones.

 

    Cuando yo digo amor

todo se aleja

y me asaltan mi nombre y mis cabellos

y las hondas caricias no nacidas.

 

    Cuando yo digo amor

soy como víctima.

La inválida en salud.

El granizo y la rosa paralelos.

La dualidad del árbol y el paseante.

La sed y el parco refrigerio.

Yo soy mi propio amor

y soy mi olvido.

 

    Cuando yo digo amor

se me desploma

la ascensión de las venas.

Sobreviene, un otoño

de fugas y caídas

en que yo soy el centro

de un espacio vacío.

 

    Cuándo yo digo amor

estoy sin huellas.

De porvenir desnuda

e indigente de ecos y memoria.

 

    Cuando yo digo amor

advierto inútil

la palma de mi mano ‒que es convexa‒

e increíble

ese girar soltero

del pez en su pecera.

 

 

A ti rosal, nevado por la cima...

 

    A ti, rosal, nevado por la cima

de hielo ligerísimo,

a ti, que en el rigor abres tu rosa

póstuma, desplegada

sobre tu vago verde, y que la agitas

como una carta del verano ausente.

 

    A ti, esbeltez intrépida, que subes

para estallar de tu mudez de espinas

hasta tu coro de dispersa nieve,

para mecer y para orear tu viaje,

en ésa tu paloma de alas quietas,

bajel de suavidad, vuelo de espumas.

 

    Para ti, que contigo la trajiste,

que la sacaste de la tierra oscura

como si nos subieras un diamante.

Para ti, que una noche la tuviste

en soledad, como se tiene un sueño,

y luego, bajo el sol, su puerta abriste

igual que desatando

una celeste voz en tus espinas,

lo mismo que si anclaras

una pequeña nube en tus orillas.

Para ti, tesorero de la nieve,

silencioso arquitecto de la espuma,

este poema de este triste día.

 

    Es que hablándote así, del frágil tallo

hundido y doloroso de mi voz,

desde mi noche que olvidó su estrella,

desde mi soledad, desde mi enero

y su granizo y sus perdidas aves,

me parece, loándote en la gloria

tardía y denodada en que terminas,

que, como tú, levanto yo una rosa.

 

 

Elegía

 

    Imaginad un árbol con las ramas por dentro,

ahogado por su propia e imposible corona

y que cautivo lleva ‒aniquilándole‒

el fruto no vertido de su sombra.

 

    Esto soy yo. La soledad sin brazos.

Un mar que, despertando, ya es arena,

muriendo solo bajo el mismo grito

que imaginó poner entre sus ondas.

 

    Yo venía

de ser raíz para subir a sueño,

de ser oscuridad a dividirme

en el sereno reino de mis hojas.

Subiendo estaba y encontré esta muerte

de no ser sino el árbol que encerrada

lleva su irrealizable primavera,

su fuerza inútil de imposibles ramas

que no verán jamás a las estrellas.

 

    Esto soy nada más. Raíz desnuda.

Un viaje que pensó que se movía

hacia el diáfano fuego de la rosa

y se quedó en su origen de ceniza,

más que nunca en la planta desde donde

creyó subir por la escalera angélica.

 

    Y estoy sintiendo lo que siente un sueño

cuando va a florecer y es despeñado

desde los mismos ojos que lo sueñan.

 

    Soy la que nada poseyó. La oscura

desesperada soledad terrible,

quien jamás conoció sus propios brazos

ni los colmó de llanto y de dulzura.

 

    No se crea en la voz que se me escucha,

que no es ésta mi voz. Y este poema

no es siquiera una rama… No es siquiera

una sospecha de mi oculta sombra.

 

    Tan sólo quedó aquí del mismo modo

que en la orilla del mar a veces queda

‒testimonio de muerte y abandono‒

el lúcido esqueleto de una perla.

 

 

A las puertas de Sión

 

Jʼattends une chose inconnue

Mallarmé

 

 

 

    Ya sólo soy un poco de nostalgia que canta.

Y a tus puertas estoy como una piedra

gris en el lujo nítido de un prado.

 

    No traje nada aquí ni dejo nada.

Tampoco sombra alguna ha descendido

de mis propias tinieblas y mis brazos.

Ninguna flor tomé sobre la tierra

para no encadenarme a su hermosura

ni por gracia mortal ser poseída.

Ni traigo ni el fantasma de un perfume

a tu jardín de límpidas esferas.

La soledad te traigo que me diste.

 

    Óyeme aquí gemir, tu criatura

del exilio y del llanto.

Óyeme aquí, tu ciega enamorada

que su muerte muriendo sin morirse,

tu estrella ve temblando, suspendida,

desde el hundido túnel de su canto.

 

    ¿Cuándo enviarás mi sombra a devorarme?

¿Cuándo podré marchar hacia tus prados,

a tus puertas de oro,

cuándo por tus jardines apartados

iré ya sin mi muerte, ya robada

para el ancla vencida de mi polvo?

 

    No más mi cuerpo ver, como un alcázar

de música ruinosa, ni la noche

circundando mi fiesta de amargura.

No más hablar de ti desde mi boca

que es sólo como muerte detenida,

no hablarte con mi voz, que se levanta

demorado desastre. Abre tus puertas

y ciega con la vista mis dos ojos.

Mátame de belleza, ya alcanzado

el gran callar hacia donde navega

la nave de nostalgia que es mi canto.

 

    Deja que en este punto mi ceniza

se caiga desde mí, que me desnude

y me deje a tu orilla, consumada.

Qué con brazos de amor ‒no los que tuve‒

llegue por fin a la sortija de oro

con que al misterio ciñen tus murallas.

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/277-128-margarita-michelena?start=3

 

 

Nuevo origen

Estás entre mis brazos

-aún no sé de tu extraña procedencia-

con tus ojos huidos de un firmamento opaco

y tus labios de una ardiente madera.

 

Eres de nuevo el mundo

que me arrastra y me llama.

Amargo y dulce fuego,

¿por qué sigo,

ya sin oír mis voces descarnadas y altas,

tu ceniza y tu sangre

y tu voz extranjera?

 

Hablas en el idioma de todo lo que arde.

Y en todo igual al fuego,

entre mis propios brazos te levantas

y luego, consumido,

en silencio te apagas.

Y te acogen mis manos, claras, vivas, indemnes,

como la sombra muda con que esperan los árboles.

 

Música ardiente, libre en mi sangre pálida,

sobre el invierno del pertinaz banquete

en que yo he sido a un tiempo

el hambre sin medida

y el sórdido alimento…

 

Oh voz antigua nueva,

la misma que ya estuvo pendiente de una rama

en otro paraíso,

la misma que convierte en vinos estivales

la inocencia del agua

Tomado de:

http://www.8sorbosdeinspiracion.com/nuevo-origen/

 

 

ENIGMA DE LA ROSA

 

 

 

       Aria celeste, fábula de espuma,

         espejo de la nube o llama quieta,

         golpes de vida oscura levantaron

         tu infalible palacio de silencio,

         tu orden luminoso, tu diadema

         de hielo y hermosura.

 

         En soledad te inventas y te eriges

         — estatua centellante de ti misma —

         bajo un coro de astros incendiados,

         mientras el grillo en las dormidas hierbas

         toca su verde flauta de rocío.

 

         Y eres, bajel anclado entre tus hojas,

         dinástica belleza moribunda,

         ese sueño que en largas noches ciegas

         tus raíces soñaron,

         el angélico paso que corona

         una escalera de tinieblas.

 

         De una mina de sombras ascendiste

         por la lenta clausura de tu tallo

         bebiendo en negra copa misteriosos licores.

         Y en tu rostro de luces congeladas

         un gran secreto se desnuda y mira,

         y la oculta raíz conoce el astro.

 

         ¿Qué lúcida potencia te conduce

         a los reinos del sol, y quién te guía

         por mudos laberintos tenebrosos

         hasta tu cima de mortal estrella?

 

 

         ¿Quién eleva

         tu ordenada presencia prodigiosa?

         ¿En qué nocturna veta cristalizas

         tu radiante sistema?

         ¿Dónde aprendes

         tu oficio de existir nacido vuelo?

 

         ¿Qué manos alquimistas te decretan?

         ¿Qué ángel enigmático te toma entre los dedos,

         te sube de las sombras terrenales

         y te deja flotando, perla mágica,

         entre tu patria original y el cielo?

 

         Golfo donde la inmóvil materia de la tierra

         empieza a ser oceánicas espumas,

         mar contenido en el sonoro hueco

         de las manos del aire,

         irisado reinar, rostro de fuego,

         por tu alcázar flamígero

         o tu tiara de hielo cincelado

         sabe el hombre que bajan sobre el mundo

         las selladas sonrisas del misterio.

Tomado de:

http://www.antoniomiranda.com.br/Iberoamerica/mexico/margarita_michelena.html

 

 

Atmósfera sin tiempo

 

"Tú eres mi raíz.

La hoja eterna y fiel.

La que no emigra

de la difunta gracia de la rosa.

 

Tú eres algo idealmente muerto.

De ti asciende la fragancia purísima

de una existencia oculta.

Y así estás, detenido

en una atmósfera sin tiempo,

en el silencio de una antigua alcoba

llena de vírgenes

y un suavísimo aroma.

 

Mis labios son ahora

el radiante fantasma de los tuyos.

Y los toco a través de un espacio en el que giran

sistemas silenciosos

de raza y de misterio.

 

Estoy contigo, para siempre,

en medio de una celeste soledad

y el selvático río de mi sangre

se vuelve una constante y mansa devoción

y un rítmico homenaje.

 

Tú eres ya más que tú.

Una constelación de indecibles presencias.

Una voz que canta ya el tono

de las voces eternas. "

Tomado de:

https://www.epdlp.com/texto.php?id2=9819

 

 

La casa sin sueño

       Por estas altas cámaras de ruina,

por estos laberintos sollozantes,

vago mirando que mis sueños cuelgan

como bellos demonios ahorcados,

prófugos de su signo de consumida sangre,

de amor profundo y devastado.

       Sueños de soledad, orgullo fúnebre

de la boca inviolable,

de llegar a la noche

siendo un solo cadáver,

manos sin testamento de ternura,

bajel que parte sin dejar a nadie

diciendo adiós sobre la tierra:

ni al amor que devora

ni al hijo que se cae desde los brazos

a un destino de ser estrella muerta.

       Puse la frente así bajo el dominio

de un oscuro zodiaco.

Y tuve el sonreír, el don prohibido

de la esterilidad y el fuego frío

de un ángel condenado.

       II

       Pero a mi soledad vino una sombra.

Pobló este mundo de soberbia ruina

con una voz que gime

como una criatura vengativa,

que tiembla entre el océano de sus lágrimas

lo mismo que una isla delirante.

Paso frente a sus ojos de niebla corroída

como si hubiera cometido un crimen

delante de un espejo.

Y esa voz. Esa voz desesperada

columna federal de helado fuego,

me persigue y me grita:

“Tu boca sin amor es la morada

de una culpa de hielo.

Y tu vientre cerrado

—muelle de soledad en donde nunca

se empezaron las lágrimas de un niño—

es la casa de un gran asesinato.

 

“Me amaste. Me conoces. Soy tu víctima

y el rostro de tu muerte.

Soy el amor, el fruto de ternura

que no bajó del árbol de tu sangre.

Mírame. Soy la sombra que proyecta

el sol difunto de tu gloria oscura.

       “Ya no podrás tocarme. Soy apenas

una amarga memoria de ceniza.

Pero he de rondar siempre

por tu casa sin sueño,

por tu orgulloso reino de fracaso

y tu victoria taciturna,

llevando entre mis brazos, como ahora,

el imposible rostro de tus hijos,

sus manos confinadas en la noche

y su amorosa forma destruida”.

Tomado de:

https://poemas.nexos.com.mx/la-casa-sin-sueno/

 

 

 

 

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario