jueves, 4 de diciembre de 2025

POEMAS DE ROBERTO APPRATTO - IN MEMORIAM DESDE URUGUAY -


ESCRIBIR PARA ALGUIEN

 

1

 

 

Hace ya muchos años, cuando estaba en tercero,

empezó Literatura. Quiero decir que ahí empecé a leer

cosas como estas:

 

 

Cumplíase la voluntad de Zeus

La marquesa alegre llegará al boscaje

Si no, sospecharé que me pusiste

De su dueña tal vez olvidada

 

Más adelante

 

El triste canto entona, el triste canto

Hacete amigo del juez, no le des de qué quejarse

Era del año la estación florida

Más de setenta años hace

Hablar y llorar me verás al mismo tiempo

 

 

Que a mí llaman Lázaro de Tormes

 

Eran textos incomprensibles, que nada tenían que ver

Con Patoruzito o Agatha Christie o Batman

 

 

 

Te saludo, redomita singular

 

La Natura es un templo donde vivos pilares/ Dejan salir a veces tal cual palabra oscura

Ser o no ser, he aquí el problema

 

De a poco fui entrando en el juego: así que los textos literarios como

de los sos ojos, tan fuertemientre llorando

quién hubiera tal ventura/junto a las aguas del mar

se le secó el celebro de manera

 

 

 

eran así

 

 

Cerrar podrá mis ojos la postrera

Está en peligro mi vida por un pensamiento loco

La del alba sería

 

Al principio versos aislados

 

He almorzado solo ahora

¿Y cuándo parte?

A Caracé el cacique

 

Y cesó de respirar

 

Que me quedaban dando vueltas,

se me iban mezclando en la cabeza como un gran poema

que había que entender:

 

Quiero expresar mi angustia en versos que abolida

Se amellará con este trabajito

Ojos de perro y corazón de ciervo

 

Ya viene la golondrina

 

O si no

 

Yo tenía un facón con S

Entonces pudo en mí más que el dolor el hambre

Me propuse ser feliz

 

Iba leyendo una frase tras otra a lo largo de los años

Y tenían una sonoridad particular, un modo de nombrar el mundo

 

De algo más vaca que cordero

Y vio Dios que era bueno

Corrientes aguas, puras, cristalinas

Hasta verte, rancho pobre

 

Y me llegó el momento de dar clase y estudiar todo de nuevo

Y como mareado repetía

 

Con los ojos cerrados, en la noche otoñal

Adiós las mutuas manos y las sienes

Mal año para el lazarillo de Tormes

 

Hoy he yacido junto a una joven pura

Las decentes casas con balconcito

El aire se serena/ y viste de hermosura y luz no usadas,

 

No sabía que estaba cada vez más cerca:

 

Siempre me fue caro este monte solitario

Los muertos pesan más que los vivos

Hace mucho tiempo leía yo un cuento en una sala antigua

 

Todos los poemas de amor son ridículos

 

Liceo por liceo iba leyendo en voz alta, como si ese sonido

Pasara a ser el de mi propia vida

 

Al despertar Gregorio Samsa una mañana,

Al principio el señor Villari no dejaba la casa

Yo tengo más recuerdos que si hubiera mil años

 

Lóbrega rosa que tu almizcle efluvias

 

Al entrar dejaba el libro en el escritorio

para después sostenerlo, como me habían enseñado

y leer, bien parado en el centro del salón

 

Lo demás era muerte y solo muerte

Y así lo hizo durante cuarenta días

No tenía mujer ni rancho/ a más era resertor

 

Para calmarme escribía en el pizarrón Kafka

Simbolismo

Samuel Beckett

 

Y leía, sin dejar de caminar por el salón,

 

Yo muero extrañamente

Junto a los ríos de Babilonia

 

Ya que no nos dan té, hagamos al menos un poco de filosofía

 

Allí donde tal vez vendimia y ara

 

Juro que no recuerdo ni su nombre/ mas moriré llamándola María

 

Y después de dar clase me quedaba pensando

qué hacer con todo eso y repetía

 

El otro día fue para Emma una jornada fúnebre

 

Y ese malentendido será nuestra ruina

 

Sus ojos en mí como dos perros en un patio ajeno

 

Como si las palabras dijeran además otra cosa

Que tenía que seguir escuchando

 

 

PÉRDIDA PÉRDIDA PÉRDIDA

 

Pérdida pérdida pérdida

La pérdida la más pérdida

No hay otra cosa que

Pérdida todo lo que puedo pensar

Es pérdida no admite traducción

Es pérdida no es la palabra pérdida

Es pérdida salgo a la calle

Y es pérdida prendo la luz del cuarto

Pérdida pienso un rato y es estrictamente

Pérdida fantaseo sobre el futuro pero en seguida

Es la pérdida no es más que pérdida

Lo que puedo hacer es pérdida lo que se me ocurre

Es pérdida si me lamento es en razón de

La pérdida todo lo demás se confronta

Con la pérdida si alguna vez hubo otra cosa

Hoy es la pérdida no es la imagen de la pérdida

Es la pérdida

No es una reflexión sobre el estado actual

Es la pérdida no es el deseo de otra cosa que pudiera

Eventualmente consolar sino

La pérdida la pérdida no es la debilidad que viene

Luego de la pérdida no hay luego de la pérdida

Es la pérdida

Acá la conciencia no juega no puede porque

Es la pérdida por lo tanto la pérdida

Hace ver la pérdida y sólo la pérdida

 

Si uno mira para ahí

 

 

UNA IMAGEN

 

Una imagen, firme, bien coloreada,

sostenida en sí misma desde un tiempo antes,

no sé cuánto. Una mujer sentada en el crepúsculo,

en un espacio interior, con los ojos cerrados, tal vez

ya dormida pero no tanto como para aflojar

la posición del brazo que sostiene la cabeza

para que no caiga. La otra mano

apoyada en el mantel, dedo por dedo.,

como si apretara su historia en silencio. Ahí

cada palabra cuenta. Está

en actitud de pensar, pero no preocupada,

más bien utilizando el tiempo a su favor.

Nadie puede venir a molestarla en ese trance,

porque no es sólo su trance sino la disponibilidad,

a un nivel que sólo un adulto puede comprender,

para estar en trance, sola. Es el acto de captar para sí

todos los momentos de distracción en uno.

La mujer seguramente no sabe, al menos del todo,

qué grado de perfección alcanza su silencio

ni qué profundidad, más allá de los límites del cuarto en que está,

puede ofrecer la contemplación de su cabeza. Al fin y al cabo,

es una superficie bien coloreada pero en matices oscuros,

sobre todo arriba, para que la luz se concentre en el blanco de su

/cuello

ampare el tiempo de reflexión en su historia. En eso estaba

un segundo antes de entrar y sentarse allí. Dejó la puerta

entreabierta por el apuro por llegar a esa habitación,

que no es la suya, para estar sola. Ella, sin duda,

es lo que se puede ver: una mujer entregada al matiz de la mirada

o absolutamente nada. Un episodio de la vida urbana

que la descripción no puede agotar, porque no es eso

lo que la tiene así. Toda su historia queda subsumida,

si ésa es la palabra, en lo que callaría si se le preguntara,

en cualquier tono, por su estado de ánimo. Lo que la superficie

/ revela

es eso: el universo se compone de los colores que ella vio

al entrar y sentarse, y que la ayudarían a pensar en su vida

sin una sola vibración. Es ese instante, antes de dormirse,

con la vigilia suspendida en la posición de sus manos,

lo que la descripción puede señalar sin hacer ruido. La mano

parece proteger, en un gesto de delicadeza, la plenitud del rostro

tal como está, incluso la semisonrisa con que se entrega al sueño:

los dedos doblados contra la sien no pueden evitar la inclinación

de la cabeza, y del cuerpo, hacia la comodidad de una idea de sí

/ misma

que buscó todo el día, deambulando por la casa. Está así,

por el momento. Nada asegura que el brazo no caerá en unos

/segundos

para revelarle, al despertar, otra cosa que aún no puede entender.

Todo lo que está a su lado –la puerta entreabierta, la fruta,

la botella, el tapiz doblado, la silla que la enfrenta, el cuadro

oscuro a sus espaldas- son signos de desasosiego,

del equilibrio precario en que está su vida a esta hora de la tarde.

Quién sabe si entonces su mano izquierda no se cierra, irritada,

sobre la mesa, y aprieta un pliegue del mantel el tiempo necesario

para quebrar el orden que la luz le impone. Por ahora duerme,

y lo que vemos es exactamente lo mismo que ella ve,

esa posición del cuarto y de las cosas que se cristalizan para durar

mientras encuentra un sentido para el cuadro.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2020/06/70028/

 

 

 

Es la voz de tu conciencia

 

Es la voz de tu conciencia la que te habla

Y te dice: no has de sufrir.

Has de pensar en ti sobre todas las cosas,

Es decir en mí: sin distraerte

Con las ansiedades y los sentimientos de pérdida

Que te acechan a cada paso. Escucha:

Es la voz de tu conciencia la que te pide

Concentración y seriedad

Para pensar en tu vida.

Ésta es la voz de tu conciencia que te exige,

Desde ahora,

Escribir un poema por día.

Un poema.

No es una broma

Ni una exageración: un poema por día

Te ayudará a limpiar tu espíritu

Para no sufrir. Repito: no has de sufrir

Por los problemas amorosos, sino

Amar a ese poema que escribirás

Para no sufrir. La voz de tu conciencia

Vuelve a hablar: escúchame: no te pierdas

En los trajines del día. No duermas tanto.

No vayas al cine

Sólo para pasar el rato.

Debí haberte hablado antes. Debí

Haberte prevenido contra todo eso,

Pero esperaba que actuaras

Por ti mismo. De modo

Que me mantuve en silencio. Hoy,

Con una voz ronca, tal vez por desuso,

Pero fuerte,

He decidido hablar, y por eso me estás escuchando,

¿Me estás escuchando?

Hablo con una voz pausada, serena, para decirte

Que te quedes así,

Sentado, si es posible, en actitud de cumplir

Estrictamente mis palabras: es en presente,

Es en imperativo, que te digo que te concentres,

Que te mantengas alejado del alcohol

Y de las malas compañías; que estés solo,

Profundamente solo,

Aun en presencia de los otros,

Que no harán sino molestarte

Con textos imprecisos, torpes, mal puntuados,

La expresión indirecta y borrosa de sus almas;

La voz de tu conciencia te dice que no los escuches,

Que limpies tus oídos,

Que te pongas de una vez

A escribir el poema. Ése es el llamado.

El poema permanece en ti como una fuerza invisible,

El ritmo de un contrabajo que va y viene

Sobre las inclinaciones de tu espíritu, hasta el otro día,

En que escribirás otro poema,

Como se nunca hubieras escrito antes:

Con una pose ingenua ante la salida libre,

Indómita, de tus palabras. Yo las guiaré, yo,

La voz de tu conciencia, capaz de ver el dolor

Y la imperfección en lo que has hecho.

Me dirás que es tu vida, pero es también la mía;

Tengo derecho, por tanto, a decirte que te calles.

La voz de tu conciencia exige, perentoria,

El respeto del silencio,

Del ejercicio espiritual

De un poema por día, y lo seguirás aun cuando

Los demás te indiquen otro camino:

Serás un hombre si puedes desoírlos y hacer

Solamente lo que te estoy diciendo:

No pienses en otra cosa; sobre todo,

No pienses en eso. La voz de tu conciencia

Piensa por ti

para que no confundas el ritmo de tu vida

con el de tu corazón. Te lo dice, sólo por hoy,

esta voz, que advierte el desorden

en el uso inútil, operático,

de la fantasía, de la memoria,

de la ensoñación.

Deja que tu pasado,

a menudo abrumado por el dolor,

por la incertidumbre,

por la entrega absoluta a causas imposibles,

se evapore. Por eso te dice, una vez más,

la voz de tu conciencia que te quedes así, quieto,

y no sufras. Escribe tu poema, firme, sólido,

impasible, galvanizado en tu soledad, y estarás bien.

Ahora, con un gesto desprendido y generoso,

Con una sonrisa de aceptación, sin otra cosa que tu propia fuerza,

Escribe lo que te dictaré: empieza así:

Tomado de:

https://campodemaniobras.blogspot.com/2024/05/roberto-appratto-es-la-voz-de-tu.html

 

 

1

 

en ese punto donde estaba el éxtasis está el cuerpo que veo

en movimiento hacia otros lados en presente.

las pequeñas historias que narra son situaciones en que hacía

lo que no puedo ver:  conversaciones, encuentros, viajes

que parece que hubieran durado más. entre una y otra cosa,

entre el pensamiento y las palabras, está el espacio del éxtasis

que se proyecta hasta un momento antes y cae ligeramente al suelo

sin hacer ruido. esa sabiduría que a veces le veo, cuando mira para otro lado,

está en el cuerpo, que era otro, pero no tanto. en la voz,  donde se palpan

las curvas del sentimiento al entrar y al salir de lugares invisibles

y aquí está, sin decir nada. ese misterio, igual, se ve:

el amor a lo que no se sabe limpia el espacio,

pasa la mano por la historia como si se pudiera. el éxtasis

no levanta la voz pero le suena en el cuerpo.

 

 

 

 2

 

Estábamos sentados en un jardín, a altas horas de la noche.

Estábamos pensando en el futuro, pero hablábamos de otra cosa.

Los árboles no se veían.

Sí se escuchaba el ruido de las olas, los grillos, el viento

que agitaba las ramas a unos metros.

En el futuro había otras imágenes que seguíamos mirando.

Lo que decíamos quedaba suspendido en el aire y caía

entre los gritos de un asado, quién sabe dónde.

Esas imágenes eran reproducciones de un deseo

que ya conocíamos. Escenas entrecortadas, sin sonido,

que pasaban por el paisaje de tanto en tanto

como una respiración de la charla.

Tomábamos la calma de la noche como una ocasión,

un corte en el espacio para que se metieran las ideas

a su debido tiempo. Estar en el jardín era el éxtasis

que nos hacía más sabios, como si hubiéramos llegado al punto

del agotamiento del mundo, en silencio y sin mirarnos

salvo para confirmar la revisión de nuestras vidas

a la luz de la noche. Como si fuéramos poetas

que trabajan sobre la nada, y cada sonido fuera una palabra

para designar otra cosa hundida en el fondo de la historia,

que en última instancia era un espacio,

el que teníamos después de todo. Cuando nos callamos

algo seguía hablando: no del fresco de la noche

ni del canto de un pájaro, ni de cómo iba a estar al otro día,

sino de eso que empezaba o terminaba ahí sin que pudiéramos nombrarlo.

 

 

 

3

 

Qué significa amar a esa mujer que está en las fotos.

Cientos de fotos en distintas posturas, gestos, actitudes,

colores, en un sillón, de espaldas en el agua, con otra ropa,

casi a oscuras, con calor, mirando. Distintos momentos

en que yo no estaba, ella sí. Amar eso es sentir nostalgia

de lo que no se tuvo, ganas de haber estado, al menos,

cerca o en la misma estación. No se puede. Sin embargo

voy igual,  a ver qué esconde

la identidad móvil de esas fotos, que se pierde sin saber

quién es, pero está, firme, aunque no se pueda tocar:

un aire, un modo, una respiración, una cualidad que no se dice

pero aguanta la mirada. Pierdo el aire cuando llego al punto

que se disuelve en los tiempos que esas imágenes casuales

dejan a la vista, como si nada.  Es la continuidad de eso

que está sin estar, lo que se mueve entre una foto y otra.

No es lo que se ve: es la naturaleza entera

que respira en el medio, el cuerpo suelto, el brillo

de los ojos donde yo no estaba.  Es la coincidencia,

en ese cuerpo, de varios modos de captar su historia

de un solo golpe, sin pensamiento que retenga

más allá del presente donde vibra.  Eso

es lo que no tengo por más que me quede

en silencio y me pregunte hasta dónde,

mientras miro.

 

 

4

 

Tengo para escribir cuatro poemas

Todos al mismo tiempo, material

Hay de sobra, puedo escribir más si quiero

Pero alcanzaría con cuatro: tomo aire

Y meto unas palabras en el primero,

Paro con ése y sigo así hasta el cuarto

Hasta que llego a una cantidad suficiente

De palabras en cada uno y termino,

No sé cómo pero termino más o menos a tiempo

Para dar una vuelta y decirme: tengo cuatro poemas,

Todos en un rato, y así día a día llego

A ciento veinte poemas por mes y a mil

Cuatrocientos cuarenta por año, lo cual

Está bien. Novelas

Serían un poco menos.

Tomado de:

https://elinfinitoviajar.blogspot.com/2017/03/roberto-appratto.html

martes, 2 de diciembre de 2025

POEMAS DE ABIGAEL BOHÓRQUEZ - DESDE MÉXICO -



Llanto por la muerte de un perro

 

Hoy me llegó la carta de mi madre

y me dice, entre otras cosas: —besos y palabras—

que alguien mató a mi perro.

 

“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo,

—me cuenta—,

y se fue tras de su alma

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado.

No supimos la causa de su sangre,

llegó chorreando angustia,

tambaleándose,

arrastrándose casi con su aullido,

como si desde su paisaje desgarrado

hubiera

querido despedirse de nosotros;

tristemente tendido quedó

—blanco y quebrado—,

a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.

Lo hemos llorado mucho…”

 

Y, ¿por qué no?

yo también lo he llorado;

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro que habla,

y engaña, y ríe, y asesina.

Mi perro siendo perro no mordía.

Mi perro no envidiaba ni mordía.

No engañaba ni mordía.

Como los que no siendo perros descuartizan,

destazan,

muerden

en las magistraturas,

en las fábricas,

en los ingenios,

en las fundiciones,

al obrero,

al empleado,

el mecanógrafo,

a la costurera,

hombre, mujer,

adolescente o vieja.

 

Mi perro era corriente,

humilde ciudadano del ladrido-carrera,

mi perro no tenía argolla en el pescuezo,

ni listón ni sonaja,

pero era bullanguero, enamorado y fiero.

A los siete años tuve escarlatina,

y por aquello del llanto y el capricho

de estar pidiendo dinero a cada rato,

me trajeron al perro de muy lejos

en una caja de zapatos. Era

minúsculo y sencillo como el trigo;

luego fue creciendo admirado y displicente

al par que mis tobillos y mi sexo;

supo de mi primera lágrima:

la novia que partía,

la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;

supo de mi primer poema balbuceante

cuando murió la abuela;

al perro fue en su tiempo de ladridos

mi amigo más amigo.

 

“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo

—dice mi madre—

y se fue tras de su alma —los perros tienen alma:

una mojadita como un trino—

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado…”

Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro

que habla,

y extorsiona,

y discrimina,

y burla;

mi perro era corriente,

pero dejaba un corazón por huella;

no tenía argolla ni sonaja,

pero sus ojos eran dos panderos;

no tenía listón en el pescuezo,

pero tenía un girasol por cola

y era la paz de sus orejas largas

dos lenguas

de diamantes.

 

 

Madre ya he crecido

 

Madre,

cuando después del golpe más profundo

y luego que tu entrega

fue una ronca palabra desolada

y fuiste henchida;

cuando subí hasta el centro de tu vida

y fui la inefable señal,

tu paso

se volvió cauteloso

porque iba en ti el misterio,

ay, tu voz se hizo lenta, encubierta,

como tus lágrimas,

y cuando fuiste como la brisa entre las cosas

porque temías despertarme.

Cuando yo fui en tu alcándara la ropa,

cuando me di en tus ojos

y fui en tu soltería violentada

aquel: ¿cómo será?,

cuando fuiste la celda y me embebía

lo mejor de tus húmedos temblores,

cuando en tu juventud escarnecida

fui la certeza, las ánforas colmadas:

tu andar aminoró blando, callado,

se volvió sigiloso como el pavor

y buscaste las cosas en silencio

porque temías despertarme.

Cuando fui disidencia

y gota a gota de tu entraña fuiste forjando mi esqueleto

caminaste con miedo por los cuartos

porque temías despertarme.

Y por mí, que venía,

se ensanchó tu cintura diminuta,

y el seno humedecido

por la espesa camelia de la leche

se enriqueció con el fervor nocturno de rezar.

Para mí que venía,

tu cuerpo maduró de amaneceres,

de esos amaneceres del insomnio

donde fue tu aguardar dolido culto.

Entonces

ya no pudiste ir por las alcobas

porque yo te cansaba desde adentro

y porque,

madre,

rodeada de tus faltas y tu exilio

eras el hálito inerme de la tierra;

adivinaste

la hondura maternal de la mañana

y el sentido del viento,

y hasta del suelo que pisabas, torpe y henchida,

levantaste la hierba para el nido,

porque dentro de ti te duplicabas

tan pequeña, tan sola;

te movías extraña entre las cosas,

y llorabas, pero en silencio, cautelosamente,

porque temías despertarme.

Luego menguó tu cuerpo,

vació la copa su escanciada imagen

y en tu grito

mordido y necesario me tuviste,

pero calladamente, porque temías despertarme;

ya que miraste mi fealdad minúscula,

habituaste a tus brazos con mi peso,

meciste en el impulso de besarme

la forma muerte de mi cuerpo amargo,

y en el vaivén del ritmo señalado

me miraste hacia adentro, estremecida,

y presentiste mi semblante breve,

mi destino poeta,

la dura suerte de sufrir temprano.

Ay, cuando me mecías

cómo cantaba Dios en tu garganta.

Madre, ya he crecido,

en las manos

padezco los estigmas de aquel pueblo,

en la mirada llevo

las normas de humildad que me legaste

y en mis labios tu voz

que tomó rosas de las rosas;

madre, ya he crecido,

no me pidas buscar los huecos de la infancia

para llenarlos de recuerdos,

no me pidas me borren la sien de la locura

con un pañuelo tuyo,

ya he crecido.

Sé que no tengo noches venideras ni esperanza posible,

sé que el poema es vuelo subterráneo

a la espera de luz que lo rescate;

ya he crecido,

pero sé que la herida sigue abriéndose

porque no empaño ya, madre, los espejos,

y nadie querrá ya decir mi nombre,

yo sé que busco las jóvenes cinturas,

los peces de mi signo penetrándose,

que a la azucena tengo encarcelada al doblar de la esquina,

que el sueño me da vueltas,

y que aguardo mi noche bajo el íntimo vidrio

de todas las estrellas;

yo sé que he de buscar el cielo roto

en que cansé tu vientre de raíces

para saber cómo éramos entonces;

tú que fuiste en mi ser estas dos cosas:

el ignorado padre de mi cuerpo

y la serena madre de mi muerte,

no me hagas recordar si ya presientes

mi semblante que esconde su agonía,

mi destino poeta,

mi dura suerte de morir temprano,

cuando se huyan las horas por las huellas del aire,

y se libere el fruto de su cáscara infame,

y el sol de todo un día se apague en las rendijas.

Ahora te peso más y más te canso,

ahora te duele más mi vida

y aún temes despertarme;

aun, no termina tu dolor conmigo ni mi dolor contigo.

Han pasado veinte años.

Hoy que ya me conoces

y que sigo pensándote y doliéndote,

es la crudeza de vivir y el miedo de vivir

lo que muy hondo

como un río de bocas me taladra.

Porque yo quiero dormir el sueño blando

en que sumerge su mentón la noche

tras el diluvio cal de las estrellas,

porque yo quiero dormir en las orillas

donde el tumulto reza por un muerto,

para ya no dolerte más,

para que temas despertarme

cuando tu paso huya por los puentes,

y todos se den cuenta que me he muerto,

y no olvides mi nombre casi angustia:

Abigael… Abigael…

para que temas despertarme cuando sepas

que me he dormido para siempre

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/abigael-bohorquez-4/

 

 

Cuerpo del deleite

 

si de nuevo pudiera

como si nada o nade hubiese de amar más;

si me fuera otorgado un solo instante,

ahora que no estás, sino un espacio helado;

si se me concediera:

yo volvería a ti, sí, volvería,

suplicando

tus dedos finos

como el primer día de las espigas,

rogándote beber

tu dulce y dura flor,

pidiéndote

aquel que fue contigo tu soldado de plomo,

tu primera mujer,

tu barco de papel,

la chava,

ah, sí que volvería a tus jugos profundos

que fueron en mis labios la canción;

a tu alegría ociosa

de la que todavía haces ausencia;

a tu esbelta hermosura

que no me pertenece sino la cruz sin nadie;

a tus ojos navales

donde partí y no estoy;

yo volvería a ti,

junto a tu sombra,

sombra de ti, perdido.

 

pero no tengo, no, ya nunca,

tus palabras de mocedad,

tu breve piel trigueña

donde me puse a arar y me sembré

como una almendra atroz,

puesta en ti,

condenada a nacer y manar de tu costado;

pero no tengo, no, ya nunca,

riesgo mío,

la turbadora cercanía de tu mirada,

no tengo ya tu cuerpo, su labranza,

su cuenco de rocío, su quejumbre,

su equilibrado ruiseñor, su oleaje,

su tersura de orquídea entre mis labios,

no, ya nunca, nunca más.

yo llevé a tu cintura la turbia compañía,

yo acerqué a tu cadera

un acedo calor de lenocinio;

yo puse mis colmillos de solapado roedor

a morder tu amistad;

yo fui el mono borracho, tu asesino,

el corsario de tu pureza,

tu verdugo, todo, todo,

 

y volvería a hacerlo.

sólo

por volver

a mirarte.

 

 

Reincidencia

 

dejó sus cabras el zagal y vino.

qué resplandor de vástago sonoro,

qué sabia oscuridad sus ojos mansos,

qué ligera y morena su estatura,

qué galanura enhiesta y turbadora,

qué esbelta desnudez túrgida y sola,

qué tamboril de niño sus pisadas.

 

dejó sus cabras el zagal y vino…

ah libertad amada dije

éste es mi cuerpo, laberinto, avena,

maduro grano que arderá en tus dientes,

esquila, choza, baladora oveja,

tecórbito y aceite, paja y lumbre;

baja a llamarme, a reprenderme, a herirme,

a serenar turbadas hendiduras;

baja, pupila de avellana, baja

rústico centelleo, ráfaga de rocío,

colibrí de ardimientos,

soy también tu ganado, ven, congrégame,

descíñete, descúbreme

asido a tu cintura, dulce ramo,

caramillo de azahares en mi boca.

 

y ante mis ojos,

como un tañido de frescura,

triunfal y apasionado desconcierto

emergió de sus piernas trascendiendo

hacia todos mis dedos como galgos,

liebre espejeante, mórbida espesura,

la suntuosa epidermis respirando,

temblando, endureciéndose

en la gallarda péndola,

el orgulloso, endurecido bronce,

de su intocada parte de varón;

estallido, mordisco, ávida lengua, indómito pistilo,

dulzorosa penetración, pródigo arquero, novilúnido

semen,

plenamar de su espasmo,

de su primer licor, abeja de oro,

se me quedó en el pecho, pecho a tierra,

un gemido de manso entre los árboles.

Luego estuvimos mucho tiempo mudos,

vencedores vencidos,

acribillados, cómplices, sobre las pajas ásperas,

él junto a mí, sonando todavía

y yo, mi cara sobre sus genitales de salvaje pureza.

Recordé que se olvida.

Que no se dijo nada más.

 

Dejó sus cabras el zagal y vino.

Qué blanco, qué copioso y dul

 

ce

vino.

 

 

Primera ceremonia

 

primaverizo yaces,

deleital y ternúrico,

y nadie es como tú, cervatillo matutinal,

silvestrecido y leve.

aparentas dormir

y una sonrisa esplende tus pupilas;

quedo sin mí.

tu veranideces,

cuando mis manos desdoblan su pobreza

y tocan tus cabellos dóciles, como el agua

y me tiendo a tu lado.

desnudo te descubres; desnudo estoy allí;

suspenso, trémulo,

desamparado como la noche del misérrimo,

ayuno y mórbido:

qué puedo hacer, enceguecido y mudo,

atado de estupor,

maravillado?

mantienes tu mirada fresca y feroz,

sedienta de antemano;

resplandeciente en la devoradora oscuridad:

tu sexo,

húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,

con el recuerdo herido todavía

de la primera masturbación y el receloso orgasmo,

y tus labios suntuosos

temblando un hálito que ya no necesita

el niño aquel que era,

y tu cuello miro que pulsa las cuerdas

del corazón, no sé si el tuyo, el mío,

y ninguna palabra pronunciamos,

ninguna a mi favor;

no hay gracia para mí.

 

deja que diga no tu pecho núbil,

duro lugar de la salud,

marejada que nadie detendrá,

retén su amor, su odio;

tu modo de ser tú casi me lame,

calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;

me viene encima tu sazón,

la rotación novicia de tu ombligo,

tu almíbar de estar hecho

veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;

tiendo una mano: existes:

tus muslos, golpe a golpe, se separan,

se encuentran, se encajan, se unifican,

se hace una brecha ardiente en el revuelo

de la sábana;

no hay piedad para mí.

tus dientes caen, degüellan,

rindo el sentido.

tómame.

deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,

enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,

violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,

miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,

precipítate, aúlla.

 

de pronto, tú, el relámpago,

abierto, florecido, restallante,

arriba, abajo, encima, ¿dónde?,

hiendes la oscuridad

y adentro:

 

llueves.

 

 

Saudade

 

A Dionicio Morales

 

I

 

Pensar que duermes y que, solamente

por no morir de ti, de tu cintura,

mi corazón: velero en andadura,

remontaría el aire, dulcemente.

 

Saber que duermes y que me condenas

a rotura de ti, a desprendimiento;

mi corazón a tierra, tú en el viento

y toda lengua muda y me encadenas.

 

Tú tan desnudo ahora y no te toco.

Tan dolorido yo y no te acongojas.

Te me robas y en vano te convoco.

 

Quédate así, amor mío. Si guardeces

noche para la noche a que me arrojas

de ti anocheceré, tú que amaneces.

 

 

 

II

 

De ti anocheceré, tú que amaneces

grave de luz, ardiente mañanura,

junco de lumbre, tersa de galanura,

bienhadado del Sur donde floreces.

 

Sea mi vida pues, la descordura;

de lo que fui sólo seré tu ausencia,

tu primer anatema, la apetencia

donde tuvo tu cuerpo su atadura.

 

De ti anocheceré. Y, envejeciendo,

despoblado de ti, desatendido,

laborioso de muerte, oscureciendo,

 

seré desolamiento trascendido.

De ti anocheceré y, anocheciendo,

seré escombro de amor desconcedido.

 

 

 

III

 

Seré escombro de amor desconcedido;

me cumplo a oscuras, no me doy consuelo,

y determino este montón de duelo

cuando te pienso en muerte convenido.

 

¿Qué habré de ser sin tu presencia impía?:

Descorazonadura, vaciedumbre…

Bebí cáliz de acíbar, servidumbre

de soledad uncí. Y, ay, todavía

 

qué despiedad acrece mi faena,

qué dondequiera soledad desboco,

qué cosa estoy tan triste y me doy pena.

 

Y me acerco a tus cosas y las toco,

todo está nadie, amor, tierna colmena,

y me voy apagando poco a poco.

Tomado de:

https://vuelapalabra.com/poemas-de-digo-lo-que-amo-de-abigael-bohorquez/

 

 

Exordio

 

POESÍA, desembárcame,

échame a tierra y léñame;

como a candil de sangre, enciéndeme,

que se sepa Tu Voz.

 

POESÍA, horádame,

ancla en mí, balsamízame,

sumérgeme en la luz líquida y lenta

de este trago de vino;

rescátame, tremólame,

tengo hambre de tu lanza en mi costado.

 

La Transfiguración, POESÍA.

 

Inúndame,

haz de mis huesos el temblor;

no tardes, tempestad,

 

golpea,

abre compuertas sin descanso al vértigo,

amor de mi niñez, POESÍA,

pertúrbame, combáteme,

mira mi corazón, préndele fuego,

deste derrumbe amante amasa el trino,

no hay tiempo que perder,

el sitio es éste, el corazón, oh, sed;

desuéllame, POESÍA,

asesta el golpe de debe abrir el surtidor,

quebrántame;

y en esta carne admonitoria,

carne de dar, devuélveme el niño aquel,

el niño aquel escarnecido y dulce

que lamía tus manos.

Oh, POESÍA, condúceme,

desgástame, desquíciame,

procede,

de donde estés, ordena,

y ponme a caminar.

 

 Aprehensión

es preciso volvernos a tiempo

hacia los que no nos ignoran;

ser prudentes, pacientes, cristianamente

alcohólicos, acostólicos y remonos.

los enemigos no tienen conducta

ni sentido;

se hacen ver donde menos

se les quisiera ver.

pero todo fue algo más:

yo acerqué mis labios a tu frente,

a tus mejillas redentoras

a tus labios, no sé;

y la beata, el adúltero, el sacrílego,

el cura, el homicida, el drogadicto,

la incestuosa y el sátiro,

el centurión,

la distinguida cogelona,

la sociedad de padres de familia

y adoradores del santísimo,

los fetógrafos,

los puros elegidos,

no sé qué hacían

emboscados,

ahí,

en el monte de los olivos.

 

 


 Envío

RENÁN:

la vida siga así, sencillamente;

tenerse amor, sembrar, transparentarse

en tierra y a sudor y perpetuarse

agua encendida y cálida simiente;

 

dejar que el sol encumbre lentamente

sus oficios de octubre; comprobarse

que se es de verdad y continuarse

de sí mismo a sí mismo, ardientemente.

 

 

Dejar que mis palabras, rezumando

la voz gozosa, la acuciante estrella,

queden en estos versos, cintilando;

 

que aspa de luz, ilimitada y bella.

honda y florida miel, dulcemanando,

va LA POESÍA en prenda. Y voy por ella.

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/abigael-bohorquez-2/

 

 

Contracanto

Te extraño a toda hora.

Cuando llegas, te extraño más aún.

Porque vienes sin ti,

sin aquello que eras.

Lo que amo.

 

Crónica de Emmanuel

emmanuel,

cuando tú tengas treinta o cincuenta años de edad

y busques en tu memoria al que, en su piel de perro,

tuvo para tus sobresaltos el amor;

cuando ya hayas crecido

y te puedas permitir el llegar y ver tu corazón,

mira que si en tu vida

quedó algo de este pedazo crepuscular

de hombre triste que soy,

encuéntrale todo lo hermoso que entonces no entendiste

y ten, si puedes, una lágrima para él,

porque cuando venga otra vez el aire espeso de junio

y me haya ido

y tú regreses a ser el perfecto salterio,

el niño que se partió por la mitad

para entrar en la vida,

algo de mí andará en las cosas que te hiedren,

allá en el fondo del tiempaire,

sin mí, sin vernos,

y pensarás:

aquel viejo hombre.

 

emmanuel,

cuando ya esplendas fruto

y haya, tal vez en ese tiempo tuyo que reconocer

qué fue el poema,

y tengas una dulce canción que a nadie importe,

o una vara de medir,

o estas palabras de mala sombra,

o una categórica mudez,

o te halles de pie a la llegada de la nueva revolución

y seas uno de los que no lo puedan creer,

o aquel que esperaba otra cosa y no fue así,

o al engañado hasta por nadie y por él mismo,

o el que también a mí también a mí también

y esperes la otra nueva revolución

seguro de que será mejor,

o el que llegue a pisar por primera vez

estrellas que ahora no sabemos.

El que viaje a la luna como viajar ahora a Noland

y tu padre no exista,

el que descubra la verdadera vida eterna

o el que, de pronto,

cuando los barcos sean en desuso

y el mar una vieja postal,

haga posible otra vez el mar;

caerá del sueño aquello que tú fuiste

y entonces llegaré,

como raído imperio,

a traerte la melancólica edad donde hicimos flagelo,

rotura,

olvido,

oficio de olvidar;

guarda para que puedas alguna vez

mostrársela a los tuyos

esta húmeda labranza de poesía,

estas cosas del amor

como anís,

rosa,

paloma,

libertad,

y piensa que todo pudo haber sido de otro modo

si el mundo…

si los hombres…

si la vida…

si es que…

si la…

si…

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/abigael-bohorquez/