OJOS MIS, OJOS que vivís glotón ...
Ojos míos, ojos que vivís glotones encima mundo rostro;
para vosotros la imagen de Ella, dulce a conservar,
es bajada en el corazón, y luz tan pía hace
que ya no vale el oro de este sol que es gloria vuestra .
¿Cómo la carnal pesadumbre del gozo que con la hora huye
a la bella carne de Ella os tiene abiertos todavía,
si verla caduca y escurridiza empapa
todo pensamiento de amor con veneno de enojo?
Ojos míos, cerrados me siéntase con puerta de tiniebla,
y su mirada girado adentro, de cara al corazón,
llevando a la fiel imagen que no muere,
y la adoración que la aprieta, y la fiebre,
este conocimiento tan viva del sentido,
tan corporal, pero ya libre de pavor:
la muerte haría de la hermosa carne pasto
sin que en temblara la imagen dentro mi pecho.
ELEGIA II
Súnion! T'evocaré de lejos con un grito de alegría,
tú y tu sol leal, rey de la mar y del viento:
por tu recuerdo, que me yergue, feliz de sal exaltada,
con tu mármol absoluto, noble y antiguo yo como él.
Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas
que en el fondo de tu salto, bajo la ola riendo,
duermen la eternidad! Tú velas, blanco a la altura,
por el marinero, que por ti ve bien girado su rumbo;
por el ebrio de tu nombre, que a través de la nuda garriga
viene a buscarte, extremo como la certeza de los dioses;
por el exiliado que entre arboledas oscuras t'albira
súbitamente, oh preciso, oh fantasmal! y conoce
por tu fuerza la fuerza que lo salva a los golpes de fortuna,
rico de lo que ha dado, y en su ruina tan puro.
ELEGIA X
He soñado con Orfeo en la puerta abierta de la Sombra.
Una ausencia de espejo ha devorado mis ojos
ebrios encar de mirarse en mayo turbulento de las cosas,
llenas de verter sobre el cielo tantas auroras del corazón.
Fue esto: de repente murió al presente de pujanza
y enderezar me allá (oh inmensamente!) de los adioses,
puro anhelo todo yo y, secreta dentro del alma, oreja
que la despierta y por donde toda revive en el oscuro.
Como en mí yo había encontrado la ambigua sendero,
sola en el riesgo lunar del impensable profundo,
hasta vosotros, dioses inferiores, y su
única certeza, dura terminando mi paso,
ahora, náufrago de mi vertical instante de caída
- piedra y pájaro sin viento- por el absoluto no esperar,
era girado a mí que escuchaba crecer el anuncio
de no sé qué mar interior, madurando
lejos dentro de mí en islas de aún impotente melodía;
cambio o nacimiento -era igual: era un mar y su viento.
Cosas fosforescentes, de indistinto murmullo, se abrían,
cándidas flores de la noche, entre la ola y el vacío,
lentamente se llenaban de lo que ellas eran, tomaban
bruscas, número y espacio y original horizonte.
Toda una pueril Naturaleza en ellas parecía
reencontró 'su respiro, el orden flotante de su juego,
madrugar' en los colores más desnudos de su esperanza,
coronarse con el orgullo innumerable del tiempo.
Como te reconocí , memoria, perdido archipiélago,
calas, sagrados sillares, fuentes y amansados animales!
Todo cuanto había para mí después del oído y, con ella,
como un comienzo, el acto callado de su fin,
y ah inexplicable! todo cuanto, velada Eurídice, es único
dentro tu nombre contigo entre la muerte y mi canto,
hacía un reino inmenso que volvía a la voz de su príncipe,
una patria expectante, dulce del pueblo diverso
junto con el que había buscado largamente la victoria;
me he exaltado siendo, palmas! el pecho de su canto.
No me ha parado con la duda del agua negra del inmóvil
blanco ciprés del olvido, maravilloso en impuro:
me tomaba la llamada eterna de pura ternura
-la que el exiliado siendo a veces, muy lejos,
cuando le parece, y el puño, que la infancia el llora, y la tarde
la acompaña con el llanto de una campana inocente.
Me tomaba, pero que absoluta! Como el que nos salva,
súbito, desde el corazón es entrañas del peligro;
como el amante que quiere liberar la amada dispersa
por el necesario palabra y se la lleva en el desierto;
violentamente abriéndome por dentro en fontana
viva de mí mismo -ojos en la cruz de los sentidos,
agua fluida en el instante que no huye y que no la cambia,
ser y mirarse donante, desde el origen mirar
hasta el fin de su don, ¿es eso la perenne promesa,
puro Orfeo, y la corriente era abundante en el trago?
¿Y lo que infinitamente tú alabar, maestro perfecto,
era el preludio siquiera para cad'ú -para mí?
¿Y el incontable que me fue, sabido apenas, crecimiento
-noça inefable, añoranza, rara visita en la noche-
y lo que m'afaiçonaà, pero sin nunca acabarme,
como si languidece con las manos del que sueña querer,
ahora sería todo dentro de la suma límpida, cada
cosa salvando a ellos de haber ay! estado sola y mortal?
Dioses fraternos! Así abrevado y inundado de mi propio
puro retorno, he pasado, alma adentro, hacia dónde sueldo,
más allá de la infancia, vosotros conmigo, en la sonrisa
de la certeza, un solo fin: yo el glorioso instrumento
y vosotros el amor ; y he entrado a conocerme, oh vida
reanudada! en ti, como en el impulso y el trabajo
y la aparente desacuerdo, oh Presentes! vosotros me veíais,
no en mi hacer, sino ya en mi signo perfecto.
Y ahora, en la dulzura que del sueño me dura, ya amo
la memoria en la sangre, presto la oreja y me veo
árbol enraizado en el grito de la maravilla pasada,
miro y me siento canto que abre la mata en el espacio;
y no es distraído de la extraña delicia, que pienso
en el chino sutil, de alma ardiente, que tiene los ojos
fijos en la cifra compleja de su poema y lo abraza
todo en cada instante mientras en desata los sonidos puros.
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