martes, 29 de enero de 2019

POEMAS DE CESARIO VERDE


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contratiempos

Hoy estoy cruel, frenético, exigente; No puedo tolerar los libros más bizarros. Increíble! Ya he fumado tres paquetes de cigarrillos Consecutivamente. 
Me duele la cabeza. Abafo unos desesperos mudos: ¡Tanta depravación en los usos, en las costumbres! Amo, insensatamente, los ácidos, los filos Y los ángulos agudos. 
Me senté a la secretaria. Allí enfrente mora Una infeliz, sin pecho, los dos pulmones enfermos; Sufre de faltas de aire, le murieron los familiares Y engoma hacia fuera. 
¡Pobre esqueleto blanco entre las nevadas ropas! ¡Tan lívida! El doctor la dejó. Mortifica. ¡Lidiando siempre! ¡Y debe la cuenta en la botica! El mal ganó para sopas ... 
El obstáculo estimula, nos hace perversos; Ahora me siento lleno de rabia fría, Debido a que un periódico me rechaza, hace días, Un folleto de versos. 
¡Qué mal humor! Rasgué una epopeya muerta En el fondo del cajón. ¿Qué produce el estudio? Más de una redacción, de las que elogian todo, Me ha cerrado la puerta. 
La crítica según el método de Taine Ellos ignoran. Me reuní en una hoguera inmensa Mucho papeles inéditos. La prensa Vale un desdén solemne. 
Con raras excepciones me merece el epigrama. De la medianoche; y en paz por la calzada abajo, Solución de un sol y de la dó. Llovizna. El populacho Se divierte en el fango. 
Yo nunca dediqué poemas a las fortunas, Pero sí, por deferencia, a amigos oa artistas. Independiente! Sólo por eso los periodistas Me niegan las columnas. 
En el caso de que el abandono, Si van a publicar tales cosas, tales autores. Arte? No les conviene, ya que sus lectores Delir por Zaccone. 
Un prosador cualquiera disfruta de fama honrosa, Consigue dinero, arregla tu coterie; Y a mí, no hay cuestión que más me contradiga Que escribir en prosa. 
La adulación repugna a los sentimientos finos; Yo raramente hablo a nuestros literatos, Y me apuro en lanzar originales y exactos, Mis alejandrinos ... 
¿Y la táctica? ¡Cerrada, y con el hierro encendido! Ignora que la asfixia la combustión de las brasas, No huye del estendal que le humedece las casas, ¡Y se acuesta al desprecio! 
Se mantiene el té y el pan! Antes de entrar en el hoyo. -fades; y, sin embargo, por la tarde, débil, La oigo cantando una canción plangente ¡De una nueva operadora! 
Perfectamente. Voy a terminar sin azedumbre. ¿Quién sabe si después, yo rico y en otros climas, En este sentido, Impresiones en volumen? 
En las letras yo conozco un campo de maniobras; Se emplea la réclame, la intriga, el anuncio, el blague, Y esta poesía pide a un editor que pague Todas mis obras 
Y estoy mejor; me pasó la cólera. ¿Y la vecina? ¿La pobre plancha se va a acostar sin cena? Le veo luz en la habitación. Inda trabaja. Es fea ... ¡Qué mundo! ¡Pobre! 
El Papa Benedicto XVI: "El Libro de Cesario Verde"
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lúbrico

En tu billete ardiente, 
Que has de por mí morir, 
Morir muy contento. 
Lanzaste, en el papel 
Las más lascivas frases; 
La carta era un panel 
¡De escenas de chicos! 
¡Oh cálida mujer, 
Tus dedos delicados 
Trazaron del placer 
¡Los cuadros depravados! 
Sin embargo, tu mirada 
Es mucho más fogoso, 
Que la fiebre epistolar 
De tu billete ansioso: 
De tu rincón oval 
Los ojos tan nefandos 
Traducir menos mal 
Los vicios execrandos. 
Tus ojos sensuales, 
Libidinosa Marta, 
Tus ojos dicen más 
Que tu propia carta. 
Las grandes conmociones 
Tú en ellos, siempre, espirales; 
Son lúbricas pasiones 
Las vívidas chispas ... 
Tus ojos inmorales, 
Mujer, que me disgusta, 
Tus ojos dicen más 
¡Qué muchas bibliotecas! 
El Papa Benedicto XVI: "El Libro de Cesario Verde"
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cinismo

De mi amor enorme y masacrado, 
Hablar con la luz y la fe de un creyente. 
He de exponerle mi pecho descarnado, 
Llamarle mi cruz y mi Calvario, 
Y ser menos que un Judas empaquetado. 
He de abrirle mi íntimo sagrario 
Y desvendar la vida, el mundo, el goce, 
Como un viejo filósofo legendario. 
He de mostrar, tan triste y tenebroso, 
Los pasos abisales de mi vida, 
Y he de mirarla de un modo tan nervioso, 
Que ella ha de, en fin, sentirse constreñida, 
En el caso de las mujeres, 
¡Y hay que llorar, llorar enternecida! 
Y yo entonces de soltar una risa. 
El Papa Benedicto XVI: "El Libro de Cesario Verde"
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En un Barrio Moderno


Diez horas de la mañana; los transparentes
Matizan una casa palpada;
Por los jardines se estancan los manantiales,
Y hiere la vista, con blancas calientes,
La amplia calle macadamizada.

Rez-de-chaussée descansan tranquilos,
Se abrieron, en algunos, las persianas,
Y de uno u otro, en cuartos estucados,
O entre la rama de los papeles pintados,
En el almuerzo, las porcelanas.

¿Cómo es sano tener su conchego,
¡Y su vida fácil! Yo descendía,
Sin mucha prisa, para mi trabajo,
Donde ahora casi siempre llego
Con los mareos de una apoplejía.

Y la ruta, pequeñita, azafamada,
Me di cuenta de espaldas a una chica,
Que en el ajedrez marmóreo de una escalera,
Como un colgajo de la huerta aglomerada
Pousara, arrodillándose, su giga.

Y yo, a pesar del sol, la examiné.
Se puso de pie, le resuenan los zuecos;
Y se le abre el algodón azul de la media,
Si ella se curva, esbelteada, fea,
Y colgando sus bracas blancas.

Del patín le responde un criado:
"Si te conviene, despacha, no converses.
"Yo no doy más." Es muy descansado,
En el caso,
Que viene a golpear las caras de unos alfiles.

De repente - ¡qué visión de artista! -
Si hago los simples vegetales,
A la luz del sol, el intenso colorista,
En un ser humano que se mueva y exista
¡Lleno de hermosas proporciones carnales ?!

Boya aromas, humos de cocina;
Con la cesta a la espalda, y vergando,
Soñan panaderos, claros de harina;
Y a las puertas, una u otra campanilla
Toca, frenética, de vez en cuando.

Y yo recompra, por anatomía,
Un nuevo cuerpo orgánico, al bocado.
Creía los tonos y las formas. descubierto
Una cabeza en una sandía,
Y en los repolios senos inyectados.

Las aceitunas, que nos dan el aceite,
Negras y unidas, entre verdes folhos,
Son trenzas de un pelo que se arregla;
Y los nabos - huesos desnudos, del color de la leche,
Y los racimos de uvas - los rosarios de ojos.

Hay colos, hombros, bocas, un semblante
En las posiciones de ciertos frutos. Y entre
Las hortalizas, tumbas, fragantes,
Como alguien que todo eso llora,
Surge un melón, que recordó un vientre.

Y, como un feto, en fin, que se dilate,
Vi en las verduras carnes tentadoras,
Sangre en la guirnalda vívida, escarlata,
Bellos corazones pulsando en los tomates
Y dedos hirtos, rubros, en las zanahorias.

El sol daba el cielo. Y la regateira,
Cómo vendió su fresca lechuga
Y diera la rama de menta que huele,
Volviendo, me gritó, placentera:
"¡No pasa nadie más! ... Si me ayudara? ..."

Yo me acerqué de ella, sin desprecio;
Y, por las dos alas que se rompen,
Hemos levantado todo el peso
Que al suelo de piedra se resistía preso,
Con un enorme esfuerzo muscular.

"¡Muchas gracias, Dios te dé salud!"
Y recibí, en aquella despedida,
Las fuerzas, la alegría, la plenitud,
Que brotan de un exceso de virtud
O de una digestión desconocida.

Y mientras sigo hacia el lado opuesto,
Y a lo lejos giran unos carruajes,
La pobre, se aleja, al calor de agosto,
Descolorida en las manzanas de la cara,
Y sin caderas en la falda de ramas.

Un pequerrucho riega la trepadora
De una ventana azul; y, con el desagüe
Del regador, parece que la joya
O que borrifa estrellas; y el polvo
Que eleva las nubes de las nubes a incensarlo.

En el caso de las mujeres,
¡Oigo un canario - que niño chillado!
Lidan los ménages entre las celosías,
Y el sol extiende, por las fronteras,
Sus rayos de naranja destilada.

Y pintoresca y audaz, en su guepardo,
El pecho erguido, las muñecas en las islas,
De una desgracia alegre que me incita,
En la actualidad,
Sus coles repolhudas, anchas.

Y, como las gruesas piernas de un gigante,
Sin tronco, pero atléticas, enteras,
Se cargan sobre la pobre caminante,
Sobre la verdura rústica, abundante,
Dos frugales calabazas de carne.
Matizan una casa palpada; 
Por los jardines se estancan los manantiales, 
Y hiere la vista, con blancas calientes, 
La amplia calle macadamizada. 
Rez-de-chaussée descansan tranquilos, 
Se abrieron, en algunos, las persianas, 
Y de uno u otro, en cuartos estucados, 
O entre la rama de los papeles pintados, 
En el almuerzo, las porcelanas. 
¿Cómo es sano tener su conchego, 
¡Y su vida fácil! Yo descendía, 
Sin mucha prisa, para mi trabajo, 
Donde ahora casi siempre llego 
Con los mareos de una apoplejía. 
Y la ruta, pequeñita, azafamada, 
Me di cuenta de espaldas a una chica, 
Que en el ajedrez marmóreo de una escalera, 
Como un colgajo de la huerta aglomerada 
Pousara, arrodillándose, su giga. 
Y yo, a pesar del sol, la examiné. 
Se puso de pie, le resuenan los zuecos; 
Y se le abre el algodón azul de la media, 
Si ella se curva, esbelteada, fea, 
Y colgando sus bracas blancas. 
Del patín le responde un criado: 
"Si te conviene, despacha, no converses. 
"Yo no doy más." Es muy descansado, 
En el caso, 
Que viene a golpear las caras de unos alfiles. 
De repente - ¡qué visión de artista! - 
Si hago los simples vegetales, 
A la luz del sol, el intenso colorista, 
En un ser humano que se mueva y exista 
¡Lleno de hermosas proporciones carnales ?! 
Boya aromas, humos de cocina; 
Con la cesta a la espalda, y vergando, 
Soñan panaderos, claros de harina; 
Y a las puertas, una u otra campanilla 
Toca, frenética, de vez en cuando. 
Y yo recompra, por anatomía, 
Un nuevo cuerpo orgánico, al bocado. 
Creía los tonos y las formas. descubierto 
Una cabeza en una sandía, 
Y en los repolios senos inyectados. 
Las aceitunas, que nos dan el aceite, 
Negras y unidas, entre verdes folhos, 
Son trenzas de un pelo que se arregla; 
Y los nabos - huesos desnudos, del color de la leche, 
Y los racimos de uvas - los rosarios de ojos. 
Hay colos, hombros, bocas, un semblante 
En las posiciones de ciertos frutos. Y entre 
Las hortalizas, tumbas, fragantes, 
Como alguien que todo eso llora, 
Surge un melón, que recordó un vientre. 
Y, como un feto, en fin, que se dilate, 
Vi en las verduras carnes tentadoras, 
Sangre en la guirnalda vívida, escarlata, 
Bellos corazones pulsando en los tomates 
Y dedos hirtos, rubros, en las zanahorias. 
El sol daba el cielo. Y la regateira, 
Cómo vendió su fresca lechuga 
Y diera la rama de menta que huele, 
Volviendo, me gritó, placentera: 
"¡No pasa nadie más! ... Si me ayudara? ..." 
Yo me acerqué de ella, sin desprecio; 
Y, por las dos alas que se rompen, 
Hemos levantado todo el peso 
Que al suelo de piedra se resistía preso, 
Con un enorme esfuerzo muscular. 
"¡Muchas gracias, Dios te dé salud!" 
Y recibí, en aquella despedida, 
Las fuerzas, la alegría, la plenitud, 
Que brotan de un exceso de virtud 
O de una digestión desconocida. 
Y mientras sigo hacia el lado opuesto, 
Y a lo lejos giran unos carruajes, 
La pobre, se aleja, al calor de agosto, 
Descolorida en las manzanas de la cara, 
Y sin caderas en la falda de ramas. 
Un pequerrucho riega la trepadora 
De una ventana azul; y, con el desagüe 
Del regador, parece que la joya 
O que borrifa estrellas; y el polvo 
Que eleva las nubes de las nubes a incensarlo. 
En el caso de las mujeres, 
¡Oigo un canario - que niño chillado! 
Lidan los ménages entre las celosías, 
Y el sol extiende, por las fronteras, 
Sus rayos de naranja destilada. 
Y pintoresca y audaz, en su guepardo, 
El pecho erguido, las muñecas en las islas, 
De una desgracia alegre que me incita, 
En la actualidad, 
Sus coles repolhudas, anchas. 
Y, como las gruesas piernas de un gigante, 
Sin tronco, pero atléticas, enteras, 
Se cargan sobre la pobre caminante, 
Sobre la verdura rústica, abundante, 
Dos frugales calabazas de carne. 
El Papa Benedicto XVI: "El Libro de Cesario Verde"
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Ave María

En nuestras calles en la oscuridad,
Hay tal oscuridad, hay una melancolía tal,
que las sombras, el bullicio, el Tajo, el aire del mar
me hizo despertar un deseo absurdo sufrir.
El cielo parece bajo y la niebla,
el gas derramado me enferma, me molesta;
Y los edificios con chimeneas, y la multitud
embotamiento de un color plano y Londres.
Hit de los coches de alquiler en el fondo,
teniendo un seguimiento del carril de los que se han ido. Feliz!
No puedo pensar de la revista, exposiciones países:
Madrid, París, Berlín, San Petersburgo, el mundo!
Para parecerse a jaulas con viveros
Los únicos edificios emadeiradas:
Cómo murciélagos, la caída de las campanillas,
salto viga en viga, los maestros carpinteros.
Come Back calafates, en masa,
de la chaqueta al hombro, se secan enfarruscados
Embrenho me overthinking por barrancos, a través de callejones,
o error por parte del muelle que los barcos del muelle.
Y recuerdo entonces la crónica naval:
moros, baixéis, héroes, todos planteadas
Camões luchan en el sur, el ahorro de un libro a nadar!
¡Singram soberbias naus que yo no veré jamás!
Y el fin de la tarde me inspira; ¡y molesta!
De un acorazado inglés vogan los escalares;
Y en el suelo en un ruido de vajilla y cubiertos
incendio en la cena, algunos hoteles de moda.
En un tren de plaza arengan dos dentistas;
Un trépego arlequín se aprieta en un andamio;
Los querubines del hogar flotan en los balcones;
¡A las puertas, en el pelo, se enfadan los comerciantes!
Se vacian los arsenales y los talleres;
Reluce, viscoso, el río, apresuran las obreras;
Y un negro, hercúlea, bajío galhofeiras,
Correr firmemente telar los Barinas.
¡Viene sacudiendo las caderas opulentas!
Sus troncos varoniles me recuerdan las pilastras;
Y algunos, la cabeza, el paquete de las cestas
Los niños que más tarde naufragio en las tormentas.
Descalzo! En las descargas de carbón
de la mañana a la noche, a bordo de las fragatas;
Y el hacinamiento en un barrio en el maullido de los gatos,
y el pescado podrido genera los focos de infección!
en el Libro de Cesario Verde




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