martes, 1 de enero de 2019

POEMAS DE MANOLO CUADRA


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(9 de agosto de 1907, Granada, Nicaragua - 14 de noviembre de 1957, Managua, Nicaragua)

DECIRES AL INDIO QUE BUSCABA TRIGO

         YO SÉ que me andas buscando
        por lo que antaño digo:
        que por un grano de trigo
        tus hijos están llorando.
        Y me pregunto hasta cuando
        lo encontrarán, indio amigo.
        E interrogándome sigo
        y me sigo interrogando.
        Si por um grano de trigo
        tus hijos están llorando,
        seguiré siempre cantando
        y sé, indio, lo que digo.
        Pues mientras me andas buscando
        el trigo, el bendito trigo,
        sigue, indio, germinando,
        em mis cantares, conmigo.
        ¡Con mis cantares, cantando,
        trigo, indio, estoy sembrando!
          (Managua, 1944)


                POEMA A HACHAZOS

                  A Octavio A. Caldera
         LOS DÉSPOTAS nos atan los pies y las manos
        y traban nuestros dientes con alambre
        porque los impotentes sienten miedo de la palabra.
        Com nosotros barren el suelo de las ciudades,
        entaponan las letrinhas y nos sumergen en las cloacas.
        Pero este será el año de los grandes milagros.
        Porque la libertad no está em la letra de imprenta,
        ni nace de diez bandidos que discuten en una mesa,
        ni viene de los carneros que mugen en el Parlamento.
        Libertad: esa palabra se aferra muy dura a nuestras
        conciencias.
        He aquí que un pobre roe su pan seco,
        he aquí que uma niña no sacia su escondido deseo,
        he aquí que muere de cólera un obrero,
        un sacerdote, un reportero.
        Pero arriba danza ebrio el dinero
        ¡y he ahí la outra cara de la moneda!
        “ Nosotros llegamos siempre tarde. Estamos tarde,
        Morrimos tarde.”
        Decid si no será esto cochino.
       Pero una gran alba se abre en nuestro camino
        porque Dios se prepara a bajar a media calle.
        Dios, que por fin se há puesto caites.
        El pan que no comemos se pudre en lejanos armarios
        y el vino hierve em las crateras lejanas.      
        Un beso, un solo beso de la mujer amada
        buscadlo ahí donde la tierra se há hecho pedazos.
        Para alcanzar la dicha siempre nos hace falta una pulgada
        y está la culpa en nuestra medrosa mirada,
        en el barniz que engaña a nuestro tacto,
        en los vergeles donde s embriaga el olfato.
        La culpa es de nuestros puercos sentidos,
        desde que nos hizo saber el señor Ministro
        que dos más dos son igual a cinco;
        por fin sabemos que dos más dos son cuatro.
        Cuando bajen al Pueblo estas simples verdades
        el mundo ha de tornarse subitamente claro
        como un cuchillo volado por el aire
        en pleno día, sobre los duros escenarios.
        
                  (Año de Guerra de 1943)

         

PERFIL


Yo soy triste como un policía
de esos que florecen en las esquinas,
con un frío glacial en el estómago
y una gran nostalgia en las pupilas.

Pero yo olvidé la clava     
y me puse el alma en la mano.

A mis pobres nervios enfermaron
tantas babosadas municipales.
Calles inexpresivas
como películas americanas.

(Los peluqueros no tienen alma,
proclama mi barba sucia).

Yo soy triste como un policía
de esos que florecen en las esquinas,
con un frío glacial en el estómago
y una gran nostalgia en las pupilas.

Pero yo olvidé el silbato
y me puse el alma en los labios.

         

ÚNICO POEMA DEL MAR


En Coconut Island,
cuando el sol se mece en las hamacas de las palmas,
miss Christine Braughtigam,
hija de una isleña puta negra
y de un viejo pirata de Holanda,
se da un baño de mar en la inmensidad de las aguas.

Su piel, de un raro color de cinamomo,
cocida a la alta presión del trópico
muchas veces, en los hornos de julio y agosto.

Su cuerpo alegre y esbelto, como el de un junco
ahumado
se irisa en las aguas de plata
entre peces de esmalte y pulpos pequeños.

Envuelta en su maillot de fuego
Christine Braughtigam se sumerge en las aguas,
¡y entonces es una brasa que se apaga!

Desde sus frescos observatorios de cocoteros
una mancha de pájaro isleños
lanza su S.O.S. de sorpresa,
porque pudiera una ola traicionera
de blanca gola con jubón celeste
—verde— llevarse a la perla de canela.

En la isla donde los cocoteros se mueven
pausadamente
esmaltando el cielo de pensamientos alegres,
Christine busca la caricia del mar afuera.
¡Quién colmara las urgencias de su sangre negra!

Desazón de los rubios y pequeños grumetes
que al maniobrar en las aguas de su vientre
despegaban de aquel muelle negro y celeste,
tristes, tristes, tristes...
¡Ay, tristes para siempre!

Fuera del agua ella es como un violinista,
sin violín y sin arco, ante el público.
Las rocas lloran lágrimas saladas,
se varan las algas en las arenas lisas
y se dicen «siento mucho» los peces lúbricos.

Fuera del agua miss Braughtigam es incompleta,
porque su elemento es este solo mar de Coconut
         Island.
Miss Braughtigam se acuna en las aguas.
Duerme a la música maternal de las palmas.

En Coconut Island,
cuando el sol se mece en sus hamacas verdes,
miss Christine Braughtigam,
hija de una isleña puta negra
y de un viejo pirata de Holanda,
entra a sus verdes potreros atlánticos
a pastorear su rebaño de pulpos y de peces.

Coconut Island,                   
donde aburro mi destierro frente al mar Atlántico
mientras arden dátiles y bananos,
y cantan los negros sus canciones esclavas,
indiferentes,
entre los cañaverales vibrantes
y el sordo rumor de las aguas.

http://www.antoniomiranda.com.br/Iberoamerica/nicaragua/nicaragua.html


República de poetas


Mi bandera pretende
como el cielo,
unir el azul y el blanco.

Equivocados los próceres
quisieron juntar abajo
lo que solamente arriba
se hermana y no siempre.

Pero algo logras, paisano,
izando el cielo en tu mástil,
¡somos un millón de hombres
con la cabeza de pájaros!


   Jardín cercado



Al fuego de mi amor estás vedada
Por los lebreles del cercado ajeno.
Rosa para mi mano no cortada.
Nunca te sorberé, dulce veneno.

Fórmula jamás cristalizada
En concreto sentido y goce pleno.
Alto muro te tiene reservada:
Tu sien palpita bien junto a otro seno.

Un hado adverso, por mi mal, lo quiso.
Ciudadela sin puente levadizo.
Barco sin pasarela, desolado.

Cuando en asirte, estúpido, me empeño,
Vuelas alta de mí, hecha de sueño,
Y estás cerca de mí, jardín cercado.


Sólo en la compañía


"En las montañas más altas de Quilalí de las Segovias,
y en las zonas mortales de estas tierra heroicas,
entre diez y siete compañeros estrechamente unidos por la aventura
yo, Manolo Cuadra, raso número 3495,
iba
solo.

Hablan los compañeros de las coplas canallas
surgidas en la hora como una flor de alivio:
Cantinas, copas rotas, meretrices

(Pero no me tienta la mochila,
menos la inútil precisión de mi rifle).

Yo voy como un tornillo fuera de mecanismo
diciendo a sotto vocce mis estupendas misas:
la tragedia de esta raza aborigen,
su pasado lleno de plumas y caciques,
el futuro elevado de su destino insigne.

Hoy por hoy voy de caza contra el indio furtivo
--extranjero en sus propias selvas americanas--
el que sembró cereales de esperanza
y cosechó vientos de pasión ciudadana;
el que enterró la esteva
en el abono de su campiña rica,
y vio truncarse el tallo de oro de su espiga
cuando dijo su augurio la boca de la Esfinge.

¿Y mañana?

Soplarán de los puntos cardinales
vahos vigorizantes de enviones proletarios:
algo que no sospechan las democracias:
espíritu de Rusia, cultura americana,
pues, en la misma gleba donde la bota hercúlea
tornó la arcilla estéril,
han de surgir, violentos, los estandartes nuevos.

Otra vez:

Cantinas, copas rotas, meretrices.
(Pero no me tienta la mochila,
menos la inútil precisión de mi rifle).

En las montañas más altas de Quilalí de las Segovias
y en las zonas mortales de estas tierras heroicas,
entre diez y siete compañeros estrechamente unidos por la aventura,
yo, Manolo Cuadra, indio, hijo de indios,
de pies electrizados por un amor de gleba
y ojos en los que asoma el orto de un sol nuevo,
repito que iba
solo. "



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