miércoles, 23 de enero de 2019

POEMAS DE LUISA PEREZ DE ZAMBRANA


Resultado de imagen para LUISA PEREZ DE ZAMBRANA

(25 de agosto de 1837, El Cobre - 25 de mayo de 1922, La Habana, Cuba)

LA vuelta al bosqueDespués de la muerte de mi esposo.

"Vuelves por fin, ¡oh dulce desterrada!,
con tu lira y tus sueños, 
y la fuente plateada 
con bullicioso júbilo te nombra,
y te besan los céfiros risueños
bajo mi undoso pabellón de sombra." 
Así, al verme, dulcísimo gemía
el bosque de mis dichas confidente;
¡oh bosque! ¡oh bosque!, sollocé sombría,
mira esta mustia frente,
y el triste acento dolorido sella,
siglos de llanto ardiente
y oscuridad de muerte traigo en ella.
Mira esta mano pura
¡ay! que ayer ostentó, resplandeciendo,
el cáliz del amor y la ventura,
hoy viene sobre el seno comprimiendo
una herida mortal... ¡Bosque querido!
¡tétricas hojas! ¡lago solitario!
¡estrella que en el cielo oscurecido
rutilas como un cirio funerario! ¡lúgubres brisas y desierta alfombra!
alzad eterno y funeral gemido,
que el mirto de mi amor estremecido
cerró su flor y se cubrió de sombra!
Sobre la frente pálida y querida
que el genio coronaba esplendoroso,
y la virtud con su inefable calma,
sobre la frente ¡oh Dios! del dulce esposo,
ídolo de mi alma,
y altar de humanidad y de dulzura,
alzó la muerte oscura
la pavorosa noche de sus alas;
y cual la tierna alondra que en su vuelo,
atraviesa las balas
y expirante y herida
baja, bañada en sangre desde el cielo,
y queda yerta y rígida en el suelo
con el ala extendida,
así mi corazón de espanto frío
quedó al golpe ¡Dios mío!
que mi vida cubrió de eterno duelo.
Cuando volvió a la luz el alma inerte,
la tierra, la montaña, el mar, el cielo,
no eran más que el sudario de la muerte.
¡Oh bosque! ¡oh caro bosque! Todavía
de este dolor la tempestad sombría
ruge en mi corazón estremecido,
y gira el pensamiento desolado
como un astro eclipsado
entre tinieblas lóbregas perdido.
Y aquí estoy otra vez... ¡oh qué tristeza
me rompe el corazón... ! Sola y errante
vago en tu melancólica maleza,
por todas partes con dolor tendiendo
el mirar vacilante;
ya me detengo trémula, sintiendo
el próximo rumor de un paso amante;
ora hago palpitante
ademán de silencio a bosque y prado,
para escuchar temblando y sin aliento,
un eco conocido que ha pasado
en las alas del viento;
ora ¡oh Dios! de la luna entristecida
a los rayos tranquilos,
miro cruzar su idolatrada sombra
por detrás de los tilos:
y la llamo y la busco estremecida
entre el ramaje umbrío,
en el terso cristal de la laguna,
bajo las ramas del abeto escaso,
mas en parte ninguna
hallo señal ni huella de su paso.
¡Triste y gimiente río
que los pies de estos árboles plateas!
¿por qué no retuviste
y en tus urnas de hielo no esculpiste
su fugitiva imagen? ¡Aura triste
que entre las hojas tu querella exhalas!
¿por qué no aprisionaste en tus alas
el eco tanto tiempo no escuchado
de su adorada voz? ¡Oh bosque amado!
¡oh gemebundo bosque! ya no pidas
sonrisas a estos labios sin colores
que con dolor agito:
pues no pueden nacer hojas y flores
sobre un tallo marchito.
Que ya en el mundo, mis inciertos ojos
sólo ven un sepulcro que engalana
flor macilenta con cerrado broche,
y allí me encuentran pálida y de hinojos
las lágrimas de luz de la mañana
y los insomnes astros de la noche.
Otras veces aquí ¡cuán diferente
vagué en su cariñosa compañía!
El arroyo luciente
como un velo de luz se estremecía
sobre la yerba humedecida y grata,
allá el movible mar desenvolvía
encajes brillantísimos de plata,
y tembladeras, pálidas y bellas
en el éter azul asemejaban
abiertos lirios de oro las estrellas.
Él con mi mano entre su mano pura
bajo flores que alegres sonreían,
me hablaba de sus sueños de ternura,
mientras con movimiento dulce y blando,
las copas de los álamos gemían
nuestras unidas frentes sombreando.
¡Oh vida de mi vida! ¡oh caro esposo! 
¡amante, tierno, incomparable amigo!
¿dónde, dónde está el mundo
de luz y amor que respiré contigo?
¿dónde están ¡ay! aquellas
noches de encanto y de placer profundo
en que estudié contigo las estrellas,
o escuchamos los trinos
de las tórtolas bellas
que cerraban las alas en los pinos?
¿Y nuestras dulces confidencias puras
en estas rocas áridas sentados?
¿dónde están nuestras íntimas lecturas
sobre la misma página inclinados?
¿nuestra plática tierna
al eco triste de la mar en calma?
¿y dónde la dulcísima y eterna
comunión de tu alma y de mi alma?
¡Lágrima de dolor abrasadora
que corres por mi pálida mejilla!
ya no hay flores ni aromas en el suelo,
ya el ruiseñor no llora,
ya la luna no brilla,
y en la desierta lividez del cielo
se borraron los astros y la aurora.
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío!
Para jamás volver; ¿a dónde ¡oh cielo!
a dónde iré sin él, por el vacío
de esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque!
hoy todo es muerte para mí en la tierra,
en la llanura con inmenso duelo
se elevan los cipreses desolados
como espectros umbríos,
las brumas en la frente de la sierra
crespones son que pasan enlutados,
van en las nubes féretros sombríos,
el mar gimiendo azota la ribera,
con sollozo de muerte el viento zumba
y es, ante mí, la creación entera
la gigantesca sombra de una tumba.



La música


A mi amiga María Luisa Fesser de Azcárate.

¡Oh! tú, que el mundo conmovido huellas,
Hada embellecedora y fascinante,
Con el cendal de cándidas estrellas
Y la fulgida [sic] lira de diamante: [sic]
Deten [sic] el paso, y las sublimes galas
Derrama de tu espléndida armonía,
Transporta el alma en tus brillantes alas
A horizontes de luz y poesía.
Y en raudales serenos y dormidos,
Ó [sic] en trémulas cascadas centelleantes,
La lluvia celestial de tus gemidos
Desata por los aires vacilantes.
Que el eco de las mágicas caricias
Que finge tu sonido regalado,
En piélagos de amor y de delicias
Se lanza el corazon [sic] enagenado [sic].
Y canta con tus quejas peregrinas,
Llora con tus suspiros inmortales,
Y bebe de tus lágrimas divinas
El cristal y las perlas celestiales.
Y el espíritu vuela suspendido
A tu rica y magnética influencia,
Y sueña con un mundo bendecido
De perpétua [sic] y dulcísima cadencia.
Pues tu armónica voz con flecha de oro
Hiere y penetra el alma extremecida [sic],
Y brotan en riquísimo tesoro
Lágrimas deliciosas por la herida.
Y solloza en poética elegía
Inefable, amorosa, lastimera,
Y se pierde, se mece y se extravía
En un éter flotante y sin ribera.
Ya en apacible y elocuente rio [sic]
Fluye y murmura con risueña calma,
Ya desciende en suavísimo rocío
Y abre flores divinas en el alma.
Ó [sic] ténue [sic] como un soplo se adormece,
Ó [sic] pasan ya tus vibraciones solas,
Como el ala de un ave que extremece [sic]
La tersa superficie de las olas.
¡Música celestial! ¿quién [sic] no se entrega
A tu poder divino cuando gimes?
¡Música celestial! ¿quién [sic] no se anega
En el mar de tus lágrimas sublimes?
Por eso en los abetos gèmidores, [sic]
En sonoro y patético lamento,
Cantaron los arpados ruiseñores
Y extasiaron los árboles y el viento.
Y por eso las náyades marinas
A revelar tu encanto sobrehumano,
Con frentes de alabastro peregrinas,
Rompieron el cristal del Oceáno [sic].
Mas ya sobre la trípode radiante
Cantas con inspirada melodía,
Y corre tu cabeza palpitante
Como un mar de ondulosa pedrería.
Y el alma gime y trémula palpita
A tu poder fascinador y ciego,
Y arrebatada al fin se precipita
En tu extasiante atmósfera de fuego.
¡Oh música! los ángeles gozosos
Te levanten un trono refulgente,
Y suspendan doseles luminosos
Sobre tu excelsa y vencedora frente.

Entrada en Jerusalén [sic]

Con la sencilla majestad severa
que su frente reviste,
tendida la sagrada cabellera
y la mirada triste;
De los doce discípulos seguido,
camina á* paso lento
al enviado de Dios, el gran ungido,
sobre un pobre jumento.
El pueblo á recibirle se adelanta
entre clamores vivos,
arrojando con júbilo á su planta
verdes palmas y olivos.
Sus vestidos le tiende entusìasmado [sic]
por amorosa alfombra,
y ardiente, palpitante, alborozado
rey y señor le nombra.
Las hijas de Sion, [sic] los parbulitos
le aclaman á [sic] porfía,
y llegan á besar sus pies benditos
con cándida ufanía.
Mas él con melancólicos enojos
mira la ciudad santa:
vierten sagradas lágrimas sus ojos
y la mano levanta,
Y así le dice con acento augusto…
“¡Oh si reconocieras
al cordero divino, pueblo injusto,
cuan venturoso fueras!
“Mas no, mi boca con afan [sic] en vano
hoy la verdad te alega,
que eres sordo á mi voz ¡oh pueblo insano!
y tu maldad te ciega.”
Enjúgase las lágrimas divinas
con solemne tristeza,
y obra mil maravillas peregrinas
con suprema grandeza.
Y con la dulce majestad severa
que su frente reviste,
tendida la sagrada cabellera
y la mirada triste.
De los doce discípulos seguido,
que repiten su queja,
el enviado de Dios, el gran ungido,
á [sic] Bethania se aleja.

Te ha besado la muerte tantas veces

“En medio de esta paz tan lisonjera”
tú lo sabías Luisa entre las ramas
de la amante familia, lo que amas
es a veces la efímera manera

de dar buen fruto sólo por un tiempo
y luego convertir en fruto amargo
el recuerdo inmortal: el cruel embargo,
de la Sombra que te atacó a destiempo.

“Has llorado mil veces que allí amabas”
has reído tan poco que ignorabas
de la risa en el llanto su recargo.

De tus versos felices sólo queda
un tesoro vendido en la almoneda
cual beso que la muerte da de encargo.

En la cruz de tu triste sepultura

A veces me pregunto por qué parten
dejándonos tan solos nuestros hijos
a sembrar en las tumbas crucifijos
que en todas nuestras lágrimas se ensarten.

A veces me pregunto si departen
sus almas de dulzura en escondrijos
del duelo de las madres: acertijos
que van sin responder cuando reparten

los hilos de la vida, y en la suerte
es más ruda la garra de la muerte
y más fuerte el vivir sin regocijos.

Y en la cruz de tu triste sepultura
a veces me pregunto si esa hondura
consiguió reunirte con tus hijos.

Después de la muerte de mis tres hijas

Y hoy dormís en el fondo de tres tumbas
con sudarios de lágrimas vestidas,
¡lirios del Paraíso deshojados!
¡nave de blancos ángeles perdida!

Ya no os veré jamás ¡flores de mi alma!
¡rosas aquí en mi corazón nacidas!
¡ya no os veré jamás!¡cómo me anego
en torrentes de lágrimas de acíbar!



No hay comentarios.:

Publicar un comentario