sábado, 31 de diciembre de 2016

POEMAS DE CIRO MENDIA

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(1 de mayo de 1892, Caldas - 4 de octubre de 1979, La Ceja)

LAS DOS AVENIDAS

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Por la avenida del olvido, lento
iba mi corazón convaleciente,
iba medio feliz, medio sonriente,
casi sin un dolor, casi contento.
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Ya no tenía nubes en la frente
y estaba más sumiso el pensamiento,
y en ese fino y cálido momento
nada oscuro guardaba ya en la mente.
.
Yo miraba las aves y las hojas,
la tarde ardía de pinturas rojas,
cuando te ví de nuevo y no me viste.
.
Yo dejé del olvido la avenida
y tomé del amor, la conocida,
y por la del olvido tú seguiste.


SOLEDADES

.
Pesa el ambiente y un doliente peso
hace llorar la página del día;
se me rompen la voz y la alegría
en esta soledad de carne y hueso.
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Se me clava la ausencia de tu beso
y hace sangre mi luz. Yo te diría
que ya mi corazón perdió la vía,
porque el tuyo ha olvidado su regreso.
.
A esta casa sin miel y sin objeto,
hasta la lumbre le faltó al respeto
y el viento y el amor la han golpeado.
.
Es una isla conmovida, en donde
se oye de noche, pávido, y se esconde,
el grito de un fantasma enamorado.

TRAGEDIA DE UNA VIRGEN


Era una buena chica, bien plantada,
Vivaz, alegre, fina, coquetona,
Era una gran delicia su persona
Por dioses y por diosas alabada.

Las tres gracias le dieron la corona, 
Y por grandes poetas celebrada
Fue en el alto Parnaso señalada
Como la más picante y la más mona.

Pero el amor –el bicho entre los bichos-
Que tiene sus manías y caprichos
De su moral va siempre a la defensa.

-Virgen y rica soy… me dijo un día,
Y exclamé sin creer lo que decía:
¿Virgen y millonaria? ¡Que vergüenza!


Cambio de Escena

Yo vivía al derecho y buenamente,
era dueño y señor de mi pobreza,
pero nunca faltaron en mi mesa
el pan ni la botella de aguardiente.
Yo era el amigo de la buena gente,
yo no dejaba entrar a la tristeza
en mi sangre y reía con largueza
y era ingenioso y casi inteligente.
Me divertía con sabrosas ganas
y al aire echaba canas, tantas canas,
que invadió la calvicie mi cabeza.
Pero un día la muerte —actriz notable—
abrió otra vez mi puerta respetable
y la velada convirtió en tragedia.

En Casa

Yo soñaba en mi casa, viejo, oscuro,
entre libros y lágrimas y penas,
y aspiraba a quitarme las cadenas
y huir, saltando por el alto muro.
Ya mi razón se iba del seguro,
mis manos no eran ya las manos buenas
que de heridas con sal se alzaban llenas
y a un milímetro estaba del cianuro.
Entró una sombra azul, qué bien lucía,
y dijo en baja voz —¿Decirme quiere
si vive aquí el cantor Ciro Mendía?
Yo que al piano ensayaba un miserere,
le dije sin creer lo que veía:
—No, señor, aquí muere.

En los Funerales de un Amigo

Qué exequias más hermosas, qué gentío,
cuántas flores y sombras, cuánta pena,
con su mutis quedó sola la escena,
cuántas hojas caídas sin rocío.
Qué silencio en las voces, y qué frío
por el amigo muerto. Gime llena
de angustia el alma por el alma buena,
cómo me dueles, compañero mío.
La amistad y el amor están presentes,
la pluma y el talento están de luto,
nieblas hay en los ojos, en las frentes.
Y pienso al ver el fúnebre ajetreo
que por razones de mi ceño hirsuto
no irá a mi entierro nadie, ni yo, creo.

Nada de Misereres

Yo no quiero morir, morir me asusta
y la muerte se me hace muy pesada,
me cae gorda la desnarigada,
pues no sabe de amor, ni a nadie gusta.
Me molesta y fastidia con su fusta
y con perdón, no sirve para nada,
es una pobre hembra fracasada,
y es aguafiestas y además injusta.
Yo no quiero morirme ni de broma,
me gusta más la pera que el fibroma,
más la luz que los largos apagones.
Me gusta más la risa que el lumbago,
por un responso que me den un trago
y el cielo se lo dejo a los gorriones.

Discurso del Homenaje

En el mar de mi vida, un oleaje
cortó mi nave con su doble filo
y un dolor negro con su viejo estilo
ha malogrado mi terrestre viaje.
Para poder venir a este homenaje
tuve que alzar mi corazón en vilo;
saqué mi alma de su helado asilo
y hasta mi casa con amor la traje.
Y al corazón le dije: —Viejo, vamos
a agradecer honores. Y aquí estamos
en esta noche grata pero yerma.
Mas sabed que mi alma azul no vino,
porque del goce ya olvidó el camino,
y porque estaba demasiado enferma…

Antes de Caer el Telón

Muy bien, queridos, en morir consiento,
me les entrego ya de pies y manos,
preparen la madera y los gusanos,
que está finando aquí mi último aliento.
Se terminó esta farsa y este cuento,
yo les deseo permanezcan sanos.
Va a caer el telón… ¿Decís, hermanos,
que deje blanca para el gran momento?
Nada de misas ni de plañideras,
ni músicas, ni mármoles, ni ceras,
yo me niego a dejar —rotundo, ufano—
para tales minucias mis dineros.
Me entierran en el hueco más cercano,
o los apesto gratis, caballeros.

Sacándole el Cuerpo

Permita el moribundo me retire
que a la muerte le tengo mucho miedo,
nunca en sus mañas viejas yo me enredo
y ni siquiera admito que me mire.
Mas yo quiero saber si cuando estire
mi ilustre pata —si es que hacerlo puedo—
y cuando quede por completo quedo,
mi modo de morirme se me admire.
Como homenaje póstumo quisiera
que amigos ebrios a mi cabecera
celebraran mi último suspiro.
No soy rey —ni de copas— te lo advierto,
pero qué grato oír después de muerto:
¡Ciro Mendía ha muerto! ¡Viva Ciro!

Camino de sus labios

Que una fiesta de viento y brisa alabe
tu cuerpo, cuerda que en las arpas debe,
el tallo de una risa rosa, leve,
un tallo Azul de nube y uva y ave.
Es un tallo de nieve y ola breve,
es un tallo de música tan suave,
que el corazón -tu corazón- no sabe
si es el amor o el tallo que se mueve.
En ese tallo -es flor tu cabellera-
está de punta en blanco la blancura
y amapolando gracias se consume.
Un tallo tan sotil que si no fuera
por la luz que sostiene tu cintura,
hasta lo doblaría tu perfume.

Invitación a la muerte


Es más difícil vivir que ahorcarse.
Harmann Hesse


I
Yo no sé —ni saber quiero—
si estoy viviendo o llorando.
Para comer con la muerte,
me voy a morir un rato.

Me voy a morir de senos,
me voy a morir de labios.
Para hacerme otra envoltura,
me voy a morir un rato.

No quiero morir de Ciro,
me quiero morir de Carlos.
Para conocer la tierra,
me voy a morir un rato.

No quiero morir de muerte,
me quiero morir de sano.
Para saber si estoy vivo,
me voy a morir un rato.

No quiero morir de lunes,
me quiero morir de sábado.
Para castigar mi sexo,
me voy a morir un rato,

No quiero morir de cisne,
quiero morir de lagarto.
Para Jugar con mis huesos,
me voy a morir un rato.

No quiero morir de hoja,
mo quiero morir de pájaros
Para ver mi calavera,
me voy a morir un rato.

Me voy a morir de amigo,
me voy a morir de mármol.
Para cambiarme de ojos,
me voy a morir un rato.

Me voy a morir de vida,
me voy a morir de barro.
Para detener mi sangre,
me voy a morir un rato.

Me voy a morir de risa,
me voy a morir de árbol.
Me voy a morir un poco,
me voy a morir un rato...

¿Quién no se llama Carlos?
César Vallejo


II
Ha muerto Carlos Mejía
(¡al fin se murió de Carlos!).
En la esquina de la muerte
se lo llevaron los diablos.
Resucitó el mismo día
Y el record le quitó a Lázaro.
Su muerte y su vida fea
por fortuna no cantaron,
aedas de a dos por cinco,
juglares de tres al cuarto.
Yo no sé —ni saber quiero—
si está viviendo o llorando.


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Por el camino de árboles morenos
en su coche —dragón de lejanías—
va la señora de mis buenos días,
de buenos ojos y de labios buenos.

Quedan los cielos y la tierra llenos
de aquellas sus fragantes jerarquías,
cuando la tarde rompe sus estrías
y se queda a dormir sobre sus senos.

De hoja en hoja y de ala en ala
la sigue mi sediento pensamiento
en un viaje de escalas florestales.

Y al pasar de la miel la maríscala,
sus armas de perfumes y de viento,
presentan los soldados vegetales.

***

Mi pensamiento va a tu lecho rosa
a buscar en sus márgenes tu fuego,
y vestido de insomnio en él delego
mi amor de mar, de tierra y mariposa.

Sobre tu sueño pálido se posa
el ruiseñor de plata de mi ruego,
y a su aliento de almibares entrego
la copa de mi vida silenciosa.

Cuando apareces a mi afán desnuda,
el heraldo nocturno te saluda.
Y el pensamiento —amante sigiloso—

para no despertar su norte y senda,
se aleja de tu alcoba, temeroso
de que el sol en tus brazos lo sorprenda.

***




No para en casa el pensamiento. Corre
con crépidas de viento a tu presencia
a rondar por tu egiógiea eminencia,
mástil de amor, de mi alegría torre.

Playas de espanto por tu pan recorre
—saeta de lejana transparencia—
y si tu sangre duerme y se silencia,
con mi anhélito amigo te socorre.

Rival del gamo, del centauro guía,
ya a fu lecho —de frutos melodía—
a tocar en tu carne y en tus huesos.

Con pies de brisa, de suspiro y pluma,
llega a tus muslos de rosada espuma
y sube... y sube prodigando besos.

***



(Casi soneto)


En medio de cadáveres de olas,
de sirenas, de yodos y de sales,
soy una isla insomne, inexplorada
de voz lejana y corazón distante.

Soy una isla fértil, extendida
en la epilepsia de malditos mares;
una isla de poros y sentidos
donde aullan los huesos y la sangre.

Una isla de fuego guarnecida
de niños, de fantasmas y gigantes;
una isla de sueños y alaridos

donde tú sola habitas —sol de carne—,
Una isla...  una isla... absurda... absorta...
rodeada de amor por todas partes.


Con su roca a la espalda


Yo vi cómo aquel hombre se comía los horizontes con sus pasos,
cómo rompía vallas de diamantes con los dientes y las uñas;
yo vi cómo en sus sienes palpitaba una fuerza de agua hirviendo,
un torrentoso anhelo de destrucción, un macizo de iras y de odios;
yo vi cómo cruzaba océanos, montañas, parques, desiertos, pantanos,
selvas, jardines y ciudades, desmelenado, abierto, furente, trepidante,
con la frente enramada de estrellas y futuros, de sudores y pólvora,
No era un hombre, era un cataclismo, una bestia con palabras y látigo.
Con los  brazos tatuados de símbolos, el corazón con ruedas de fuego,
perforando nieblas y tinieblas, árboles dormidos y puentes temblorosos,
daba el pecho al grito de las tempestades, rugiendo, apostelando,
sin parar un momento, sin caer un momento, sin dejar de esperar su sombra,
aquella sombra rota que aún tenía frescas las heridas del último tormento.
Otra brisa diabólica había hinchado, pálida, su velamen de angustias.
En sus manzanos y perales flotó el humo de hierro de la nueva hecatombe
y la voz de la muerte se oyó en su huerto con oboes de lágrimas.

Y el viento y el rayo no sabían por qué aquel pedazo de hombre corría tanto.
Yo vi cómo una noche se cortó los cabellos —los cabellos de épicos cordajes—
para hacerle una almohada a un niño enlutecido de Corea.
Lo vi llorar para calmar la sed oscura de un hermano caído y destruido.
Porque aquel ser de bálsamos malditos, volaba sin tener alas,

Corría y sus pies y sus piernas se habían quedado en otra parte.
Era él el mútilo, la flecha paralítica, la saeta partida, pero tenia piernas
pies y alas en el corazón, en los músculos, en la  mente,
porque partía a defender el orgullo multicolor de los pavos reales
y porque —con cara de diluvio— los diplomáticos dijeron —voz canosa—
que se mataran otra vez los hombres a ver si eran tan hombres como éllos.
Hizo trinar cañones y creyó que eran flautas las ametralladoras;
en la hoja de su cuchillo quedaron grabadas las mascarillas de sus víctimas
y en su afán ecuménico mató a quemarropa águilas, alondras, colibríes,
la Osa Mayor y a su gitano, las Siete Cabrillas y a su pastor sonámbulo
y más de una bala suya cayó a los pies del Padre Eterno.

¿Por qué corría tanto aquel hombre, saldo de dioses extraviados?
Porque la probidad heroica del pueblo no da espera ni cede ni vacila
y porque Prometeo continúa corriendo con su roca a la espalda.

Corría para ganar su cacho de pan, su cama negra, su vino de alimañas,
para que no destruyeran su pocilga, para que no partieran en dos a sus hijos
y a su mujer preñada; para que los ángeles y serafines de Wall Street
no fueran robados por los otros ladrones; para que su bandera
no fuese destrozada después de haber sido vendida por un bistec de hormiga.
Para espantar su miseria y la farsa económica y las falsas arengas,
para que las máquinas cantaran su canción pingüe al amo absoluto
y porque ya la patria la forman los gobiernos inútiles, los ociosos magnates,
y el trigo a media asta para que no lo vean las pupilas vestidas de hambre.
Y porque aquel hombre vacío que corría como el viento crinado,
conto eI gamo de goma, como el rayo de mástiles indómitos,
lo impulsaba un ideal clavado en la piel, en la luz en el llanto,
una pasión, la pasión máxima, la pasión vesubiana, la pasión que sostiene,
la pasión que se eleva y rebota, que es la pasión de la libertad íntegra.
Corría... volaba... —exhalación pensadora— para alcanzar al viento, al gamo, al rayo,
porque en el viento, en el gamo y en el rayo, está la ruta del hombre libre.

Por qué corría tanto aquel hombre, saldo de dioses extraviados?
Porque la prohibidad heroica del pueblo no da espera ni cede ni vacila
y porque Prometeo continúa corriendo con su roca a la espalda.

Pasó por playas de terror, por abismos de espanto, por cúpulas de cráneos,
por praderas de entrañas; bebió sangre ya negra, mascó dolor y carne de caballo
y en el idioma de la muerte habló con todos los cadáveres del mundo,
porque de todo ese mundo que miraron sus ojos, no quedó una copa de tierra
que no se llevara a sus labios aquel inocente turista del infierno.
Hasta que un día sin sonido, un día sin horas, sin lumbre, sin espacio,
—porque ya las encinas no quieren dar su sombra a los escogidos—
cuando hubo llegado a la meta segura, a la meta de cuero de la muerte,
ese mártir giróvago, ese San Sebastián de las trincheras,
se acordó que no tenía pies ni piernas ni alas, ni corazón, ni patria,
ni pasión, ni destino, ni libertad, ni sangre.

Y fue así como el gamo de goma —a la zaga— les preguntó aI viento y al rayo
por qué y para qué aquel fragmento de hombre había corrido tanto.
Callaron rayo y viento. Porque adelante iba Prometeo con la roca la espalda.

Fantasía para un sábado sin límites (Con un tratado sobre el amor al alcance todos) (Fragmento)



Hay que levantar la vida a fuerza de sábados
a punta de sábados
de sábados maduros y futuros,
de sábados con cresta y alegría,
de sábados con olas y con hilos,
con cohetes y papagayos.


Borrar todos los días y hacer del almanaque
un sábado grande, abierto,
largo, largo,
que el sábado es la almendra bisiesta
y porque la semana está llena de espantapájaros.


Un sábado con lunes grises, martes feos,
con miércoles sin brisa, con jueves sin garbanzos,
con viernes rotos
y domingos heridos,
porque en el sábado hay madera para hacer de él mil años.
Un sábado de vino sin eneros ni diciembres,
un sempiterno y constante sábado.


Yo tuve una novia que no me besaba sino los sábados,
porque su boca estaba llena de azúcares
y sus senos eran dos sábados.
Por eso aquella novia mecánica,
de frutales convites,
se me murió un lunes
y yo no tuve un domingo para llorarla
ni para rezar por sus manos.
Y el día que yo vi, oí y sentí a Dulcinea,
-que me enredé en sus labios-
fue un sábado de gloria, de dulce de esmeraldas,
un enorme, un inmenso sábado, un prodigioso sábado.
Porque Dulcinea vino de una tierra sin hojas,
de un país sin pantanos,
en donde las golondrinas y los niños
conocen cuando es sábado.
Aquel sábado fértil, de repente,
yo estaba enamorado, definitivamente enamorado,
enamorado como el anillo de su dedo,
como la luz de la bombilla,
como la enredadera de su muro,
como un par de dados.


Porque el sábado es demócrata y risueño,
viste overol  y camisa de nardos
y todo el día se embriaga
y manda sus problemas al diablo.
Se corona de rosas de piedras preciosas,
de besos y de estrellas del todo alcaparrado.

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