viernes, 16 de diciembre de 2016

POEMAS DE LUCIA SÁNCHEZ SAORNIL

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Cuatro Vientos



Mi balcón:
rosa del cristal frente al ocaso.

En el río del horizonte
naufraga Cuatro Vientos,
nido de águilas de acero,
de alas inmóviles
y vientres sonoros.

Tarde de Domingo,
cuando se ahoga el sol en el río fantástico.
He aquí los grandes pájaros sonoros,
rondel de gaviotas,
sobre un mar lejano.
En la costa ilusoria
hay un faro:
la torre radiotelegráfica.
He aquí los grandes pájaros sonoros,
que se elevan, se persiguen y se abaten,
sobre las lejanas olas imaginarias.
Tornan a alzarse
triunfales, como cóndores altivos,
trepidan los vientres locos
en una embriaguez de energía,
canto bárbaro de las fuerzas domeñadas.

Un pájaro soberbio
rasga el cristal del poniente
en un vuelo al sol.
Y de pronto
aletea... gira y cae.
Temblamos,
como si la tierra se hubiera removido
en una sacudida sísmica.

Un pájaro yace inerte y roto:
sobre la tierra,
cara al sol,
el corazón del pájaro muerto
de una estrella caída y opaca.

El río del horizonte,
que se había teñido de sangre,
se desbordó por los cielos.



Nocturno de cristal

 Los cisnes
cobijan la luna bajo sus alas.
¿Quién ha sembrado el fondo negro
de anzuelos de oro?
Las hojas de los árboles
sobre el estanque sueñan
con un viaje a ultramar.
Me ha tentado el suicidio
y al mirarme en el espejo
me ha espantado mi doble
ahogándose en el fondo.





Es en vano


Para Eugenio Montes, piloto ultraísta

    Detrás de nosotros
dejamos un rastro de cadáveres.
   A cuántos los quisiéramos resucitar
y darles su sol y su cantar y su sonrisa
   Nada hay que pueda ponerlos en pie
      De algunos nos hemos traído el perfume
pero ellos van en sus cajas negras
río abajo.





Paisaje de arrabal


Anochecer de domingo


 ¿Quién aprisionó el paisaje
entre rieles de cemento?

Bocas hediondas ametrallan la noche
Los hombres que tornan del domingo
con mujeres marchitas colgadas de los brazos
y un paisaje giróvago
en la cabeza
vendrán soñando en un salto prodigioso
para que el río acune su sueño

Un grito mecánico entra en el puente
De pronto alguien
ha volcado sobre nosotros su mirada desde
la curva de la carretera
Pasó
Sus ojos van levantando
los paisajes que duermen
Ahora la luna ha caído a mis pies



Domingo

 La ventana bosteza
      en el fondo
cansada de mirar
      siempre el mismo paisaje
En el plano del alma
nadie pone su mano.
      En la ciudad
      la cinta cinemática
      desenrolla su metraje.
No quiero
no quiero
no quiero
      Film para los horteras
      y las porteras.
La semana
canta su estribillo.
El lago del recuerdo
se colma de suspiros
      Un gramófono ronca
Domingo
domingo
domingo.



Paisaje en el recuerdo

 Se ahoga en el canal la voz del río
y el agua que cantaba suena ahora,
a la luz indecisa de la hora,
un paisaje sin voz, yerto de frío.
En finísima nube de rocío
la pereza del agua se evapora,
y mojando la atmósfera, colora
de un tenue violeta el praderío.
El paisaje en la niebla sepultado,
dudando entre lo real y lo soñado,
un mensaje nos trae en cada cosa.
Y tan alto y tan hondo lo sentimos
que acude la palabra temblorosa
sólo por recordarnos que vivimos.



A Sara, muerta, que clamó a Dios desesperadamente


 Hoy ya no estás. Pero el recuerdo roba
al presente cruel su luz más pura.
Vaciada en ausencia tu figura
puebla el aire caliente de tu alcoba.

¿Era Dios en tu boca la locura
o era por el contrario la esperanza?
¡Quién sabe! En esa hora. Nadie alcanza
si el que habla es el espanto o la ternura.

Di, ¿te cegó una luz? ¿se abrió un abismo?
¿la fuente del dolor quedó agotada?
¿quién te tendió la mano, fue Dios mismo?

No fuerza tu secreto mi abrasada
interrogante boca. Estás sellada
devorando el dolor de tu mutismo.

  



No más que ayer...

 Creíste renacer y estabas yerta,
bien yerta sí, bien fría, fatalmente,
nada podrás hallar que te caliente;
estás definitivamente muerta.
Ayer, no más, creías estar cierta
que campanas de gloria de repente
cantaban para ti, y alegremente,
para oír la señal, fuiste a la puerta.
No más que ayer... pero hoy has escuchado
un doblar de campana acompasado
que te avisa que ya no estás despierta.
Y en vano junto a ti la vida grita,
porque era de verdad que estabas muerta,
y un muerto de verdad no resucita.


Canto nuevo

  

¡Oh, cuánto tiempo HORA NUESTRA
            te hemos esperado!, ¡cuánto!
            Oh, cuántas veces tendimos 
el cable de nuestra mirada limpia al futuro
y aplicamos el oído extático
al viento,
ávidos de distinguir
tu música en embrión!
¡Oh, cuántas veces
el diamante de nuestro deseo
partió el cristal del horizonte
buscándote más allá de la aurora!

Y al fin te poseemos,
            HORA NUESTRA;
            al fin podremos mecerte en nuestros brazos
y escribir tu claro nombre en nuestras frentes.

            Hermanos,
he aquí, todo cumplido;
hagamos braserillos en el hueco de nuestras manos
para esta “LLAMA ALARGADA”.

            El horizonte es la pauta, hermanos.
Nuestros martillos, pulidos y brillantes
como uña de mujer,
canten sobre las columnas truncas,
sobre los frisos rotos.
Tal un vendaval impetuoso
borremos todos los caminos,
arruinemos todos los puentes,
desarraiguemos todos los rosales;
sea todo liso como una laguna
para trazar después
la ciudad nueva.

            Tiranos del esfuerzo
nuestros brazos levantarán esta vieja Tierra
como en una consagración.

            Un abanico de llamas
consumirá las viejas vestiduras
y triunfaremos, desnudos y blancos,
como las estrellas.

Lo que hemos creado esta hora
alcanzaremos todas las audacias;
NOSOTROS EDIFICAREMOS
LAS PIRÁMIDES INVERTIDAS.

(1920)

Romance de Durruti

¿Qué bala te cortó el paso
-¡Maldición de aquella hora!-
atardecer de noviembre
camino de la victoria?

Las sierras del Guadarrama
cortan la luz y sombra
un horizonte mojado
de agua turbia y sangre heroica.
Y a tus espaldas Madrid,
con el ojo atento a tu bota,
mordido por los incendios,
con jadeos de leona,
tus pasos iba midiendo
prietos el puño y la boca.

¡Atardecer de noviembre,
borrón negro de la historia!

Buenaventura Durruti,
¿Quién conoció otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre tierra española?

Acaso estabas soñando
las calles de Zaragoza
y el agua espesa del Ebro
caminos de laurel rosa
cuando el grito de Madrid
cortó tu sueño en mal hora...

Gigante de las montañas
donde tallabas tu gloria,
hasta Castilla desnuda
bajaste como una tromba
para raer de las tierras
pardas la negra carroña,
y detrás de ti, en alud,
tu gente, como tu sombra.

Hasta los cielos de Iberia
te dispararon las bocas.
El aire agito tu nombre
entre banderas de gloria
-canto sonoro de guerra
y dura función de forja-

Y una tarde de noviembre
mojada de sangre heroica,
en cenizas de crepúsculo
caía tu vida rota.

Sólo hablaste estas palabras
al filo ya de tu hora:
Unidad y firmeza, amigos;
¡para vencer hais de sobra!

Durruti, hermano Durruti,
jamás se vió otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre la tierra española.

Rostros curtidos del cierzo
quiebran su durez de roca;
como tallos quebradizos
hasta la tierra se doblan
hercules del mismo acero
¡Hombres de hierro, sollozan!

Fúnebres tambores baten
apisonando la fosa.

¡Durruti es muerto, soldados,
que nadie mengüe su obra!

Sen buscan manos tendidas,
los odios se desmoronan,
y en las trincheras profundas
cuajan realidades hondas
porque a la faz de la muerte
los imposibles se agotan.

-Aquí está mi diestra, hermano,
calma tu sed en mi boca,
mezcla tu sangre a la mía
y tu aliento a mi voz ronca.
Parte conmigo tu pan
y tus lágrimas si lloras.
Durruti bajo la tierra
en esto espera su honra.

Rugen los pechos hermanos.
Las armas al aire chocan.
Sobre las rudas cabezas
sólo una enseña tremola.

Durruti es muerto. ¡Malhaya
aquel que mengüe su obra!



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