Este
tercer libro, que publica el poeta Jorge Mario nos entrega las visiones,
vivencias, y la poesía decantada, madura de un hombre que ha recorrido con su
mirada y su vida varias esquinas del mundo. Con un lenguaje desprovisto de
grandilocuencia, nos habla desde el poema. Nos hace reflexionar desde el mismo
concepto de la mosca, hasta pensar en Dios, el amor y la amada. La voz de Jorge
Mario siempre ha sido muy singular, nos pone a dudar, a pensar nos acosa, nos
lleva al recuerdo, a la nostalgia a saborear el primer beso. Este trabajo: LOS
DÍAS QUEDAN se lee como una suerte de bitácora vital, un manual de viaje por la
vida.
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Rápido,
y sin pensar, cerré de un golpe
el
libro: Novalis. Bella criatura.
Cerca
de la palabra Azul, el sediento
mosquito
estampó en ocres,
sobre
el bermellón de mi sangre,
la
impronta
de
su cuerpo ido
Ajááá,
ajááá
(solo
de guitarra).
No
supe qué pensar:
cualquier
interpretación
se
me antojó caprichosa.
A
decir verdad, el día era sereno
y
las nubes blancas.
HISTORIA
Se
supo más Minotauro que Teseo. Lo aceptó
tras
una estéril lucha consigo mismo. Conocía
de
antaño la existencia de la bestia, por el ruido
de
sus pasos. Por el empuje horizontal en el pecho.
Muerto
el joven héroe, siguió el curso del hilo que
Lo
conduciría a Ariadna. En sus brazos escuchó,
conmovido
el paso de la sangre. Husmeó en cada
rincón
el rastro de la sal, del agua, el olor de las sombras.
Disfrutó
del cuerpo de la muchacha, bebió de la
Luz
enamorada de su risa. Pero se negó al destino
Del
Unicornio, que le proponían sus besos.
Una
noche, mientras su amante dormía plácida,
unas
entrañas de fuego y un frío hocico lo condujeron
de
nuevo a las calles del laberinto.
Allí,
consciente de su error, escribió estos amargos versos.
EL PASO SUSPENDIDO
1.
Los
caballos, los héroes. Los estadistas
y
sus plumas. Pero ante todo los caballos.
Los
caballos inmensos, congelados
en
el tiempo. En la pátina del bronce. El paso
detenido,
casi ligero y decidido a la vez.
Cuánto
viento entre su grupa. Cuánta luz
se
ha reflejado en los músculos del cuello y
ha
afilado sus rasgos. Cuántas veces las nubes,
presurosas,
se posaron sobre sus pupilas frías,
o
le llamaron de lejos, inútilmente.
Cuánto
tiempo ha transcurrido bajo el casco.
Ah,
el tiempo: de ello, saben mejor que tú
el
escultor y los maestros orfebres. Incólume, míralo,
incólume,
el paso suspendido ante tu mirada incrédula.
Paseos,
jardines, palomas, ascensores, transeúntes, libros,
heladerías,
niños. Músculo y sangre junto a la fuente.
El
siglo diez y nueve que como amenaza y memoria.
Juguetes
ambiguos. Ornamento de los parques.
2.
Éste
fundó una república, aquel, ordenó la degollina.
Ése
otro se sumó al griterío en las calles y actúo siempre
con
astucia. Siempre el rostro del hombre oculto bajo
la
máscara de la historia. ¡No se la arranques!
¡No
levantes el velo! No te gustaría ver lo que hay por ver.
Mejor
así: sin mala conciencia se escribe la historia.
¿Cómo
te llamas? ¿Arrastras cadenas? Me preguntan
¿De
donde
El
agua que bebes? ¿Y la escuela a la que van tus hijos?
¿Qué
sería de ti sin la sangre derramada? Pero, ante todo,
Sin
la sangre de otros, vertida sobre la tierra negra.
Créeme.
Deja que los niños jueguen en el pedestal
y sueñen. Acaso alguno grite, blandiendo una
rama hallada
en
lo más profundo del bosque, como quizás lo haga
aquel
chiquillo: “Alto ahí, en nombre de la humanidad”.
Y
la rama sea luz, bandera, mañana, agua, nunca espada.
3.
Y
, puesto que el alcohol en la sangre, y un Sol
casi
transparente. Deja que las nubes traigan
(hoy,
veintiuno de julio, único de julio, veintiuno, de dosmilseis,)
Beirut
nuevamente, de manera infame, destrozada,
y
en Mingueo, Macondo, cuarenta y tres cuerpos
con
las manos atadas a la espalda, bajo tierra
esperan,
los rostros entre caracolas y hormigas.
Deja
que las nubes traigan el recuerdo de cuando vivías
aún
en casa, tras una máquina de escribir, muy joven,
ebrio
de amor, y tu padre dijo, pensando en no sé qué,
Cuídate
hijo, el mundo es de los asesinos, no de los poetas.
Si
le hube escuchado, si no le hubiese escuchado.
Pero
igual, padre. Pero igual ¿Qué hacer?
4.
Mejor
así. Mejor borracho, en esta plaza, a un costado
de
la inmensa Biblioteca que se yergue sobre sobre un cubo
de
luz. La suave hierba, la fuente, el jardín. ¿Y nosotros?
Ay.
¿Qué hacer? ¡Esa pregunta! ¿Qué hacer más que insistir
en
las palabras? ¡Sí: juegos del aire,
columnas
de aire entre los dientes! ¿Pero qué? Mejor perecer
que
dibujar en el propio rostro el rostro de las bestias.
La
suave yerba, en el jardín tendido.
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