jueves, 1 de marzo de 2018

LOS DÍAS QUEDAN Por Jorge Mario Echeverry


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Este tercer libro, que publica el poeta Jorge Mario nos entrega las visiones, vivencias, y la poesía decantada, madura de un hombre que ha recorrido con su mirada y su vida varias esquinas del mundo. Con un lenguaje desprovisto de grandilocuencia, nos habla desde el poema. Nos hace reflexionar desde el mismo concepto de la mosca, hasta pensar en Dios, el amor y la amada. La voz de Jorge Mario siempre ha sido muy singular, nos pone a dudar, a pensar nos acosa, nos lleva al recuerdo, a la nostalgia a saborear el primer beso. Este trabajo: LOS DÍAS QUEDAN se lee como una suerte de bitácora vital, un manual de viaje por la vida.

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Rápido, y sin pensar, cerré de un golpe
el libro: Novalis. Bella criatura.

Cerca de la palabra Azul, el sediento
mosquito estampó en ocres,
sobre el bermellón de mi sangre,
la impronta
de su cuerpo ido

Ajááá, ajááá
(solo de guitarra).

No supe qué pensar:

cualquier interpretación
se me antojó caprichosa.

A decir verdad, el día era sereno
y las nubes blancas.


HISTORIA


Se supo más Minotauro que Teseo. Lo aceptó
tras una estéril lucha consigo mismo. Conocía
de antaño la existencia de la bestia, por el ruido
de sus pasos. Por el empuje horizontal en el pecho.

Muerto el joven héroe, siguió el curso del hilo que
Lo conduciría a Ariadna. En sus brazos escuchó,
conmovido el paso de la sangre. Husmeó en cada
rincón el rastro de la sal, del agua, el olor de las sombras.

Disfrutó del cuerpo de la muchacha, bebió de la
Luz enamorada de su risa. Pero se negó al destino
Del Unicornio, que le proponían sus besos.

Una noche, mientras su amante dormía plácida,
unas entrañas de fuego y un frío hocico lo condujeron
de nuevo a las calles del laberinto.

Allí, consciente de su error, escribió estos amargos versos.


EL PASO SUSPENDIDO


1.


Los caballos, los héroes. Los estadistas
y sus plumas. Pero ante todo los caballos.
Los caballos inmensos, congelados
en el tiempo. En la pátina del bronce. El paso
detenido, casi ligero y decidido a la vez.

Cuánto viento entre su grupa. Cuánta luz
se ha reflejado en los músculos del cuello y
ha afilado sus rasgos. Cuántas veces las nubes,
presurosas, se posaron sobre sus pupilas frías,
o le llamaron de lejos, inútilmente.

Cuánto tiempo ha transcurrido bajo el casco.
Ah, el tiempo: de ello, saben mejor que tú
el escultor y los maestros orfebres. Incólume, míralo,
incólume, el paso suspendido ante tu mirada incrédula.

Paseos, jardines, palomas, ascensores, transeúntes, libros,
heladerías, niños. Músculo y sangre junto a la fuente.
El siglo diez y nueve que como amenaza y memoria.
Juguetes ambiguos. Ornamento de los parques.

2.


Éste fundó una república, aquel, ordenó la degollina.
Ése otro se sumó al griterío en las calles y actúo siempre
con astucia. Siempre el rostro del hombre oculto bajo
la máscara de la historia. ¡No se la arranques!
¡No levantes el velo! No te gustaría ver lo que hay por ver.
Mejor así: sin mala conciencia se escribe la historia.

¿Cómo te llamas? ¿Arrastras cadenas? Me preguntan
¿De donde
El agua que bebes? ¿Y la escuela a la que van tus hijos?
¿Qué sería de ti sin la sangre derramada? Pero, ante todo,
Sin la sangre de otros, vertida sobre la tierra negra.

Créeme. Deja que los niños jueguen en el pedestal
 y sueñen. Acaso alguno grite, blandiendo una rama hallada
en lo más profundo del bosque, como quizás lo haga
aquel chiquillo: “Alto ahí, en nombre de la humanidad”.
Y la rama sea luz, bandera, mañana, agua, nunca espada.

3.


Y , puesto que el alcohol en la sangre, y un Sol
casi transparente. Deja que las nubes traigan
(hoy, veintiuno de julio, único de julio, veintiuno, de dosmilseis,)
Beirut nuevamente, de manera infame, destrozada,
y en Mingueo, Macondo, cuarenta y tres cuerpos
con las manos atadas a la espalda, bajo tierra
esperan, los rostros entre caracolas y hormigas.

Deja que las nubes traigan el recuerdo de cuando vivías
aún en casa, tras una máquina de escribir, muy joven,
ebrio de amor, y tu padre dijo, pensando en no sé qué,
Cuídate hijo, el mundo es de los asesinos, no de los poetas.
Si le hube escuchado, si no le hubiese escuchado.
Pero igual, padre. Pero igual ¿Qué hacer?

4.


Mejor así. Mejor borracho, en esta plaza, a un costado
de la inmensa Biblioteca que se yergue sobre sobre un cubo
de luz. La suave hierba, la fuente, el jardín. ¿Y nosotros?
Ay. ¿Qué hacer? ¡Esa pregunta! ¿Qué hacer más que insistir
en las palabras? ¡Sí: juegos del aire,
columnas de aire entre los dientes! ¿Pero qué? Mejor perecer
que dibujar en el propio rostro el rostro de las bestias.
La suave yerba, en el jardín tendido.



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