sábado, 16 de abril de 2022

POEMAS DE VICENTE GAOS



Faut-il  s'abétir?

 

-¿Hacia dónde vamos?

-Vamos hacia el sueño. ..

-¿De dónde venimos?

-Venimos del sueño...

 

Como las olas,

como los vientos...

 

(En vida, despiertos.

En vida, serenos

sobre el fuego.)

 

-¿Hacia dónde vamos?

-Vamos a la noche...

-¿De dónde venimos?

-También de la noche...

 

(En la vida, brote

la luz,

que el sol nos conforte.)

 

-¿Hacia dónde vamos?

-No vamos, no vamos...

-¿De dónde venimos?

-¿Por qué preguntamos?

 

Después lo veremos

si al fin vemos algo.

 

 

Hay un reguero dulce y encendido...

 

Hay un reguero dulce y encendido

de sol sobre los álamos dorados.

Y, a lo lejos, los montes ya nevados

encalman el paisaje atardecido.

 

Si ahora tuviera el corazón dormido,

los ríos de la sangre no encrespados,

y ojos para mirar enamorados

los chopos dónde aún tiembla el sol huido...

 

Si ahora como esa luna ser pudiera

que boga virginal, tan lentamente,

tan alma pura en el azul... Si fuera

 

un álamo, una luna, un dios luciente...

Más sólo soy un hombre en la ladera,

un hombre sólo, apasionadamente.

 

 

Hombre total

 

Ojos verdes de Marta de Nevares.

Ojos -¿negros tal vez?- de Dorotea.

Ojos azules, clara luz febea

de Camila Lucinda. ¡Qué avatares

 

de amor sin contención! Gozos, pesares,

gozos... Esto es amor. Quien no lo crea,

mírese en unos ojos, que se vea

en unos ojos de mujer. (Cantares:

 

Esos ojos que vemos no son ojos

porque nosotros los veamos, son

ojos porque nos ven.) Mas la ceguera

 

de marta, y el olvido, los despojos

de tanta lumbre extinta... Tu canción

se eleva al fin hacia la luz primera.

 

 

La voz precisa

 

Sella tú con tus labios, éstos míos.

Pon tu mano en mi mano.

O deja que acaricie tu cabello,

tus mejillas, tu frente,

mientras hundo mis ojos en tus ojos,

en la insondable luz de tu mirada.

Deja que, así, te exprese,

cuando huyen las palabras

-ay, expresión del tacto,

única voz precisa-,

deja que, así, te exprese mi ternura.

 

 

Luzbel

 

Arcángel derribado, el más hermoso

de todos tú, el más bello, el que quisiste

ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste,

sueño mío rebelde y ambicioso.

 

Dios eres en tu cielo tenebroso,

señor de la tiniebla en que te hundiste

y de este corazón en que encendiste

un fuego oscuramente luminoso.

 

Demonio, señor mío, haz que en mi entraña

cante siempre su música el deseo

y el insaciable amor de la hermosura,

 

te dije un día a ti, ebrio de saña

mortal. Y, luego a Dios también: No creo.

Pero velaba Dios desde la altura.

 

 

Mnemosyne

 

¿De dónde llegas tú, ilusión de un día

porvenir, tú, esperanza de un pasado

nunca cumplido, pero que yo ahora

evoco entre marchitas profecías

o anticipo en nostalgia? De recuerdos

y paciencias me nutro. Los ayeres

y los mañanas dóciles acuden

a congregárseme en el hoy, un punto

que se dilata ilimitado en ondas

concéntricas, amor, amor sin tregua.

 

Y todo es por tu mágico conjuro,

diosa de pies ligeros, madre mía.

Déjame que te diga apasionado

mi amor por ti, mi luz en la honda noche,

mi amparo, mi sostén en el vacío,

tan adherida a mí como mi carne,

tan enraizada en mí como mis huesos,

yo mismo, pues ¿qué soy yo, que sería

sin ti, a quien debo lo único que tengo,

mi fugitiva eternidad de hombre?

 

Por tu amorosa previsión ordeno

mis días y mis noches. Yo soy sólo

una memoria y un deseo, un agua

que estremecidamente fluye inmóvil.

Tú conoces mi vida, me recuerdas

fechas: murió en Valencia, veintiuno

marzo, mil novecientos diecinueve.

Nació... Dejemos el espacio en blanco

y Dios lo llenará cuando me llame

para ingresar -completo ya- en su Nada.

 

Porque otros son, mi amor, nuestros caminos.

Igual que al vagabundo de Manhattan,

a mí que me preocupan tantas cosas,

no me preocupa Dios, no me preocupa

la muerte. Me deslizo de tu brazo

por el tiempo (no un río que termina

en el mar del morir, sino el mar mismo

siempre consigo. ensimismado, libre

en su flujo y reflujo), por el tiempo,

ajeno al gran pecado del olvido.

 

Mediada está mi vida. Estoy inmerso

en aguas tan profundas que no tienen

fondo o lo desconocen. En el pecho

me late el corazón, una campana

sorda, callada, pero jubilosa

en su entrañado grito de alegría.

Sea la vida sueño, sombra, nube,

viaje, ilusión o luna mortecina.

No me preocupa Dios cuando la sangre

su música musita misteriosa.

 

La rosa, el chopo grácil de la orilla,

el río rumoroso y solitario,

el monasterio al pie de la montaña

y la cima nevada, aquellos ojos

que un segundo brillaron ofreciendo

amor, las rachas frescas de la lluvia

y el viento en los adioses del verano,

todo conlleva tiempo y acongoja

el corazón con mano delicada,

fábula y mito de los años muertos.

 

Pero guiado de tu mano avanzo

hacia el futuro, avaro me demoro

en el sueño, potencio a mi albedrío

el instante presente, me hago dueño

de su fugaz y fina consistencia,

vuelvo la vida del revés, aplaco

su curso, llego a un éxtasis tan quieto

y tan seguro que en la noche brilla

llena la luna, y ya no escucho el río

que huye ni sus consejas sibilinas.

 

Soy tuyo, madre mía, tú me dices

constante lo que soy, lo que no he sido,

lo que he de ser o no he de ser, tú eres

a la vez mi pasado y mi futuro,

mi ya y mi todavía, me preservas

de olvido, en esperanza cada día

me salvas, me das vida a millares,

mundo en relieve -bosques, mares, cielos-,

me das, entre las horas huidizas,

partes de eternidad, vences la muerte.

 

Sí, deja que te diga apasionado

mi amor por ti, luz mía y madre mía,

memoria mía en mí, puro deseo

de ser memoria en otros. Sea sueño

la vida. ¿No es también sueño la muerte?

Gracias, gracias te doy por endiosarme

mágica, humilde, breve, inmortalmente

en mi unidad dramática de hombre

bajo el cielo estrellado. Nunca cese

mi corazón de dar su sí a la vida.

 

 

No, corazón, no te hundas...

 

No, corazón, no te hundas.

Y vosotros, ojos, no queráis cerraros en llanto.

La vida es mucho más larga, mucho más grande de lo que ahora

     supones, mucho más magnánima.

¿Te atreverás a decirle que te debe algo?

Eres tú quien se lo debes todo.

Y aún tendrás que deberle muchas cosas hasta que mueras,

y la muerte misma es un deber que tienes hacia la vida.

Agradece al tiempo que, mucho más sabio que tú, no apresure tus

     horas de dolor ni se demore en tus momentos de dicha,

sino que te los mida con la misma igualdad, con la misma ecuanimidad

     generosa.

Agradece al sol que siga saliendo puntualmente, ajeno por completo a

     ponerse

al compás febril de tu pulso.

Te quejas. Dices que sufres.

Dices que no puedes más.

Aún volverás a sufrir, y a amar, y a sufrir de nuevo,

y a gozar otra vez y otra y otra.

Sólo morirás una vez, eso es lo único que no podrá repetirse,

pero la vida es una continua repetición.

Te ha de dar todavía muchas ocasiones de equivocarte,

y tú has de llegar aún a acertar con el buen momento,

que el mundo te ha de volver a brindar como te lo ha brindado

     ya tantas veces.

¿Dices que estás solo?

No es mirándote al espejo como encontrarás compañía.

Coge el primer objeto que esté a tu alcance,

un vaso, una flor o simplemente el periódico.

Acarícialos, acarícialos.

Levanta la vista, tiéndela alrededor tuyo.

Sí, es verdad que no puedes ver los ojos que tú amas tanto.

Por hermosos que sean no podrán compararse nunca con las estrellas

(a pesar de los poetas románticos).

Habla, habla, pero no contigo.

Déjate de soliloquios y silogismos y sentimentales monólogos.

Habla con el cartero, con el conductor del tranvía

     (aunque esté prohibido);

habla con el niño que está jugando en la acera,

vete a beber unas copas con el primer borracho de la esquina.

¿Creías que el mundo termina donde tú acabas?

Tú eres ya no fin, pero ni siquiera comienzo de ninguna cosa.

No eres comienzo ni de ti mismo.

¿Recuerdas a tu madre?

No la compadezcas: ya murió, ya vivió, ya sufrió y gozó todo aquello

     que le tocó en suerte.

Tú tienes todavía la de vivir, la de seguir vivo.

No tengas ninguna prisa en morirte.

No te esfuerces en buscar lo único que posees seguro.

 

 

No sabe qué es amor quien no te ama...

 

No sabe qué es amor quien no te ama.

No sabe qué es amor quien no te mira.

Tú arrancaste a su alma y a su lira

el son más dulce, la más fiera llama.

 

¿Qué fue de tanto amor por tanta dama?

Sólo cenizas de la inmensa pira.

Se nubla la mirada, el cuerpo expira,

y el alma quiere asirse a la alta rama

 

de Dios, que con sus silbos amorosos

te hechiza en la honda calma del verano.

Madrid, a mil seiscientos treinta y cinco.

 

Pasaron ya los años venturosos

y los amargos. Todo pasó en vano.

Y a Dios te entregas con mortal ahínco.

 

 

Noche del amor

 

Ay, qué podré decirte, dulce amada,

joven virgen feliz que no conoces

en un cielo cerrado, suaves roces,

el peso del amor, noche entregada.

 

Desde este corazón, isla olvidada,

-oye del mar sus clamorosas voces-,

me elevaré hasta ti que desconoces

la flecha que en lo oscuro está clavada.

 

Los cuerpos se revuelven tan certeros,

guiados del amor, como esos astros

que, arriba, sólo ven tus ojos puros.

 

Órbita de pasión y verdaderos,

resplandecientes e infalibles rastros.

Celestes nuestros cuerpos aunque oscuros.

 

 

Ojos verdes

 

Ojos verdes de Marta de Nevares.

Ojos, ¿negros tal vez? de Dorotea.

Ojos azules, clara luz febea

de Camila Lucinda. ¡Qué avatares

 

de amor sin contención! Gozos, pesares,

gozos... Esto es amor. Quien no lo crea,

mírese en unos ojos, que se vea

en unos ojos de mujer. Cantares:

 

esos ojos que vemos no son ojos

porque nosotros los veamos, ojos

son porque nos ven. Mas la ceguera

 

de Marta, y el olvido, los despojos

de tanta lumbre extinta... Y tu canción

se eleva al fin hacia la luz primera.

 

 

Pleamar de amor

 

La tarde pastoral, de alterno cielo

rayos de tu tormenta desatados,

mas luego azul total, cielo amados,

me llena de pasión o de desvelo.

 

Asciendo así del tormentoso anhelo

a una paz de reposos entregados,

mas desciendo otra vez a los estados

mismos de que partí para mi vuelo.

 

¡Ay! esta indócil pleamar me inunda,

tarde mi frenética y liviana.

Déjame, pues, si, deja que me hunda

 

en este frenesí de lluvia vana.

Luego me elevare hasta ti, oh, profunda.

Luego serás mi primavera humana.

 

 

Sensación de otoño

 

Amo el otoño y amo su tristeza,

su cielo gris, sus árboles borrosos

entre la niebla, vagamente hermosos...

¿No amáis también vosotros la belleza

 

desnuda del otoño? El alma empieza

a hacerse buena y honda. ¡Y qué piadosos

se hacen los viejos sueños ardorosos!

¡Qué humana ahora la naturaleza!

 

Oh cielo bajo, luz tan tamizada,

luz tan vencida, compasivo empeño

de dar al hombre asilo y sombra amada.

 

No sé si el mundo es ya triste o risueño.

Dios se ha dormido. El alma está callada.

Se me ha llenado el corazón de sueño.



Sin palabras

 

Un mundo de armonías me rodea.

Fuera palabras, no turbéis mi paz.

Una vida hecha toda de sonidos,

un pensamiento universal que puede

prescindir de cualquier significado.

 

EL universo no habla, nada dice,

el viento mueve diáfano la hoja.

Paraíso final sólo de música

musical. Canta el pájaro en lo hondo

del corazón. Palabras, fuera. Ahora

un mundo de silencios me rodea.

 

Música, solo música, callada

música. Siempre música, esto es Dios.

 

 

Sólo tú

 

Tú, mi razón de vida, mi razón

de amor; mi razón, mi pensamiento,

mi desencadenado sentimiento,

la luz y el fuego de mi corazón.

 

Vivir en ti es vivir, viva pasión,

y la vida sin ti no es mi tormento,

sino injustificable y vano intento,

imposible, imposible abdicación.

 

Si tú eres la verdad, si tú la vida,

morir será morir, pero prefiero

tan breve posesión de la verdad

 

a otra existencia luego concedida.

Vivir será morir, pero te quiero.

Sólo tú, sólo tú mi eternidad.

 

 

Te quiero y te lo digo

 

Toda la luz del cielo ya en la frente

y en el labio un carbón apasionado.

Mi pensamiento, así de iluminado,

mi lenguaje, de amor, así de ardiente.

 

Así de ardiente, así de vehemente,

diamante en su pasión transfigurado.

Amarte a ti, universo deseado.

Mi luz te piensa apasionadamente.

 

Mi luz te piensa a ti, luz de mi vida,

pasión mía, luz mía, fuego mío

llama mía inmortal, noche encendida,

 

cauce feliz de mi profundo río,

arrebatada flecha, alba elegida,

mi dulce otoño, mi abrasado estío.

 

 

Tú eres tú

 

No te merezco, no. Yo canto, canto,

y te quiero, te quiero, sí, te quiero,

y sólo por ti vivo y por ti muero,

y sé que hasta tu cima me levanto.

 

Pero no es en tu cima en donde canto,

sino en el valle en que me desespero

de no poder vivir siempre señero,

y callar, callar sólo, amarte tanto.

 

Oh, bajo y pobre mundo, limitado

poder de la expresión, oh lengua mía.

en cambio tu mirada, qué logrado

 

silencio y poderosa luz del día.

Tú me devuelves más que yo te he dado,

pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.

 

 

Tus quince años

 

Sólo tú, sólo tú puedes salvarme

y darme libertad si me encadenas.

Dame la sangre virgen de tus venas,

acude con tu vida a libertarme.

 

A encadenarme, a desencadenarme,

así mis horas fluirán serenas

por el caudal feliz en que e ordenas.

En tu inocencia pueda yo ampararme.

 

tu voz, tu voz... ay, oigo que me llamas,

y tus ojos me miran tan profundos,

-ojos que no han mirado aún a la vida-.

 

Salvado estoy sabiendo que me amas.

Oh, luz divina de no sé qué mundos,

purísima promesa concedida.

 

 

Un cristal

 

Vidrio de una ventana

entreabierta de julio

Hasta mí que tendido

descanso con cansancio

feliz de sucesivos

tiempos y espacios llega

el verano su soplo

vital cálido... Vidrio

en el que ahora contemplo

reflejadas las casas

fronteras unos árboles

los de esta ciudad mía

al regreso de otras

y otras y otros paisajes

fríos yermos ajenos

Unas casas fronteras

unas ventanas sobre

el cristal de ésta abierta

que me devuelve parte

de mi ciudad ¿La mía?

La mía imaginada

recordada resuelta

ahora en blando reflejo

en deseo y en sueño

de lo que pudo ser

de lo que no es de lo que

me absorbe la mirada

la esperanza tan breve

(Gracias memoria mía

de lo malo aún ya trémula.)

Cansancio julio aquí

tendido calor nada

nada más que un reflejo

equívoco un deslumbre

frágil de sol un poco

de ilusión allá enfrente

Sólo un cristal la vida.

Tomado de:

 http://amediavoz.com/gaos.htm

 

 

No quiero melodía...

              

No quiero melodía. Ruedan suaves,

sin melodía, las esferas. Giran

inmelódicas, suaves. ¿Ruedan, giran?

Tácito vals de las esferas suaves

 

Oh luminoso vuelo de las aves,

silencio de la luz. ¿Mis ojos miran

ascender a las aves? Sí, las miran

mis pupilas inmóviles. Las aves,

 

las esferas... No quiero melodía,

sí luz, sí luz, sí música, sí alas,

inmelódica luz, música inmóvil,

 

música sideral, sin melodía,

luz de las aves, luz sobre las alas...

Música y luz, hermoso mundo inmóvil. 

 

Primera epístola de mí mismo

              

¡Mi cenicienta juventud, mis años baldíos!...

Soy hombre.

Quisiera ser gacela inocente o el león carnicero

que do not lie awake in the dark and weep for their sins.

 

Mi cenicienta juventud, mi miércoles continuo sin sello alguno

      en la frente,

salvo el del sol glorioso, el de la segura sabiduría incipiente, la

      cruz del orgullo,

sin recordación postrimera;

la frente vana que se alza con pura alegría, con inmortal certeza

      de una mañana radiante,

sin atisbo alguno de ocaso, de cercana finitud, de arrugas-

igual que el mar azul de la niñez remota, de la promesa

      incumplida.

Time writes no wrinkles on thy azure brow.

 

Y ahora estoy hastiado de surcos, de renglones torcidos, de

      noches en vela,

de invisibles señales, de impenetrables señales, de vasos de

      agua en lo oscuro,

de tumbas y cruces, polvo, protectoras ausencias.

 

¡Mi polvorienta juventud, mis días estériles!...

Mis noches sin nada y sin nadie excepto el llanto, el lamento,

el desvelado monólogo sobre mi condición, el prurito de

      orinar, la sed, la fatiga,

el cigarrillo intempestivo del insomnio, el frío sudor sobre la

      lisa frente de antaño.

 

Soy hombre.

Quisiera ser el árbol, la hoja agradecida

a la brisa, a la caricia de mayo, al rumor del río

que no va a dar en la mar, que no es símbolo de lo efímero.

Solamente un sonido, un frescor, un júbilo,

un estremecimiento de vida en la savia ignorante.

 

Quisiera ser aún más, piedra. Piedra sorda, muda. Perfecta

      concentración de la nada, piedra indiferente

a todo destino, a todo origen, honda

agresiva, o juguete en manos del niño

que la arroja a la superficie del agua, estremeciéndola en aros

      concéntricos, en anillos fugaces

(Time writes no wrinkles...);

o materia de construcción para alzar esas casas,

esos precarios refugios que habitamos los hombres,

como si cuatro paredes pudiesen protegernos del muro final,

como si un techo doméstico fuese cobijo eficaz contra la

      inmensa bóveda de los astros,

o con astros, contra el dosel cifrado de la noche,

de nuestra vida a la intemperie de Dios, de nuestra vida al raso,

      al raso.

 

Memoriam, entendimiento y voluntad. ¡Memoria!

¿Quién no suspira a veces por la flor del loto,

por su olvidadizo milagro, por su borrón y cuenta nueva,

      proyecto nuevo,

renovada esperanza

(destinada, ay, a esfumarse como las ostras, a convertirse en

      nueva flor marchita)?

¿Quién tiene la vanidad de asumir todo su pasado

sin sentir arrepentimiento, decepción, orgullo

tronchado por el soplo del viento malo? ¡Caña pensante

que te yergues con cotidiana ilusión sobre un mundo en ruinas

sobre un fracaso de cristales,

desatendiendo espejos, sueños, agendas ajadas,

álbumes de amarillenta otredad, insalvables abismos!

 

Nadie regresa de la ulterior ripa.

La citerior ripa.

Pues cada día tiene su orilla.

Cada jornada su puesta de sol.

Cada tarde su afán trivial.

Cada noche su memento mori.

 

Y la memoria disminuye si no se ejercita.

Y el olvido nos cala hasta el hueso.

Y la suerte está echada

Y la vejez nos acecha desde la cuna.

Desde la tumba.

 

Soy hombre.

Quisiera ser árbol, el álamo venturoso

que no pregunta nada al agua que fluye, que ignora su huida,

que no sabe que el río desemboca en su manantial

y tiene su nacimiento en el mar. ¡Río inmóvil

donde el hombre se baña eternamente en su corriente extática!

El movimiento y el reposo

son lo mismo, lo mismo, una ficción diáfana.

Y lo mismo también la luna menguante y la luna creciente,

la luna llena del verano monótono,

la luna nueva del monótono invierno.

 

Y en este mundo sublunar

repaso ahora retratos abandonados, desvelos inútiles, trajes

      deshechados,

dioses extintos, libros no leídos, mujeres amadas

y olvidadas, cartas, papeles, sillas que crujen, espirales de

      humo,

dolores intercostales, visitas incómodas, luces mortecinas,

relojes que señalaron un tiempo, saetas

que hirieron mi corazón, lo hirieron.

                                                                Soy hombre.

Y mucho de lo humano me es ajeno.

Y ni puedo decir que me conozco a mí mismo.

Pues no sé nada. Sólo

que ahora quisiera ser la gacela inocente o el león carnicero

que no yacen despiertos en lo oscuro llorando por sus pecados.

Que quisiera ser el mar de mi niñez, tú, mar.

Pues el tiempo no inscribe arrugas en tu ceño azul.

Que quisiera ser el árbol, la piedra.

Que quisiera...

 

Pero es de noche. Es hora de acostarse, hora de apagar la

      lámpara

Out, out, brief candle!

Tomado de:

http://www.poemaspoetas.com/vicente-gaos

No hay comentarios.:

Publicar un comentario