YO TAMBIÉN FUI UN PERRO ANDALUZ
¡La muerte arranca en mí
tu horrenda dentadura firmemente arraigada!
Soy otro: un lujoso automóvil volador
que te muestra reluciente
el color-seña de su marca,
el perro que ha olvidado su ladrido,
ese perro-juguete obligado a ladrar.
(Yo también fui un perro andaluz.)
El misterio está en la masa. En la masa
caben todos los misterios y todas las astucias.
Soy un puente colgante entre dos bocas:
intuyo, canalizo palabras pulcras y palabras
soeces.
Mi suelo es el pasado y mi techo, el futuro.
Soy voluta sin voz. Hago voltear
el presente alrededor de un dedo.
Soy el vientre cubierto de musgos perennes
del acueducto dormido sobre ocho muslos
formidables y fuertes por el que fluyen
las aguas de un tiempo hacia otro tiempo.
MI VIDA CON EL RUIDO
Es cierto que dicen: “No tienen sentido ni
profundidad”.
(Como si el tener sentido diera derecho
a poder comer el pan de cada día.)
Tan sólo tienen ruido, unas bocas
enfrentadas a guiños, dientes claros
que se fulminan entre sí.
Nosotros, los profundos, encerramos
en el silencio imperturbable del ataúd, los
pensamientos.
La risa clara de ellos, el martilleo intenso
de sus voces, derriban las paredes, penetran
cualquier hueso que aún tenga algún hálito de
vida.
(Los huele cada insecto, cada árbol.)
Nosotros trabajamos para ganarnos el amor.
Ellos aman, aun sin trabajar, y se alegran.
Nosotros querríamos impregnarlos de profundidad,
hacer que fueran buenos.
Nosotros sí somos buenos, a partir de la oscuridad
del pozo,
dicen ellos.
En otoño un viento displicente limpia los rostros
de unos y otros.
Hasta el día de nuestra muerte no sabremos
quién debía rendirse a quién con gratitud y
encomio.
Traducciones
de Albert Lázaro Tinaut y Jüri Talvet
(Traducción
del autor y Albert Lázaro Tinaut. Valencia: Palmart Capitelum, 2002)
Después de haber perdido el pasaporte
Has perdido el pasaporte, ¡viva la libertad!
Se ha desprendido el ceño de tu rostro,
el filo más tenaz de la estampilla se ha doblegado
y tú, después de liberarte del peso de tres
lustros
y del ojo suspicaz del aduanero,
te arrojas a los brazos de la libertad. ¡La
libertad!
Nada te echaba atrás,
ni tu firma, ni el hilo de Ariadna de tu suerte,
ni el mito al que habías recurrido, sagaz,
para multiplicarte.
El aguanieve te disuelve,
manos ajenas arrugan tu imagen descompuesta
y tus pies se atropellan.
(Pronto sentirás en tus carnes
la huella plúmbea del pie de la historia.)
¡La libertad! En el escaso espacio que ocupaste
se posa ahora un copo fresco de nieve
y permanece intacto unos instantes.
Despedida
Nos despedimos. Farewell y abrazos
quedan flotando en el viento como un pañuelo
estremecido.
Una blancura que huele a algas se superpone al
abismo azul.
Algo cálido, como un niño dormido en ti,
se te agarra y, de pronto, se separa y se aleja.
Todavía no nos hemos dado la espalda el uno al
otro
pero sé que estoy a punto de penetrar de nuevo
en mi soledad. Nos fundimos, nuestros corazones
latieron al unísono cuando nos encontramos frente
a frente.
Luego, sin embargo, retraímos las manos
de nuestros otoños cada vez más distantes
para captar tal vez, ingenuamente, las esferas de
fuego de la infancia.
Y en eso que suenan jocosos los teléfonos,
los timbres de las puertas: son como esas suaves
palmadas
que da la nieve nórdica cuando cae en los hombros.
A los brindis se unen los cumplidos: ¡Welcome!
Bienvenido de nuevo entre la gente,
tú que andabas perdido por las veredas del
cementerio.
Cumplimiento
Te deslizas por la piel de mi garganta
y en mi sotabarba construyes tu nido
–¿dónde estaría a mejor recaudo? –:
ésa es tu Vía Láctea.
Te has multiplicado, has engendrado,
te has desgarrado, te has bifurcado.
¿Recuerdas todavía aquellos angostos senderos
que apuntaban apenas
y que se extienden más allá de los tuyos?
Te has quedado. Ni siquiera pienso en esas flores
purpúreas que, generosa, nunca me has negado,
que has mantenido abiertas noche y día en tu
jardín.
Aun así, seguirás siendo libre y podrás
confundirte,
porque junto a nosotros revolotearán las almas,
perpetuamente, en los aires del abandono.
El oro primigenio surge de tus entrañas
y se cumple en mi sotabarba tu Vía Láctea.
Un sueño en Alemania, 1988
Con agradecimiento al poeta nicaragüense Joaquín
Pasos, que me inspiró
Estoy en Alemania, 43 años después que el zapatero
más infame de la historia.
El señor Grass vive al otro lado del muro
construido
para conjurar el siniestro juego del gato y el
ratón.
Pero ahora los vientos de la confusión soplan del
este,
donde al ordnung le falta mucho ordnung.
Para contrapesar, a este lado se observa con rigor
el viejo teorema de los efectos del vientre
satisfecho:
desde los campos sube a la nariz del viajero el
hedor recio del estiércol de cerdo,
y los estómagos alemanes, borbollantes y ufanos,
digieren bockwurst y würstchen regados con
cerveza.
¿Qué importan los recuerdos –viviendas
cuartelarias del color de las ratas?
¿Qué importa un poeta al que seduce en sueños la
hembra de un ratón?
¡Para quién escribió sus hinweise aquel hombre de
ojos ígneos,
de barba flameante, sino para nosotros!
Huelgan los comentarios; en todo caso, aquí,
sozialismus funktioniert.
Los pechos firmes de las jóvenes teutonas (que
airean en verano sin pudor)
prometen para la raza alemana un futuro optimista.
Las viejas damas adornan con rosas rojas las casas
gris ratón.
Un muchacho pecoso lleva ya diez minutos
intentando –la punta de la lengua
entre los dientes, ligeros puntapiés– obtener la
imagen que ha pedido
al expendedor automático de sellos:
¿es Hegel o Leibniz? No, al fin es Schopenhauer.
(¡Qué suerte que ha tenido!)
Tanto Bach como Händel, desde sus pedestales en
medio de sus plazas,
inclinan indulgentes la cabeza.
Cierto es que el joven Lutero (según lo pintó
Cranach en Weimar)
mantiene cierto aire del hereje que fue, y nadie
va a impedirme
ahora que sueñe una ocurrencia candorosa:
en una noche oscura –allá en su Weimar–
el viejo señor Goethe, que ya empieza a estar
harto de su enjundia intemporal,
recorre furtivamente las callejas cercanas a su
goethe-haus
y con un ademán inequívoco del dedo –al igual que
otros miles de insaciables
alemanes del Este, aquella misma noche – evoca
en la caja paralelepipédica de las mil maravillas
la mágica sonrisa de la presentadora de la
Westdeutsche TV.
Suponiendo que el polvo no sea más que el polvo del más allá
El cielo es de un azul inusitado
en esta primavera estonia.
(¿Nostalgia del futuro? ¿Buen augurio?)
Las palabras liberan el horizonte
y he aquí que todos somos
muchísimo mejores. Es como si los ataúdes
que flotan sin cesar en el aire de tu ensueño
ya no sirvieran para el mal.
Tampoco para el bien. El polvo
–cualquier polvo– sin embargo
contiene más tristeza
que un cuerpo vivo. Así,
en esta primavera que muestra en Estonia
un cielo tan insólitamente azul,
cualquier desequilibrio en todo aquello
que promete y augura, es un reflejo
del más allá, de lo real y verdadero.
Mayo de 1988
Elegía estonia
El 28 de septiembre de 1994, poco después de
medianoche, desapareció bajo las procelosas aguas del Báltico, en el lugar que
marineros conocen como “el cementerio de los barcos”, el Ferry “Estonia”, que
había zarpado poco antes de la capital de Estonia, Tallin, rumbo a la de
Suecia, Estocolmo, y que se llevó consigo al fondo del mar casi 900 vidas
humanas. Es el naufragio con más víctimas, en tiempos de paz, en el mar
Báltico. Como causa del hundimiento del Ferry, se apuntó un posible defecto
técnico o un error humano. No se descarta, sin embargo, un acto criminal. La
única conclusión segura de la comisión que investiga el suceso es que el
gigantesco buque sufrió una importante vía de agua, que lo echó a pique.
Tomado de:
https://paginadeandresmorales.blogspot.com/2011/03/poemas-de-juri-talvet-estonia.html
LA REALIDAD
¿Para qué levantar el borde del felpudo esperando
encontrar la llave olvidada? Alberto Caeiro
tenía razón: los símbolos, los signos no
existen
no hay significados cuádruples no existe tampoco
la “verdad oculta”. Nada es más que lo que es:
nadie puede regresar al seno de su madre
que se aleja sin ensalmo alguno de ti
por mucho que intentes implorándolo agradar
a Dios. Tampoco se puede descartar que la alegría
de tu hijita sea la misma que experimentó
tu madre de pequeña entre los pastos otoñales
y fríos de Mõisaküla cuando vio llegar
a su joven padre de ojos oscuros y bigote negro
para llevársela a casa el fin de semana
¿Qué hacía STC en la Veenderstrasse de Gotinga
en una hermosa y elegante mansión burguesa hace
doscientos años? ¿Se desesperaba tal vez por el
fracaso
de la ingenua historia de Christabel que predijo
el nacimiento cinco años más tarde de EAP a quien
las pesadillas y el alcohol llevarían temprano a
la tumba?
Según otra versión más verosímil fue exactamente
en la Veenderstrasse de Gotinga en un lecho
burgués
donde STC pudo después de apagar la vela y rezar
sus oraciones colocar el cuerpo en una posición
propicia
para empezar a oír de repente los latidos del
corazón
de Hamlet mientras recordaba los ojos de color
castaño de una bella joven burguesa de Hesse
CON HAMLET DE NUEVO
¿Por qué lo hiciste, pues, Gertrud? ¿Ignorabas
acaso que el amor llena el cuerpo de un líquido
verde que paraliza y mata? Para eso no hace
falta viajar en avión a Dinamarca, ser un
príncipe,
una reina, un bufón. Hamlet realmente no existe.
Todo eso no fue más que una película, un juego,
hijita mía. (Tú, que sólo hace un año y medio
que pisas la superficie de la tierra, únicamente
tú
sabes abrazar sin dejar cicatrices). El gramático
sajón inventó un libreto para el bardo inglés
cuya única intención era mostrar cómo el príncipe,
con la obsesión del trono (de su padre) en la
mente,
golpeando a ciegas con su espada sólo acierta
a dar en las sombras de las sombras
entre las que anda él mismo.
A CERVANTES
Estoy enterado, Miguel, de todos tus amores
secretos,
de la Gitanilla que tocaba la pandereta y compuso
un poema para Ana, la madre de la Virgen, y para
ti,
a quien entre la multitud polvorienta mirabas
y escuchabas con los ojos abiertos de par en par,
brillantes,
te hizo un guiño pícaro, sin negar a nadie su
belleza.
(Esta, la misma a cuyas espaldas estoy sentado
–así que no
puede verme– y, cuando me voy,
como si sintiera mi presencia en su propia
espalda,
viene enseguida hacia mí, me mira a los ojos
y me pregunta: ¿Es que de verdad necesitas irte?)
Preciosa, de la que solo por intermediación de tu
espíritu santo
pudo nacer Dulcinea, esa virgen a la que jamás
hemos tocado ni tú ni yo más que con la
imaginación.
Sin embargo, nada nos ata a ellas con más firmeza:
el viento
no dispersará el fuego que arde en los corazones y
los pétalos
de los labios, ni siquiera impulsado por el ímpetu
de los siglos.
(Se derrama por sus mejillas un tinte rosado
cuando después de dos años de añoranza
se apresura hacia mí, sin ver a nadie más:
¿Por qué no has vuelto antes?, ¡te esperaba!)
Y sin embargo al cabo dice: aquí en la India
nacimos,
aquí vivimos y también aquí moriremos, años
deberé esperar a que alguien me diga
si puedo enviarte una tarjeta postal.
Todo ha cambiado en el mundo, mas nada ha cambiado
en el mundo: el amor de las vírgenes
es esa sabiduría que vence a cualquier otra
ciencia,
y no importa cuál sea la iglesia que imponga a sus
huestes
–su oro y su ley– el dios-varón-barba-azul.
CÓMO TERMINAR DIGNAMENTE UN SIGLO
¡Oh, mira cómo bailan las letras en las páginas
sobrias
que son como la nieve o como una fresca y pulcra
sábana
festiva dispuesta sobre el lecho, a la espera del
calor
de unos cuerpos de amantes! Pulgas en el hilo
invisible
del domesticador de fieras; no, ¡son más bien
mujeres
preñadas de significaciones indescifrables! (Dónde
que no sea en los límites de la Tierra del Fuego.)
Sin que acumules, se acumula. En pesados estantes,
sin
espacios de aire, sin corredores en los que quepa
un codo
o donde pueda una carcoma enclavar su yunque.
¡Salve,
amplía la memoria! Espera una explosión.
(¡Sabe, sabe, sabe ya que eres padre!)
Tú espera, mi pequeña, voy rodando de página
en página, espera un poco más, sigo deslizándome
hacia abajo y, pese a la blancura de la hoja,
he tropezado con una letra y un canto afilado
me ha hecho sangrar la palma de la mano.
Espera. Me vengaré mordiendo la hoja,
que ahora sabe a hierba en la boca de una vaca
sin nombre en medio de los pastos
el día de San Jorge.
Tomado de:
https://www.crearensalamanca.com/poemas-de-juri-talvet-xix-encuentro-de-poetas-iberoamericanos/
"El sueño de Europa"
Realmente la tarea consiste en multiplicar el
cielo azul,
sereno sueño del alba,
y arrancar el velo gris que le cubre los ojos,
ser el lago cristalino que lave su mirada, el
bosque
que le ofrezca su lecho de verdura, sin temer ser
el océano
que se despereza, el pozo que se aclara.
La república, obviamente, imita la libertad.
Cada Estado es la impronta de un sello, cada presidente,
un loro de cartón.
En cada república se vuelve a aprender el vuelo de
salida
de los artificiosos corredores inventados por el
arquitecto inmemorial,
al mismo tiempo que el poder, por sus dulzurronas
grietas
succiona loros y leones,
garrapatas y hombres.
Conviene recelar de los sectarios, esos orates
bárbaros.
Más vale ser un bárbaro pagano, un hombre hasta
los pies.
Más vale ser incluso un fanático romano, o un
pobre Cristo.
El culpable de todo es el miedo de amar.
No era justo el cándido clamor de la manzana
mientras el fregadero gemía justamente bajo la
carga insoportable
de los escrúpulos nocturnos.
No estamos aquí para desparramar inútilmente la
cultura:
ésta nace de sí, y luego nos engendra.
Mientras los picos presidenciales callan
y, preñado de gozos, parturiento, plañe Occidente,
incapaz de dar a luz,
Europa echa brotes invisibles de equilibrio,
siempre verdes, muy cerca del corazón.
Tomado de:
https://franciscocenamor.blogspot.com/2021/10/poema-del-dia-el-sueno-de-europa-de.html

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