martes, 11 de marzo de 2025

POEMAS DE TORQUATO TASSO EN SU NATALICIO


POEMA DEL SEÑOR TORQUATO TASSO AL SERENÍSIMO SEÑOR DON ALFONSO II D’ESTE DUQUE DE FERRARA

 

CANTO PRIMERO

 

1

Las armas piadosas canto, y al capitán

Que liberó el gran sepulcro de Cristo

Mucho obró con el magín y con la mano

Mucho sufrió por el glorioso aquisto.

En vano se opuso el infierno, en vano

Asia se armó y en Libia el pueblo mixto,

Dio favor el cielo bajo santo signo

Y a sus errantes camaradas reunió.

 

2

Oh musa, tú que de caducos laureles

No ciñes la frente, allá, en el Helicón,

Más allá en el cielo con beatos coros

Haces de estela inmortal aurea corona,

Inspira al pecho celestes ardores,

Aclara mi canto y también perdona

Si intento adornar en parte este canto

De muy otros deleites, y no del tuyo

 

3

Sabes, allá, do corre el mundo de versos,

Su dulzura el lisonjero Parnaso

Lo cierto condimenta en suaves versos

Y a los más esquivos ha persuadido.

Así el infante enfermo traga remedio,

Orlado el vaso de un licor muy suave,

Jugos muy amargos engañado bebe,

Mas de este engaño la vida recibe. (1)

 

4

Tú, magnánimo Alfonso que libraste

Del furor de fortuna y a puerto llevas

A mí, peregrino errante entre escollos,

Entre agitadas ondas casi absorto,

Estos papeles con regocijo recogen

Que casi como un voto a vos consagro.

Quizás un día mi presagiosa pluma

Ose decirte lo que aquí sugiere.

 

5

Y todo con razón, si un día ya en paz

El pueblo de Cristo hasta allí se vaya

En naves, corceles, y al fiero tracio

Quitada su bendita e injusta presa,

A tí te otorgue el cetro o, si te place,

El alto imperio del mar te conceda.

Émulo de Godofredo mis cármenes

Oye, y en tanto las armas apronta

 

6

Era el sexto año en que pasó al Oriente

El cristiano para tan alta empresa,

Caída ya Nicea y por astucia Antioquía

Que defendieran luego en las batallas

Libradas contra innumerables persas (2).

Tortosa también sitiada; y en la quietud

Del frío invierno el nuevo año esperaban.

 

7

Llegaba el fin del lluvioso invierno,

Que hizo a las armas cesar, lejos no era

Cuando de su alto solio el Padre Eterno

En la parte más pura del Cielo, lejos

De las estrellas y del bajo infierno,

Alto se halla en la estrellada esfera,

Los ojos fijar quiso en un solo punto;

Miró el mundo y cuanto allí se aduna.

 

8

Miró a todas las cosas y en Siria

Se fijó en los príncipes cristianos

Con ese mirar suyo que cala dentro

Los más profundos afectos humanos.

Vio que en Godofredo el deseo ardía

De echar de ciudad santa a los paganos,

Lo vio pleno de fe, celo; a toda mortal

Gloria, mando y honores así desprecia.

 

9

También a Balduino ingenio ambicioso

Que a humanas grandezas solo aspira.

Lo ve a Tancredi (3), sufrir desdeñoso

En tanto un vano amor lo martiriza.

A Boedemundo fundar un reino

En Antioquía con principios y leyes

Que intenta imponer, sabias costumbres

De arte como de culto al vero Numen.

 

10

Tanto se obstina en este pensamiento

Que otra empresa olvida y no recuerda;

Observa en Rinaldo ánimo guerrero

Que no se lleva bien con la quietud

Cómo arde en su interior la ambición,

No de oro o mando, arde de honor,

DE Güelfo (4) pendiente está de saber

Muy claros ejemplos de sus ancestros.

1: motto de todo el método y concepto del barroco, endulzar las verdades amargas de la vida con la destilación poética. V. Mario Praz, passim.

 

2: Tasso emplea aquí el anacronismo poético de “persas” para referirse a los turcos en general, pues el poema se atiene a la situación de Europa hacia Lepanto, y no a la diégesis de la primera cruzada donde fueron los árabes los que se enfrentaron a los cristianos, pero para lograr una contaminatio con el comienzo épico e histórico de estos enfrentamientos, durante las llamadas “guerras médicas” disputadas entre los griegos unidos contra el imperio persa de Ciro y Jerjes.

 

3: nótese que este nombre será empleado irónicamente por Lampedusa en su personaje del sobrino del príncipe de Salina (Alain Delon en el film de Visconti) como emblema del poltrón, cobarde y retoño decadente de esta clase caballeresca. Y quien enuncia precisamente en ambas, film y novela, el dictum luego conocido como “gatopardismo” de “cambiar algo para que nada cambie”. Por cierto, su “amada” se llama Angelica (Claudia Cardinale en el film) en par irónico con la heroína del Orlando furioso, de Ariosto.

Tomado de:

https://campodemaniobras.blogspot.com/2020/03/torcuato-tasso-de-la-jerusalen-liberada.html

 

 

Noches

Noche I

     ¡Ay!... Me abraso. ¿Qué fuego es este que circula por mis venas? Este fuego no es el que me inspiró los cantos de Reinaldo y Godofredo. Aquél obraba sobre mi imaginación, éste convierte mi pecho en llamas vivas.

 

     La opresión es grande. Me falta aliento para expresarla, ¡tanto es el imperio que ha tomado sobre mí!

 

     ¡Torcuato! ¿Te engañas acaso? En medio de esta penosa opresión nace un oculto deleite que tú no cambiarías por cosa alguna. ¡Ah! ¡es el deleite del amor!

 

     ¡Ay de mí! ¿Qué palabra he pronunciado? ¿Quién explica su sentido? Hablé de amor otras veces. Bastante escribí de él en otro tiempo; pero sólo tracé una débil imagen del que ahora me consume.

 

     ¡Herminia!... ¡Clorinda!... Se dice que el sentimiento de las mujeres es más vivo que el nuestro. No. Todas las mujeres juntas no pueden sentir con tanta fuerza como yo. Canté los amores de Clorinda y de Herminia, ¡pero cuán lejos de la verdad! El amor es otra cosa. Es cierto. ¿Quién puede negarlo? ¿Quién? El que no conoce el objeto sublime de mi pasión.

 

     ¡Oh tú, que todavía no me atrevo a nombrar! ¿Cuándo será que sepas el inmenso fuego que con tu propia mano has encendido en mi corazón? ¡Si estuvieses aquí! ¡Si yo pudiese volar libremente a tu lado y decirte el tormento que forma mis delicias!... ¿Podré decírtelo algún día?

 

     ¡Torcuato! no alientes tan vanas esperanzas.

 

 

Noche II

     Yo la he visto. ¡Ah! sobradamente la he visto. Sus largos y negros cabellos; sus hermosos ojos; sus delicados labios que respiran el deleite; sus blanquísimos dientes; su cuello ebúrneo...

 

     ¡Insensato! ¿Son ésas las partes más admirables de su hermosura? Aquellos ojos llenos de viveza, aquel mirar plácido y benigno, aquella sonrisa celestial...

 

     Di más bien, Torcuato, aquella voz... ¡Ah! aquella voz resuena todavía en mis oídos. ¿Con qué palabras podría expresarla? ¡Qué! ¿hay acaso palabras para expresar su divina voz?... Resuena todavía en torno de mí. Aún la estoy oyendo, y mi corazón la absorbe toda y se saborea de sus encantos.

 

     ¿Lo has oído, Torcuato? Ella repetía los lamentables acentos de Herminia.

 

     ¡Ah! no; deja para mí un tema tan cruel; o, si acaso quieres hacerlo objeto de tus cantos, recuerda que sólo refieres el verdadero dolor de tu poeta. Ella lo sabrá...

 

     Pero ¿cómo? ¿Cuándo podré decirla una sola palabra? ¡Infeliz del que vive en el tumulto de la corte! En ella los grandes son bien desgraciados, pues que no pueden escuchar los sentimientos de aquellos que les aman. Sólo los aduladores y los hipócritas hallan libre acogida.

 

     Huiré lejos de la corte; el aire contaminado que en ella se respira envenena los corazones. Iré a los bosques. La vida sencilla y pastoril de los primeros hombres debía ser un fideicomiso para toda su posteridad. ¡Pues bien! Lo será para mí. Torcuato: partamos.

 

     ¡Infeliz! ¿Piensas hallarla en los bosques? ¿Verás en ellos estampada una sola de sus pisadas? No; me detengo.

 

     ¡Oh, tú, única causa de mis desvaríos! ¡A lo menos te fuesen conocidos!...

 

 

Noche III

     He paseado las prolongadas calles de los jardines. Cien veces he medido con mis ojos la magnitud del soberbio alcázar donde moras. Animado por la esperanza, creí al principio que vería a lo menos a una de tus doncellas.

 

¡Oh! ¿por qué no tienen éstas mi corazón? Mi corazón sólo estaría bien dentro de su pecho, ya que deben servirte a ti, primero y último objeto de mis desvelos. En vano me ha lisonjeado la esperanza. Inútilmente he contemplado aquellas ventanas por largo tiempo; en balde mis ojos han querido descubrir señal humana.

 

     ¿Qué hacían, pues, aquellas doncellas encerradas en sus aposentos? ¡Perversas! Te privan del beneficio de respirar el fresco de la mañana... Hasta la luz... ¡Ah! no. El aire que tú respiras es mas balsámico, y quieren disfrutarlo todo ellas solas. Harto motivo tiene: ¿quién no sería avaro de un bien precioso? ¡Ah! Tiempo hace que estoy anhelando una pequeña parte de este tesoro. El haberlo poseído un día en abundancia me hizo perder la calma del corazón.

 

     ¡Ah! ¡ojalá mis preces puedan llegar hasta ti! Yo las recomiendo al aire, al viento. Sólo el viento, sólo el aire pueden elevarlas hasta la altura de tu mansión. Pero no acostumbrada a tales mensajeros, e ignorando sus encargos, tú no podrás prestar oído atento a la relación que irán a hacerte.

 

     ¡Torcuato! ¿de qué hablas? ¡Infeliz! Tu delirio es excesivo. Cesa. No haces más que dar pábulo a tu dolor. Cantemos a Reinaldo. He aquí lo único que te es permitido en este lugar.

 

 

Noche IV

     Mi delirio ha llegado a su colmo. He visto, sí; he visto a Leonor. ¡Era acaso ilusión! Y bien; Señora, ¿traéis una palabra de vida? Me figuraba que llamándome me dirigía estas palabras:

 

     «Torcuato; tú eres el primer cantor del Universo; por ti se inmortalizará el nombre de nuestro príncipe, y de todos aquellos que tú honras con tus versos. ¿Quién dejará de cobrarte afecto, cuando distribuyes a tu albedrío la gloria tan apetecida de los hombres? No hay fortuna que tú no iguales.»

 

     Sí; Leonor, Virgilio, nacido en una aldea del Mincio, habiendo ido miserable a Roma para reclamar algunos estadios de terreno, llegó a ser el amigo de Mecenas y el convidado de Augusto. Sobre todo, Leonor, no estaba prohibido a Virgilio el ver a Livia, el hablar con Julia, y recitar sus versos a las dos. Nuestro príncipe es digno del corazón de Augusto, y yo no soy indigno de la suerte del cantor de Eneas. ¿Qué es lo que estoy diciendo? ¿Por qué, infeliz, me fatigo en vano? Leonor apenas ha fijado en mí ligeramente los ojos. Juraría que ni aun ha reparado en mi persona.

 

     ¡Ah! En aquellas elevadas torres en donde habita lo que más aprecia mi corazón; en aquellas torres... no hay quien se acuerde de Torcuato.

 

     ¡Corazones crueles! ¿Qué es lo que al fin merece más aprecio? Vuestro poder puede en un momento destruirse; vuestras riquezas dependen de aquel que os las ha transmitido; despojaos de cuanto os conceden los hombres insensatos, no siempre serán tales, y entonces seréis sólo unos miserables esqueletos dignos de compasión.

 

     El ingenio se eleva sobre todo, y no está sujeto a ninguna vicisitud. La violencia, el odio, la fuerza, nada puede dañarle. Yo viviré eternamente en la memoria de los hombres; y el tiempo destructor aniquilará bien pronto vuestro nombre, si yo no acudo a sostenerlo.

 

     ¿Habrá, pues, quien me acuse de arrogancia y llame temeraria mi pasión?¡Oh, edad vil y corrompida! ¿Debo yo estar ciego a tus leyes?

 

     No; la vileza nunca tuvo cabida en aquella alma candorosa que impera sobre mí. Si algún día llega a oírme, no dudo que me dirá:

 

     «¡Torcuato! Existe en los corazones humanos un afecto que iguala todas las condiciones, y tú eres tan grande que nadie podrá rehusarte su amor. Una misma corona cine a los reyes y a los poetas, y de éstos reciben los monarcas la palma de la inmortalidad.»

 

     ¿Y no amaría un alma tan noble y tan virtuosa? Yo... Siempre.

 

 

Noche V

     Cortesano; respóndeme y sé veraz. ¿Sigues tú a nuestro príncipe animado tan sólo por la esperanza de arrancar de sus manos alguna liberalidad? -Yo le sigo por un sentimiento puro. Alfonso es tal, que aunque fuese menos rico y poderoso se haría amar del mismo modo. - ¿Es decir que tú le amas?

 

     -Sí. - ¿Y qué haces para demostrarle tu amor? -Le presto mis servicios siempre que se digna emplearme en alguna cosa.

 

     Eres prudente; pero no siendo yo cortesano como tú, hago, sin embargo, mucho más por él. Le preparo un asiento en el templo eterno de la inmortalidad al lado de los más grandes héroes.

 

     Pero antes te lo preparas a ti mismo.

 

     Hay en esto una diferencia que se hace notable. Tú sigues al príncipe y le sirves; pero esto lo harás principalmente porque esperas con su protección hacer tu fortuna; y si yo quisiese, podría excluirte de la que me preparo a mí mismo. Él no me paga; porque ni aun esto puede hacer, pues todos sus Estados y todas sus riquezas no serían bastantes para satisfacerme.

 

     A mí me parece que pones en muy alto precio esta merced que tú le haces. ¿Y es cierto que no esperas de él alguna recompensa?

 

     ¡Malicioso! Yo no debía haberte llamado. Tú no puedes ser mi juez. Mis servicios son voluntarios. Yo no pido dignidades ni riquezas. ¿Qué necesidad tengo de ellas? No tengo sino una necesidad; aquella que mi doliente corazón me recuerda cada instante; aquella sin la cual siéndome desde mucho tiempo la vida una pesada carga, hubiera bien pronto terminado mi existencia...

 

     ¡Tú sola me detienes, dulce tormento de mi alma, y por ti sola me es apreciable mi Señor!

 

     Pero el orgullo de los grandes desprecia esta suerte de homenajes. ¡Desgraciado de mí si me declarase!... Un negocio de estado; ¡un delito!... ¡Un delito el puro afecto; el sentimiento!

 

     ¿Creéis vosotros que pueda obtenerse con el oro? ¿O no sentís acaso su necesidad?

 

     ¡Insensatos! Dio la naturaleza a cada uno sentimientos y alma. Falaces instituciones alteraron el orden de las cosas, y sólo se distingue la energía del alma y del corazón.

 

     ¡Oh! ¿por qué nació ella en un siglo tan corrompido? ¿Por qué su inocente espíritu deberá beber en fuentes tan impuras? Yo pido al Cielo un instante propicio para verla, para declararla...

 

     ¡Ay infeliz! Cuando llegue este instante ya no será ella cual yo me la figuro. Las grandezas y los aduladores habrán alterado la inocencia de su alma. Ella amará; y ya no será digna de mí.

 

     ¡Justo cielo! ¿Qué maligno demonio me inspiró tan negra sospecha? Su virtud es incorruptible. ¡Así llegará el instante que yo anhelo!

 

 

Noche VI

     Los enemigos de mi gloria se han levantado furiosamente contra mí. Sus gritos resuenan en el Arno, y se propagan velozmente por toda Italia. Yo los destruiré y saldré vencedor en la lucha. Conozco mi causa. Mi «Jerusalén» triunfará del tiempo y de la envidia.

 

     Pero ¡ay de mí! Otra pérdida mucho más grande podría sufrir aún. -Mi corazón vale seguramente mucho más que cualquier ingenio y cualquier poema. Es tan difícil en estos tiempos hallar otro corazón como el mío, cuanto lo era componer un poema digno rival de la «Eneida». ¿Quién aprecia un corazón cual se merece? ¿Es posible que aun haya quien se atreva a insultarlo? ¡Fatalidad de los tiempos! Se pregunta con arrogancia de qué sirve este don, mayormente si no se trata de un príncipe; y si estando dotado de un corazón tierno y amoroso pretendes la gracia de una mujer de elevada clase, los malignos cortesanos te llaman loco.

 

     ¡Ah! ¿Qué harás, Torcuato? Seguramente que no te opondrás a tus enemigos. Demasiados peligros te circuyen, y tu causa no puede exponerse sino dentro de ti mismo. Los hombres son feroces adoradores de las divinidades que se han forjado a su capricho.

 

     Ella es también una divinidad para mí. Pero el culto que yo le tributo no es el del vil cortesano.

 

     ¡Dios de los cielos! Haz de ella una simple aldeana. Los mismos que hoy me arruinarían porque la adoro, la despreciarán mañana abiertamente, la mirarán con desdén y la dejarán en un absoluto abandono.

 

     Ella empero nada perderá en mi corazón. Antes bien, adquirirá un nuevo precio, porque estando a cubierto de los peligros de la corrupción, podrá fortificarse más libremente en su virtud.

 

     ¡Oh! ¡Cómo brillaría entonces su hermosura entre los inocentes atractivos de la simple naturaleza! Bajo sus pies nacerían flores de todas estaciones; los límpidos y cristalinos arroyuelos suspenderían su curso y llevarían sus aguas en torno de ella, codiciosos de besar sus bellos pies; la fresca brisa de la primavera vendría a acariciarla con sus suaves perfumes; saludaríanla con sus cantos las avecillas del bosque; correrían balando inocentemente hacia ella las ovejas, admiradas de ver tan hermosa criatura; la respetarían, la amarían, la adorarían los hombres del lugar; repetido su nombre de boca en boca penetraría en las fastidiosas ciudades y en la corte: los grandes de ella se olvidarían entonces de aquel insensato orgullo, que ahora es su ídolo; ¡y quién sabe si desde lo alto de su opulencia y vanidad, el fastuoso magnate, que mira como una nada a todo el resto de los hombres, no se desdeñaría entonces de ser amado de esta aldeana! Los mentirosos cortesanos aplaudirían prontamente la nueva elegida. Dirían... ¡Qué no dirían para lisonjear la pasión del grande, sus falaces cortesanos!

 

     ¡Pero en vano! Esta mujer es mía, toda mía. Jamás conoció los humos de la vanidad; jamás pudieron embriagarla. Sólo conoce la rectitud del corazón, el candor de los afectos y la pureza de los sentimientos. ¿Poseéis acaso vosotros alguna de estas virtudes? Si no las tenéis, callad, miserables. Seguramente que no tenéis ninguna, yo lo sé bien, he vivido entre vosotros, y os conozco. ¡Ah, demasiado! También os conoce ella, que, educada entre vosotros, se acuerda con desdén y horror de vuestras pérfidas lecciones. Y aunque pudieseis ofrecerle virtudes dignas de ella, temblad sin embargo; hallaréis en mí un temible rival. Sí; yo me presentaré el primero en la palestra, y os disputaré la victoria. Siempre he aborrecido vuestras viles artes. Nunca supe hacer comercio de mi corazón. Yo no busco en el amor sino el amor solo. Vosotros hacéis servir esta noble pasión para otros fines; y si un afecto violento llega a dominaros por un instante, vuestra ambición no tarda en contaminarlo.

 

     Pero, ¡ay de mí! Ella permanece en el palacio de mi Señor; no se desprende de las seductoras grandezas en que nació, y yo no tendré el consuelo que deseo. ¡Infeliz!

 

     Entretanto, ¡oh destino cruel!, la guerra suscitada a mi gloria se hace fatal a mi amor. Ella oirá las dudas y los reparos; y quién sabe si tal vez se unirá a mis enemigos para burlarse de mí.

 

     No; ella no tiene un alma vil. Titubeará sin embargo. Arrojemos de nosotros esta turba de impertinentes; vindiquemos, ¡oh Torcuato!, nuestra gloria; tal vez vindicaremos nuestro amor. Escribamos.

 

 

Noche VII

     No, médico. No es propio de tu arte el curar esta calentura. Te engañas, o son falaces sus síntomas. El fuego que arde en mi seno es inmenso. No creas que para mitigarlo basten tus bebidas. Aunque bebiese el Po entero, no sentiría alivio alguno.

 

     Tú dices que esta fiebre es causa de los accesos a que se abandona mi mente de tiempo en tiempo. ¿Y qué? ¿Parécete acaso que yo deliro? Tú me calumnias. Mi razón es tan sólida como puede serlo la de otro hombre. Mi alma contempla un objeto... ¡Ah! Tú no sabes qué objeto contempla, y con cuánta intensidad...

 

     Fija los ojos en el sol en un mediodía de julio. Mira con detención su brillante disco, y recoge dentro de tus pupilas su inmenso resplandor. Titubearás dentro de poco, y los objetos que te rodean desaparecerán pronto de tu vista.

 

     ¡He aquí mi situación! Lleno enteramente del caro objeto por el cual vivo, mi corazón no enferma como pretendes. Guarda, pues, para los miserables sepultados en el lecho del dolor tu ciencia, si alguna tienes, y tus cuidados. Nunca habrás visto otro hombre más sano que yo.

 

     ¿Y sería posible que un hombre enfermo amase como yo amo? Existo todo en ella, no veo más que a ella; no busco, no quiero otra cosa...

 

     ¡Crueles! Dejadme en mi felicidad. Si yo diese un paso atrás, entonces tal vez necesitaría de los socorros de vuestro arte. Pero no, serían inútiles: moriría.

 

 

Noche VIII

     Yo no soy indócil. Escucho la razón, y la sigo. Cambiaré el título de mi poema; pero éste permanecerá el mismo aun después de tal mudanza. Esta mañana he examinado las objeciones que me han dirigido.

 

     No creas por eso, mujer divina, que el estudio me haya ocupado hasta el extremo de olvidarte un solo momento. ¿Qué fuerza podría arrancarte de donde ejerces tu imperio con autoridad soberana?

 

     No; no miento, no exagero. Exageran los amantes vulgares, porque su llama es vulgar. Mi afecto todo es divino. ¡Dios de la naturaleza! Tú mismo, tu mano potente lo ha grabado en mi alma. Su impresión es profundísima, y se ha arraigado en las más recónditas fibras del corazón. Perecerá este corazón, pero antes que él no perecerá ciertamente mi afecto.

 

     Cuando me detengo en meditar sobre mi obra, siento enardecerse mi pecho. Te veo en Sofronia, en Herminia, en Florinda, y perdóname, Armida misma me recuerda tu imagen. Armida es falaz, pero fué hermosa y amó, y este amor y esta belleza bastan a mi ardiente afecto.

 

     A veces me pregunto a mí mismo de dónde pude sacar las variadas imágenes de tan seductoras mujeres. Y si éstas, digo, son tan hermosas, ¿cuál debe ser aquella de la que sólo he trazado débiles rasgos, y una sombra? Guarden otros para sí, cualesquiera que sean, las formas que delineó mi imaginación. Su celeste modelo me pertenece. Sí; me pertenece. ¿Quién puede disputármelo? ¿Hay fuerza para ello en la tierra? No las conozco. Yo soy superior a toda fuerza; y si algún día intentase la violencia...

 

     ¿De qué depende el hilo de mi vida? Un golpe... Y puedo aventurarlo a cada instante. ¿Crees acaso que me falta valor? Quítame la esperanza; y verás...

 

     La gloria podía hacerme amar la vida. La gloria ejerce un imperio poderoso sobre algunas almas elevadas. Yo creo ya haberla alcanzado, y si la envidia me disputa hoy sus lauros, mañana habrá ya consumado todas sus asechanzas. Yo triunfaré.

 

     Tú sola entretanto sostienes mi espíritu. La idea de verte, de hablarte, de conmoverte, este solo pensamiento constituye mi vida. Jamás se borrará de mi corazón, aunque la casualidad o los hombres condenen mi amor. ¿Quién puede atentar contra mi alma, y arrancar de ella este pensamiento? Cualquier esfuerzo lo avivaría mucho más. Desafío a todos los tiranos, y a todas las adversidades.

 

     Pero si esta osadía tuviese lugar, dime, ¿con qué animo podría sostenerla?

 

     ¡Ay de mí! ¿acaso sabe ella las desgracias que me atormentan? ¿Sabe acaso que ella sola llena enteramente mi alma, y que sólo vivo por ella? No, ella no lo sabe.

 

     ¡Oh amor sumo e infeliz! Mi desesperación es en vano. Pueden algunos echar en cara su crueldad a la ingrata mujer que les hace sufrir. El pesar o remordimiento de ésta les sirve de compensación; y enfurecida su alma, se consuela con la venganza del desprecio; último remedio de un afecto desgraciado o indomable. Pero yo no quiero semejante compensación; no, no me complaceré jamás en tales venganzas.

 

     Mas la suerte de los amantes vulgares no debe ser la mía. El objeto que reina en mi corazón, es más elevado que el que reina comúnmente en el de los demás hombres. Todo es nuevo, todo es grande.

 

     Esta idea me da mayores y nuevas fuerzas.

 

 

Noche IX

     Los poetas acostumbran calumniar a las mujeres. Harto lo prueban sus frecuentes invectivas. Aun hacen más; profanan los misterios del amor. ¿Sabes tú la causa de todo esto? La bajeza de sus sentimientos.

 

     Los de Torcuato son más nobles; y no debes recelar, mujer divina, que lleguen jamás a envilecerse. Conóceme bien, y ten valor.

 

     He dejado mi lecho antes de la aurora, con el designio de penetrar hasta tu morada. ¿Quién podría detener mis pasos? Habría preguntado por Leonor; la habría dicho... lo que puede decir un hombre desesperado. ¿Tiene ella un alma tan insensible? ¡Ah, Leonor! Hace mucho tiempo que el sueño no ha cerrado mis párpados. Mi corazón palpita siempre. Una inquietud, un delirio... ¡Qué cruel situación, Leonor! Yo no puedo ni sé expresártela. El fuego que me abrasa se eleva hasta mi cerebro. ¿Ves estos ojos inflamados? ¿Ves este anhelo que me consume?

 

     ¡Ah! ¿Es ella?... Este ruido... Calla, que no se sobresalte, que no retroceda si llega a sospechar que este recinto encierra un hombre. No ignoro que nadie debe penetrar hasta aquí, pero esta severa ley no me comprende, Leonor. ¿Conoces mi pasión? ¿Sabes que no hay fibra en mi pecho en que el amor no haya estampado tu adorada imagen? Id; decidla que la aguardaré hasta la noche, un año entero, un siglo, con tal que venga, que la vea, y la hable.

 

     Leonor; no quieras imitar a los tiranos: no te hagas reo de un sacrilegio. Tiembla si el amor llega a vengarse. Tú malograrías su obra más admirable.

 

     Leonor, ten piedad de mí. Ella entra; mis ojos no la pierden de vista. Mi corazón late con violencia. El más leve rumor me conmueve, me agita. Me abraso, me hielo. Ella retrocede. No, no es Leonor.

 

     Un criado inoportuno baja de una escalera excusada que conduce a la habitación de la que adoro. ¡Ay, si yo pudiese vestir esa librea! Tú no conoces el bien de que disfrutas. ¿Qué hiciste para merecer el vivir a su lado? Eres verdaderamente feliz. Tú ves con frecuencia sus celestiales facciones, oyes su voz suave; y le prestas los servicios que ella se digna pedirte. Cédeme tu lugar.

 

     El criado atraviesa la sala en silencio, y Leonor no aparece. ¿Hasta cuándo he de perderme en vanos deseos? Todos desechan mis suplicas, todos se hacen sordos a mis ruegos. Yo deliro; ¿dónde me hallo? ¡Cielos, dónde estoy!

 

     Ven a mi socorro, oh dulce causa de mi dolor. De ti sola depende. ¿Con qué derecho podría quejarme de Leonor, si conociese ella que ya no es el objeto de mi afecto? Tú que lo posees sola y todo entero, debes mostrarte sensible. ¿El esplendor de tu cuna te eximió acaso del agradecimiento? ¡Oh, cielos! ¿Es posible que ella haya aprendido la inhumana moral del orgullo? No. Pero el orgullo la encadena. ¿Qué importa que sus grillos sean de oro? ¿Dejan por esto de ser el instrumento de la violencia?

 

     ¡Gran Dios! Te agradezco el no haberme destinado a tan alta cuna. Sería sólo un esclavo: no podría disponer ni aun del corazón. Sí: ni aun del corazón.

 

 

Noche X

     ¡Traidor! Ya que abrigabas contra mí tan cruel veneno, ¿por qué no traspasabas antes mi corazón con un puñal, cuando estando solos te abrazaba como a un amigo, como a una parte de mí mismo? Entonces no habrías sido más que un asesino. ¡Bárbaro! Tú has excedido la esfera del poder que hasta aquí se ha concedido a los malvados en la tierra, y la has excedido en mi daño.

 

     No, mujer divina. Mis labios jamás han profanado ni tu nombre, ni mi amor. ¿Quién merecería ser el depositario de este secreto?

 

     La amistad tiene grandes derechos. Sí, para todos menos para el amor. Orgulloso yo de una pasión que me coloca en un rango, tan superior a los demás mortales, ¿cómo puedes sospechar que hubiese incurrido en la bajeza de confiarla a hombre alguno? Miente quien tal dice: es un malvado.

 

     Él ha hecho traición a la amistad, y palideció al brillar sobre su cabeza el acero vengador, cuyos golpes sólo pudo evadir con una nueva vileza... herencia infame de su sangre.

 

     Pero ¿qué importa? Separado del resto de los hombres, arrojado a este asilo del último infortunio, juguete de unos cortesanos viles, hecho el blanco de la ira de un poderoso, que antes era mi protector... Nada es sin embargo todo esto. Ella... ¡aun ella se ha indignado contra mí... contra mí! ¡Tú!

 

     Pues bien, yo te perdono. Mira si soy desgraciado. La calumnia ha agotado en mí su veneno, y calló mi labio. Pero el ardor de mi pecho se aumenta; y no mintió la calumnia cuando me acusó de haberte amado. Ven, ven. Estaré mudo delante de ti. Mis párpados no harán el más mínimo movimiento, ni se oirá un latido en mi corazón. ¡Oh, en mi éxtasis moriré a tus pies... expiaré en tu presencia mi delito, si alguno tengo!

 

     Pero ¿cuál es mi delito? Uno solo, Leonor: ¿acusarás a Tasso por haberte amado?

 

     No; sentimientos más nobles abriga sin duda tu corazón. Volverán a serenarse aquellos ojos que alimentan mi única esperanza, y si consigo estos momentos, en medio de mis crueles miserias, seré el más afortunado de los mortales.

 

     Ella se acerca. Los acelerados latidos de mi corazón me anuncian que no está muy lejos el momento de verla.

 

     ¡Ah! Los dos somos desgraciados, y el cielo nos ha sujetado a grandes pruebas. No debes por esto desconfiar, ¡oh tierno objeto de mi inmenso amor! Variará nuestra terrible situación. ¿Podría acaso exasperarse más el rigor del destino que hoy nos oprime?

 

     ¡Cielos! Pálida... desgreñada... sus labios en convulsión... sus ojos... ¡Oh, qué ojos!... No, yo no puedo sostener su vista.

 

     Ve: bastante has dicho. Mañana ya no existirá el infeliz que hoy ocasiona tus penas. Es justo. ¡Ojalá vuelva entonces la paz a tu corazón, y con ella recobren tus funciones sus formas divinas! Ellas solas justificarán al desgraciado...

Tomado de:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/noches--1/html/ff07026e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.htm

 

 

"Bella sois, pero también dispuesta estáis a huir..."

Bella sois, pero también dispuesta estáis a huir,

como suele la cierva,

que por selvas oscuras y desiertas va y escapa,

y busca arroyo o río;

así yo os sigo en vano y os deseo.

 

Sois bella, mas también tan dura y tan fría

como la fuente helada

en cima áspera o cristal bello en monte;

ni os calienta el fuego

de mis suspiros, y ronco estoy, y me enciendo.

 

Sois bella, mas también sois falsa y cruel

como escollo entre olas,

o lento áspid entre verdes frondas,

o la trampa en medio de la hierba,

¡oh suave esclavitud y servidumbre cara!

 

Bella sois, mas desdeñosa y esquiva

como Dafne y Siringa,

o como cualquier ninfa solitaria del bosque,

o como la que quiso

seguir Orfeo bajo tierra o Alfeo bajo el mar.

Tomado de:

https://franciscocenamor.blogspot.com/2017/12/poema-del-dia-bella-sois-pero-tambien.html

 

 

"¿Aquel rocío o aquel llanto..."

¿Aquel rocío o aquel llanto,

y aquellas lágrimas, fueron las que

yo vi derramarse del manto de la noche

y del inmaculado rostro de las estrellas?

¿Y por qué la blanca luna sembró

con la desnuda pureza de gotas cristalinas

el seno de la hierba fresca?

¿Por qué en el aire oscuro

se oía en torno, a modo de un lloro,

hasta el alba, la brisa transcurrir?

¿Acaso fueron signos de que pronto

tú partirías, vida de mi vida?

Tomado de:

https://franciscocenamor.blogspot.com/2017/10/poema-del-dia-aquel-rocio-o-aquel.html

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