POEMA DEL SEÑOR TORQUATO TASSO AL SERENÍSIMO SEÑOR DON ALFONSO II D’ESTE DUQUE DE FERRARA
CANTO PRIMERO
1
Las armas piadosas canto, y al capitán
Que liberó el gran sepulcro de Cristo
Mucho obró con el magín y con la mano
Mucho sufrió por el glorioso aquisto.
En vano se opuso el infierno, en vano
Asia se armó y en Libia el pueblo mixto,
Dio favor el cielo bajo santo signo
Y a sus errantes camaradas reunió.
2
Oh musa, tú que de caducos laureles
No ciñes la frente, allá, en el Helicón,
Más allá en el cielo con beatos coros
Haces de estela inmortal aurea corona,
Inspira al pecho celestes ardores,
Aclara mi canto y también perdona
Si intento adornar en parte este canto
De muy otros deleites, y no del tuyo
3
Sabes, allá, do corre el mundo de versos,
Su dulzura el lisonjero Parnaso
Lo cierto condimenta en suaves versos
Y a los más esquivos ha persuadido.
Así el infante enfermo traga remedio,
Orlado el vaso de un licor muy suave,
Jugos muy amargos engañado bebe,
Mas de este engaño la vida recibe. (1)
4
Tú, magnánimo Alfonso que libraste
Del furor de fortuna y a puerto llevas
A mí, peregrino errante entre escollos,
Entre agitadas ondas casi absorto,
Estos papeles con regocijo recogen
Que casi como un voto a vos consagro.
Quizás un día mi presagiosa pluma
Ose decirte lo que aquí sugiere.
5
Y todo con razón, si un día ya en paz
El pueblo de Cristo hasta allí se vaya
En naves, corceles, y al fiero tracio
Quitada su bendita e injusta presa,
A tí te otorgue el cetro o, si te place,
El alto imperio del mar te conceda.
Émulo de Godofredo mis cármenes
Oye, y en tanto las armas apronta
6
Era el sexto año en que pasó al Oriente
El cristiano para tan alta empresa,
Caída ya Nicea y por astucia Antioquía
Que defendieran luego en las batallas
Libradas contra innumerables persas (2).
Tortosa también sitiada; y en la quietud
Del frío invierno el nuevo año esperaban.
7
Llegaba el fin del lluvioso invierno,
Que hizo a las armas cesar, lejos no era
Cuando de su alto solio el Padre Eterno
En la parte más pura del Cielo, lejos
De las estrellas y del bajo infierno,
Alto se halla en la estrellada esfera,
Los ojos fijar quiso en un solo punto;
Miró el mundo y cuanto allí se aduna.
8
Miró a todas las cosas y en Siria
Se fijó en los príncipes cristianos
Con ese mirar suyo que cala dentro
Los más profundos afectos humanos.
Vio que en Godofredo el deseo ardía
De echar de ciudad santa a los paganos,
Lo vio pleno de fe, celo; a toda mortal
Gloria, mando y honores así desprecia.
9
También a Balduino ingenio ambicioso
Que a humanas grandezas solo aspira.
Lo ve a Tancredi (3), sufrir desdeñoso
En tanto un vano amor lo martiriza.
A Boedemundo fundar un reino
En Antioquía con principios y leyes
Que intenta imponer, sabias costumbres
De arte como de culto al vero Numen.
10
Tanto se obstina en este pensamiento
Que otra empresa olvida y no recuerda;
Observa en Rinaldo ánimo guerrero
Que no se lleva bien con la quietud
Cómo arde en su interior la ambición,
No de oro o mando, arde de honor,
DE Güelfo (4) pendiente está de saber
Muy claros ejemplos de sus ancestros.
1:
motto de todo el método y concepto del barroco, endulzar las verdades amargas
de la vida con la destilación poética. V. Mario Praz, passim.
2: Tasso emplea aquí el anacronismo poético de
“persas” para referirse a los turcos en general, pues el poema se atiene a la
situación de Europa hacia Lepanto, y no a la diégesis de la primera cruzada
donde fueron los árabes los que se enfrentaron a los cristianos, pero para
lograr una contaminatio con el comienzo épico e histórico de estos
enfrentamientos, durante las llamadas “guerras médicas” disputadas entre los
griegos unidos contra el imperio persa de Ciro y Jerjes.
3: nótese que este nombre será empleado
irónicamente por Lampedusa en su personaje del sobrino del príncipe de Salina
(Alain Delon en el film de Visconti) como emblema del poltrón, cobarde y retoño
decadente de esta clase caballeresca. Y quien enuncia precisamente en ambas,
film y novela, el dictum luego conocido como “gatopardismo” de “cambiar algo para
que nada cambie”. Por cierto, su “amada” se llama Angelica (Claudia Cardinale
en el film) en par irónico con la heroína del Orlando furioso, de Ariosto.
Tomado de:
https://campodemaniobras.blogspot.com/2020/03/torcuato-tasso-de-la-jerusalen-liberada.html
Noches
Noche I
¡Ay!...
Me abraso. ¿Qué fuego es este que circula por mis venas? Este fuego no es el
que me inspiró los cantos de Reinaldo y Godofredo. Aquél obraba sobre mi
imaginación, éste convierte mi pecho en llamas vivas.
La
opresión es grande. Me falta aliento para expresarla, ¡tanto es el imperio que
ha tomado sobre mí!
¡Torcuato! ¿Te engañas acaso? En medio de esta penosa opresión nace un
oculto deleite que tú no cambiarías por cosa alguna. ¡Ah! ¡es el deleite del
amor!
¡Ay de
mí! ¿Qué palabra he pronunciado? ¿Quién explica su sentido? Hablé de amor otras
veces. Bastante escribí de él en otro tiempo; pero sólo tracé una débil imagen
del que ahora me consume.
¡Herminia!... ¡Clorinda!... Se dice que el sentimiento de las mujeres es
más vivo que el nuestro. No. Todas las mujeres juntas no pueden sentir con
tanta fuerza como yo. Canté los amores de Clorinda y de Herminia, ¡pero cuán
lejos de la verdad! El amor es otra cosa. Es cierto. ¿Quién puede negarlo?
¿Quién? El que no conoce el objeto sublime de mi pasión.
¡Oh tú,
que todavía no me atrevo a nombrar! ¿Cuándo será que sepas el inmenso fuego que
con tu propia mano has encendido en mi corazón? ¡Si estuvieses aquí! ¡Si yo
pudiese volar libremente a tu lado y decirte el tormento que forma mis
delicias!... ¿Podré decírtelo algún día?
¡Torcuato! no alientes tan vanas esperanzas.
Noche II
Yo la
he visto. ¡Ah! sobradamente la he visto. Sus largos y negros cabellos; sus
hermosos ojos; sus delicados labios que respiran el deleite; sus blanquísimos
dientes; su cuello ebúrneo...
¡Insensato! ¿Son ésas las partes más admirables de su hermosura?
Aquellos ojos llenos de viveza, aquel mirar plácido y benigno, aquella sonrisa
celestial...
Di más
bien, Torcuato, aquella voz... ¡Ah! aquella voz resuena todavía en mis oídos.
¿Con qué palabras podría expresarla? ¡Qué! ¿hay acaso palabras para expresar su
divina voz?... Resuena todavía en torno de mí. Aún la estoy oyendo, y mi
corazón la absorbe toda y se saborea de sus encantos.
¿Lo has
oído, Torcuato? Ella repetía los lamentables acentos de Herminia.
¡Ah!
no; deja para mí un tema tan cruel; o, si acaso quieres hacerlo objeto de tus
cantos, recuerda que sólo refieres el verdadero dolor de tu poeta. Ella lo
sabrá...
Pero
¿cómo? ¿Cuándo podré decirla una sola palabra? ¡Infeliz del que vive en el
tumulto de la corte! En ella los grandes son bien desgraciados, pues que no
pueden escuchar los sentimientos de aquellos que les aman. Sólo los aduladores
y los hipócritas hallan libre acogida.
Huiré
lejos de la corte; el aire contaminado que en ella se respira envenena los
corazones. Iré a los bosques. La vida sencilla y pastoril de los primeros
hombres debía ser un fideicomiso para toda su posteridad. ¡Pues bien! Lo será
para mí. Torcuato: partamos.
¡Infeliz! ¿Piensas hallarla en los bosques? ¿Verás en ellos estampada
una sola de sus pisadas? No; me detengo.
¡Oh,
tú, única causa de mis desvaríos! ¡A lo menos te fuesen conocidos!...
Noche III
He
paseado las prolongadas calles de los jardines. Cien veces he medido con mis
ojos la magnitud del soberbio alcázar donde moras. Animado por la esperanza, creí
al principio que vería a lo menos a una de tus doncellas.
¡Oh! ¿por qué no tienen éstas mi corazón? Mi
corazón sólo estaría bien dentro de su pecho, ya que deben servirte a ti,
primero y último objeto de mis desvelos. En vano me ha lisonjeado la esperanza.
Inútilmente he contemplado aquellas ventanas por largo tiempo; en balde mis
ojos han querido descubrir señal humana.
¿Qué
hacían, pues, aquellas doncellas encerradas en sus aposentos? ¡Perversas! Te
privan del beneficio de respirar el fresco de la mañana... Hasta la luz... ¡Ah!
no. El aire que tú respiras es mas balsámico, y quieren disfrutarlo todo ellas
solas. Harto motivo tiene: ¿quién no sería avaro de un bien precioso? ¡Ah!
Tiempo hace que estoy anhelando una pequeña parte de este tesoro. El haberlo
poseído un día en abundancia me hizo perder la calma del corazón.
¡Ah!
¡ojalá mis preces puedan llegar hasta ti! Yo las recomiendo al aire, al viento.
Sólo el viento, sólo el aire pueden elevarlas hasta la altura de tu mansión.
Pero no acostumbrada a tales mensajeros, e ignorando sus encargos, tú no podrás
prestar oído atento a la relación que irán a hacerte.
¡Torcuato! ¿de qué hablas? ¡Infeliz! Tu delirio es excesivo. Cesa. No
haces más que dar pábulo a tu dolor. Cantemos a Reinaldo. He aquí lo único que
te es permitido en este lugar.
Noche IV
Mi
delirio ha llegado a su colmo. He visto, sí; he visto a Leonor. ¡Era acaso
ilusión! Y bien; Señora, ¿traéis una palabra de vida? Me figuraba que
llamándome me dirigía estas palabras:
«Torcuato; tú eres el primer cantor del
Universo; por ti se inmortalizará el nombre de nuestro príncipe, y de todos
aquellos que tú honras con tus versos. ¿Quién dejará de cobrarte afecto, cuando
distribuyes a tu albedrío la gloria tan apetecida de los hombres? No hay
fortuna que tú no iguales.»
Sí;
Leonor, Virgilio, nacido en una aldea del Mincio, habiendo ido miserable a Roma
para reclamar algunos estadios de terreno, llegó a ser el amigo de Mecenas y el
convidado de Augusto. Sobre todo, Leonor, no estaba prohibido a Virgilio el ver
a Livia, el hablar con Julia, y recitar sus versos a las dos. Nuestro príncipe
es digno del corazón de Augusto, y yo no soy indigno de la suerte del cantor de
Eneas. ¿Qué es lo que estoy diciendo? ¿Por qué, infeliz, me fatigo en vano?
Leonor apenas ha fijado en mí ligeramente los ojos. Juraría que ni aun ha
reparado en mi persona.
¡Ah! En
aquellas elevadas torres en donde habita lo que más aprecia mi corazón; en
aquellas torres... no hay quien se acuerde de Torcuato.
¡Corazones crueles! ¿Qué es lo que al fin merece más aprecio? Vuestro
poder puede en un momento destruirse; vuestras riquezas dependen de aquel que
os las ha transmitido; despojaos de cuanto os conceden los hombres insensatos,
no siempre serán tales, y entonces seréis sólo unos miserables esqueletos
dignos de compasión.
El
ingenio se eleva sobre todo, y no está sujeto a ninguna vicisitud. La
violencia, el odio, la fuerza, nada puede dañarle. Yo viviré eternamente en la
memoria de los hombres; y el tiempo destructor aniquilará bien pronto vuestro
nombre, si yo no acudo a sostenerlo.
¿Habrá,
pues, quien me acuse de arrogancia y llame temeraria mi pasión?¡Oh, edad vil y
corrompida! ¿Debo yo estar ciego a tus leyes?
No; la
vileza nunca tuvo cabida en aquella alma candorosa que impera sobre mí. Si
algún día llega a oírme, no dudo que me dirá:
«¡Torcuato! Existe en los corazones humanos un afecto que iguala todas
las condiciones, y tú eres tan grande que nadie podrá rehusarte su amor. Una
misma corona cine a los reyes y a los poetas, y de éstos reciben los monarcas
la palma de la inmortalidad.»
¿Y no
amaría un alma tan noble y tan virtuosa? Yo... Siempre.
Noche V
Cortesano; respóndeme y sé veraz. ¿Sigues tú a nuestro príncipe animado
tan sólo por la esperanza de arrancar de sus manos alguna liberalidad? -Yo le
sigo por un sentimiento puro. Alfonso es tal, que aunque fuese menos rico y
poderoso se haría amar del mismo modo. - ¿Es decir que tú le amas?
-Sí. -
¿Y qué haces para demostrarle tu amor? -Le presto mis servicios siempre que se
digna emplearme en alguna cosa.
Eres
prudente; pero no siendo yo cortesano como tú, hago, sin embargo, mucho más por
él. Le preparo un asiento en el templo eterno de la inmortalidad al lado de los
más grandes héroes.
Pero
antes te lo preparas a ti mismo.
Hay en
esto una diferencia que se hace notable. Tú sigues al príncipe y le sirves;
pero esto lo harás principalmente porque esperas con su protección hacer tu
fortuna; y si yo quisiese, podría excluirte de la que me preparo a mí mismo. Él
no me paga; porque ni aun esto puede hacer, pues todos sus Estados y todas sus
riquezas no serían bastantes para satisfacerme.
A mí me
parece que pones en muy alto precio esta merced que tú le haces. ¿Y es cierto
que no esperas de él alguna recompensa?
¡Malicioso! Yo no debía haberte llamado. Tú no puedes ser mi juez. Mis
servicios son voluntarios. Yo no pido dignidades ni riquezas. ¿Qué necesidad
tengo de ellas? No tengo sino una necesidad; aquella que mi doliente corazón me
recuerda cada instante; aquella sin la cual siéndome desde mucho tiempo la vida
una pesada carga, hubiera bien pronto terminado mi existencia...
¡Tú
sola me detienes, dulce tormento de mi alma, y por ti sola me es apreciable mi
Señor!
Pero el
orgullo de los grandes desprecia esta suerte de homenajes. ¡Desgraciado de mí
si me declarase!... Un negocio de estado; ¡un delito!... ¡Un delito el puro
afecto; el sentimiento!
¿Creéis
vosotros que pueda obtenerse con el oro? ¿O no sentís acaso su necesidad?
¡Insensatos! Dio la naturaleza a cada uno sentimientos y alma. Falaces
instituciones alteraron el orden de las cosas, y sólo se distingue la energía
del alma y del corazón.
¡Oh!
¿por qué nació ella en un siglo tan corrompido? ¿Por qué su inocente espíritu
deberá beber en fuentes tan impuras? Yo pido al Cielo un instante propicio para
verla, para declararla...
¡Ay
infeliz! Cuando llegue este instante ya no será ella cual yo me la figuro. Las
grandezas y los aduladores habrán alterado la inocencia de su alma. Ella amará;
y ya no será digna de mí.
¡Justo
cielo! ¿Qué maligno demonio me inspiró tan negra sospecha? Su virtud es
incorruptible. ¡Así llegará el instante que yo anhelo!
Noche VI
Los
enemigos de mi gloria se han levantado furiosamente contra mí. Sus gritos
resuenan en el Arno, y se propagan velozmente por toda Italia. Yo los destruiré
y saldré vencedor en la lucha. Conozco mi causa. Mi «Jerusalén» triunfará del
tiempo y de la envidia.
Pero
¡ay de mí! Otra pérdida mucho más grande podría sufrir aún. -Mi corazón vale
seguramente mucho más que cualquier ingenio y cualquier poema. Es tan difícil
en estos tiempos hallar otro corazón como el mío, cuanto lo era componer un
poema digno rival de la «Eneida». ¿Quién aprecia un corazón cual se merece? ¿Es
posible que aun haya quien se atreva a insultarlo? ¡Fatalidad de los tiempos!
Se pregunta con arrogancia de qué sirve este don, mayormente si no se trata de
un príncipe; y si estando dotado de un corazón tierno y amoroso pretendes la
gracia de una mujer de elevada clase, los malignos cortesanos te llaman loco.
¡Ah!
¿Qué harás, Torcuato? Seguramente que no te opondrás a tus enemigos. Demasiados
peligros te circuyen, y tu causa no puede exponerse sino dentro de ti mismo.
Los hombres son feroces adoradores de las divinidades que se han forjado a su
capricho.
Ella es
también una divinidad para mí. Pero el culto que yo le tributo no es el del vil
cortesano.
¡Dios
de los cielos! Haz de ella una simple aldeana. Los mismos que hoy me
arruinarían porque la adoro, la despreciarán mañana abiertamente, la mirarán
con desdén y la dejarán en un absoluto abandono.
Ella
empero nada perderá en mi corazón. Antes bien, adquirirá un nuevo precio,
porque estando a cubierto de los peligros de la corrupción, podrá fortificarse
más libremente en su virtud.
¡Oh!
¡Cómo brillaría entonces su hermosura entre los inocentes atractivos de la
simple naturaleza! Bajo sus pies nacerían flores de todas estaciones; los
límpidos y cristalinos arroyuelos suspenderían su curso y llevarían sus aguas
en torno de ella, codiciosos de besar sus bellos pies; la fresca brisa de la
primavera vendría a acariciarla con sus suaves perfumes; saludaríanla con sus
cantos las avecillas del bosque; correrían balando inocentemente hacia ella las
ovejas, admiradas de ver tan hermosa criatura; la respetarían, la amarían, la
adorarían los hombres del lugar; repetido su nombre de boca en boca penetraría
en las fastidiosas ciudades y en la corte: los grandes de ella se olvidarían
entonces de aquel insensato orgullo, que ahora es su ídolo; ¡y quién sabe si
desde lo alto de su opulencia y vanidad, el fastuoso magnate, que mira como una
nada a todo el resto de los hombres, no se desdeñaría entonces de ser amado de
esta aldeana! Los mentirosos cortesanos aplaudirían prontamente la nueva
elegida. Dirían... ¡Qué no dirían para lisonjear la pasión del grande, sus
falaces cortesanos!
¡Pero
en vano! Esta mujer es mía, toda mía. Jamás conoció los humos de la vanidad;
jamás pudieron embriagarla. Sólo conoce la rectitud del corazón, el candor de
los afectos y la pureza de los sentimientos. ¿Poseéis acaso vosotros alguna de
estas virtudes? Si no las tenéis, callad, miserables. Seguramente que no tenéis
ninguna, yo lo sé bien, he vivido entre vosotros, y os conozco. ¡Ah, demasiado!
También os conoce ella, que, educada entre vosotros, se acuerda con desdén y
horror de vuestras pérfidas lecciones. Y aunque pudieseis ofrecerle virtudes
dignas de ella, temblad sin embargo; hallaréis en mí un temible rival. Sí; yo
me presentaré el primero en la palestra, y os disputaré la victoria. Siempre he
aborrecido vuestras viles artes. Nunca supe hacer comercio de mi corazón. Yo no
busco en el amor sino el amor solo. Vosotros hacéis servir esta noble pasión
para otros fines; y si un afecto violento llega a dominaros por un instante,
vuestra ambición no tarda en contaminarlo.
Pero,
¡ay de mí! Ella permanece en el palacio de mi Señor; no se desprende de las
seductoras grandezas en que nació, y yo no tendré el consuelo que deseo.
¡Infeliz!
Entretanto, ¡oh destino cruel!, la guerra suscitada a mi gloria se hace
fatal a mi amor. Ella oirá las dudas y los reparos; y quién sabe si tal vez se
unirá a mis enemigos para burlarse de mí.
No;
ella no tiene un alma vil. Titubeará sin embargo. Arrojemos de nosotros esta
turba de impertinentes; vindiquemos, ¡oh Torcuato!, nuestra gloria; tal vez
vindicaremos nuestro amor. Escribamos.
Noche VII
No,
médico. No es propio de tu arte el curar esta calentura. Te engañas, o son
falaces sus síntomas. El fuego que arde en mi seno es inmenso. No creas que
para mitigarlo basten tus bebidas. Aunque bebiese el Po entero, no sentiría
alivio alguno.
Tú
dices que esta fiebre es causa de los accesos a que se abandona mi mente de
tiempo en tiempo. ¿Y qué? ¿Parécete acaso que yo deliro? Tú me calumnias. Mi
razón es tan sólida como puede serlo la de otro hombre. Mi alma contempla un
objeto... ¡Ah! Tú no sabes qué objeto contempla, y con cuánta intensidad...
Fija
los ojos en el sol en un mediodía de julio. Mira con detención su brillante
disco, y recoge dentro de tus pupilas su inmenso resplandor. Titubearás dentro
de poco, y los objetos que te rodean desaparecerán pronto de tu vista.
¡He
aquí mi situación! Lleno enteramente del caro objeto por el cual vivo, mi
corazón no enferma como pretendes. Guarda, pues, para los miserables sepultados
en el lecho del dolor tu ciencia, si alguna tienes, y tus cuidados. Nunca
habrás visto otro hombre más sano que yo.
¿Y
sería posible que un hombre enfermo amase como yo amo? Existo todo en ella, no
veo más que a ella; no busco, no quiero otra cosa...
¡Crueles! Dejadme en mi felicidad. Si yo diese un paso atrás, entonces
tal vez necesitaría de los socorros de vuestro arte. Pero no, serían inútiles: moriría.
Noche VIII
Yo no
soy indócil. Escucho la razón, y la sigo. Cambiaré el título de mi poema; pero
éste permanecerá el mismo aun después de tal mudanza. Esta mañana he examinado
las objeciones que me han dirigido.
No
creas por eso, mujer divina, que el estudio me haya ocupado hasta el extremo de
olvidarte un solo momento. ¿Qué fuerza podría arrancarte de donde ejerces tu
imperio con autoridad soberana?
No; no
miento, no exagero. Exageran los amantes vulgares, porque su llama es vulgar.
Mi afecto todo es divino. ¡Dios de la naturaleza! Tú mismo, tu mano potente lo
ha grabado en mi alma. Su impresión es profundísima, y se ha arraigado en las
más recónditas fibras del corazón. Perecerá este corazón, pero antes que él no
perecerá ciertamente mi afecto.
Cuando
me detengo en meditar sobre mi obra, siento enardecerse mi pecho. Te veo en
Sofronia, en Herminia, en Florinda, y perdóname, Armida misma me recuerda tu
imagen. Armida es falaz, pero fué hermosa y amó, y este amor y esta belleza
bastan a mi ardiente afecto.
A veces
me pregunto a mí mismo de dónde pude sacar las variadas imágenes de tan
seductoras mujeres. Y si éstas, digo, son tan hermosas, ¿cuál debe ser aquella
de la que sólo he trazado débiles rasgos, y una sombra? Guarden otros para sí,
cualesquiera que sean, las formas que delineó mi imaginación. Su celeste modelo
me pertenece. Sí; me pertenece. ¿Quién puede disputármelo? ¿Hay fuerza para
ello en la tierra? No las conozco. Yo soy superior a toda fuerza; y si algún
día intentase la violencia...
¿De qué
depende el hilo de mi vida? Un golpe... Y puedo aventurarlo a cada instante.
¿Crees acaso que me falta valor? Quítame la esperanza; y verás...
La
gloria podía hacerme amar la vida. La gloria ejerce un imperio poderoso sobre
algunas almas elevadas. Yo creo ya haberla alcanzado, y si la envidia me
disputa hoy sus lauros, mañana habrá ya consumado todas sus asechanzas. Yo
triunfaré.
Tú sola
entretanto sostienes mi espíritu. La idea de verte, de hablarte, de conmoverte,
este solo pensamiento constituye mi vida. Jamás se borrará de mi corazón,
aunque la casualidad o los hombres condenen mi amor. ¿Quién puede atentar
contra mi alma, y arrancar de ella este pensamiento? Cualquier esfuerzo lo
avivaría mucho más. Desafío a todos los tiranos, y a todas las adversidades.
Pero si
esta osadía tuviese lugar, dime, ¿con qué animo podría sostenerla?
¡Ay de
mí! ¿acaso sabe ella las desgracias que me atormentan? ¿Sabe acaso que ella
sola llena enteramente mi alma, y que sólo vivo por ella? No, ella no lo sabe.
¡Oh
amor sumo e infeliz! Mi desesperación es en vano. Pueden algunos echar en cara
su crueldad a la ingrata mujer que les hace sufrir. El pesar o remordimiento de
ésta les sirve de compensación; y enfurecida su alma, se consuela con la
venganza del desprecio; último remedio de un afecto desgraciado o indomable.
Pero yo no quiero semejante compensación; no, no me complaceré jamás en tales
venganzas.
Mas la
suerte de los amantes vulgares no debe ser la mía. El objeto que reina en mi
corazón, es más elevado que el que reina comúnmente en el de los demás hombres.
Todo es nuevo, todo es grande.
Esta
idea me da mayores y nuevas fuerzas.
Noche IX
Los
poetas acostumbran calumniar a las mujeres. Harto lo prueban sus frecuentes
invectivas. Aun hacen más; profanan los misterios del amor. ¿Sabes tú la causa
de todo esto? La bajeza de sus sentimientos.
Los de
Torcuato son más nobles; y no debes recelar, mujer divina, que lleguen jamás a
envilecerse. Conóceme bien, y ten valor.
He
dejado mi lecho antes de la aurora, con el designio de penetrar hasta tu
morada. ¿Quién podría detener mis pasos? Habría preguntado por Leonor; la
habría dicho... lo que puede decir un hombre desesperado. ¿Tiene ella un alma
tan insensible? ¡Ah, Leonor! Hace mucho tiempo que el sueño no ha cerrado mis
párpados. Mi corazón palpita siempre. Una inquietud, un delirio... ¡Qué cruel
situación, Leonor! Yo no puedo ni sé expresártela. El fuego que me abrasa se
eleva hasta mi cerebro. ¿Ves estos ojos inflamados? ¿Ves este anhelo que me
consume?
¡Ah!
¿Es ella?... Este ruido... Calla, que no se sobresalte, que no retroceda si
llega a sospechar que este recinto encierra un hombre. No ignoro que nadie debe
penetrar hasta aquí, pero esta severa ley no me comprende, Leonor. ¿Conoces mi
pasión? ¿Sabes que no hay fibra en mi pecho en que el amor no haya estampado tu
adorada imagen? Id; decidla que la aguardaré hasta la noche, un año entero, un
siglo, con tal que venga, que la vea, y la hable.
Leonor;
no quieras imitar a los tiranos: no te hagas reo de un sacrilegio. Tiembla si
el amor llega a vengarse. Tú malograrías su obra más admirable.
Leonor,
ten piedad de mí. Ella entra; mis ojos no la pierden de vista. Mi corazón late
con violencia. El más leve rumor me conmueve, me agita. Me abraso, me hielo.
Ella retrocede. No, no es Leonor.
Un
criado inoportuno baja de una escalera excusada que conduce a la habitación de
la que adoro. ¡Ay, si yo pudiese vestir esa librea! Tú no conoces el bien de
que disfrutas. ¿Qué hiciste para merecer el vivir a su lado? Eres
verdaderamente feliz. Tú ves con frecuencia sus celestiales facciones, oyes su
voz suave; y le prestas los servicios que ella se digna pedirte. Cédeme tu
lugar.
El
criado atraviesa la sala en silencio, y Leonor no aparece. ¿Hasta cuándo he de
perderme en vanos deseos? Todos desechan mis suplicas, todos se hacen sordos a
mis ruegos. Yo deliro; ¿dónde me hallo? ¡Cielos, dónde estoy!
Ven a
mi socorro, oh dulce causa de mi dolor. De ti sola depende. ¿Con qué derecho
podría quejarme de Leonor, si conociese ella que ya no es el objeto de mi
afecto? Tú que lo posees sola y todo entero, debes mostrarte sensible. ¿El
esplendor de tu cuna te eximió acaso del agradecimiento? ¡Oh, cielos! ¿Es
posible que ella haya aprendido la inhumana moral del orgullo? No. Pero el
orgullo la encadena. ¿Qué importa que sus grillos sean de oro? ¿Dejan por esto
de ser el instrumento de la violencia?
¡Gran
Dios! Te agradezco el no haberme destinado a tan alta cuna. Sería sólo un
esclavo: no podría disponer ni aun del corazón. Sí: ni aun del corazón.
Noche X
¡Traidor! Ya que abrigabas contra mí tan cruel veneno, ¿por qué no
traspasabas antes mi corazón con un puñal, cuando estando solos te abrazaba
como a un amigo, como a una parte de mí mismo? Entonces no habrías sido más que
un asesino. ¡Bárbaro! Tú has excedido la esfera del poder que hasta aquí se ha
concedido a los malvados en la tierra, y la has excedido en mi daño.
No,
mujer divina. Mis labios jamás han profanado ni tu nombre, ni mi amor. ¿Quién
merecería ser el depositario de este secreto?
La
amistad tiene grandes derechos. Sí, para todos menos para el amor. Orgulloso yo
de una pasión que me coloca en un rango, tan superior a los demás mortales,
¿cómo puedes sospechar que hubiese incurrido en la bajeza de confiarla a hombre
alguno? Miente quien tal dice: es un malvado.
Él ha
hecho traición a la amistad, y palideció al brillar sobre su cabeza el acero
vengador, cuyos golpes sólo pudo evadir con una nueva vileza... herencia infame
de su sangre.
Pero
¿qué importa? Separado del resto de los hombres, arrojado a este asilo del
último infortunio, juguete de unos cortesanos viles, hecho el blanco de la ira
de un poderoso, que antes era mi protector... Nada es sin embargo todo esto.
Ella... ¡aun ella se ha indignado contra mí... contra mí! ¡Tú!
Pues
bien, yo te perdono. Mira si soy desgraciado. La calumnia ha agotado en mí su
veneno, y calló mi labio. Pero el ardor de mi pecho se aumenta; y no mintió la
calumnia cuando me acusó de haberte amado. Ven, ven. Estaré mudo delante de ti.
Mis párpados no harán el más mínimo movimiento, ni se oirá un latido en mi
corazón. ¡Oh, en mi éxtasis moriré a tus pies... expiaré en tu presencia mi
delito, si alguno tengo!
Pero
¿cuál es mi delito? Uno solo, Leonor: ¿acusarás a Tasso por haberte amado?
No;
sentimientos más nobles abriga sin duda tu corazón. Volverán a serenarse
aquellos ojos que alimentan mi única esperanza, y si consigo estos momentos, en
medio de mis crueles miserias, seré el más afortunado de los mortales.
Ella se
acerca. Los acelerados latidos de mi corazón me anuncian que no está muy lejos
el momento de verla.
¡Ah!
Los dos somos desgraciados, y el cielo nos ha sujetado a grandes pruebas. No
debes por esto desconfiar, ¡oh tierno objeto de mi inmenso amor! Variará
nuestra terrible situación. ¿Podría acaso exasperarse más el rigor del destino
que hoy nos oprime?
¡Cielos! Pálida... desgreñada... sus labios en convulsión... sus ojos...
¡Oh, qué ojos!... No, yo no puedo sostener su vista.
Ve:
bastante has dicho. Mañana ya no existirá el infeliz que hoy ocasiona tus
penas. Es justo. ¡Ojalá vuelva entonces la paz a tu corazón, y con ella
recobren tus funciones sus formas divinas! Ellas solas justificarán al
desgraciado...
Tomado de:
"Bella sois, pero también dispuesta estáis a huir..."
Bella sois, pero también dispuesta estáis a huir,
como suele la cierva,
que por selvas oscuras y desiertas va y escapa,
y busca arroyo o río;
así yo os sigo en vano y os deseo.
Sois bella, mas también tan dura y tan fría
como la fuente helada
en cima áspera o cristal bello en monte;
ni os calienta el fuego
de mis suspiros, y ronco estoy, y me enciendo.
Sois bella, mas también sois falsa y cruel
como escollo entre olas,
o lento áspid entre verdes frondas,
o la trampa en medio de la hierba,
¡oh suave esclavitud y servidumbre cara!
Bella sois, mas desdeñosa y esquiva
como Dafne y Siringa,
o como cualquier ninfa solitaria del bosque,
o como la que quiso
seguir Orfeo bajo tierra o Alfeo bajo el mar.
Tomado de:
https://franciscocenamor.blogspot.com/2017/12/poema-del-dia-bella-sois-pero-tambien.html
"¿Aquel rocío o aquel llanto..."
¿Aquel rocío o aquel llanto,
y aquellas lágrimas, fueron las que
yo vi derramarse del manto de la noche
y del inmaculado rostro de las estrellas?
¿Y por qué la blanca luna sembró
con la desnuda pureza de gotas cristalinas
el seno de la hierba fresca?
¿Por qué en el aire oscuro
se oía en torno, a modo de un lloro,
hasta el alba, la brisa transcurrir?
¿Acaso fueron signos de que pronto
tú partirías, vida de mi vida?
Tomado de:
https://franciscocenamor.blogspot.com/2017/10/poema-del-dia-aquel-rocio-o-aquel.html
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