sábado, 5 de septiembre de 2015

POEMAS DE JAROSLAV SEIFERT



Jaroslav Seifert

   (Rep. Checa, 1901-1986)
Seifert


La columna de la peste



2

Nuestras vidas se deslizan

como los dedos sobre el papel de lija;

días, semanas, años, siglos,

y había épocas en que pasábamos llorando

largos años.

Hoy todavía camino alrededor de la columna

donde con tanta frecuencia esperé

y escuché, cómo murmura el agua

de las fauces apocalípticas,

sorprendido cada vez

por la amorosa coquetería del agua,

que estallaba en la superficie de la fuente

mientras caía la sombra de la columna en tu rostro.

Esta era la hora de la Rosa.



Ser poeta



La vida ya hace tiempo me enseñó

que la música y la poesía

son en este mundo lo más hermoso

que puede darnos, excepto el amor.

En una antigua crestomatía,

publicada aún en tiempos del viejo Imperio austrohúngaro,

en el año en que murió Vrchlický

busqué el tratado que hablara

de poética y de los adornos poéticos.

Luego puse una rosa en un vasito,

encendí una vela

y empecé a escribir mis primeros poemas.

Inflámate, llama de las palabras, y arde,

aunque acaso me quemes los dedos.

Una metáfora sorprendente

es más que un anillo de oro en la mano.

Pero ni siquiera la metodología de Puchmajer

me sirvió de nada.

En vano recogía las ideas

y con fuerza cerré los ojos

para poder oír el misterioso primer verso.

En la oscuridad, lugar de las palabras,

entreví una sonrisa de mujer

y en el viento cabellos ondeantes.



Apagad las luces



En silencio. Que no se caiga el rocío

que tiembla en la punta misma de las pestañas;

sin hacer ruido. silenciosamente. sin patetismo,

a aquella noche le digo: no fuiste de las peores.

Con las alas de la guarda

de las tinieblas, no nos envolvió tu ángel,

que con nosotros estaba, oh noche seria

después de frívolas noches, con violencia.

Y el grito que por tu alfombra se extiende

cuando de horror las manos nos estrechamos,

ese espantoso grito que puede oír cualquiera todavía,

una llamada dulce es para mí.

¡Apagad las luces! que no se caiga el rocío

que tiembla en la punta misma de las pestañas;

sin hacer ruido, silenciosamente, sin patetismos,

digo: cuál, cuál era la claridad

de aquella noche en que todo oscureció,

en que todos como sombras

en su tronco se encogieron.

Sé bien, sé muy bien que entonces hubiera sido mejor

oír el estruendo.



Canción



Agita un pañuelo blanco

el que se despide.

Cada día acaba algo,

acaba algo muy hermoso.

La paloma mensajera bate el aire con las alas,

de vuelta a casa.

Con esperanza y sin esperanza

siempre volvemos a casa.

Sécate las lágrimas

y sonríe con los ojos llorosos,

cada día empieza algo,

empieza algo muy hermoso.



Pan y rosas



Entre dos polos se tensa el mundo

como la piel del asno.

La vida, entre dos cosas:

pan y rosas.

Se oye el mundo, redoblan los tambores.

Para cosas pequeñas, guerra grande.

Ganador y vencido vuelven a casa.

¿Qué distancia, qué distancia haya casa?

Dos dados, dos palabras maravillosas,

en la corneta de la historia: pan y rosas.

Volver a tocar sobre el tambor volcado

moviendo con violencia la corneta en las manos.

Sobre la piel de asno del tambor de guerra,

para nuestro amor, el hambre y la muerte espera.


El barco en llamas

Emprendí el camino al anochecer.
El que busca
                     suele ser esperado.
Al que espera, le encuentran.

Fui dejando detrás pequeñas ciudades dormidas,
rincones tejidos de hiedra,
donde quedaba aún algo de la música
de primavera,
hasta que me atrapó la noche.

En su oscuridad estalló una llama.
Alguien gritó:
                     ¡Arde el barco!
La lengua apasionada de la llama
rozaba la desnudez del agua
y los hombros de la joven
temblaban de placer.

Bajo las nerviosas ramas del sauce
que daba sombra a la fuente,
en cuyo fondo se oculta la tiniebla
cuando hay luz,
                     vi a una joven.
Empezaba a amanecer.
Ella intentaba bajar del brocal
un cubo mojado.

Tímidamente le pregunté
si había visto la llama.
Me miró con sorpresa,
volvió hacia atrás la cabeza
y un momento después, dudando, asintió.
Versión de Clara Janés


El tímido susurro de la boca besada...


El tímido susurro de la boca besada
                      que sonríe: Por un sí,
que hace tiempo no escucho.
                      Ni tampoco me toca.
Sin embargo quisiera encontrar aún palabras
que estén amasadas
                      de miga de pan,
                      o de olor de tilos.
Pero el pan se ha puesto mohoso
                      y el perfume amargo.

Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas
y me ahogan,
                      cuando quiero asirlas.
Matarlas no puedo,
                      y a mí me matan.
¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones!
Si pudiera obligarlas a bailar para mí
se quedarían mudas.
                     Y aún cojearían.

Sin embargo sé muy bien
que el poeta está obligado siempre a decir más
que lo que esconde el rumor de las palabras.
Yeso es la poesía.
De lo contrario con la palanca del verso no podría
hacer saltar el capullo de los melosos goznes
y obligar al escalofrío
                      a que nos recorra la espalda
mientras desnuda la verdad.
Versión de Clara Janés

Tórtola, cállate...


Tórtola, cállate, deja de arrullar,
en estos parajes a nada procurarás dulzura
y golpea la piedra con el ala indefensa
para que se levante el rabino,
                       lleva ya mucho rato durmiendo.

Con ondulación de tumba, que vaya a la sinagoga,
pues aquellos que marcharon hace tiempo
                      algunas veces regresan,
que los vivos se van siempre
y el mundo se quedaría vacío.

Que entre en el umbral y peine el crepúsculo
                      de barba gris.
Aquí está la primavera, el tiempo de Pascua empieza
y ha llegado ya el momento
de cantar el Cantar de los cantares
delante del cortinaje de la tora.
                      Que empiece el cantar,
escucharemos aquel grandioso cántico de muerte,
el cantar más triste de todos los cantares
escritos no hace mucho sobre la pared húmeda.

Que los nombres de los asesinados
                       pegados con sangre
caigan en la cúpula del cementerio y que le entierren.
Ya es bastante viejo.

Las piedras que en pie seguían
se inclinan e inclinadas caen al suelo.
                       ¡Qué se oiga su voz
en el valle del silencio
y esparza ya aquellas manchas
que bailan entre las tumbas!
                       Su capa
está tejida de hedor de putrefacción
y los huecos de sus ojos con escamas de peces
                       están pegados.

Cuando ya incluso la mezuza tan sagrada
                       ha perdido su poder,
cuando ya ni siquiera las oraciones llegan
y caen atrás como flechas a mitad del camino,
quizá se abra paso su cantar
                       hacia el cielo cerrado.
Un arco iris de siete cintas
se tiende en el paisaje de primavera.
¿Qué es lo que huele? , huele el aire
y algo más huele en mayo:

la rosa silvestre.

Esas hojas suyas inocentes
son el saludo de antaño para mí tan querido.
No, no te cambiaría por otras,
ya fueran las más bellas rosas,

rosa silvestre.

Veo a mi madre cuando era joven.
Va por la hierba y lleva una rosa.
Mas cuando cae la flor del arbusto
la imagen de nuevo se desvanece,

rosa silvestre.
Versión de Clara Janés

EL BOMBARDEO DE LA CIUDAD DE KRALUPY



Alerta por la noche


La guerra hacía más oscuras las noches
y más angustiosos los días.
En cada rincón colgaba una espada,
amenazaba una ametralladora
y acechaba el horror agachado.
Las pistolas eran como ratas al acecho,
ratas que tenían hambre.

Esperaba en Kralupy el tren.
Era el quinto año de guerra
y en el silencio de un anochecer de golondrinas
paseaba por la ciudad.
Los ómnibus circulaban cuando era oscuro,
cuando ya en las nubes blancas
no eran amenaza los bombarderos.
La ciudad se disponía a dormir.

Los relojes todavía no habían tocado las diez
cuando sonaron las sirenas.
Me afané a refugiar mi miedo
en el túnel bajo el viaducto.
Hacía años vivíamos cerca de allí,
en la calle del Sokol,
y siendo pequeño
me había pasado en aquel lugar
una extraña aventura.

Del túnel salía tambaleándose
el mendigo Paplhám
con su saco maloliente de suciedad.
Iba muy borracho
y alguien le tiró una piedra.
El mendigo se paró y amenazó con el puño
no tan sólo al agresor,
sino a la ciudad a su alrededor,
y al llegar a la plaza
profirió sus imprecaciones de pedigüeño:

-¡Así se hunda en sus oscuras cuevas,
y no tan sólo en las cuevas,
sino en un desespero más tenebroso todavía,
hasta el fondo de sus lágrimas!
¡Que el fuego, el fuego, el fuego, el fuego, el fuego
caiga del cielo sobre la ciudad
como alas ardientes de buitres hambrientos
sobre un reciente cadáver
y lleve a cabo su ruina!
Amén.

De estos avaros umbrales
hace tiempos que el mendigo se fue
hacia otros reinos,
pero su maldición quedó grabada
como un signo negro entre las nubes
manchadas de hollín grasiento.

El final de la alerta sonó
al cabo de unos cuántos minutos
y abandonamos el escondrijo.
La noche estaba impregnada de perfumes
y el cielo lleno de estrellas.
Las noches de mayo eran de los enamorados,
¡Dios mío!

El tren silbó en las afueras de Nelahozeves,
¡ya era la hora de marchar!

Corrí rápidamente hacia el andén.
Pero a penas sentado en el vagón
me asaltaron amargos remordimientos
por el hecho de huir de la ciudad,
que estimaba,
justo en el momento
en que el peligro la amenazaba.

El edificio de la estación, sin embargo, desaparecía ya
en la oscuridad primaveral
y el tren volaba hacia Dolany
donde todo florecía.

Nunca más



Cien casas se habían hundido
y casi mil había afectadas
por las bombas de los aviones.
No, no las conté yo personalmente.
Me abría entre recientes ruinas
y bordeaba los cráteres de las calles.
Causaban un efecto alarmante,
como puertas abiertas
a las profundidades del infierno.

Se apresuraron en sacar los escombros,
pero no fue sino al tercer día
que rompieron la puerta
de la casita de la calle Sverma
que pertenecía al señor Hrneir.
Toda la familia había muerto.

Sólo el gallo, aquel viejo camorrista
que el apóstol Pedro
no apreciaba mucho
se había salvado.
Salió poseso
por encima de los cuerpos de los muertos
y se quedó sobre un montón de escombros.

Lanzó una mirada al lugar de la desgracia
y desplegó las alas
por sacudirse el pesado polvo
de las plumas doradas.

Y yo me repetí bajito
lo que estaba escrito
con letra de horror y letra de dolor
en los rostros de la gente de Kralupy.. 

Y en el silencio de la muerte,
grité, levantando la voz
para la guerra lo sintiera:
¡Nunca más, guerra!

El gallo me miró fijamente
con su siniestro ojo negro
y soltó una risa aterradora.
Se reía de mí
y de mi grito inútil.
Pero, además, era un pájaro
y, por lo tanto, amigo de los aviones.
¡Canalla!

Jaroslav Seifert (De "Ser poeta")
(Traducción de Pedro Casas Serra de la versión catalana de Jaume Creus) 

CONCIERTO DE BACH



Nunca he dormido hasta muy tarde por la mañana,
me despertaban los primeros tranvías
y a menudo incluso los propios versos.
Me sacaban de la cama por los cabellos,
me arrastraban hasta la silla
y a penas me había refregado los ojos 
ya me obligaban a escribir.

Unido con dulce saliva
a los labios del momento singular,
no pensaba
en la salvación de mi alma
y, en vez de la eterna felicidad,
deseaba el instante fulgurante
del placer efímero.

En vano las campanas me levantaban de tierra,
estaba aferrado con uñas y dientes.
Estaba llena de olores
y secretos excitantes.
Cuando por la noche alzaba los ojos al cielo
no era el cielo lo que buscaba.
Más bien me asustaban los agujeros negros,
en algún lugar al extremo del universo,
que son todavía más espantosos
que el mismo infierno.

Sentí, sin embargo, las notas de un clavicordio.
Era un concierto
de Juan Sebastián Bach
para oboe, clavicordio y cuerdas.
¿De donde venía la música?... No lo sé.
Pero no de la tierra.

A pesar de no haber probado vino,
me tambaleé un poco
y me tuve que sujetar
a mi propia sombra.


Jaroslav Seifert (De "Ser poeta")
(Traducción de Pedro Casas Serra de la versión catalana de Jaume Creus) 



DIVERTIMENTO POR LA NOCHE



Tempo di minuetto



Y aun así hoy he tenido
un sueño precioso.
En plena noche llamaban
a la puerta de mi habitación,
tan flojito
que parecía que no estuviera
hecha de madera,
sino de algodón silencioso.
Y a pesar de todo me he despertado
y ha entrado el visitante

Conoces Las bodas de Figaro?
.....................-¡Claro que sí!
¡Pues era Cherubino!

Ya sabes que este papel
lo tiene que cantar una chica
y las encargadas del vestuario,
en los camerinos, tienen problemas
para meter dentro de un chaleco de hombre
un pecho de chica joven
con objeto de que tal belleza
se note lo menos posible.

El conde de Almaviva no se da cuenta de nada,
pero yo me fijo en todo voluptuosamente,
aunque a veces me da miedo
que lleguen a romperse aquellos cordones
cuando, cantando, la diva
¡tiene que llenar de aire los pulmones!

Y Cherubino se ha sentado a mi lado,
en la butaca del cojín de goma espuma,
con tanta suavidad
.................como una mariposa
sobre una sedosa flor.
Una nubecilla de polvo
en la nariz me hacía cosquillas.

Júrame -ha murmurado
inclinándose hacia mi 
para decírmelo muy bajito-
que ni una sola palabra revelarás
de esto que ahora te confiaré.

Enseguida lo he jurado complaciente,
sabiendo muy bien
que esta vez era en falso.

Todo el mundo ha creído siempre que,
una vez muerto, Mozart
fue a parar a la fosa común
del cementerio de Viena.

Praga, sin embargo, lo quería.
Y por eso, aquel que con la música
se coló en todos los hogares de la ciudad
y que fue feliz
y más feliz todavía
cuando atravesó el conocido umbral,
¡está aquí enterrado!

Afortunadamente, nuestra tierra
todavía produce, de vez en cuando, milagros.

Mozart no está enterrado en la voluble Viena.
Su tumba está en Praga,
en la falda del Petrín.

Ya está medio derruida.
¡Han transcurrido tantos años!
Y nadie la conoce.
En su cabecera, en lugar de una cruz,
hay un jazmín;
sobre la tumba, azules matas de violetas.
Y la hierba de alrededor está cubierta
de un rocío de oro...

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