País de las neblinas
Concierto de Rock en el Vaticano Extraña mujer ha llegado a mi vida.
Tiene la nariz de Atenea
esculpida por Fidias.
La mirada de Greta Garbo
buscando amor en el blanco telón de un cinematógrafo
y canta con la sensualidad de Madonna.
Me dice: Espérame ya regreso,
debo dar un concierto de rock en el Vaticano.
Es verdad. Veo el concierto por televisión
Las once mil vírgenes gritan histéricas
desgarrando sus vestiduras
Esta extraña mujer se pasea por todas las habitaciones, desnuda.
Fuma marihuana, desnuda.
Baila sobre mi libro preferido ¨Histoire d' O¨, desnuda.
Cansada la acuesto
y tengo que besarle las nalgas para que se quede dormida.
Ella, en cambio, no besa, muerde.
Mi cuerpo está lleno de cicatrices.
Cuando me desea, no dice: "Ven, penétrame".
Comienza a rugir como una leona en celo.
Antes de que saque las garras y me devore
me le monto encima.
Y así nos quedamos meses enteros haciendo el amor
Hasta que el Papa la manda a llamar
Para que dé otro concierto de rock en el Vaticano.
Tiene la nariz de Atenea
esculpida por Fidias.
La mirada de Greta Garbo
buscando amor en el blanco telón de un cinematógrafo
y canta con la sensualidad de Madonna.
Me dice: Espérame ya regreso,
debo dar un concierto de rock en el Vaticano.
Es verdad. Veo el concierto por televisión
Las once mil vírgenes gritan histéricas
desgarrando sus vestiduras
Esta extraña mujer se pasea por todas las habitaciones, desnuda.
Fuma marihuana, desnuda.
Baila sobre mi libro preferido ¨Histoire d' O¨, desnuda.
Cansada la acuesto
y tengo que besarle las nalgas para que se quede dormida.
Ella, en cambio, no besa, muerde.
Mi cuerpo está lleno de cicatrices.
Cuando me desea, no dice: "Ven, penétrame".
Comienza a rugir como una leona en celo.
Antes de que saque las garras y me devore
me le monto encima.
Y así nos quedamos meses enteros haciendo el amor
Hasta que el Papa la manda a llamar
Para que dé otro concierto de rock en el Vaticano.
Amémonos
Amémonos al pie de la letra de una canción de Los Beatles.
Al pie de un verso surrealista, de un volcán echando chispas.
O de un reloj despertador porque el polvo del amor tiene un sueño profundo.
Amémonos bajo la lluvia para ver en el agua
los gestos que harán nuestros rostros cuando lleguen los besos
y el orgasmo.
Delante del lago de los sueños donde vive tranquilo un cocodrilo de plata
para hablar con él y decirle
que nunca dejaremos de amarnos.
O detrás de una estatua cagada por miles
de pájaros. Nos traerá buena suerte.
Amémonos como Digo Rivera amó a Frida Khalo
y Neruda a su canción desesperada.
Desesperados estamos todos porque no sabemos
hacia donde nos lleva este barco ebrio de Rimbaud.
Amémonos lejos del mundanal ruido
o cerca del aeropuerto para oír el rugir
de los motores de los aviones
cuando estemos unidos con los cuerpos ardiendo.
Enfin, amémonos hoy jueves
porque mañana lunes es imposible.
Los senos de la Mona Lisa
Se abrió la chaqueta Mona Lisa
para mostrarme sus senos desnudos.
Fue París, en el Louvre, febrero del 65.
Nieve en las calles y en los parques.
Venía yo de La Habana de conocer la revolución.
Al verme, frente a ella, solo,
se abrió la chaqueta para que supiera
que sus senos y la revolución cubana
tienen un mismo origen: el derecho a la vida.
Yo ya había acariciado los senos de la revolución,
erectos como dos fusiles.
Ahora sólo faltaba, para sentirme poeta
en toda la plenitud de la palabra
acariciar los pechos de la bella Mona Lisa
que con tanto deseo me ofrecía.
Así que, aquel febrero del 65,
en el Louvre, sin que nadie nos viera,
me acerqué a ellos, y los tuve en mi boca.
Poema para aumentar el poder de la libido
Hagamos el amor frente al espejo
donde la belleza se mira los senos.
El espejo no dirá nada. La Belleza, menos.
O hagámoslo frente a un cuadro de Goya,
me gustaría La Maja Desnuda,
por el brillo de su vello púbico.
Goya no dirá nada. La Maja, menos.
Te imaginas nosotros haciendo el amor
frente a ese lienzo que en el mercado
tiene un valor de millones de dólares
según lo mercaderes del arte?
Se me paran los pelos de punta de solo pensarlo.
Si un gato nos mira, hagámoslo.
Me gustaría que fuera elgato
que Cleopatra guardaba entre sus muslos.
Los gatos, tan tiernos, sobre todo el gato de Cleopatra.
Hagámoslo frente al Ovni
en que los marcianos vinieron alatierra
para presenciar la resurrección de Cristo.
El Ovni no dirá nada. Los marcianos, menos.
Hagámoslo frente a cualquier cosa:
un televisor encendido, un fetiche,
una concha marina, un buque de guerra,
un canario, un escaparate, un fusil,
un coche deportivo, o una araña peluda.
Menos frente al volcán Vesubio.
Como en los tiempos de Pompeya,
un río de lava podría nuevamente
cubrir nuestros cuerpos desnudos.
EL UNIVERSO HUMANO
Había una mujer tan bella que muy pronto quedó embarazada. Sin embargo, a nadie preocupó lo más mínimo este hecho, muy normal dentro del prodigio de la naturaleza.
Pero a Cielo, que así se llamaba la mujer, le sucedió algo tan extraño que su embarazo por un momento hizo temblar las leyes biológicas de la perpetuidad de nuestra especie.
Sucedió que fueron pasando los meses, y a Cielo, como es de suponerse, le crecía el vientre. ¿Por qué no? ¿Acaso no le había crecido a Eva y Brigitte Bardot? ¿Por qué entonces no le podía crecer el vientre a Cielo, también criatura de Dios y tan bella?
Pero pasarón las nueve lunas y el alumbramiento no llegó y vinierón otras lunas y a Cielo le siguió creciendo el vientre. ¿Qué hacer ante este hecho tan alarmante como desconocido? ¿Qué decían al respecto los libros sagrados de las parturientas? ¿Castigo de Dios? ¿Obra del diablo? ¿Mal de ojo?
Sin embargo, una noche Cielo se dio cuenta de que en lugar de haber dado luz hacia fuera, había dado luz hacia adentro. Su hijo había nacido dentro de su propio cuerpo.
Con gran serenidad de ánimo la madre se fue adaptando al nuevo proceso involutivo, y el hijo, como si se hubiera resignado desde un comienzo a su absurda situación, comenzó a organizar su vida.
Cielo se puso a desarrollar a base de refejos un desconocido amor maternal por ese cuerpecito que llevaba adentro y que a veces se movía como un gato. Primero lo sintió gatear; las rodillas del nene se hundían en ese blando almohadón que es la capa basal del endometrio. Luego lo sintió caminar: la cabeza le rozaba algunas vísceras, y Cielo, con la leche agriada, caía en otra estación de la vigilia.
Ante su sorpresa, los pasos del niño no la lastimaban en lo más mínimo.
Pasarón los años y Cielo, atenta a sus movimientos, trataba de seguirlo, y a cada instante se preguntaba en qué meridiano de su vientre el pequeño estaría parado.
¿Cómo llamarlo? ¡Ícaro! ¿Por qué no? Al fin y al cabo Ícaro es un nombre hermoso. ¿Acaso Ícaro no quiso alcanzar el cielo? Así que Cielo decidió ponerle por nombre Ícaro.
Un día Cielo oyó ruidos extraños. Eran monosílabos, palabras entrecortadas. El niño quería aprender a hablar. Entonces Cielo le enseñó a decir "mamá", a decir "Cielo" y a decir "Ícaro". Desde ese momento el pequeño fue entendiendo el significado de los sonidos y una vez posesionado del esplendor de las palabras, comenzó a desarrollarse entre madre e hijo la aventura de un diálogo que no terminaría sino en la separación definitiva de uno de los dos.
__Ícaro, ¿quieres un caballito?
__Sí, mamá.
Y Cielo se tragó un caballito de madera para que su hijo jugara con él.
Y luego le envió más juguetes, llegando hasta el extremo de tragarse en diciembre un pino y las bombillitas rojas para que Ícaro tuviera también su árbol de navidad, e Ícaro lo plantó y lo alumbró y de noche el fabuloso vientre rosado de Cielo parecía una lámpara iluminando el mundo.
Y aunque parezca mentira, aquel diciembre el niño Dios le trajo como regalo de navidad un trencito eléctrico. A partir de ese momento, Cielo se acostumbró a quedarse profundamente dormida cuando el juguete comenzaba a hacer taque-taque-taque.
Cuando cumplió siete años, Cielo le envió cuadernos y lápices de colores para que aprendiera a leer y escribir. Y aprendió muy bien. Su primera frase fue: "Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza"; y su primera lectura: "Las aventuras de tío conejo".
Y el niño fue creciendo y comenzó a indagar por todo y hasta llegó a preocuparse por el origen de las cosas: "Mamá, ¿quién hizo al mundo?".
"Mamá, ¿que fue primero, la gallina o el huevo?". Y Cielo le contestaba maravillosamente con la bondad en la boca.
Cuando se sintió hombre Ícaro decidió estudiar filosofía para hallar una respuesta a las preguntas:" ¿Quién soy?", "¿qué hago aquí encerrado?". Entonces Cielo se tragó desde "la República de platón hasta El ser y la nada. Al final, no encontrando en la filosofía la respuesta que buscaba, decidió ser astronauta y así se lo comunicó a su madre. La mujer escuchó su súplica y una noche, sin que nadie la viera, se tragó un vestido espacial y un cohete.
Ícaro empezó a prepararse para la gran aventura. Cuando llegó el momento levantó vuelo y comenzó a sondear el Universo de Cielo. Recorrió su cintura; bajó varias veces por sus muslos hasta el límite de los pies; estudió con detenimiento el corazón, pues le mortificaba saber que ese órgano tan lleno de bondad y sabiduría fuera tan falsamente comprendido; atravesó la vía láctea de sus senos dejando en su pecho un resplandor de luz anaranjada. Se internó por la garganta y conoció la andrómeda de sus labios, subió hasta los dos astros de sus ojos y allí, por vez primera, Cielo e Ícaro se mirarón mutuamente. Le dio varias vueltas al planeta del cerebro, avanzó tal vez buscando el milagro de la vida por entre los brillantes tejidos de la carne, se cercioró de la blancura de los huesos y finalmente, embriagado de tanta belleza, cayó en el torrente circulatorio de Cielo y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre hasta que Ícaro se agotó como un meteoro.
Pero a Cielo, que así se llamaba la mujer, le sucedió algo tan extraño que su embarazo por un momento hizo temblar las leyes biológicas de la perpetuidad de nuestra especie.
Sucedió que fueron pasando los meses, y a Cielo, como es de suponerse, le crecía el vientre. ¿Por qué no? ¿Acaso no le había crecido a Eva y Brigitte Bardot? ¿Por qué entonces no le podía crecer el vientre a Cielo, también criatura de Dios y tan bella?
Pero pasarón las nueve lunas y el alumbramiento no llegó y vinierón otras lunas y a Cielo le siguió creciendo el vientre. ¿Qué hacer ante este hecho tan alarmante como desconocido? ¿Qué decían al respecto los libros sagrados de las parturientas? ¿Castigo de Dios? ¿Obra del diablo? ¿Mal de ojo?
Sin embargo, una noche Cielo se dio cuenta de que en lugar de haber dado luz hacia fuera, había dado luz hacia adentro. Su hijo había nacido dentro de su propio cuerpo.
Con gran serenidad de ánimo la madre se fue adaptando al nuevo proceso involutivo, y el hijo, como si se hubiera resignado desde un comienzo a su absurda situación, comenzó a organizar su vida.
Cielo se puso a desarrollar a base de refejos un desconocido amor maternal por ese cuerpecito que llevaba adentro y que a veces se movía como un gato. Primero lo sintió gatear; las rodillas del nene se hundían en ese blando almohadón que es la capa basal del endometrio. Luego lo sintió caminar: la cabeza le rozaba algunas vísceras, y Cielo, con la leche agriada, caía en otra estación de la vigilia.
Ante su sorpresa, los pasos del niño no la lastimaban en lo más mínimo.
Pasarón los años y Cielo, atenta a sus movimientos, trataba de seguirlo, y a cada instante se preguntaba en qué meridiano de su vientre el pequeño estaría parado.
¿Cómo llamarlo? ¡Ícaro! ¿Por qué no? Al fin y al cabo Ícaro es un nombre hermoso. ¿Acaso Ícaro no quiso alcanzar el cielo? Así que Cielo decidió ponerle por nombre Ícaro.
Un día Cielo oyó ruidos extraños. Eran monosílabos, palabras entrecortadas. El niño quería aprender a hablar. Entonces Cielo le enseñó a decir "mamá", a decir "Cielo" y a decir "Ícaro". Desde ese momento el pequeño fue entendiendo el significado de los sonidos y una vez posesionado del esplendor de las palabras, comenzó a desarrollarse entre madre e hijo la aventura de un diálogo que no terminaría sino en la separación definitiva de uno de los dos.
__Ícaro, ¿quieres un caballito?
__Sí, mamá.
Y Cielo se tragó un caballito de madera para que su hijo jugara con él.
Y luego le envió más juguetes, llegando hasta el extremo de tragarse en diciembre un pino y las bombillitas rojas para que Ícaro tuviera también su árbol de navidad, e Ícaro lo plantó y lo alumbró y de noche el fabuloso vientre rosado de Cielo parecía una lámpara iluminando el mundo.
Y aunque parezca mentira, aquel diciembre el niño Dios le trajo como regalo de navidad un trencito eléctrico. A partir de ese momento, Cielo se acostumbró a quedarse profundamente dormida cuando el juguete comenzaba a hacer taque-taque-taque.
Cuando cumplió siete años, Cielo le envió cuadernos y lápices de colores para que aprendiera a leer y escribir. Y aprendió muy bien. Su primera frase fue: "Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza"; y su primera lectura: "Las aventuras de tío conejo".
Y el niño fue creciendo y comenzó a indagar por todo y hasta llegó a preocuparse por el origen de las cosas: "Mamá, ¿quién hizo al mundo?".
"Mamá, ¿que fue primero, la gallina o el huevo?". Y Cielo le contestaba maravillosamente con la bondad en la boca.
Cuando se sintió hombre Ícaro decidió estudiar filosofía para hallar una respuesta a las preguntas:" ¿Quién soy?", "¿qué hago aquí encerrado?". Entonces Cielo se tragó desde "la República de platón hasta El ser y la nada. Al final, no encontrando en la filosofía la respuesta que buscaba, decidió ser astronauta y así se lo comunicó a su madre. La mujer escuchó su súplica y una noche, sin que nadie la viera, se tragó un vestido espacial y un cohete.
Ícaro empezó a prepararse para la gran aventura. Cuando llegó el momento levantó vuelo y comenzó a sondear el Universo de Cielo. Recorrió su cintura; bajó varias veces por sus muslos hasta el límite de los pies; estudió con detenimiento el corazón, pues le mortificaba saber que ese órgano tan lleno de bondad y sabiduría fuera tan falsamente comprendido; atravesó la vía láctea de sus senos dejando en su pecho un resplandor de luz anaranjada. Se internó por la garganta y conoció la andrómeda de sus labios, subió hasta los dos astros de sus ojos y allí, por vez primera, Cielo e Ícaro se mirarón mutuamente. Le dio varias vueltas al planeta del cerebro, avanzó tal vez buscando el milagro de la vida por entre los brillantes tejidos de la carne, se cercioró de la blancura de los huesos y finalmente, embriagado de tanta belleza, cayó en el torrente circulatorio de Cielo y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre hasta que Ícaro se agotó como un meteoro.
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