Eugenio Montejo
Adiós al siglo XX
a Alvaro Mutis
Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.
Amantes
Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.
Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.
Canción
Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.
Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.
Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.
Cementerio de Vaugirard
Los muertos que conmigo se fueron a Paris
vivían en el cementerio Vaugirard.
En el recodo de los fríos castaños
donde la nieve recoge las cartas
que el invierno ha lacrado,
recto lugar, gélidas tumbas, nadie, nadie
sabrá nunca leer sus epitafios.
Un alba en escarchas de mármol
y el helado aguaviento
soplando sobre amargas ráfagas,
Alba de Vaugirard, rincón donde la muerte
es una explosión interminable. Piedras, huesos, retama.
¿Quién oía el tintinear de sus pailas
a la sagrada hora del café
cuando son interminables sus chácharas?
¿Qué silencio tan hondo allí suplía
el cantar de uno solo de sus gallos?
Muertos de sol, de espacios, de sábanas,
muertos de estrellas, de pastos, de vacadas,
muertos bajo tierra a caballo.
Los muertos que conmigo se fueron a París
vivían en el cementerio Vaugirard,
estéril pabellón de graníticas tapias.
¿Qué queda allí de esa memoria
ahora que la última luz se ha embalsamado?
¿Qué recordarán sus camaradas
de sus voces, de sus humildes hábitos?
Alba de Vaugirard, niebla compacta,
amistad con que la luna clavetea las lápidas,
¿qué quedó allí de aquellos huéspedes
agradecidos de tanta posada?
¿Qué noticias envían ahora lejanos
a los caídos, a los vencidos, a los suicidas olvidados?
Un alba en escarchas de mármol
y el helado aguaviento
soplando sobre amargas ráfagas.
Oscuro lugar donde la muerte
es una explosión interminable
sobre recuerdos, átomos, retama.
¿Qué permanece de tanta memoria?
¿Quién llega ahora a oír sus chácharas
cuando la nieve recoge las cartas
que el invierno ha lacrado? Nadie, nadie
sabrá nunca leer sus epitafios.
Dos Rembrandt
Con grumos ocres pudo el viejo Rembrandt
pintar su último rostro. Es un autorretrato
en su final. hecho de encargo
para un joven pintor de 34.
(El mismo Rembrandt visto en otra cara.)
Puestos cerca esos cuadros
muestran en igual pose las dos bocas,
unos ojos intensos o vagos,
las manos juntas en el aire
y el tacto de colores
con hondas luces que se rompen
en sordos sollozos apagados...
Rembrandt en la vejez, al dibujarse
supo ser objetivo. No interfiere
en los estragos de su vida,
ve lo que fue, no afiade, no lamenta.
Su alma sólo nos busca por espejo
y sin pedirnos saldo
se acerca en sus dos rostros,
pero quién al mirarlos no se quema?
Dura menos un hombre que una vela...
Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.
El esclavo
Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo.)
Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten,
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.
Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas.
en oro el barro humano.
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.
En el norte
Esta noche dimito de las sombras,
el Támesis regresa al mar del norte
con celajes de tren bajo la lluvia
y en sus raudos vagones
los viajeros sacan crucigramas.
Es la noche, resguárdate,
grita el reloj cerca del polo,
pero a esta hora mi país de ultramar
cruza el arco del sol
y se baten azules las palmas.
En cada muro en que me acodo
siento el vaivén errante de los barcos.
Entre estas islas y mi casa
caben todas las aguas por siglos de este río,
el gris invierno de paredes rectas,
los vientos que nos tornan monosilábicos
y quedan leguas que llenar para acercarse.
Mi corazón da tumbos en medio de la niebla,
no se ajusta a los polos,
busca el lugar donde la tierra gira más despacio.
Esta noche soy diurno frente al Támesis,
no voy a bordo en sus vagones,
sigo de pie con el silencio de una palma.
mi país de ultramar resplandece a lo lejos
y yo cuento sus horas
en relojes perdidos más allá del Atlántico.Su ausencia es mi único equipaje.
Escritura
Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.
No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.
Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.
Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.
Hotel antiguo
Una mujer a solas se desnuda,
pared por medio, en el hotel antiguo
de esta ciudad remota donde duermo.
Abren las sedas un rumor disperso
que se mezcla al follaje
de los helechos en el aire.
Se oyen llaves que giran en un cofre,
jadeos ahogados, prendas,
la inocencia de gestos solitarios
que beben los espejos.
A su tiempo la noche se desnuda
y las calles apiladas se doblan
en un vasto ropaje
con la fatiga de un final de fiesta.
Una mujer a solas tras los muros,
unos pasos, un oscuro deseo,
hasta mí llega de otro mundo
como alguien que he amado y que me habla
desde un ataúd lleno de piedras.
La hora de Hamlet
Esta mañana me sorprende
con mi olvidada calavera entre las manos.
Hago de Hamlet.
Es la hora reductiva del monólogo
en que interrogo a mi Hacedor
sobre esta máscara que ha de volverse polvo,
sobre este polvo que sigue hablando todavía
aquí y acaso en otra parte.
A la distancia que me encuentre de la muerte,
hago de Hamlet.
Hamlet y pájaro con vértigo de alturas,
tras las almenas del íngrimo castillo
que cada quien erige piedra a piedra
para ser o no ser según la suerte,
el destino, la sombra, los pasos del fantasma.
La poesía
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
La terredad de un pájaro es su canto...
La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre,
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.
REGRESO
Un instante la silla ha regresado
a su lejano árbol
con sus verdes tatuajes ya secos.
a su lejano árbol
con sus verdes tatuajes ya secos.
Sus pájaros están dispersos, muertos,
y la manada del rugoso cuero
yace plegada bajo las tachuelas.
y la manada del rugoso cuero
yace plegada bajo las tachuelas.
Ya no hay más que silencio nivelado
bajo la sombra de un follaje extinto
donde se curte todo su misterio.
bajo la sombra de un follaje extinto
donde se curte todo su misterio.
Fiel a sus tablas, sólo da reposo,
cuando de tarde la hemos recostado
a la pared, ahogando una memoria
de días que crecieron como un árbol
y la vida tronchó por cosa muerta,
claveteada con viejos pensamientos.
cuando de tarde la hemos recostado
a la pared, ahogando una memoria
de días que crecieron como un árbol
y la vida tronchó por cosa muerta,
claveteada con viejos pensamientos.
CARACAS
Tan altos son los edificios
que ya no se ve nada de mi infancia.
Perdí mi patio con sus lentas nubes
donde la luz dejó plumas de ibis,
egipcias claridades,
perdí mi nombre y el sueño de mi casa.
Rectos andamios, torre sobre torre,
nos ocultan ahora la montaña.
El ruido crece a mil motores por oído,
a mil autos por pie, todos mortales.
Los hombres corren detrás de sus voces
pero las voces van a la deriva
detrás de los taxis.
Más lejana que Tebas, Troya, Nínive
y los fragmentos de sus sueños,
Caracas, ¿dónde estuvo?
Perdí mi sombra y el tacto de sus piedras,
ya no se ve nada de mi infancia.
Puedo pasearme ahora por sus calles
a tientas, cada vez más solitario;
su espacio es real, impávido, concreto,
sólo mi historia es falsa.
que ya no se ve nada de mi infancia.
Perdí mi patio con sus lentas nubes
donde la luz dejó plumas de ibis,
egipcias claridades,
perdí mi nombre y el sueño de mi casa.
Rectos andamios, torre sobre torre,
nos ocultan ahora la montaña.
El ruido crece a mil motores por oído,
a mil autos por pie, todos mortales.
Los hombres corren detrás de sus voces
pero las voces van a la deriva
detrás de los taxis.
Más lejana que Tebas, Troya, Nínive
y los fragmentos de sus sueños,
Caracas, ¿dónde estuvo?
Perdí mi sombra y el tacto de sus piedras,
ya no se ve nada de mi infancia.
Puedo pasearme ahora por sus calles
a tientas, cada vez más solitario;
su espacio es real, impávido, concreto,
sólo mi historia es falsa.
EL DORADO
a Luis García Morales
Siempre buscábamos El Dorado
en aviones y barcos de vela,
como alquimistas, como Diógenes,
al fin del arco iris,
por los parajes más ausentes.
Unos caían, otros llegaban,
jamás nos detuvimos.
Los hombres del país Orinoco
nunca elegimos otra muerte.
en aviones y barcos de vela,
como alquimistas, como Diógenes,
al fin del arco iris,
por los parajes más ausentes.
Unos caían, otros llegaban,
jamás nos detuvimos.
Los hombres del país Orinoco
nunca elegimos otra muerte.
Perdimos años, fuerza, vida;
nadie soño que iba en la sngre,,
que éramos su espejo.
El oro del alma profunda
a través de las voces
que nos inventaban los ríos
en el rumor de las aldeas.
El Dorado que trae el café
a la luz del Caribe
con sus soles a paso de bueyes.
Jamás lo descubrimos,
no era para nosotros su secreto.
Los hombres del país Orinoco
teníamos raza de la quimera.
nadie soño que iba en la sngre,,
que éramos su espejo.
El oro del alma profunda
a través de las voces
que nos inventaban los ríos
en el rumor de las aldeas.
El Dorado que trae el café
a la luz del Caribe
con sus soles a paso de bueyes.
Jamás lo descubrimos,
no era para nosotros su secreto.
Los hombres del país Orinoco
teníamos raza de la quimera.
DE TRÓPICO ABSOLUTO (1982)
MANOA
No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.
Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.
Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.
A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.
A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.
LAMENTO DE PAISAJES
¿De qué paisajes hablo, de cuáles ríos?
Vivo envuelto en asfalto de estas calles,
mis ojos se fatigan de mirar edificios.
Vivo envuelto en asfalto de estas calles,
mis ojos se fatigan de mirar edificios.
El río es una vocal extraña en mis palabras,
temo que desaparezca.
Me he habituado a nombrarlo sólo por metáfora.
temo que desaparezca.
Me he habituado a nombrarlo sólo por metáfora.
La soledad de la línea recta
nivela mi casa, el cuarto, la ventana.
Las visiones rebotan en los muros,
estoy rodeado de piedras por todas partes.
nivela mi casa, el cuarto, la ventana.
Las visiones rebotan en los muros,
estoy rodeado de piedras por todas partes.
Voy arrastrando a diario mi ciudad
como un asno su amarga carreta.
Avanzo. Dejo que crezcan las torres,
el humo, las paredes interminables.
Mi paisaje es el último grito,
ya muy lejos, de un gallo
que se borró de estas sordas madrugadas.
como un asno su amarga carreta.
Avanzo. Dejo que crezcan las torres,
el humo, las paredes interminables.
Mi paisaje es el último grito,
ya muy lejos, de un gallo
que se borró de estas sordas madrugadas.
ESTA TIERRA
Esta tierra jamás ha sido nuestra,
tampoco fue de quienes yacen en sus campos
ni será de quien venga.
Hace mucho palpamos su paisaje
con un llanto de expósitos
abandonados por antiguas carabelas.
tampoco fue de quienes yacen en sus campos
ni será de quien venga.
Hace mucho palpamos su paisaje
con un llanto de expósitos
abandonados por antiguas carabelas.
Esta tierra de tórridas llanuras
llevamos siglos habitándola y no nos pertenece.
Quienes antes la amaron ya sabían
que no basta pagarla con la vida
o fundar casa en sus montes
para un día merecerla.
Y sin embargo hasta el final permanecieron,
nunca desearon otra visión para sus ojos
ni otro solar para su muerte.
En ella están dormidos y hablan a solas,
a veces se oyen,
alzan sus voces en medio del follaje
y el viento las dispersa.
llevamos siglos habitándola y no nos pertenece.
Quienes antes la amaron ya sabían
que no basta pagarla con la vida
o fundar casa en sus montes
para un día merecerla.
Y sin embargo hasta el final permanecieron,
nunca desearon otra visión para sus ojos
ni otro solar para su muerte.
En ella están dormidos y hablan a solas,
a veces se oyen,
alzan sus voces en medio del follaje
y el viento las dispersa.
No serán nuestros sus vastos horizontes,
ninguna gota de sus ríos,
de quienes la pueblen después,
fue ajena siempre en cada piedra,
en cada árbol.
Demasiado verde son los bosques
de sus espacios sin nieve.
Sus colores desnudan las palabras;
en nuestras charlas siempre se delatan
sonidos forasteros.
ninguna gota de sus ríos,
de quienes la pueblen después,
fue ajena siempre en cada piedra,
en cada árbol.
Demasiado verde son los bosques
de sus espacios sin nieve.
Sus colores desnudan las palabras;
en nuestras charlas siempre se delatan
sonidos forasteros.
Esta tierra feraz, sentimental, amarga,
que no se deja poseer,
no será de nosotros ni de nadie
pero hasta en la sombra le pertenecemos.
Ya nuestros cuerpos son palmas de sus costas,
aferrados a indómitas raíces,
que no verá nunca partir
aunque retornen del mar las carabelas.
que no se deja poseer,
no será de nosotros ni de nadie
pero hasta en la sombra le pertenecemos.
Ya nuestros cuerpos son palmas de sus costas,
aferrados a indómitas raíces,
que no verá nunca partir
aunque retornen del mar las carabelas.
EL CANTO DEL GALLO
a Adriano González León
El canto está fuera del gallo;
está cayendo gota a gota entre su cuerpo,
ahora que duerme en el árbol.
Bajo la noche cae, no cesa de caer
desde la sombra entre sus venas y sus alas.
El canto está llenando, incontenible,
al gallo como un cántaro;
llena sus plumas, su cresta, sus espuelas,
hasta que lo desborda y suena inmenso el grito
que a lo largo del mundo sin tregua se derrama.
Después el aleteo retorna a su reposo
y el silencio se vuelve compacto.
El canto de nuevo queda fuera
esparcido a la sombra del aire.
Dentro del gallo sólo hay vísceras y sueño
y una gota que cae en la noche profunda,
silenciosamente, al tic-tac de los astros.
está cayendo gota a gota entre su cuerpo,
ahora que duerme en el árbol.
Bajo la noche cae, no cesa de caer
desde la sombra entre sus venas y sus alas.
El canto está llenando, incontenible,
al gallo como un cántaro;
llena sus plumas, su cresta, sus espuelas,
hasta que lo desborda y suena inmenso el grito
que a lo largo del mundo sin tregua se derrama.
Después el aleteo retorna a su reposo
y el silencio se vuelve compacto.
El canto de nuevo queda fuera
esparcido a la sombra del aire.
Dentro del gallo sólo hay vísceras y sueño
y una gota que cae en la noche profunda,
silenciosamente, al tic-tac de los astros.
LAS RANAS
No más teorías: me sumo al coro de las ranas.
Quiero oirlas croar esta noche, rodeándome.
En su alfabeto percibo una sola vocal
y las burbujas del pantano.
El piano que nos dieron marca las mismas notas
ya demasiado repetidas. Basta.
Tal vez sea un ángel esa sombra
que se eleva a la puerta de mi caverna.
No me consta.
La oscuridad de Dios nunca deja ver nada claro.
El tiempo puede girar en redondo,
depende de la lluvia, del viento entre los árboles.
No más teorías: ya oímos al espectro,
acallemos al Príncipe Hamlet.
Por hoy me bastan las voces de las ranas,
quiero oírlas croar esta noche más cerca
dejando que me llenen los sentidos
con su taoísmo solitario
hasta que se borren los enigmas del mundo.
En sus coros me entrego a la máxima gracia.
Quiero oirlas croar esta noche, rodeándome.
En su alfabeto percibo una sola vocal
y las burbujas del pantano.
El piano que nos dieron marca las mismas notas
ya demasiado repetidas. Basta.
Tal vez sea un ángel esa sombra
que se eleva a la puerta de mi caverna.
No me consta.
La oscuridad de Dios nunca deja ver nada claro.
El tiempo puede girar en redondo,
depende de la lluvia, del viento entre los árboles.
No más teorías: ya oímos al espectro,
acallemos al Príncipe Hamlet.
Por hoy me bastan las voces de las ranas,
quiero oírlas croar esta noche más cerca
dejando que me llenen los sentidos
con su taoísmo solitario
hasta que se borren los enigmas del mundo.
En sus coros me entrego a la máxima gracia.
La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.
MI AMOR
En otro cuerpo va mi amor por esta calle,
siento sus pasos debajo de la lluvia,
caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo…
Hay ecos de mi voz en sus susurros,
puedo reconocerlos.
Tiene ahora una edad que era la mía,
una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.
Mi amor que se embellece con el mal de las horas,
mi amor en la terraza de un Café
con un hibisco blanco entre las manos,
vestida a la usanza del nuevo milenio.
Mi amor que seguirá cuando me vaya,
con otra risa y otros ojos,
como una llama que dio un salto entre dos velas
y se quedó alumbrando el azul de la tierra.
siento sus pasos debajo de la lluvia,
caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo…
Hay ecos de mi voz en sus susurros,
puedo reconocerlos.
Tiene ahora una edad que era la mía,
una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.
Mi amor que se embellece con el mal de las horas,
mi amor en la terraza de un Café
con un hibisco blanco entre las manos,
vestida a la usanza del nuevo milenio.
Mi amor que seguirá cuando me vaya,
con otra risa y otros ojos,
como una llama que dio un salto entre dos velas
y se quedó alumbrando el azul de la tierra.
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