como la monja vieja
A
Simone Guye
Como la monja anciana
Que encontró en ella su regla
Y que, ayudada por sus compañeras,
Estableció una casa
Mitad granja y mitad convento,
he hecho así mi Biblioteca.
¡Pero yo no tengo Dios!
Este nombre me ofende, me hiere
hasta el fondo de mis raíces,
me quita el gusto por la vida, me
arranca la venda
que cubre esta herida
que nada ha podido curarnos.
Algunos de mis hermanos
tienen poder sobre mí,
sus órdenes me tranquilizan,
trabajo para ellos, así
olvido mi dolor,
también los consuelo a ellos.
El viajero perdido
Soy yo quien lo trae de vuelta,
me caliento en el fuego
Que enciendo para él,
mezclo con sus oraciones
Mi voz llena de noche.
A Paul Claudel
Tu potente plegaria viene a turbar mi sueño,
Pone sitio a mi noche con el miedo y el fuego.
A mi pesar imploro la fuerza de tu Dios,
Sé que puede ahuyentar el tropel que en mí mismo
Atormenta a la hija de quienes lo sirvieron.
Me verá la mañana llorando por ser débil,
Elevando hacia el sol mis manos como hojas.
Pero ya que lo quieres, ¡oh Padre!, en esta noche
Que nos trae tu orden y en la que el ala oscura
Tiembla, te encontraré. ¡Oh, que tu exilio
pueda Contener en su seno mi tierna sumisión!
Estoy contigo, sí, bajo tu voz me inclino
Como una llama vacilante,
Digo ese número que es la dicha
Y la alabanza de tu boca,
Mas cuya cruz hiere mi frente.
He aquí que tu hijo ha crecido...
(fragmento del segundo canto del poema Las Virtudes,
dedicado a Philiberte Monnier, su madre)
He aquí que tu hijo ha crecido, María, y
que ahora te mira con ojos extraños. Sabes todo de él él lo sabe todo, pero,
¿cómo podría él conocerte? Vete antes de que te odie. Hay que dejarlo actuar
solo y que crea olvidarte, como el corazón en su pecho. Es necesario que
domines si quieres que te iguale. Déjalo crear un dios a su imagen para que
conozcas el gusto de la nada en la que tú no estás, y para que une día vuelva a
encontrarte en el desgarramiento del alma, como tú lo hiciste en el
desgarramiento de la carne. Sé una mujer entre las mujeres, funde tus palabras
en el ruido de las olas, sube al cielo, Estrella de la Mar...
Nuestra Señora, Corazón de las Ciudades, de
corazón siete veces atravesado, el cielo por entero te corona, el mundo palpita
bajo tus pies. La Iglesia está tu pesado manto, al abrigo de sus pliegues,
guardas en secreto los reproches y llevas a la perfección de la indulgencia los
doctrinales de tu Hijo. Basta con que levantes tu meñique para que el infierno
se aleje, la sonrisa de tus ojos transformó en luz la muerte.
La leche de María fluyó en las palabras de
Cristo, pero el maldijo la higuera que no daba higos, insultó a los fariseos y
echó a los mercaderes del Templo. — No eran buenos ejemplos. — Tomó los pecados
del mundo, pero lo cargo con su cruz.
El Hijo nos incomoda, abrazaremos su
miseria, sufriremos con él, enjugaremos su rostro y con nuestras economías
conservaremos para él un fuego hasta lo más oscuro de la pena. Fue al querer
tocarnos que se atravesó a sí mismo, sus brazos extendidos y clavados se abren
hacia nosotras, ¡Inhumanas! Seremos su humilde madre de infinito consuelo.
Fingiremos obedecerle, mientras esté cansado de su reino, nos creerá sus
súbditas, hará de nosotras sus virtudes, sin ver nuestras verdes
profundidades.
http://www.eldigoras.com/eom/2002/aire14amn02.htm
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