La niña de
la lámpara azul
En el
pasadizo nebuloso
cual mágico
sueño de Estambul,
su perfil
presenta destelloso
la niña de
la lámpara azul.
Ágil y
risueña se insinúa,
y su llama
seductora brilla,
tiembla en
su cabello la garúa
de la playa
de la maravilla.
Con voz
infantil y melodiosa
en fresco
aroma de abedul,
habla de una
vida milagrosa
la niña de
la lámpara azul.
Con cálidos
ojos de dulzura
y besos de
amor matutino,
me ofrece la
bella criatura
un mágico y
celeste camino.
De
encantación en un derroche,
hiende leda,
vaporoso tul;
y me guía a
través de la noche
la niña de
la lámpara azul.
La
pensativa
En los
jardines otoñales,
bajo
palmeras virginales,
miré pasar
muda y esquiva
la
Pensativa.
La vi en
azul de la mañana,
Con su
mirada tan lejana;
Que en el
misterio se perdía
De la
borrosa celestía.
La vi en
rosados barandales
Donde lucía
sus briales;
Y su faz
bella vespertina
Era un pesar
en la neblina...
Luego
marchaba silenciosa
A la
penumbra candorosa;
Y un triste
orgullo la encendía,
¿Qué
pensaría?
¡Oh su
semblante nacarado
Con la
inocencia y el pecado!
¡oh, sus
miradas peregrinas
de las
llanuras mortecinas!
Era beldad
hechizadora;
Era el dolor
que nunca llora;
¿Sin la
virtud y la ironía
Qué
sentiría?
En la serena
madrugada,
La vi volver
apesarada,
Rumbo al
poniente, muda, esquiva
¡La Pensativa!
La ronda de espadas
Por las
avenidas
de miedo
cercadas,
brilla en la
noche de azules oscuros,
la ronda de
espadas.
Duermen los
postigos,
las viejas
aldabas;
y se
escuchan borrosas de canes
las músicas
bravas.
Ya los
extramuros
y las
arruinadas
callejuelas,
vibrante ha pasado
la ronda de
espadas.
Y en los
cafetines
que el humo
amortaja,
al sentirla
el tahúr de la noche,
cierra la
baraja.
Por las
avenidas
morunas,
talladas,
viene lenta,
sonora, creciente
la ronda de
espadas.
Tras las
celosías,
esperan las
damas,
paladines
que traigan de amores
las puntas
de llamas.
Bajo los
balcones
do están
encantadas,
se detiene
con súbito ruido
la ronda de
espadas.
Tristísima
noche
de nubes
extrañas:
jay, de
acero las hojas lucientes
se toman
guadañas!
¡Tristísima
noche
de las
encantadas!
La sangre
El mustio
peregrino
vio en el
monte una huella de sangre:
la sigue
pensativo
en los
recuerdos claros de su tarde.
El triste,
paso a paso,
la ve en la
ciudad, dormida, blanca,
junto a los
cadalsos,
y al morir
de ciegas atalayas.
El curvo
peregrino
transita por
bosques adorantes
y los reinos
malditos,
y siempre
mira las rojas señales.
Las torres
Brunas
lejanías...;
batallan las
torres
presentando
siluetas
enormes.
Áureas
lejanías...;
las torres
monarcas
se confunden
en sus iras
llamas.
Rojas
lejanías...;
se hieren
las torres;
purpurados
se oyen sus
clamores.
Negras
lejanías...;
horas
cenicientas
se
obscurecen
¡ay, las
torres muertas!
Lied I
Era el alba,
cuando las
gotas de sangre en el olmo
exhalaban
tristísima luz.
Los amores
de la
chinesca tarde fenecieron
nublados en
la música azul.
Vagas rosas
ocultan en
ensueño blanquecino
señales de
muriente dolor.
Y tus ojos
el fantasma
de la noche olvidaron,
abiertos a
la joven canción.
Es el alba;
hay una
sangre bermeja en el olmo
y un rencor
doliente en el jardín.
Gime el
bosque,
y en la
bruma hay rostros desconocidos
que
contemplan el árbol morir.
Lied III
En la costa
brava
Suena la
campana,
Llamando a
los antiguos
Bajales
sumergidos.
Y como tamiz
celeste
Y el luminar
de hielo,
Pasan
tristemente
Los bajales
muertos.
Carcomidos,
flavos,
Se acercan
bajando...
Y por las
luces dejan
Oscuras
estelas.
Con su
lenguaje incierto,
Parece que
sollozan,
A la voz de
invierno,
Preterida
historia.
En la costa
brava
Suena la
campana
Y se vuelven
las naves
Al panteón
de los mares.
Lied IV
La noche
pasaba, ,
y al terror
de las nébulas, sus ojos
inefables
reían de tristeza.
La muda
palabra
en la
mansión culpable se veía,
como del
Dios antiguo la sentencia.
La funesta
falta
descubrieron
los canes, olfareando
en el viento
la sombra de la muerta.
La bella
cantaba,
y el florete
durmióse en la armería
sangrando la
piedad de la inocencia.
Lied V
La canción
del adormido cielo
Dejó dulces
pesares;
yo quisiera
dar vida a esa canción
que tiene
tanto de ti.
Ha caído la
tarde sobre el musgo
del cerco
inglés,
con aire de
otro tiempo musical.
El murmurio
de la última fiesta
ha dejado
colores tristes y suaves
cual de
primaveras oscuras
y listones
perlinos.
Y las
dolidas notas
han traído
la melancolía
de las
sombras galantes
al dar sus
adioses sobre la playa.
La celestía
de tus ojos dulces
tiene un
pesar de canto,
que el alma
nunca olvidará.
El ángel de
los sueños te ha besado
para dejarte
amor sentido y musical
y cuyos
sones de tristeza
llegan al
alma mía,
como
celestes miradas
en esta
niebla de profunda soledad.
¡Es la
canción simbólica
como un
jazmín de sueño,
que tuviera
tus ojos y tu corazón!
¡Yo quisiera
dar vida a esta canción!
Los ángeles tranquilos
Pasó el
vendaval; ahora,
con perlas y
berilos,
cantan la
soledad aurora
los ángeles
tranquilos.
Modulan
canciones santas
en dulces
bandolines;
viendo
caídas las hojosas plantas
de campos y
jardines.
Mientras sol
en la neblina
vibra sus
oropeles,
besan la
muerte blanquecina
en los
Saharas crueles.
Se alejan de
madrugada,
con perlas y
berilos,
y con la luz
del cielo en la mirada
los ángeles
tranquilos.
Los delfines
Es la noche
de la triste remembranza;
en amplio
salón cuadrado,
de amarillo
iluminado,
a la hora de
maitines
principia la
angustiosa contradanza
de los
difuntos delfines.
Tienen ricos
medallones
terciopelos
y listones;
por nobleza,
por tersura
son cual de Van
Dyck pintura;
mas,
conservan un esbozo,
una llama de
tristura
como el
primo, como el último sollozo.
Es profunda
la agonía
de su eterna
simetría;
ora avanzan
en las fugas y compases
como
péndulos tenaces
de la última
alegría.
Un Saber
innominado,
abatidor de
la infancia,
sufrir los
hace, sufrir por el pecado
de la nativa
elegancia.
y por
misteriosos fines,
dentro del
salón de la desdicha nocturna,
se enajenan
los delfines
en su danza
taciturna.
Los muertos
Los nevados
muertos,
bajo triste
cielo,
van por la
avenida
doliente que
nunca termina.
Van con
mustias formas
entre las
auras silenciosas:
y de la
muerte dan el frío
a sauces y
lirios.
Lentos
brillan blancos
por el
camino desolado;
y añoran las
fiestas del día
y los amores
de la vida.
Al caminar,
los muertos una
esperanza
buscan:
y miran sólo
la guadaña,
la triste
sombra ensimismada.
En yerma
noche de las brumas
y en el
penar y la pavura,
van los
lejanos caminantes
por la
avenida interminable.
Los reyes rojos
Desde la
aurora
combaten dos
reyes rojos,
con lanza de
oro.
Por verde
bosque
y en los
purpurinos cerros
vibra su
ceño.
Falcones
reyes
batallan en
lejanías
de oro
azulinas.
Por la luz
cadmio
airadas se
ven pequeñas
sus formas
negras.
Viene la
noche
y firmes
combaten foscos
los reyes
rojos.
Nocturno
De Occidente
la luz matizada
Se borra, se
borra;
En el fondo
del valle se inclina
La pálido
sombra.
Los insectos
que pasan la bruma
se mecen y
flotan,
y en su
largo mareo golpean
las húmedas
hojas.
Por el
tronco ya sube, ya sube
La nítida
tropa
De las
larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan
medrosas.
En las ramas
de fusca alameda
Que ciñen
las rocas,
Bengalíes se
mecen dormidos,
Soñando sus
trovas.
Ya descansan
los rubios silvanos
Que en punas
y costas,
Con sus
besos las blancas mejillas
Abrazan y
doran.
En el lecho
mullido la inquieta
Fanciulla
reposa,
y muy grave
su dulce, risueño
semblante se
torna.
Que así
viene la noche trayendo
Sus causas
ignotas;
Así envuelve
con mística niebla
Las ánimas
todas.
Y las cosas,
los hombres domina
La parda
señora,
De brumosos
cabellos flotantes
Y negra
corona.
La tarda
Despunta por
la rambla amarillenta,
donde el
puma se acobarda;
viene de
lágrimas exenta
la Tarda.
Ella del
esqueleto madre
al puente
baja inescuchada,
y antes que
el rondín ladre
a la
alborada
lanza ronca
carcajada.
Y con sus
epitalamios rojos,
sus vacíos
ojos
y su extraña
belleza,
pasa sin ver
por la senda bravía,
sin ver que
hoy me he muerto de tristeza
y de
monotonía.
Va a la
ciudad, que duerme parda,
por la
muerta avenida,
sin ver el
dolor, distraída,
la Tarda.
Los muertos
Los nevados
muertos,
bajo triste
cielo,
van por la
avenida
doliente que
nunca termina.
Van con
mustias formas
entre las
auras silenciosas,
y de la
muerte dan el frío
a sauces y
lirios.
Lentos
brillan blancos
por el
camino desolado.
y añoran las
fiestas del día
y los amores
de la vida.
Al caminar
los muertos una
esperanza
buscan:
y miran sólo
la guadaña,
la triste
sombra ensimismada.
En yerma
noche de las brumas
y en el
penar y la pavura,
van los
lejanos caminantes
por la
avenida interminable.
Las bodas vienesas
En la casa
de las bagatelas,
Vi un mágico
verde de rostro cenceño,
Y las
cincidelas
Vistosas le
cubren la barba de sueño.
Dos infantes
oblongos deliran
Y al cielo
levantan sus rápidas manos,
Y dos rubias
gigantes suspiran,
Y el coro
preludian cretinos ancianos.
Que es la
hora de la maravilla;
La música
rompe de canes y leones
Y bajo
chinesca pantalla amarilla
Se tuercen
guineos con sus acordeones.
Y al compás
de los címbalos suaves,
Del hijo del
Rino comienzan las bodas;
Con sus
basquiñas enormes y graves
Preséntase
mustias las primeras beodas.
Y margraves
de añeja Germania,
Y el rútilo
extraño de blonda melena,
Y llega con
flores azules de insania
La bárbara y
dulce princesa de Viena.
Y al dulzor
de las virgíneas camelias
Van pos del
cortejo la banda macrobia,
Y rígidas,
fuertes, las tías Amelias;
Y luego cojeando, cojeando la novia,
La luz de Varsovia
Y en la
racha que sube a los techos
Se pierden,
al punto, las mudas señales,
Y al compás
alegre de enanos deshechos
Se elevan
divinos los cantos nupciales.
Y en la
bruma de la pesadilla
Se ahogan
luceros azules y raros,
Y, al punto,
se extiende como nubecilla
El mago
misterio de los ojos claros.
Tomado de:
http://amediavoz.com/eguren.htm
Marcha fúnebre de una Marionnette
Suena trompa
del infante con aguda melodía...
La farándula
ha llegado a la reina Fantasía;
Y en las
luces otoñales se levanta plañidera
La carroza
plañidera.
Pasan luego,
a la sordina, peregrinos y lacayos
Y con sus
caparazones los acéfalos caballos;
Van azul
melancolía
La muñeca.
¡No hagáis ruido!;
Se diría, se
diría
Que la pobre
se ha dormido.
Vienen
túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
Y los siguen
arlequines con estrechos pantalones.
Ya monótona
en litera
Va la reina
de madera;
Y Paquita
siente anhelo de reír y de bailar,
Flotó breve
la cadencia de la murria y la añoranza;
Suena el
pífano campestre con los aires de la danza.
¡Pobre,
pobre marionnette que la van a sepultar!
Con silente
poesía
Va un
grotesco Rey de Hungría
Y los siguen
los alanos;
Así toda la
jauría
Con los viejos
cortesanos.
Y en tristor
a la distancia
Vuelan goces
de la infancia,
Los amores
incipientes, los que nunca han de durar.
¡Pobrecita
la muñeca que la van a sepultar!
Melancólico
el zorcico se prolonga en la mañana,
La penumbra
se difunde por el monte y la llanura,
Marionnette
deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.
En la trocha
aúlla el lobo
Cuando gime
el melodioso paro bobo.
Tembló el
cuerno de la infancia con aguda melodía
Y la dicha
tempranera a la tumba llega ahora
Con funesta
poesía
Y Paquita
danza y llora.
Los reyes rojos
Desde la
aurora
Combaten los
reyes rojos,
Con lanza de
oro.
Por verde
bosque
Y en los
purpurinos cerros
Vibra su
ceño.
Falcones
reyes
Batallan en
lejanías
De oro
azulinas.
Por la luz
cadmio,
Airadas se
ven pequeñas
Sus formas
negras.
Viene la
noche
Y firmes
combaten foscos
Los reyes
rojos.
El dominó
Alumbraron
en la mesa los candiles,
Moviéronse
solos los aguamaniles,
Y un dominó
vacío, pero animado,
Mientras ríe
por la calle la verbena,
Se sienta
iluminado,
Y principia
la cena.
Su claro
antifaz de un amarillo frío
Da los
espantos en derredor sombrío
Esta noche
de insondables maravillas,
Y tiende
vagas, lucifugas señales
A los vasos,
las sillas
Los ausentes
comensales.
Y luego en
horror que nacarado flota,
Por la alta
noche de voluntad ignota,
En la luz
olvida manjares dorados,
Ronronea una
oración culpable, llena
De acentos
desolados,
Y abandona
la cena.
Tomado de:
http://www.los-poetas.com/c/engur1.htm
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