jueves, 17 de marzo de 2022

POEMAS DE CÉSAR VALLEJO EN SU MES

 



Del libro Los heraldos negros (1919)

ESPERGESIA

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Todos saben que vivo,

que soy malo; y no saben

del diciembre de ese enero.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Hay un vacío

en mi aire metafísico

que nadie ha de palpar:

el claustro de un silencio

que habló a flor de fuego.

 

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Hermano, escucha, escucha…

Bueno. Y que no me vaya

sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Todos saben que vivo,

que mastico… Y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de féretro,

luyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto.

 

Todos saben… Y no saben

que la luz es tísica,

y la Sombra gorda…

 

Y no saben que el Misterio sintetiza…

que él es la joroba

musical y triste que a distancia denuncia

el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

 

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo,

grave.

ME VIENE, HAY DÍAS, UNA GANA UBÉRRIMA…

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,

de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,

y me viene de lejos un querer

demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,

al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,

a la que llora por el que lloraba,

al rey del vino, al esclavo del agua,

al que ocultóse en su ira,

al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.

Y quiero, por lo tanto, acomodarle

al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;

su luz, al grande; su grandeza, al chico.

Quiero planchar directamente

un pañuelo al que no puede llorar

y, cuando estoy triste o me duele la dicha,

remendar a los niños y a los genios.

 

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo

y me urge estar sentado

a la diestra del zurdo, y responder al mudo,

tratando de serle útil en

lo que puedo, y también quiero muchísimo

lavarle al cojo el pie,

y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

 

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,

interhumano y parroquial, provecto!

Me viene a pelo,

desde el cimiento, desde la ingle pública,

y, viniendo de lejos, da ganas de besarle

la bufanda al cantor,

y al que sufre, besarle en su sartén,

al sordo, en su rumor craneano, impávido;

al que me da lo que olvidé en mi seno,

en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

 

Quiero, para terminar,

cuando estoy al borde célebre de la violencia

o lleno de pecho el corazón, querría

ayudar a reír al que sonríe,

ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,

cuidar a los enfermos enfadándolos,

comprarle al vendedor,

ayudarle a matar al matador —cosa terrible—

y quisiera yo ser bueno conmigo

en todo.

 

“Ágape”

 

Hoy no ha venido nadie a preguntar;

ni me han pedido en esta tarde nada.

 

No he visto ni una flor de cementerio

en tan alegre procesión de luces.

Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

 

En esta tarde todos, todos pasan

sin preguntarme ni pedirme nada.

 

Y no sé qué se olvidan y se queda

mal en mis manos, como cosa ajena.

 

He salido a la puerta,

y me da ganas de gritar a todos:

¡Si echan de menos algo, aquí se queda!

 

Porque en todas las tardes de esta vida,

yo no sé con qué puertas dan a un rostro,

y algo ajeno se toma el alma mía.

 

Hoy no ha venido nadie;

y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

 

“La cena miserable”

 

Hasta cuándo estaremos esperando lo que

no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos

nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo

la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.

 

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones

por haber padecido…

Ya nos hemos sentado

mucho a la mesa, con la amargura de un niño

que a media noche, llora de hambre, desvelado…

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde

de una mañana eterna, desayunados todos!

Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde

yo nunca dije que me trajeran.

De codos

todo bañado en llanto, repito cabizbajo

y vencido: hasta cuándo la cena durará.

Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,

y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara

de amarga esencia humana, la tumba…

Y menos sabe

ese oscuro hasta cuándo la cena durará!

 

 

Del libro España aparta de mí este cáliz (1939)

“Masa”

 

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

 

Se le acercaron dos y repitiéronle:

«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

 

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

 

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate hermano!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

 

Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar…

 

XI

 

Miré el cadáver, su raudo orden visible

y el desorden lentísimo de su alma;

le vi sobrevivir; hubo en su boca

la edad entrecortada de dos bocas.

Le gritaron su número: pedazos.

Le gritaron su amor: ¡más le valiera!

Le gritaron su bala: ¡también muerta!

 

Y su orden digestivo sosteníase

y el desorden de su alma, atrás, en balde.

Le dejaron y oyeron, y es entonces

que el cadáver

casi vivió en secreto, en un instante;

mas le auscultaron mentalmente, ¡y fechas!

lloráronle al oído, ¡y también fechas!

 

 

 

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