miércoles, 22 de junio de 2022

POEMAS DE ÉMILE VERHAEREN

 


Canción del loco

 

Podrán gritar cuanto quieran contra la tierra,

la boca en la fosa,

jamás ninguno de los difuntos

responderá a sus amargos clamores.

 

Están bien muertos, los muertos,

aquellos que antaño hicieron fecundo el campo,

forman ahora la inmensa acumulación de muertos

que pudren, en los cuatro rincones del mundo,

los muertos.

 

Entonces

los campos eran dueños de las ciudades

el mismo espíritu servil

sometía por doquier las frentes y las espaldas

y nadie podía ver aún

erigidos, en el fondo de la noche,

los brazos azorados y formidables de las máquinas.

 

Podrán gritar cuanto quieran contra la tierra,

la boca en la fosa:

aquellos que antaño eran los difuntos

son hoy en día, hasta el fondo de la tierra,

los muertos.

Tomado de:

https://buenosairespoetry.com/2018/03/28/simbolismo-belga-s-xix-parte-1-max-elskamp-jean-delville-emile-verhaeren/

 

 

 

VAGAMENTE

 

 

Ver una flor allí, frágil, descuidada

 

A punto de dormir sobre el borde de una rama suave

 

En compás de la noche, frágil y relajada,

 

Dormir, - y de repente ver brillar el claro de luna en el aire,

 

Lucir, como una piedra, un insecto que baila,

 

Aquel nácar huyendo a lo largo de un rayo de oro

 

- Y observar el horizonte un navío que baila,

 

Sobre su ancla que se envanece y procura su vuelo

 

Un navío a lo lejos va hacia playas lejanas

 

Y las islas y los paraísos y los éxodos

 

Y los adioses; - y así, a esas cosas lejanas,

 

A esas cosas nocturnas confían los azares:

 

Temer si la flor cae o si el insecto pasa

 

O si el navío parte con el favor de los vientos,

 

Hacía las tempestades y hacia la espuma y hacia el espacio

 

Bailar, hacia el gran oleaje, con el sonido del hielo…

 

¡Tu recuerdo! – y mezclar esos presagios,

 

A ese navío, a este insecto, a esta flor,

 

Tu recuerdo que vuela, así como las nubes,

 

Durmiendo a sombra y a oro de mi dolor. 

 

 

LA NOCHE

 

 

Desde que el firmamento se hace noche

 

Con los mazos duros y los bloques taciturnos,

 

La sombra se bate entre muros y mazmorras nocturnas

 

Como un Escorial vestida de plata negra.

 

El cielo prodigioso domina, inflamado de astros

 

- la Bóveda de ébano y de oro donde abundan los ojos

 

Y se erigen, de una corriente, esa cúpula de fuegos,

 

Las hayas y los pinos, como pilastras.

 

Como sábanas blancas iluminadas de antorchas

 

Los lagos brillan, con golpes de luminarias estelares,

 

Los campos, se cortan, en cuadrangulares cerradas

 

Y deslumbran, así con enormes sepulcros.

 

Y aquella, con sus esquinas y salas fúnebres

 

Toda entera construida en misterio, en terror,

 

La noche parece el palacio negro de un emperador

 

Apoyado en algún lugar, a lo lejos, de las tinieblas.

Traducción realizada por Andrea Oliveros*

darkmoonster@gmail.com

 

*A partir de: Émile Verhaeren, Poèmes: les bords de la route. Les Flamandes. Les moines. Société du Mercure de France, Paris. 1895.

Tomado de:

https://gacetillaref.wixsite.com/filologia/post/dos-poemas-de-%C3%A9mile-verhaeren-traducci%C3%B3n

 

 

Tinieblas.

 

La Luna, con su atento y glacial Ojo,

observa al crudo invierno entronizado,

vasto y pálido sobre la tierra yerma;

La Noche se revuelve en tejas translúcidas;

El Viento, con súbita presencia, nos apuñala.

 

A lo lejos, sobre el horizonte, danzan

los ondulantes senderos del hielo;

se los ve a la distancia, perforando el llano,

Y las Estrellas de Oro, suspendidas en el eter,

siempre más alto en la Oscuridad,

desgarran cruelmente el azul del cielo.

 

Los campesinos tiemblan en las planicies de Flandes,

cerca de los brezos, de los antiguos ríos,

y de los grandes Bosques;

entre dos lívidos infinitos, estremeciéndose de frío,

agrupándose junto a las viejas chimeneas,

removiendo las cansadas cenizas.

 

La ciudad

Todos los caminos van hacia la

ciudad.

 

Del fondo de las brumas,

Con todos sus pisos de viaje

Hasta el cielo, hacia los más altos

pisos

Como de un sueño, ella se exhuma.

 

Allí,

Son los puentes musculosos de

hierro,

Lanzados, a saltos, a través del

aire;

Son los bloques y las columnas

Que decoran esfinges y gorgonas,

Son las torres sobre los suburbios,

Son los millones de tejados

Alzando al cielo sus ángulos rectos:

Es la ciudad tentacular,

De pie

Al pie de los llanos y las haciendas.

 

Las claridades rojas

Que se mueven

Bajo los postes y los grandes

mástiles,

Incluso a mediodía, arden aún

Como huevos de púrpura y oro;

El alto sol no se ve:

Boca de luz, cerrada

Por el carbón y la humareda.

 

Un río de nafta y pez

Sacude los diques de piedra y los

pontones de madera;

Los silbidos crudos de los navíos

que pasan

Aúllan de miedo en la niebla;

Un farol verde es su mirada

Hacia el océano y los espacios.

Los muelles suenan con los choques

de pesados furgones;

Las carretillas chirrían como

goznes;

Las balanzas de hierro hacen caer

cubos de sombra

 

Y los deslizan de repente en

subsuelos de fuego;

Los puentes se abren por la mitad,

Entre los tupidos mástiles se erigen

horcas sombrías

Y letras de cobre inscriben el

universo,

Inmensamente, a través

De los tejados, las cornisas y las

murallas,

Cara a cara, como en batalla.

 

Y por todos lados, pasan caballos y

ruedas,

Corren los trenes, vuela el esfuerzo,

Hasta las estaciones, alzando, como

proas

Inmóviles, de mil en mil, un frontón

de oro.

Rieles ramificados ahí descienden

bajo tierra

Como pozos y cráteres

Para reaparecer a lo lejos en redes

claras de destellos

En el estrépito y la polvareda.

Es la ciudad tentacular.

 

La calle y sus remolinos como

cables

Anudados alrededor de

monumentos—

Huye y regresa en largos

enlazamientos;

Y sus masas inextricables,

Las manos locas, los pasos

afiebrados,

El odio en los ojos,

Atrapan con los dientes los tiempos

que las anticipan.

Al alba, a la tarde, a la noche,

En la prisa, el tumulto, el ruido,

Ellas lanzan hacia el azar la áspera

semilla

De su trabajo que la hora se lleva.

Y los mostradores taciturnos y

negros

Y los despachos turbios y falsos

Y los bancos golpean las puertas

Con los golpes de viento de la

demencia.

 

A lo largo del río, una luz

amortiguada,

Aproblemada y pesada, como un

harapo que arde,

De farola en farola retrocede.

La vida con raudales de alcohol es

fermentada.

Los bares abren sobre las aceras

Sus tabernáculos de espejos

Donde se contemplan la ebriedad y

la batalla;

Un ciego se apoya en la muralla

Y vende luz, en cajas de un

centavo,

El derroche y el robo se aparean en

su agujero;

La bruma inmensa y rojiza

A veces hasta la mar retrocede y se

arremanga

Y es entonces como un gran grito

lanzado

Contra el sol y su claridad:

Plazas, bazares, estaciones,

mercados,

Exasperan tanto su vasta

turbulencia

Que los moribundos buscan en vano

el momento de silencio

Que les hace falta a los ojos para

cerrarse.

 

Tal el día —sin embargo, cuando las

tardes

Esculpen el firmamento, con sus

martillos de ébano,

La ciudad a lo lejos se extiende y

domina la llanura

Como una nocturna y colosal

esperanza;

Ella surge: deseo, esplendor,

obsesión;

Su claridad se proyecta en

resplandores hasta los cielos,

Su gas milenario en matorrales de

oro se atiza,

Sus rieles son caminos audaces

Hacia la felicidad falaz

Que la fortuna y la fuerza

acompañan;

Sus muros se dibujan semejantes a

una armada

Y lo que aún viene de ella de bruma

y de humo

Llega en llamadas claras a los

campos.

 

Es la ciudad tentacular,

El pulpo ardiente y el osario

Y la carcasa solemne.

 

Y los caminos de aquí se van al

infinito

Hacia ella.

 

De: «Campañas de la Locura», 1893

 

 

El bello jardín de las llamas

El jardín de las llamas

no es más que un doble espejo

que por la noche cristaliza

en oro, un silencio blanco que

desciende hacia el horizonte de

mármol, una inmensa sombra azul

bajo la arboleda, sin viento,

sin aliento, vive, como las

estrellas, a través del aire

translúcido, bajo el polvo

infinito que parece nieve, cerca

de la cobriza luna pálida, en

brillante quietud, es el tiempo de

Dios, donde la mente está embrujada

en pos de la eternidad pura e inmutable

que sucede a la miseria humana.

Tomado de:

https://trianarts.com/mi-recuerdo-a-emile-verhaeren-la-ciudad/

 

El Puerto

 

 

 

¡Todo el mar va hacia la Ciudad!

 

 

 

Su Puerto es innombrable y de siniestra cruz,

 

Palos transversales bloquean sus grandes mástiles rectos.

 

 

 

Su Puerto, a través de nieblas, está lluvioso

 

Donde el sol es un ojo rojo y colosal lágrima.

 

 

 

Su Puerto está lleno de vapores negros que fuma

 

Y ruge, en la noche, sin ser visto.

 

 

 

Su Puerto es rebosante y de brazos musculosos

 

Perdido en un laberinto de amarres.

 

 

 

Su Puerto es aplastado por golpes y ruidos

 

Y martillos truenan sus golpes en el aire.

 

 

 

¡Todo el mar va hacia la Ciudad!

 

 

 

Las olas que viajan como los vientos,

 

Las olas de luz, olas vivas,

 

Para que la Ciudad, en llamas, absorba y respire

 

Y vuelva a traer al mundo en sus barcos.

 

Los orientan y el medio día se inclina hacia ella

 

Y los blancos Nórdicos y la locura universal

 

Y todos los números cuyo deseo proporciona la suma.

 

Todo lo que se inventa y todo lo que los hombres

 

Sacan de sus cerebros poderosos y volcánicos

 

Tienden hacia ella, sus riscos y luchas van hacia ella:

 

Es la Ciudad en el celo de las disputas humanas,

 

Es la Ciudad a la luz de las únicas riquezas,

 

Y los ingenuos marineros pintan su caduceo

 

En su piel roja y agrietada

 

A la hora en que la sombra llena las noches oceánicas.

 

¡Todo el mar va a la Ciudad!

 

 

 

¡Oh, Babilonia, finalmente se dio cuenta!

 

Y los pueblos derretidos y la común Ciudad;

 

Y las lenguas disueltas en una;

 

Y la Ciudad como una mano, los dedos abiertos.

 

Cerrándose en el Universo.

 

 

 

¡Dice, los muelles abarrotados hasta la cima!

 

Y la montaña, el desierto, los bosques

 

Y sus edades capturadas en redes;

 

Dice, sus bloques de deidad: mármoles y maderas

 

Que compramos

 

Y vendemos por peso.

 

Y después, dicen, los muertos, los muertos, los muertos

 

Que tomó para estas conquistas.

 

 

 

¡El maldito mar va a la Ciudad!

 

 

 

El repentino mar, ardiente y libre,

 

Que mantiene a la Tierra en equilibrio;

 

 

 

El mar dominado por la ley de multitudes,

 

El mar donde las corrientes trazan certezas;

 

El mar y sus colosales olas,

 

Como un múltiple y loco deseo,

 

Que de pie arroja piedras durante mil años

 

Y en condiciones iguales, retrocede y se borra.

 

 

 

El mar cuya cada cuchilla dibuja una ternura,

 

O navega una furia, el mar plano o salvaje,

 

El mar que inquieta, angustia y preocupa

 

La embriaguez de su imagen.

 

 

 

¡Todo el mar va hacia la Ciudad!

 

 

 

Su Puerto es extravagante y está atormentado por los fuegos

 

Que iluminan las altas palancas silenciosas.

 

 

 

Sus Puertos son indignas torres cuyas paredes suenan

 

A un subterráneo ruido de agua ronca y se infla sobre ellos.

 

 

 

Su Puerto está lleno de bloques tallados, donde las Gorgonias,

 

Lanzan negras redes de víboras mortales.

 

 

 

Sus Puertos son increíbles deidades esculpidas

 

En la parte posterior de los barcos cuyos polos de oro son exaltados.

 

 

 

Su Puerto está formado por tormentas domesticadas

 

En refugios de mármol, de latón y de basalto.

Traducción: Fernando Salazar Torres

Tomado de:

https://tallerigitur.com/poesia/emile-verhaeren-belgica-1855-francia-1916-el-puerto-traduccion-fernando-salazar-torres/7443/

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