martes, 21 de junio de 2022

POEMAS DE CLAUDIA LARS


Sangre

 

Para Alberto Guerra Trigueros

 

Zumo de angustias, leche milagrosa,

raíz inaccesible, árbol salado.

¡Qué temblor en el túnel anegado!

¡Qué llama y nieve en subterránea rosa!

 

Escala de contactos, misteriosa

razón del sueño, el miedo y el pecado.

Silencio a todo grito encadenado

y tapiada presencia dolorosa.

 

De los muertos nos llegas… ¡muerte andando!

Substancia inevitable, gravitando

en la masa despierta de la vida.

 

Mi cuerpo de mujer te alza en el hombre,

te suelta en la aventura de su nombre

y te derrama por interna herida.

 

Tengo que decir de dónde vine

 

Tengo que decir de dónde vine,

porque todos los que conmigo llegaron

han olvidado aquel país sin cuerpos.

 

Aquí desde el fondo de mi sangre,

avanzo por este impulso hambriento

como una dolida bestia inconclusa:

¿No cantaré mi orilla de paraíso

y el áureo corazón de esbelta luz?

 

La tierra de ahora pertenece a mis manos,

pero hay detrás una fronda de recuerdos.

Alguien evoca las rutas del éxtasis,

el puro dominio del amor sin quebranto,

y las formas que parecen bellas durmientes

en una profunda y quieta revelación.

 

Ahí comienza la idea del nardo

abriendo su aromado triunfo

sobre la suave amistad de la colina;

también el contorno del pájaro más leve

y la alegría del niño que pasa

con su dulcísima boca de flor.

 

De arriba, de tan alto

que nadie podría alcanzar su poder primero,

bajan en blancos torbellinos los fuegos esenciales

-los que no queman todavía ni tienen órbita-

y la fina semilla del alma

ya señalando su pesada vivienda.

 

Entonces inventa el silencio sus cítaras de musgo

y el sonido sus palabras creadoras;

penetra el dolor al sueño de estos caminos,

al brote más intacto de los deseos

y al corazón que no conoce su dibujo.

 

Es la trémula escala,

es el descenso joven

y el lento retorno por hostiles peldaños.

Midiendo nuestro arrastre nos alienta El Que Sabe:

el huésped de los labios que alumbran.

 

Exilada estoy, exilada,

y a la vera de lo eterno quiero aprisionar un esparcido semblante

¿No veis que ando llorando por la casa de los mortales

y que de nombres inestables he recogido mis coronas?

 

Sí,

yo advierto lo incorpóreo

y los pálidos viajes que salen de las tumbas.

Anoche me aleccionaba un lucero,

y en el otoño que entrega el árbol amarillo

me duele la edad de la memoria

y esta carne sorda o anhelante

que es el terrible amarre de mi otro ser.

 

A decirlo me obligan,

a revivir lo que se niega o se borra.

En trance de cante debo explicarlo,

para que las cosas no renazcan tan ciegas

y una paloma vuele de aquella piedra de odio.

 

Le llamo mi paraje,

mi espacio de unidad y de absoluto deslumbramiento.

Está adentro y afuera, en las zonas inefables,

aun reciben y empujan los ríos del tiempo.

 

Pienso que el tiempo se ha resuelto en mis ojos

y es algo así como un engaño de colores.

Del latido de una lágrima brotó su siempre fugarse

y trenzando con la distancia

burla o desgarra nuestra pobre pequeñez.

 

Contra los ayes de soledad y el que va por mi deleite,

contra el deleite y el temor que están siempre esperándome,

contra todo batallo para salvar mi otra estatura

y en medio de los contactos soy la despierta de medianoche.

 

¡Oh fuerza de aprenderme en estos nudos de pena,

cambiando lámparas y repitiendo pecados!

La verdad me ha encendido un jardín dentro de un libro

y anuncio a los pocos que me entienden

las luces más sencillas y próximas.

 

Está mirando el cielo

 

Está mirando el cielo,

pero se apoya en una escala de ceniza

y define su invencible linaje

antigua en ella misma

y pasajera.

 

Sé que retorna para el breve latido

entre gorriones y niños sin tiempo,

derramando su cintura de ráfaga,

su piel de olor y su cercana muerte.

 

¿Puedo guardar mi labio

cuando ella quema su tiernísimo cuerpo

y prepara las órbitas del suspiro

y dispone de la abeja geométrica?

 

A su cautivo fuego

llega mi fuego libre, con su entrega de llamas,

y toca las orillas de un aromado incendio

y recibe su júbilo y su alianza.

 

Mientras todo lo vivo tiene sombra en el rostro

ella, la embellecida, arde en el suyo para siempre.

¡Mirad el eslabón de su primer mañana,

su panal voluntario y su viaje sediento!

 

De un deshecho arrebato

vuelve a su reino por azul semilla

y en ciudadela de aire se defiende

y convoca puñales y violines.

 

Esposa renovada

que salta del olvido con su paso de miedo.

¿Dónde sus verdes ángeles nupciales,

su llave de oro y su misterio?

 

¡Ah, ceñidla de asombro!

¡Buscad su noche ardiente y su combate!

Yo podría decir su lámpara de pétalos.

Ella dirá, tal vez, mi tiempo de rosales.

 

Te elevo sobre el mundo y el ensueño

 

Te elevo sobre el mundo y el ensueño,

¡escultura de luz, de aroma y canto!

Ala impaciente, roce de tu manto,

tácito y puro en vida y en diseño.

 

Te sostiene mi verso, tan pequeño

-piedra de espuma, base del encanto-

y en vigilias y vórtices de llanto

sierva soy al servicio de mi dueño.

 

Toda belleza en ti dobla su gracia,

toda gracia precisa sus virtudes,

toda virtud aumenta su eficacia.

 

Se alza de mi verdad tu nombre fuerte

y en espacio de soles y laúdes

quiebra el ángulo frío de la muerte.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-claudia-lars/

 

 

2. Porque soy vagabunda

 

                                                                                          A Doña María de Baratta

 

Porque soy vagabunda conozco los caminos

húmedos y fragantes que en el monte se enroscan;

los que suben despacio al nido de la fuente;

los que se traga el bosque con su boca de sombra.

 

Porque soy vagabunda he bajado al barranco

a despertar el eco en su cueva de rocas;

persiguiendo l`arisca libélula de nácar

y el moscardón de acero que zumba entre las hojas.

 

Me he tendido en el musgo, sobre almohada de helechos,

oyendo el trino fino que suelta la chiltota;

y la oruga del lodo ha comido en mi mano,

y han bailado en mi frente briznas y mariposas.

 

Vi abrirse el cascarón del huevillo del pájaro

y la seda enrollada de la prieta amapola;

probé la pulpa rica de la fruta silvestre

y descubrí panales y recogí bellotas.

 

El viento me ha contado cuentos de maravilla

ofreciendo, al pasar, lo que lleva en su alforja:

olor de balsamera, de yerbas, de racimos,

y todos los rumores de la tierra redonda.

 

La tonada del río, entre juncos y breñas,

me da el sentido exacto que hay en las siete notas;

y aprendo el equilibrio y la gracia del ritmo

en el vaivén azul y lento de las olas.

 

Corro con pies descalzos sobre la playa tibia,

me unto barniz de sol, juego en el agua loca,

y adorno el cuerpo alegre con espuma irisada

y pulseras de algas y collares de conchas.

 

La noche me regala sus gajos de luceros,

la luciérnaga mínima su llamita temblona,

el grillo su chillido clavado en el silencio

y el murciélago huraño su vuelo de alas flojas.

 

Porque soy vagabunda toda belleza es mía

y mío es el deleite que los demás ignoran.

¡Suelto mi canto vivo como el pájaro libre

y tengo el alma diáfana, esponjada y gozosa!

 

* * *

 

3. Mensaje que no espera respuesta

 

Porque llegaste del ensueño mismo,

súbito y espontáneo,

rompiendo ligaduras imposibles

con atrevidos brazos.

 

Porque en la sombra, densa y sin orillas,

fuiste un momento blanco:

soplo fugaz de giros jubilosos,

voz de risa y de canto.

 

Porque advertiste el signo de mi angustia,

cuajado en hierro amargo;

adivinando en la inquietud rebelde

el impulso amarrado.

 

Porque tu beso te nació en el alma

y no sólo en los labios:

savia que reventó, dulce y violenta,

en rosa de milagro.

 

Por tu fino sentido de ternura,

nido de mi cansancio,

donde confiada la tristeza-niña

pudo dormir un rato.

 

Por las tardes de octubre, por las noches

enjoyadas de astros;

cuando vibraba en el caudal de vida

ritmo celeste claro.

 

Por el móvil fulgor que aprisionaba

la seda de tus párpados;

por la palabra bella que envolvía

el pensamiento diáfano.

 

Por el ovillo tibio de caricias

enredado en tu mano;

por la dicha de amor que no cabía

en el pecho esponjado.

 

Por el vértigo loco de las horas

que se fueron, volando...

Por el dolor que nos cayó, de golpe,

como cifra de pago.

 

Va este mensaje de añoranza ingenua,

persiguiendo tu rastro

por las rutas profundas del silencio,

con instinto de pájaro.

 

Ha de llegar a ti casi sin fuerzas:

pequeño y azorado;

ala de miedo, pico de nostalgia,

corazón de fracaso.

 

Y en el círculo quieto del recuerdo,

sobre tu pecho cálido,

tímidamente soltará el motivo

de su arrullo delgado.

 

* * *

 

4. Canción de medianoche

 

Esta noche de octubre es de luna redonda.

Estoy sola, llorosa, pegada a tu recuerdo.

Han escrito tu nombre las estrellas errantes

y he cogido tu voz con la red de los vientos.

 

Flota un olor agreste con resabios marinos,

las sombras se amontonan en rincones de miedo,

algo secreto emerge de las cosas dormidas

y las horas se alargan en la curva del tiempo.

 

Mis ojos de vigilia captan todo el paisaje:

el cono del volcán, los llanos y los cerros,

la vereda entre zarzas, los arbustos floridos

y las palmeras altas de penachos violentos.

 

Se oye el glu-glu monótono del agua escurridiza

que en la hondonada cuaja su espejito de invierno,

el golpe de la fruta al caer de la rama

y el zumbido perenne de la ronda de insectos.

 

Mariposas ocultas tiñen sus alas frágiles,

el zenzontle del alba esconde su gorjeo,

y entre espesas cortinas de bejucos fragantes

la paloma morada sueña rumbos de vuelo.

 

Por etéreos caminos los anhelos se encumbran

y en los cuatro horizontes dan vueltas en silencio.

¿Quién escucha el mensaje de las almas que lloran?

¿Quién recoge en el aire los suspiros dispersos?

 

Trato de reconstruirte con vaguedad de líneas,

pero te desvaneces y te alejas, huyendo...

¿En qué niebla distante has escondido el rostro?

¿En qué lugar remoto ha caído tu cuerpo?

 

Esta noche podría quererte más que nunca:

hay en mi corazón humilde vencimiento;

tiembla en la mano izquierda la caricia de espera

y queda el beso tibio en los labios suspenso.

 

Te ofrendaría el hondo latido de mi impulso,

mi canto de belleza y mi gajo de ensueño,

y una ternura clara, como río de gracia,

colmaría de encanto la cuenca de mi pecho.

 

Pero ya ves: el ansia ha de quedarse trunca

aunque estire el amor sus brazos pedigüeños.

Y he de pasar la noche, bajo la luna de ámbar,

hilvanando tristezas y contando luceros.

 

* * *

 

5. Canción del recuerdo intacto

 

Sólo tú, verdadero, ningún dolor me diste.

Tu regalo perfecto no cabía en mis manos:

era el ramo fragante, el vino de alegría

y la espiga madura para el pan cotidiano.

 

Sólo tú adivinaste el motivo secreto

que doblaba mi vida en curva de fracaso;

sólo tú me dijiste la palabra de aliento

que me mantiene recta a través de los años.

 

Por camino de sombras y vueltas de peligro

tu pie, firme y valiente, perseguía mis pasos.

¡Oh saltador de abismos, distancias y barreras!

¿Quién detuvo el impulso de tu amor obstinado?

 

Para saber quererme afinaste el sentido

volviendo suave y dulce lo violento y lo amargo.

Para alcanzar mi ensueño abriste alas veloces;

para poder copiarme fuiste un espejo claro.

 

Ardía en tus pupilas hoguera de fulgores,

se enredaba en tu lengua el arpegio de un canto,

y mecido en tus brazos, como un niño pequeño,

dormía sin temores mi corazón cansado.

 

Todos los que me amaron algún dolor me dieron

y todos los que amé un dolor me dejaron;

sólo tú me alegraste como un día de fiesta;

sólo el momento tuyo fue perfecto regalo.

 

Por eso, en hora quieta, en el pecho se esponja

el beso de ternura que revienta en los labios:

¡Música errante y vaga, azul de lejanía

lucero del silencio en lágrimas cuajado!

 

* * *

 

6. Antífona del amor inmutable

 

Siempre habré de quererte como ahora:

¡Amor de luces blancas!...

¡Fuego de sol que me calienta el pecho

y no levanta llama!

 

Con esta misma música recóndita,

tan profunda y tan vaga

como el rumor inmenso que recoge

el caracol de nácar.

 

Con el íntimo verso que revienta

en sencillas palabras

y queriendo expresar todo lo bello,

casi no dice nada.

 

Con el goce callado de sentirte

en la raíz del alma:

savia celeste que mi anhelo yergue

hasta las nubes altas.

 

Con el ensueño renovado y fresco

y esta ternura clara

que apenas cuaja en la caricia leve,

como el roce de un ala.

 

...Siempre habré de quererte como ahora,

aunque después me vaya

errante y sola, con el llanto mudo,

y la emoción ahogada.

 

He de llevar en el oído fino

tu suave voz lejana

y en el pequeño corazón rebelde

tu misteriosa marca

 

Porque me amarra a ti nudo de siglos,

y saltando distancias

fui persiguiendo en encontrados rumbos

la huella de tu planta.

 

Porque llegué de la negrura densa:

una sombra agachada...

y en tus brazos de amparo se encendía

el resplandor del alba.

 

Porque el sollozo, retorcido y hondo,

colmando mi garganta,

soltó en la cuenca de tu mano tibia

su amargura salada.

 

Porque anclé mi inquietud en el remanso

de tu pureza intacta

y meció tu silencio transparente

mi vela desgarrada.

 

Porque encontraste la verdad oculta

bajo mi forma vana.

¡Y el mismo Dios, con su pupila eterna

me mira en tu mirada!

 

* * *

 

7. Árbol de sangre

 

Esta herida me duele con dolor deleitoso.

Abierta como un surco, en su fondo germina

semilla amarga y dulce que ha de erguirse, callada,

en el tronco de fuerza y en la rama florida.

 

Árbol gigante y bello que juega con las nubes:

su cabellera densa, peinada por la brisa,

esconderá el arrullo de la paloma viuda

y el primor delicado de la frágil orquídea.

 

Llegarán en bandadas mariposas de junio,

han de libar sus mieles abejas bailarinas

y en la quietud nocturna, luciérnagas fugaces

mecerán en las hojas sus tenues candelitas.

 

Será la casa oculta del animal huraño,

ha de lamer la bestia su raíz retorcida

y quebrando jornadas el viajero del mundo

apoyará en su tronco la carga de fatiga.

 

Rumoroso de trinos y adornado de gajos,

meciendo bajo el sol frescura de caricia,

con sus ventanas verdes por donde el cielo pasa

y en la corteza dura cicatrices perdidas;

 

recogerá los ecos de músicas errantes,

vibrando como un arpa que se toca a sordina;

y cuando suene el grito de la tormenta loca

abrigará los miedos que en soledad palpitan.

 

Su savia de dolor, potente y victoriosa,

multiplicada en cantos, trocada en gallardía,

empinada al azul y en el lodo sembrada,

ha de ofrendarse a todos en dádiva sencilla.

 

Y tal vez una tarde, cuando estés viejo y solo,

y en el recuerdo se abran puertas de lejanía,

te ha de llegar un soplo de fragancia olvidada...

¡Sangre transfigurada en florescencia viva!

 

* * *

 

8. Canción del adiós que se presiente

 

Nos está decretado separarnos.

Tal vez sea mañana...

He vivido a tu lado muchos días

sin ser lo que deseabas.

 

Has cogido en tus manos, suavemente,

mi tibia mano huraña;

has tejido en tu pecho nido quieto

donde caben mis alas.

 

Para librar mi ruta de peligros

fuiste apartando zarzas;

con tu filo de luz abriste puertas

en mi noche cerrada.

 

Me has mirado de frente, con serena

pupila de confianza;

me has dicho la palabra de ternura

sencilla y cotidiana.

 

Me regalaste la fragancia leve

de flor inmaculada

y esa leve fragancia del ensueño

casi no era fragancia...

 

Nos está decretado separarnos...

Ya la pena lejana

en recónditas voces de amargura

anuncia su llegada.

 

Sin embargo... sospecho que me escondes

la retorcida llama

que se yergue obstinada en tu silencio

y que valiente apagas.

 

Sé que en tus labios duerme el beso largo

que vence y arrebata;

en tu cuerpo de arcángel está preso

el dragón de las ansias.

 

Y en mi sangre, también, late el impulso

que hay en las viejas razas.

¡Madura estoy como la fruta dulce

que se inclina en la rama!

 

Pero la dicha inmensa de querernos

nos ha sido vedada.

Después vendría la infinita angustia

que colma y no se acaba.

 

Nos está decretado separarnos.

La vida nos reclama

el valor del adiós... ¡Están más juntas

las almas solitarias!

 

Escogeré, por eso, rumbos nuevos

que el horizonte alcanzan;

me llevaré el dolor de haberte hallado

y de darte la espalda.

 

Otras te ofrecerán, pleno y cumplido,

el goce que soñabas;

en frágiles espejos de quimera

me has de ver reflejada.

 

Tu anhelo ha de buscarme en toda forma

y yo seré fantasma;

me has de sentir, como inquietud perenne,

clavada en tu esperanza.

 

Cuando creas que me hundo en el olvido

estaré más cercana:

amor que por Amor deja el deleite

es eterno en el alma.

 

Nos está decretado separarnos

y mi adiós se adelanta...

¡Fulge en mi corazón tu nombre claro

en un prisma de lágrimas!

 

* * *

 

 

9. Canción redonda

 

                                                                              A don Joaquín García Monge

 

Voy a cantar la inmensa belleza de la vida

en un verso sencillo:

el color de la nube, la fragancia del gajo,

y el milagro del trigo.

 

Quiero robar al Sol su clave luminosa

y su escala de brillos;

y con el alba nueva despertar en el mundo

los ojos y los trinos.

 

Entraré con el viento en la selva profunda

de los ecos dormidos;

y he de sentir la recia carga de los calores

y l'aguja del frío.

 

Jugaré con las olas de los mares revueltos

un juego de peligros;

y escribiré en l'arena una estrofa que acaba

en puntos suspensivos.

 

Subiré con el fuego, como una flor violenta

de capullo encendido;

y después, llama extinta, he de dormir oculta

en el rescoldo tibio.

 

Ensayaré la gama, transparente y alegre,

de las voces del río;

y el vaivén de fulgores que traza en las espumas

el pececito arisco.

 

Meceré mi cadencia en el tallo delgado

que sostiene al jacinto.

Me hundiré, con la savia de la raíz oscura,

por túneles de limo.

 

Asomaré mi tierno retoño de esperanza

entre lianas y espinos;

y en la fruta del árbol acendraré las mieles

de sabor exquisito.

 

Esponjaré la seda del gusano rastrero

envuelta en el ovillo;

y en la fiesta de Mayo habré de ser inquieta

mariposa de giros.

 

Remontaré mi gozo en el vuelo del pájaro,

por diáfanos caminos;

y en la rama flexible, bajo las sombras verdes,

he de colgar mi nido.

 

Guardaré, con la fiera, mi soledad salvaje

y mi cueva de gritos.

Buscaré, con la bestia, el yantar cotidiano

que rumian los vencidos.

 

Abriré misteriosa puerta de corazones

con mano de sigilo;

y en cuenca de ternura recogeré la música

de trenzados latidos.

 

En la pauta de amor, en el Júbilo Eterno,

he de inventar un himno

que vibre en armonía exaltada y perfecta,

llenando el infinito.

 

Con la brasa del beso sellaré la frescura

del labio sensitivo;

y en ofrenda secreta entregaré tesoros

cabales y escondidos.

 

Para quien llora en vano, buscando en el silencio

como un niño perdido,

he de tejer, con hebras de arrullos enredados,

quieto rincón de abrigo.

 

Aprenderé a mirar con ojos de vidente

las cosas y los signos;

y sabré descubrir, en cada acción, la causa

y el humano sentido.

 

La flecha de mi anhelo romperá la tiniebla

sin perder su destino;

y la red de mi ensueño ha de alcanzar distantes

luceros sorprendidos.

 

Ni angustias ni temores ceñirán en mi carne

cadenas de dominio,

porque tiene mi impulso la fuerza arrebatada

del torrente crecido.

 

Seré palabra clara que reza y que bendice,

y sollozo y suspiro;

y en el dolor rebelde y múltiple del hombre

lamento retorcido.

 

Y cuando en la belleza de mi canción redonda

no falte ni un sonido,

la soltaré en el aire... Y escogeré, callada,

los rumbos del olvido.

 

* * *

 

10. Romance de la noche más bella

 

Nos fuimos -noche de Octubre-

por la larga carretera.

Ya no llovía. La luna

era una luna canela.

Cara plácida y redonda.

Cara de madrina buena.

Sonrisa de plata y ámbar.

Maravillosa hilandera.

 

Su madeja de fulgor

se enredaba entre la yerba;

prendía en los matorrales

finas hilachas de seda;

se ovillaba en los rincones;

se destrenzaba en las cercas;

y tejía encajes anchos

que colgaban de las tejas.

 

El viento no se movía...

Donde la ciudad comienza

el cementerio olvidado

tenía quietud de piedra.

Altos cipreses, en fila,

estiraban puntas rectas.

Se balanceaba en la sombra

el candil de la luciérnaga,

y de los campos mojados

subía pesada esencia.

 

Reñíamos en voz baja

por necedades pequeñas.

¡Niños que juegan a herirse

aunque la herida les duela!

Reñíamos, porque nunca

dos que se quieren de veras,

logran probar la alegría

sin mezclarla con tristeza.

En el cauce del amor

brotan corrientes diversas,

y jamás se siente puro

el sabor del agua fresca...

 

Expresabas tu rencor

en crueles palabras negras

clavando en el corazón

alfileres y saetas.

Se alzó rápido mi orgullo,

y con las pupilas secas,

te respondí frases duras

y desafié tu violencia.

 

Entonces la luna sabia

nos enredó en su madeja:

tibia suavidad de encanto,

nido de lumbre magnética,

red de plata que aprisiona,

trenza de sutiles hebras...

 

Tu mano buscó mi mano

en una caricia tierna,

y yo doblé, avergonzada,

la petulante cabeza,

olvidando, como niños,

penas, rencores y quejas.

 

Después... Nunca fue una noche

mejor que la noche aquella.

Húmeda noche fragante.

Noche de luna canela.

Frente al lagar de la muerte

encendió la vida bella,

como una rosa gigante,

su llama de veinte leguas.

¡Flor que nacía en el barro

y besaba las estrellas!

 

El reloj marcó la hora:

doce campanadas lentas...

Cuando la dicha nos llega

los minutos se atropellan.

 

Regresamos, en silencio,

por la larga carretera,

con las manos enlazadas

y con las almas suspensas.

Ya estaban en la ciudad

cerradas todas las puertas,

y ninguno caminaba

por las calladas aceras.

 

Así, nadie adivinó

la dulzura que era nuestra.

Sólo la luna sabía.

Pero la luna es discreta.

 

 

Otros sonetos y poemas:

 

Canción que te hizo dormir

 

La noche del mundo:

¡qué largos cabellos...!

Los suelta en la torre,

la torre del viento.

 

Los peina en el valle,

los trenza en el cerro,

los abre en las ramas

frías del almendro.

 

La noche del mundo:

¡qué oscuro su cuerpo. ..!

En él se transforman

las cosas del suelo:

el lirio descalzo

se calza de acero;

el loro se vuelve

piedra de silencio;

la errante neblina

ángel medio ciego,

y el naranjo en flor

un oso de hielo.

 

La noche del mundo:

¡qué nombre de sueño,

qué barca volante,

qué tiempo sin tiempo!

 

* * *

 

Cara y cruz

 

Alta visión de un sueño sin espina,

honda visión en realidad clavada;

ansia de vuelo en recta que se empina,

miedo del paso en curva accidentada.

 

Rosa de sombra, rosa matutina,

una caída y otra levantada;

ángeles invisibles en la esquina

donde el presente cambia de jornada.

 

Marca el momento signo de la altura:

brote de carne limpia y sangre pura

en renovado campo de infinito...

 

Y en promesa inefable y verdadera

-Gabriel de anunciaciones y de espera-

un mundo sin cadenas y sin grito.

 

* * *

 

Cartas escritas cuando crece la noche

 

I

El tiempo regresó —en un instante—

A la casa donde mi juventud

Quiso comerse el cielo.

Lo demás bien lo sabes...

Otros llegaron con sus palabras

Y sus cuerpos,

Buscándome dolorosamente

O dejando la niebla del camino

Entre mis pobres manos.

Lo demás es silencio...

Hoy tengo tus poemas en mis lágrimas

Y el deseado mensaje —tan tuyo—

Entra en mi corazón con mil años de ausencia.

Lo demás es poseer este milagro

Y sentirme a orillas del Gran Sueño

Como una rosa nueva.

"Dame tu mano al fin, eternamente"...

 

II

Busco tu voz en cada letra de los poemas

que para mí escribiste.

¡Tu amada voz dormida en su entierro!...

El contorno de un rumor toma vuelo y entonces

La recobro, despierta.

Sintiéndome más encendida que un diamante

Y con tu voz en el aire fresco

Me atrevo a decir, saludando al mundo:

"¿Quieren iluminarse

Con esta plenitud?"

 

III

Pude haber vivido cerca de ti

Suavemente

Y encender tu lámpara y sentarme

En el ancho sillón oloroso a tiempo.

Pude cortar una rosa

Y ponerla en tu escritorio

O bordar a media tarde

Un enjardinado mantel.

Ocurrió lo contrario:

Lejos anduve y sola

-Tremendamente sola-

porque no quisiste acompañarme.

Pero en idas y venidas por esos caminos,

¡Qué bien me enseñaron a conocer quién soy!

 

IV

En el círculo de palabras y palabras

Tu silencio era más poderoso

que cualquier sonido

Yo lo habitaba sin protestas

Entrando valientemente en sus distancias

Como patinadora sobre el hielo.

¡Ah, tu silencio mío!

¡Ah, mi sutil planeta inexplicable!

¿Era un espacio vivo

O tan solo el nombre de esta obstinación?

Al fin, después de todo...

-No falta un después en cada momento-

 

V

Si en la hora más quemante de mi vida

Yo hubiera encendido, por lo menos,

La orilla de tu corbata...

Todo sería distinto!

Pero no lo permitiste —¿Recuerdas?—

Y entonces fui, como jamás lo he sido

Una desesperada.

Guardo tu palidez esquiva

Y los ojos que no iban a entregarse

Aunque acabara el mundo.

Después algo me hiere no sé dónde

Y me ahogo y respiro soledades

Y estoy metida hasta los huesos

En un laberinto

¿Cómo logré salvarme?

Porque yo olía a flor

-En la hora más ciega de mi vida-

Y lo único que deseaba intensamente

Era caer sobre tu cuerpo como una flor.

 

VI

Si todo fuera distinto

Yo no tendría un largo viaje en los ojos

Y en esta soledad

Versos y versos...

Si todo fuera distinto

Yo sería a tu lado una dicha completa

Y la mitad de tu alma.

 

VII

Si llegaras por esa puerta

Tal vez te extrañaría mi pelo gris-azul,

Con reflejos plateados.

Le pongo un suave tinte _por supuesto_

Pero no creas que me engaño.

Envejecer es un problema. Sin embargo,

Yo no envejezco entristeciéndome.

Si regresara con lo vivido hasta el domingo

Que al lado tuyo se hizo viernes,

Creo que volvería a ser la misma amorosa

Y que de nuevo te daría

Un rato tremendo.

 

 

VIII

El tiempo... ¿Qué es el tiempo?

Para mí no ha pasado

Desde aquellas noches de lunas amarillas,

Cuando me llevabas a las reuniones de los sábados...

Me sentí joven al leer tus poemas

Y me dio vergüenza experimentar esa delicia.

Con un gajo de sueños juveniles

Caí en profundo sueño.

Hoy me burlo del tiempo

Y hasta le hago cosquillas

En las barbas.

Así, medio jugando,

Voy a meterlo por un mes

En el armario.

 

IX

Toda una vida lejos de ti.

Toda una vida...

Por qué?... ¿Quieres decirlo?...

Hubiera sido tan hermoso

Mirar la misma estrella

Desde nuestra ventana.

 

X

Hay muchos años entre mi amor

Y tu ausencia.

Con ellos puedo escribir

Una historia larga.

Hay mil cosas que quisiera decirte

Dulcemente...

¿Pero cómo expresar lo inefable?

 

XI

Tal vez nunca contestes mis cartas.

Ya nada espero ni pido nada.

A estas horas sería ridículo preguntar al cartero

Si me trae un sobre que brilla

Como pequeño astro.

 

XII

No sé a quien contarle que regresaste de repente,

Con tu lenguaje extraordinario

Y con todo lo que sabe

De la eternidad.

Confiaré a un joven puro mi secreto,

Para que él lo celebre viviendo.

Sería triste que nadie conociera

Mis llamaradas y mi sal.

 

XIII

Si el príncipe Siddharta apareciera ahora

Cerca de mí, muy cerca,

Creo que me diría suavemente:

"Rompe ese lazo dulce.

¿Acaso no conoces lo que enseñé?"

pero la ley de Samsara es fiel y exacta:

el nudo no podrá deshacerse

hasta que tú y yo alcancemos, juntos,

la más definitiva palpitación

del encuentro.

Crece la noche... crece...

Y el Pensativo de Rostro Inmutable

Cuenta con sus ojos

Mi verdadera edad.

 

XIV

Cuando todo se cumpla

En otra vida, porque aquí ya es muy tarde_

Conoceré mejor el poder de los recuerdos

Y viviré en tu casa.

 

XV

Y ahora un "hasta siempre"... un "te agradezco"...

Descubrí mi esperanza.

Aquí se anuncia la mañana con un ángel

Y con una semillita de antigüedad.

Tomado de:

http://amediavoz.com/lars.htm

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