jueves, 16 de junio de 2022

POEMAS DE JAIME SÁENZ


Eres visible

Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas

cuando el sol se retira,

y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra

como un adiós pensativo.

 

De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán estas claras imágenes

por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;

yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por ti las cosas que amabas

—el alba no borrará tu paso, eres visible.

 

Visitante profundo.

 

IV

Los grandes malestares causados por las sombras, las visiones melancólicas surgidas de la noche,

todo lo horripilante, todo lo atroz, lo que no tiene nombre, lo que no tiene porqué,

hay que soportarlo, quién sabe por qué.

 

Si no tienes qué comer sino basura, no digas nada.

Si la basura te hace mal, no digas nada.

Si te cortan los pies, si te queman las manos, si la lengua se te pudre, si te partes la espalda, si te rompes el alma, no digas nada.

Si te envenenan no digas nada, aunque se te salgan las tripas por la boca y se te paren los pelos de punta; aunque se aneguen tus ojos en sangre, no digas nada.

Si te sientes bien no te sientas bien. Si te quedas no te quedes. Si te mueres no te mueras. Si te apenas no te apenes. No digas nada.

Vivir es difícil; cosa difícil no decir nada.

Soportar a la gente sin decir nada no es nada fácil.

Es muy difícil —en cuanto pretende que se la entienda sin decir nada,

entender a la gente sin decir nada.

Es terriblemente difícil y sin embargo muy fácil ser gente;

pero es lo difícil no decir nada.

 

Recorrer esta distancia.

 

VII

En el extraño sitio en que precisamente la perdición y el encuentro han ocurrido,

la hermosura de la vida es un hecho que no se puede ni se debe negar.

 

La hermosura de la vida,

por el milagro de vivir.

La hermosura de la vida,

que se da,

por el milagro de morir.

 

Fluye la vida, pasa y vuela, se retuerce en una interioridad inalcanzable.

En el aura de los seres que transitan, que se hace perceptible con un latido,

en el viento que vibra con el ir y venir de los seres,

en los decires, en los clamores, en los gritos, en el humo

—en las calles, con una luz en las paredes, unas veces, y otras veces, con una sombra.

En ese mirar las cosas, con que suelen mirar los animales;

en ese mirar del humano, con que el humano suele mirar el mirar del animal que mira las cosas.

En la hechura de la tela,

en el hierro que el hierro es hierro.

En la mesa,

en la casa.

En la orilla del río.

En la humedad del ambiente.

En el calor del verano, en el frío del invierno, en la luz de la primavera

—en un abrir y cerrar de ojos.

Rasgando en el horizonte o sepultándose en el abismo,

aparece y desaparece la verdadera vida.

 

Recorrer esta distancia.

 

Cuando pienso en el misterio de la noche

Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino el misterio de tu cuerpo,

que es sólo una manera de ser de la noche;

yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la oscuridad de tu cuerpo;

y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.

En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen infinitos reinos de oscuridad;

y esto es algo que llama a la meditación.

Este cuerpo, cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo, ajeno y temible,

y jamás adivinado, ni presentido.

Y es como un resplandor, o como una sombra:

sólo se deja sentir desde lejos o en lo recóndito, y con una soledad excesiva, que no te pertenece a ti.

Y sólo se deja sentir con un pálpito, con una temperatura, y con un dolor que no te pertenece a ti.

Si algo me sobrecoge, es la imagen que me imagina, en la distancia;

se escucha una respiración en mis adentros. El cuerpo respira en mis adentros.

La oscuridad me preocupa —la noche del cuerpo me preocupa.

El cuerpo de la noche y la muerte del cuerpo, son cosas que me preocupan.

 

La noche.

 

Y yo me pregunto: ¿Qué es tu cuerpo?

Y yo me pregunto:

¿Qué es tu cuerpo? Yo no sé si te has preguntado alguna vez qué es tu cuerpo.

Es un trance grave y difícil.

Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;

y habiendo comprendido que jamás lo había visto, aunque lo llevaba a cuestas,

le he preguntado quién era;

y una voz, en el silencio, me ha dicho:

Yo soy el cuerpo que te habita, y estoy aquí, en las oscuridades, y te duelo, y te vivo, y te muero.

Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.

 

La noche.

Tomado de:

https://poetasdelfindelmundo.wordpress.com/2020/06/22/poemas-de-jaime-saenz/

 

 

EN LO ALTO DE LA CIUDAD OSCURA

     Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura

     con el ruido a lo lejos

     es seguro que suspirará

     yo suspiraré

     tomados de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda

     sus ojos claros al pasar un cometa

     su cara llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz

     su boca en forma de manzana su cabello en forma de sueño

     una mirada nunca vista en cada pupila

     sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego

     todo será mío dando volteretas de alegría

     me cortaré una mano por cada suspiro suyo me

     sacaré un ojo por cada sonrisa suya

     me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces

     hasta morir en sus labios

     con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón

     con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa

     los viernes por la tarde

     con el aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos

años

     en su hermosa compañía.

 

 

 

TU CALAVERA

          —A Silvia Natalia Rivera

 

     Estas lluvias,

     yo no sé por qué me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,

     con un sueño que tuviste tú

     —se me aparecía tu calavera.

 

     Y tenía un alto encanto;

     no me miraba a mí —te miraba a ti.

     Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.

     Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;

     no te miraba a ti.

     Me miraba a mí.

 

     En la alta noche,

     alguien miraba;

     y yo soñaba tu sueño

     —bajo una lluvia silenciosa,

     tú te ocultabas en tu calavera,

     y yo me ocultaba en ti.

 

               (Al pasar un cometa, 1982)

 

 

 

 

 

I

     Estoy separado de mí por la distancia en que yo me encuentro;

     el muerto está separado de la muerte por una gran distancia.

     Pienso recorrer esta distancia descansando en algún lugar.

     De espaldas en la morada del deseo,

     sin moverme de mi sitio —frente a la puerta cerrada,

     con una luz de invierno a mi lado.

 

     En los rincones de mi cuarto, en los alrededores de la silla.

     Con la indecisa memoria que se desprende del vacío

     —en la superficie del tumbado,

     el muerto deberá comunicarse con la muerte.

 

     Contemplando los huesos sobre la tabla, contando las oscuridades con mis

dedos a partir de ti.

     Mirando que se estén las cosas, yo deseo.

     Y me encuentro recorriendo una gran distancia.

 

 

 

VI

     Presiento un lóbrego día, un espacio cerrado, un suceder incomprensible, una

noche interminable como la inmortalidad.

     Lo que presiento no tiene nada que ver conmigo, ni contigo; no es cosa

personal, no es cosa particular lo que presiento;

     pero tiene que ver con no sé qué

     —tal vez con el mundo, o con los reinos del mundo, o con los misteriosos

encantos del mundo;

     se puede mirar a través de las aguas una profunda fisura.

     Se puede percibir, por el olor de las cosas y por las formas que ellas asumen,

el cansancio de las cosas.

     En lo que crece, en lo que ha dejado de crecer, en lo que resuena, en lo que

permanece, en lo que no permanece, en el aire silencioso, en las evoluciones del

insecto, en los árboles que murmuran,

     se puede adivinar el júbilo de un próximo acabamiento.

     Las oscuridades devoradoras, ansiosas de devorar —fenecido el término, ya

nada será.

     Tal vez una brizna, en lo alto de algún lugar, tal vez en lo profundo de algún

lugar,

     flotando en las últimas aguas.

     El resuello, sin principio ni fin, una envoltura para la inmovilidad,

     envolviendo el movimiento del circulo que se repite

     —no sé explicar, no sé decir en qué consiste el presentimiento que presiento.

 

 

 

X

     En las profundidades del mundo existen espacios muy grandes

     —un vacío presidido por el propio vacío,

     que es causa y origen del terror primordial, del pensamiento y del eco.

     Existen honduras inimaginables, concavidades ante cuya fascinación, ante

cuyo encantamiento,

     seguramente uno se quedaría muerto.

     Ruidos que seguramente uno desearía escuchar, formas y visiones

que seguramente uno desearía mirar,

     cosas que seguramente uno desearía tocar, revelaciones que seguramente

uno desearía conocer,

     quién sabe con qué secreto deseo, de llegar a saber quién sabe qué.

 

 

*** 

 

 

     En el ánima substancial, de la sincronía y de la duración del mundo,

     que se interna en el abismo en que comenzó la creación del mundo, y que

se hunde en la médula del mundo,

     se hace perceptible un olor, que podrás reconocer fácilmente, por no haber

conocido otro semejante;

     el olor de verdad, el solo olor, el olor del abismo —y tendrás que conocerlo.

     Pues tan sólo cuando hayas llegado a conocerlo te será posible comprender

cómo así era cierto que la sabiduría consiste en la falta de aire.

     En la oscuridad profunda del mundo ha de darse la sabiduría; en los reinos

herméticos del ánima;

     en las vecindades del fuego y en el fuego mismo, en que el mismo fuego junto

con el aire es devorado por la oscuridad.

     Y es por lo que nadie tiene idea del abismo, y por lo que nadie ha conocido el

abismo ni ha sentido el olor del abismo,

     por lo que no se puede hablar de sabiduría entre los hombres, entre los vivos.

     Mientras viva, el hombre no podrá comprender el mundo; el hombre ignora

que mientras no deje de vivir no será sabio.

     Tiene aprensión por todo cuanto linda con lo sabio; en cuanto no puede

comprender, ya desconfía

     —no comprende otra cosa que no sea el vivir.

 

     Y yo digo que uno debería procurar estar muerto.

     Cueste lo que cueste, antes que morir. Uno tendría que hacer todo lo posible

por estar muerto.

     Las aguas te lo dicen —el fuego, el aire y la luz, con claro lenguaje.

     Estar muerto.

     El amor te lo dice, el mundo y las cosas todas, estar muerto.

     La oscuridad nada dice. Es todo mutismo.

 

     Hay que pensar en los espacios cerrados. En las bóvedas que se abren debajo

de los mares.

     En las cavernas, en las grutas —hay que pensar en las fisuras, en los antros

interminables,

     en las tinieblas.

     Si piensas en ti, en alma y cuerpo, serás el mundo —en su interioridad y en

sus formas visibles.

     Acostúmbrate a pensar en una sola cosa; todo es oscuro.

     Lo verdadero, lo real, lo existente; el ser y la esencia, es uno y oscuro.

     Así la oscuridad es la ley del mundo; el fuego alienta la oscuridad y se apaga

—es devorado por ésta.

 

     Yo digo: es necesario pensar en el mundo —el interior del mundo me da en

qué pensar. Soy oscuro.

     No me interesa pensar en el mundo más allá de él; la luz es perturbadora, al

igual que el vivir —tiene carácter transitorio.

 

     Qué tendrá que ver el vivir con la vida; una cosa es el vivir, y la vida es otra

cosa.

     Vida y muerte son una y misma cosa.

 

               (Recorrer esta distancia, 1973)

 

 

 

 

 

2

     Del derrumbe en que se derrumba toda cosa,

     confluye toda cosa en lo diverso y en lo solo,

     con sordos estruendos,

     con aires inmutables,

     con signos que se transfiguran al conjuro del ánima,

     al soplo del ánima,

     al rugido del ánima,

     que en lo oscuro a liberado el Extraño,

     que ha conspirado con el Extraño para penetrar en la obra de la obra,

     que en lo oscuro se inclina sobre la obra y hace y deshace la obra,

     para desentrañar la revelación del júbilo personificado.

 

 

 

 

 

5

     Y de tal manera, quiso jugar una broma pesada,

     con el hacer una música, con el morir una música, con el ser una música,

     incendió la transparencia del sucedido y creó una creación,

     iluminando la naturaleza del mundo y del hombre, iluminando formas

invisibles y recónditas,

     en lo oscuro

     —siempre en ásperas y vacías y resonantes estancias de lo oscuro.

     En cuales precipicios,

     en cuales parajes,

     en cuales orillas, de malestar y espanto,

     con resplandores cada vez más distantes:

     él sabía.

 

               (Bruckner, 1978)

 

 

 

 

 

6

     La fuente de sabiduría, de fuerza y de experiencia, lo constituyen los muertos;

     la puerta siempre abierta,

     el camino de los que transitan con rumbo cierto, en el vivir real y radical,

     lo constituyen los muertos.

     Pues nada tan oscuro como la oscuridad de los muertos.

     Nada tan verdadero, nada tan verdaderamente humano como la carne de los

muertos.

     Ningún olor tan oscuro como el olor de los muertos; ninguna contemplación

como la contemplación de los muertos.

     Ningún silencio como el silencio de los muertos; ningún otro silencio se deja

escuchar en silencio.

     Nada como la inmovilidad; nada como la fuerza expresiva que mana de los

muertos.

     Por eso los hombres amantes de las tinieblas,

     escudriñando el estar de los muertos encuentran el camino cierto.

     En el olor y la forma, en el peso, en la densidad.

     En el tacto y el oído —el objeto no se mira.

     Lo que se mira es el mirar que se está mirando; y tal el mirar de los muertos,

que consiste en el no mirar.

     Es oscuro.

     Y por eso mismo, ni se mira, ni se toca, ni se huele, ni se escucha

     —en lo oscuro,

     todo ocurre a la vez y de un solo golpe.

 

               (Las tinieblas, 1978)

 

 

 

 

 

IV. LA NOCHE

1

     Extrañamente, la noche en la ciudad, la noche doméstica, la noche oscura:

     la noche que se cierne sobre el mundo; la noche que se duerme, y que sueña,

y que se muere; la noche que se mira,

     no tiene nada que ver con la noche.

     Pues la noche sólo se da en la realidad verdadera, y no todos la perciben.

     Es un relámpago providencial que te sacude, y que, en el instante preciso, te

señala un espacio en el mundo:

     un espacio, uno solo;

     para habitar, para estar, para morir —y tal el espacio de tu cuerpo.

 

 

 

 

 

2

     Pues existe un mandato, que tú deberás cumplir.

     en homenaje a la realidad de la noche, que es la tuya propia;

     aun a costa de renunciamientos imposibles, y de interminables tormentos,

     deberás decir adiós, y recogerte al espacio de tu cuerpo.

     Y deberás hacerlo, sin importar el escarnio y la condena de un mundo amable

y sensato.

     Es de advertir que miles y miles de mortales se recogen tranquilamente al

espacio de sus respectivos cuerpos,

     día tras día y quieras que no, al toque de rutilantes trompetas, y en medio de

lágrimas y lamentos;

     pues en realidad, recogerse al espacio del cuerpo, es morir.

     Pero aquí no se trata de morir.

     Aquí se trata de cumplir el mandato; y por idéntica razón, habrá que vivir.

     Y tan es así, que no se podrá cumplir el mandato, sino a condición de

recogerse al espacio del cuerpo, con el deliberado propósito de vivir.

     Lo cierto es que aquel que comete tan alta aventura, no hace otra cosa que

ocultarse de la muerte.

     para vislumbrar así la manera de ser de la muerte,

 

 

 

 

 

3

     El espacio que tu cuerpo ocupa en el mundo, es igual al espacio del cuerpo en

el que uno se ha recogido;

     y si esto es así, nadie tiene por qué molestarse, ni importunarte;

     en el espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto.

     puedes pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente,

     libre ya de un mundo de pesadilla, poblado de espectros y de esqueletos que

pululaban y te quitaban la vida.

     En todo caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo, se reducen a tu

cuerpo;

     y quien lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.

     Pues el cuerpo que te habita, en realidad, eres tú;

     sólo que tu cuerpo deja de ser tú;

     y pasa a ser él.

     Imagínate, el cuerpo que eres tú, habitando el cuerpo que es él.

     y que no por eso deja de ser tú.

 

     De ahí el habitante, o sea, el cuerpo de tu cuerpo; y de ahí, asimismo, el

habitado, o sea, tu cuerpo.

 

     ¿Y qué decir de la honda soledad, habitando el espacio de tu cuerpo?

     Hay un echar de menos la soledad, cuando hay alguien a tu lado;

     pero, cuando no hay un alma, es la propia soledad quien te echa de menos

     —y es como si tú no estuvieras, o como si te hubieras ido, en busca de

alguien a quien echar de menos.

     La soledad en el espacio de tu cuerpo, ha de ser, pues, una soledad muy larga,

muy alta, y muy álgida.

     —como esa soledad que uno imaginaba de niño,

     con un retrato desaparecido y una rueda inmóvil, en el cuarto oscuro.

 

 

 

 

 

4

     ¿Qué es la noche? —uno se pregunta hoy y siempre.

     La noche, una revelación no revelada.

     Acaso un muerto poderoso y tenaz,

     quizá un cuerpo perdido en la propia noche.

     En realidad, una hondura, un espacio inimaginable.

     Una entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita,

     y que sin duda oculta muchas claves de la noche.

Tomado de:

https://www.auroraboreal.net/actualidad/domingos-de-poesia/3011-jaime-saenz-domingos-de-poesia

 

 

 

 

 

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