jueves, 5 de octubre de 2023

POEMAS DE JOSÉ PORTOGALO


Albañiles

Vigoroso hemisferio de luz en los andamios.

Torsos que se revelan sobre la piel del aire

en toda su potencia magnífica y creadora;

anónimos perfiles que amedallan la altura

avivando el incendio del sol en las ciudades

y enfrentando la sórdida presencia de la lluvia.

 

Con despaciosos giros de péndulo oscilante

sus flexibles cinturas recortan el espacio

como si al gesto torvo del día le arrancaran

calladas y maduras jornadas de trabajo.

 

 

Cuando bajan los soles a tatuarle los ojos

sus voces suman cantos al pentagrama rudo

del esfuerzo, que es música matinal y sonora,

como el repiqueteo de campanas festivas

arqueadas entre el puño de un dominio de sombras.

 

En los pliegues sinuosos de los linos del alba

ellos son como abejas laboriosas y humildes

libando el polen fresco de las nubes rizadas.

 

Los inviernos les curten la piel como a la tierra

el castigo filoso del atado y las lluvias;

en tanto que sus manos, arañas silenciosas,

empinan la alegría de los rojos ladrillos

y se abultan de duras prominencias callosas.

 

Vigoroso hemisferio de luz en los andamios;

exaltación soberbia del esfuerzo fecundo

del músculo que pulsa las alturas desiertas

donde sólo pájaros desbarbando los vientos

logran mojar sus picos con humedad de estrellas.

¡Humedad que madruga en parvas de rocío

sobre el labio entreabierto de la flor, y la hierba!

 

Albañiles, dedales de una labor anónima.

 

En vuestras manos ásperas se construyen los negros

y altísimos custodios que enlutecen la tierra

con sus graves sentencias de agresivo entrecejo.

 

Ah, y sobre los tablones que auscultan el espacio

vuestro ímpetu es diamante que resplandece al sol

tal la brasa encendida de la cresta de un gallo.

 

 

DESDOBLAMIENTO

Un alma de hombre humilde tiene más de una Ilíada

Enrique Banchs

 

En la boca una voz amarga y en las manos

esa angustia tremenda del jornal inseguro.

Ruedan los días tristes, opacos, sin relieves,

sólo yo muevo el día que se instala en tu mundo.

 

 

Pero no me comprendes, me piensas siempre niño;

no sabes que en mi carne sufro tu edad madura,

y cuanto más avanza tu amor en el recuerdo

más se aferra en mi entraña la raíz de la angustia.

 

Soy como puerta abierta para que en ella habites

y aclares tus jornadas con mi arcilla de niño

trayendo ante tus ojos la imagen de aquel día

que ocuparon mis manos un cuaderno y un libro.

 

Y no sabes, no sabes que el libro abrió un boquete,

como un hondazo en medio del cielo en una estrella,

y tú que nunca —¡nunca! — supiste qué es un libro

ante mí, menos hombre, te hospedas en la tierra.

 

Penetro tus angustias aunque siempre sonrías

y fumes tu cigarro tratando de engañarme:

Alta sabiduría la de tu amor que limpia

de impurezas de libros el temblor de mi carne.

 

Piénsame siempre niño que seré tu reposo,

la gota de agua pura que caliente tus párpados

cuando cansado vuelvas del esfuerzo que agota

y exangües, doloridos, se te caigan los brazos.

 

Piénsame siempre niño, por ella, la que nunca

parece que existiera trajinando en la casa,

la que intuye mis nieblas terribles de hombre solo,

la que hasta en sueños sorbe la acritud de mis lágrimas.

 

Por ella, por tu vida de pobre, siempre pobre,

haré que entre en mi carne el sol como una cuña.

Y aunque el rencor me muerda de noche las entrañas

no enturbiaré tu oído con mis palabras sucias.

 

Viviré entre mis nieblas arrancando los gritos

que de noche me suben —gusanos— a la lengua

para darte ese niño que piensas en tu vida

mientras mis años agrios afirmen la protesta.

 

Alta sabiduría la de tu amor que limpia

de impurezas de libros el temblor de mi carne;

por ella hice mis voces de fervor y de sueños

y amo a los pobres diablos que son los de mi sangre.

 

 

LUZ LIBERADA

Luz repartida, luz amontonada,

luz de la espuma que me azora y canta,

luz que se vuelve luz en la garganta.

Luz de octubre en abril sobresaltado,

luz de otoño cayendo entre los pájaros

y luz que se presiente como un canto.

Luz del celeste, luz verdi-dorada,

luz del cielo en la luz de la mañana

y luz que comunica luz del alma.

Luz del insecto en la luz que se recobra

sobre el rumor secreto de las hojas

y luz sobre la luz de las gaviotas.

Luz marítima en luz de paz agraria,

luz de ola, hermosura prolongada

en el grillo, el gorrión y la cigarra.

Luz de madre en la luz que dan los hijos,

luz cerúlea de luz que afina el lino,

luz en la luz gozosa del rocío.

Luz del árbol, diadema de esmeralda,

joya del trigo, luz en oro y plata,

corona de la luz en luz ganada.

Luz que vence a la sombra y que se nombra

luz de la eternidad en la paloma,

en la ortiga, en el cardo y en la rosa.

Luz primera de luz recién creada,

luz del viento del mundo, solidaria,

y luz de entendimiento en luz de hermana.

Luz del valle nombrada en luz de puerto,

luz salina, plural, sobre el estero

de esta clara ciudad, Montevideo.

Luz del exilio en luz inesperada,

luz que se expresa numerosa en cada

temblor ilimitado de las aguas.

Luz de la libertad sobre la arena,

luz del lucero en luz sobre las piedras

y luz que se pronuncia luz entera.

Luz del aire en la luz de la mañana,

luz que dicta la luz del sentimiento

en la gracia infinita de la llama,

en la hierba, en el agua y en el viento.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/jose-portogalo/

 

 

Las voces

Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas amotinadas,

de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.

No es ésta una Elegía, camaradas.

Es un canto de fuerza que irrumpe mis arterias

como un torrente turbio de aguas que se desatan.

Yo no soy más que un buzo, el diente del anzuelo, el gancho de

 / la grúa,

y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.

Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,

y allí dictan sus almas densas como una fiebre.

La voz negra destapa un cuerpo milenario.

Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.

Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.

De andar lento, seguro, como el de los rencores.

La voz negra disputa como un sol en los caminos.

Nos es el viejo lamento, la palabra humillada.

Es la selva que asalta gritando sus deseos.

En la copa del árbol con sus frutos maduros.

La raíz y la piedra con empujes vitales.

[De: Tumulto]

 

 

Un poema a las 6 de la mañana

Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,

el motín callejero de los gorriones en la urbe.

de mis manos inválidas, de mis pies doloridos,

Pero el canto de un gallo

que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,

suena en mi corazón –íntimamente y en mi sangre

alza su tono de armónica meridional

para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.

Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias.

La de los grandes chantajistas de guantes color patito:

Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas:

Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.

Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios

y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.

Sé que me querrías si te hablara de amor,

aunque te desangres diez horas en una fábrica de tejidos

y sufres el asedio de un gerente mulato

-oblicuo como la sombra de una pared a media noche

Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.

Fuente: La Coctelera., poeta de la luz

Tomado de:

https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/cuaderno-de-poesia-critica-n-067-jose-portogalo.pdf

 

 

CANTO A MI PAN

 

Con pan de mi amor alimenté raíces.

 

De ráfaga-navío pan de nube

de noche-madrugada pan de trinos

y lágrima de pan de la pobreza.

El pan del vino aguado.

El funerario pan de los rincones.

El pan del ofendido

humillado

abolido.

En pan el pan el pan de los canteros

con el pan de los pájaros de mi alma.

Mi pan dije una vez (oh pan de piedra

trizándome los dientes)

nació del frío denso de los surcos

y del hueso pelado del rocío.

Y había una gaviota iluminada

y una espiga

de cárdeno rumor viva en mis sienes.

Había un cielo efímero

una lluvia

cenicienta y atroz con cicatrices

socavando mis yemas.

Había sin embargo dulzura de pan fresco

de gorrión despeinado de la música

que se nutrió del árbol de mi sangre

con ese ritmo sordo de cigarras

que aturden mi memoria.

Sus plumas custodiaron mis palabras

y su pico el latido de la brisa

sobre mi corazón amotinada.

Vino a mi voz en símbolo clareado

y me dio con el viento el pan insobornable

imbatible

durísimo

del mar con la cuchara de las olas

y el humo del tabaco de mi padre que ha muerto.

 

Cómo lo conoció mi infancia

definida

en la mejilla aireada del aromo

del abrojo del níspero del pámpano la higuera

y del libro escolar garuado en un baldío.

 

De pronto salió el pan salió de las arrugas

del labrador con hambre

y de la finca aérea del hornero.

Y yo

salta-alambrados

pierna al aire del aire avispa ronca

y hojaldre de los sueños

"como un ojo que ve claro" pude ver

destellando esplendores

el ojo de la vida

la inocencia del pan

y el encendido soplo de la escarcha

que preanuncia el exilio ante el abismo.

Y diría en fugaces imágenes del vértigo

primavera-gorrión gorrión-verano

y amor hilo de fragua

resplandor

caricia de agua quieta sobre el musgo.

Y mi vocabulario y mi cuaderno

perdido en un galpón

con la locomotora de un tren que nunca olvido.

Y diría también linterna humedecida

armónica herrumbrosa

y mendrugo de pan entre mis vértebras.

De pan-gorrión entonces mi esqueleto

mi barba con espuma mi calvicie

mi fulgurante lengua de pan-gorrión

alígera

y súbita alfarera de mañanas

que ha rodeado mi pecho de júbilo radiante.

Mi pan dije una vez (oh pan reflorecido

del vaho en las colinas)

izó luz infinita pan de gallos

que asea alta la noche los molinos

y el belfo echando azufre de un potro ingobernable.

Y vi cómo del ojo de Éluard amanecía

el ojo que ve claro pan de fuego

y de raudo aletear mi pan de río

mi gorrión-primavera mi semilla

de ese pan rutilante

pan de sol.

 

Pan de lumbre ganado repartido.

Pan de frente rozando el horizonte.

Pan de hermano de amigo solidario

pan de voz.

 

 

Film

 

Una vez a Nemo, "el ángel" le rompí la cabeza de un hondazo.

 

Yo tenía diez años y un corazón violento como mis malas palabras.

Y una voz agria y dura que sabía colarse en los tranvías

y dar vueltas en las barrancas de Belgrano seguida por los guardianes.

 

El era un niño rubio y manso dejado de la mano de Dios.

Y hasta tenía los ojos húmedos de un galgo que lame las manos del castigo.

Pactaba con medallitas de lata y se regía por una oración.

Y jamás se le ocurría pensar que a las muchachas había que poseerlas.

 

Pero éramos camaradas.

Yo con mi afán de romperlo todo. De socavarlo todo.

Hasta las lenguas grasosas del Río de la Plata en días de rabona.

Con mi lujosa agresividad de niño aceptada en rueda de mayores.

Con mi inocencia zumbona de pantaloncitos rotos en el traste.

Con mi alegría salvaje que tuteaba a las "señoritas".

 

En Echeverría y 11 de setiembre le lustraba los ojos a mi infancia.

Entre el olor y el sabor de la mañana sentada sobre mis rodillas

sacaba mi corazón y en mis manos se lo daba de comer a los gorriones.

Esto hacía gruñir a los ingleses de piernas de palo y voz de vidrios rotos.

Pero mi honda lograba frustrar el servilismo de los porteros.

y el corazón salía ileso porque era puro como la pepita de un carozo.

 

Entonces yo estaba enamorado de Perla White y de mi maestra de 3er. grado.

Me gustaban los ojos oscuros y las pestañas rizadas de Pola Negri.

Y tenía una novia a quien le relataba las aventuras de Sandokán.

Se llamaba Pola Morera y era linda como la estampa de un libro.

Por ella quería ser William S. Hart o el capitán de "La amenaza oculta".

A mi novia le gustaban los ojos de acero de los cowboys de las películas

y me llamaba su pequeño soldadito invasor.

Porque mi voz agria y dura dolía como una pedrada

y siempre tenía los puños listos para trizar narices.

El, con su dulzura de arcángel bajo los cornizones

en una mañana de primavera de cielo verde nube y de cartón,

yo, con mi hisopo flamígero encendiendo las mejillas de las muchachas

en una barricada de guerrillero de barrio.

 

Hoy Nemo "el ángel" anda por las plazas de Buenos Aires

y predica el salvacionismo con voz de Biblia y un tajo en la cabeza.

A veces se acompaña de un órgano y dice que ve a Dios sobre los árboles

y a Cristo sobre las aguas sucias del pecado con intención de lavarlas.

 

Pero yo sólo sé que Nemo "el ángel" es corredor de retratos.

Tomado de:

https://literaturarioplatense.blogspot.com/2009/08/textos-y-poemas-de-jose-portogalo.html

 

 

Canción con la muerte de un sueño

I

 

Permitidme amigos que os cante esta mañana transparente

en que la primavera da brillo a las hojas de los arboles

y en Villa Ortuzar -mi barrio- el sol tutea los ojos de los niños,

el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo

y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.

 

Oh, mis amigos:

Hoy que arranqué la piel de cordero de mi humildad

y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis.

Un hombre que estaba adherido a la piel de cordero de mi humildad.

 

Estoy libre ¡libre! del sueño de los pobres.

Esa nube violenta que nos ciega los ojos

Que nos tumba sobre un camastro de algodón

y nos transforma -como a fumadores de opio- en sacos inservibles,

tirados en un fondo de mar verdoso, como buzos ahogados,

para soñar el pobre sueño de los pobres.

 

Le arranqué los tornillos a mi angustia. Y amo y odio.

Amo con la conciencia limpia cómo la de los niños,

Odio con la conciencia pura como la de los pájaros.

Porque me arranqué los sueños como guantes

-la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel-

y ando en cueros gritando mi alegre animalidad.

 

Oh, mis amigos:

Vuelvo a mis 12 años de edad turbulentos como un sueño de vagancia.

Cuando leía las aventuras de Salgari y las novelas de Julio Verne.

Y abrazaba a las muchachas para levantarles las polleras

y encenderlas de pudor ante mi audacia de capitán pirata sin turbante

ni mares que conquistar. No tenía súbditos que obedecieran,

pero tenía mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte.

Y unas ganas tremendas de amar la vida.

Y una injuria despierta -sin goznes- para el más cobarde.

Y unos puños crispados que levantaban mi corazón y mi osadía.

(Cómo cantan en mí los años de la escuela. Oh, mis amigos:

Ahora que oigo el tañido suave de una campana lejana

y su mar erizado de músicas repercute en mis tímpanos cómo en un caracol.

Ahora que los pregones de la calle

abren la piel transparente de esta mañana de primavera

y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis).

 

Era el más osado de la clase y Armando Casafúz, mi maestro,

una vez me abrió su confianza cómo una puerta de amigo.

Ese día fumé cigarrillos de 30, conocí el puerto de Buenos Aires,

y me di un atracón de vidrieras sin pensar en romperlas.

Porque era en mí libertad el niño más feliz del mundo.

 

Oh, mis amigos:

Entonces yo sabía organizar las revoluciones infantiles.

Gritar: ¡Viva el socialismo! ¡Abajo los que tienen plata!

Hacerles un corte de manga a los vigilantes y a los porteros.

El pito catalán a los maestros y a los Hermanos Maristas.

Y en Cramer y Mendoza trompear a los monitores por alcahuetes,

para proveerme de sueños que me aislarán de las cuatro paredes frías de la ciudad,

y vengarme de mi cotidiana amargura:

Las vociferaciones groseras de los cocheros, los choferes, los feriantes.

Las corridas de los guardianes tuertos, o sordos, o mancos, o rengos,

en torno a las tres barrancas de Belgrano con sus héroes inmóviles,

sucios de verdín y de tiempo, donde hacían el amor las arañas,

y servían para que yo les meara con la inocencia de los ángeles.

Las vejaciones de una solterona histérica que leía a Vargas Vila

mientras yo enceraba una escalera de 50 peldaños y cantaba para aturdirme,

o rompía las vajillas en la cocina porque ansiaba partir, partir.

 

Oh, mis amigos:

Aunque el corazón de mi madre me defendiera como una garra,

y mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte bloquearan las ofensas más turbias.

 

II

 

Y ésta es mi Elegía, camaradas:

la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel.

 

Al sueño de los pobres lo arranqué con tirabuzones de aliento

y estoy de vuestra parte porque el mundo nos pertenece

bajo este sol que tutea los ojos de los niños,

el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo

y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.

Tomado de:

https://poesiamaspoesia.com/20-poesia-mas-poesia-jose-portogalo-y-clemence-loonis/

 

 

Los pájaros ciegos
(Poema 3)

Fue una tarde, en octubre.

La primavera entonces lucía entre los árboles

sus primeros fulgores.

Los gorriones, tan díscolos, llegaban a la fuente,

se mojaban el pico, sacudían las alas

y luego recortaban el aire con su vuelo.

El cielo estaba azul sobre la plaza,

se paseaba, inocente, en los canteros

y soñaba después entre las hojas.

Alguien gritó

¡viva la libertad!

Junto a un charco de sangre estaba yo,

Juan Pérez, asturiano, profesión panadero,

veinte años de Argentina, con tres hijos,

un río de esperanza entre mis manos,

el corazón del mundo en mi garganta

y una copla en mi pecho.

La primavera, ciega, se amontonó en mi sangre.

Desde entonces mi copla perdura entre los pájaros.

Tomado de:

https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/poesia-social-y-revolucionaria-del-siglo-xx.pdf

1 comentario:

  1. Qué maravilla de blog. Muchísimas gracias por tu enorme labor. Lo descubrí hace tres años buscando poemas de Propercio; después he visto que tiene muchos más contenidos de buena poesía.

    Recibe un cordial saludo.

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