viernes, 27 de octubre de 2023

POEMAS DE MAHFÚD MASSÍS (ANTONIO MASSÍS)


Retorno

 

Como el salmón que torna a la grava de la muerte, remonto el río, calvo, seco, desdentado,

roto ya el oro de las ensoñaciones, desdichado, veloz, cabezabajo.

Atrás: la tierra, su macho de furores, la tierra como una esponja negra,

y un collar de sombras y pedradas en los ojos. Tú que bajaste conmigo y eras un castaño claro,

que descendías como la mano blanca sobre la tecla negra, dime, ¿qué fue? ¿Qué bestia

me apretó la cintura hasta derramarme,

vagabundo, ensimismado, con un hueso en el aire de la cabeza? Adorabas al sol, evocabas otro lenguaje,

pero yo estaba muerto, mutilado, vivía en Asia, en Oceanía, ostentaba la filosofía redonda de los perros,

pero el mundo era cuadrado, amor mío, ¡era cuadrado!

y tenía un florete de pestaña roja.

Nunca pude explicar. ¡Todo es inexplicable!

Todo tangible, húmedo alrededor, y se escapa como la hembra del camello. Sólo tú tienes forma. ¡Arrójame tu vestido,

ahora que los sueños buscan una extraviada deidad, un presagio encima de la muerte. Esta noche remonto el río, como el salmón maldito que descendió al mar y vuelve díscolo, envuelto en pálidas alucinaciones,

saltando sobre los rápidos, entre duelos y ráfagas verdes, pero con el embrión muerto, el ojo muerto,

buscando para caer la piedra definitiva.

 

 

El rostro caído sobre la tecla

 

 

Impasible, como una reina de los ratones,

su diminuta cabeza que el sueño ha despojado, se quiebra como un pez en la trama invisible, mostrando la nuca blanca

sobre el algodón y sus dioses egipcios.

De su ojo cuelga el barmellón de las sombras atadas, y la fina

guarida de su sexo es imperceptible temblor de algo fija y tenaz en la tormenta.

Nadie la reconoce en sueño. Nadie llora.

*

Duerme sobre una quijada con el cuello esfumado,

y el negro toro del taller, el toro de las fuertes traslaciones, empuja hacia un cielo de vapor el rostro cándido.

Los que estamos cubiertos de viruelas y mordemos la cruda oreja de Dios, homicidas serenos,

besamos la dulce, navegante cabeza en los nocturnos mares; apenas una ola hincha su angosto pecho, y en el aire encendido nace un toro nuevo en el ojo

de los toreros.

 

 

Poema de las manos muertas

 

 

Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido. Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.

Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana. Con ella te digo adiós, pájaro viejo.

Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.

Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías

la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos. Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos! Que no se cubran de gusanos sino en la hora

en que los hurones levantan sus patas al atardecer, otras manos escriban : “fue un extraño salvaje en la tierra”. Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche, rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura, agarrando la sombra, el tabaco

del cigarro funeral en el viento.

En mi rostro -despiadado y distante- hallarás sólo una pagoda de hueso, el resto de una verdad enterrada.

 

 

Océano abierto

 

 

Abrid la tierra. ¡Sacadle! Mirad el oro de sus dientes, y ese aire huacho, como de caballo de otro mundo,

las grandes aletas con que se agitaba el pensamiento, invocando a los augures;

pero, aunque fuese la mitad de su espectro, una flor, una mosca de su esqueleto, todo basta

para el velamen de este barco de piedra hacia lo desconocido. Es posible llorar un madrigal, quemarse la cabellera,

caer hacia el oriente como un ramo hechizado; pero ¡ay ! necesitamos de esa brisa enterrada, como la ola el viento para morir en la orilla.

* Habitante de este lagar, acaso

te quede un pulmón vivo, y tu mano fluya como la lágrima sobre mi rostro en esta hora;

desciende, cava conmigo, arrastra estos huesos hacia afuera; después, después el mar, la oscura potestad, las tempestades, el océano abierto de los antepasados,

eternos, sordos en el fondo del Valle,

y junto al fuego que llora al amanecer, el paso de los ratones.

 

 

Padre mono

 

 

Hierático, trascendental, antiguo padre terrestre,

yo te saludo con este fragmento de cola que el tiempo ha respetado, con esta carcajada sideral debajo del agua negra,

ululante y feroz, en la Bahía de los Hombres.

 

Yo te pido perdón por tus ojos humanos. (Perdona mis ojos de mono, mi mirada infinita),

y te ofrezco este nenúfar rojo, este hueso raspado, para que tu vieja cara de monje

asirio,

salte desde las edades, por sobre la caña pálida, y estreche la serpiente oscura de mi mano.

*

Raquítico, mordaz, derribando del cráneo de los dioses, haces sonar el arpa sobre la niebla de los terribles días,

y tu frente de mago terrenal es la epopeya de un lirio seco, arrancando del sepulcro de las horas. Padre

Nuestro que estás sobre los árboles,

sobre los promontorios de la razón y los ventisqueros, acércate, bebamos este vermut a solas;

baja de tu árbol, y hablemos largamente de nuestra hedionda fortuna.

 

 

Panorama del ídolo

 

Gallo muerto en la sacristía, caí en la tinaja del barbero, alucinado, perseguido por hombres de larga cabellera.

¡Cómo veo caer la noche sobre el oprobio y las aguas !

(Infancia de murciélagos, de lúgubres sonatas, de papiros asados). Como un ídolo chino, o un pequeño dios de porcelana,

me arrojaron sobre las coles del cementerio, extraviado, solo,

arrodillado como un delirante en el ágora. ¡Oh !, arrástrame contigo, ave de negro moño,

cuesta abajo hacia los imperios adyacentes, cerca del jadeo de tus tetas, tocando a degüello, mientras me bordas la camisa de anagrama amarillo, y en el lecho rueda mi cabeza asediada por las moscas.

 

 

Mercado persa

 

Entre pordioseros vestidos de mariposas, y piojos traídos del Himalaya,

contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos. Hay una parca rodeada de flores,

un asesino, una piedra escarlata,

y yo, pobre, cubierto de manchas de resina, compro un pájaro en medio de la tormenta, un ave de pecho seco, como el mío.

Quiero escuchar su trémula voz de difunto,

su quimera en mi habitación, su madrigal de hueso ;

sentir cómo se quema su plumaje, mientras me agito en los escombros del sueño, y levantarme a gritos, como si me hubieran desenterrado,

los ojos puestos al revés, bajo la sepultura.

 

 

Sesos y orquídeas 

 

Angel invasor, en esta y en la otra vida,

dime ¿de qué astro descendí, como un carnero barbado, alado y miserable sobre estas piedras?

Bajo un ramaje glacial, en una luna que apenas reconozco, al pie de una higuera en que grabé tu terrible nombre,

viví en el fósforo de unos ojos, que amaron la luz de este pobre cielo. Pasé. Ardí como una yesca. Me echaron en una fosa.

La tristeza me siguió como una yegua. Amé una flor,

el esqueleto de una mujer. Escribí en el muro unas palabras negras.

¿Qué más? La vida se secó como la alfalfa, se quebró como un hongo seco.

¿Qué sueño de fúnebre enano me arrojó sobre estas piedras?

Se me acabó la cara, como la ropa al mendigo, como la paleta al oso viejo.

¿A dónde vas, joven idiota? ¿Por qué fumas

tu pipa, y avanzas sobre los fosos, aullando como un demente en la primavera? Muere el hombre ¡ay! y su pierna sigue caminando,

buscando un rostro en la lividez del sueño, un hacha en la tormenta,

pero yo te busco más allá, máscara soñada, saltando sobre los huevos y las cruces, y cavo, cavo sin cesar, para encontrar tu cabeza furiosa.

 

 

Sonata al padre eterno

 

Si te orinaras encima de los naranjos,

no podrías hacer un mundo más irreal, más negro, enredado en los huevos de un arte sepulcral,

dulce monstruo de omóplatos de herrero.

Bergante de los cielos, roedor de los astros profundos de la medianoche, aquí está mi pecho, rómpelo,

échalo en tu horno, gallo de viejas invulnerables utopías, húndelo en el ajenjo de tus ojos,

de tus ojos de loco, ¡y la magnolia

de los siglos reventando en tu párpado muerto!

*

Entre arañas eternas y sombras rodeadas de pelos, oh triunfador, ¡sólo tú y el tiempo!

tú devorando al tiempo como un toro la alfalfa, erguido sobre la roca con tu quepís de piedra, echando tribus, huesos al mundo, y dominas extático, fatal, como un escultor ante la muerte;

y yo debajo de ti, inconexo, agarrado a las muelas del alma, rodando en los acantilados, escurriéndome

con la cabeza abierta, el pecho abierto, la boca abierta, y gritándote desde abajo:

¡BARRABÁS!

 

 

Elegía a Ernest Hemingway

 

 

Los que arrastramos un pescado, o una vaca negra, como el Viejo Amargo del Mar de las Antillas,

los que apacentamos una gran culebra por el llano arrojamos tu ataúd como un sauce de pelos.

¡Qué golondrina, que sueño sobrevolaba tu corazón cuando mostrabas el pecho en armas,

como el dios-padre de los mitos desaparecidos!

porque, ciertamente, en la niebla coloquial, en el designio raro, eras la almendra sobre el tizón negro,

cayendo en la eternidad, riente, inmemorial, con la bala llorando en la piedra del ojo.

*

Puro de alcohol, profundo como el aroma del tabaco, augur estupefacto sobre la tierra,

montaste a la vida como a un perro,

mordiendo su oreja verde, sonriendo en la tormenta como un búfalo, y rendido

entre el vino y la mujer, tu barba

de macho perdurable, tu barba de poderoso velamen, era la barca fenicia y roja en el rescoldo de los días. Desde mi cojera invernal, yo, americano inerme,

hijo de extraviadas religiones, pusilánime y fatal, estrecho tu brazo peludo de triunfador.

 

 

Epitafio a la memoria

 

Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio, pasáis como ancianos roncos

ante el caballero caído bajo las piedras,

amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.

La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar, despojos que pesan en el corazón

como gladíolos, o los ojos del padre muerto.

Dejad que caiga esta pierna en el mar, el mar profundo.

¡Oh, alma !, pingajo quemado, tigre sin rayas en la gran gema difusa, lingote seco en el furor pálido,

espera un descendimiento, una voz cayendo desde arriba,

porque, ciertamente, el cuervo de las alucinaciones, el cuervo, reo de tristezas,

creará un día su propia fábula, su corazón por encima de la memoria, y su pecho de oro, su viento rasgado,

muerde el oído del tiempo, apenas, y de rodillas.

Tomado de:

https://meridiano75.blogspot.com/2009/08/poemas-de-mahfud-massis-del-libro-los.html

 

 

Incitación al vals de un poeta

Tus hijos bebían sangre de ganso salvaje.

Tu pobre corazón dormía entre las moscas.

Sin embargo,

un día

te colgaron un trozo de cuero

en la solapa. Se te puso la cresta roja.

Caminabas con paso de gamuza por los corredores.

Pero tuviste que vender tus dientes.

El traje destinado a tu propio entierro.

 

Soñabas con el gran premio.

Besabas a los jurados, acariciabas sus tetas,

mientras dormías en la posada

del gato nocturno.

 

 

Quisiera detenerte, morderte una oreja.

Pedirte que vuelvas a tu oficio de hombre,

Inventes el fuego y juntes piedras.

Y que estalles cuando aparezcan los enmascarados

de la noche, les vueles el trasero

antes de que lleguen los muchachos de la prensa.

 

El desenterrado

Ira, ira no más, en el terrible día,

ni amor, ni la gota fresca en la lengua;

apenas la vejiga rota al atardecer,

y aquella gran mirada inmemorial, amarilla,

todo cayendo detrás, en el desván silencioso.

Desenterrarán tus cartas, tus papiros helados.

Serás como Osiris ; se disputarán tu traje desolado.

Sobre tus infolios y tus manchas errantes: la leyenda.

Serás al fin un escriba serio, descomunal, recién afeitado.

Un júbilo de espadas cubrirá la entrada de ese otoño

pero estarás dormido sobre la delgada alfombra, siempre sonriendo,

estólido, feliz, oyendo otro oleaje.

 

Nocturno del piano

El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos,

canta como un papa melancólico. Sus notas

caen como los huevos del esturión muerto

sobre mi corazón en esta noche.

Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata.

Rompe su levita de caballero velado;

pero déjame solo, ahorcado en la cama.

El virrey baila el tango mientras lloramos,

agita sus orejas como toneles,

evocando a Francisca, a Leonor, a otras luces devoradoras,

(doblando un pliego de su carne, realizando hechizos sobre el fuego),

pero el piano, mi niña, resuena imperial, desierto, triunfando siempre de la fatiga,

en tanto el virrey ríe, quimérico y hostil, mostrando su halcón de oro.

Mata al demonio del piano, amiga mía;

escucha cómo resbala sobre los gladiolos, rompiendo

los sacos de la memoria, antiguas sombras, y vacila

como hembra preñada

encendiendo un candil, una muerte nueva en el ciervo blanco del pecho,

una segunda vida que desconozco, y que rechazo

como la horma negra a la nube.

 

 

El brazo invisible

Te contemplo en mí, poderosa materia, funeral pá, pano,

fugaz y vulnerable en tu forma, indestructible en tu discurrir eterno,

descubre por una vez esta lúgubre quijada,

el tramo sepulcral de mi rostro aquilino.

Invita esta noche a Barrabás, al papa negro,

no quiero ser el ángel castrado, el hijo del inmigrante en derrota.

Recoge el velo de esta aventura: ¡acompáñame, pordiosero!

Asesiné la alegría; cambié la luna por esta piedra que llevo sobre

el pecho.

 

Alguien destruyó mi familia cierta noche. Ignoran

que soy un faraón de piedra, un ave

patriarcal que limpia el legendario Río.

¿Quién me desgarró el hombro? ¿Quién

me mordió la quijada? ¿Quién destrozó la cabeza de mi vástago?

Unos cráneos grises me comen la hierba del corazón,

la pimienta de unos ojos muertos. Un brazo oscuro,

terrible, como el ojo de Tutankamón bajo la fosa,

señala el cuero miserable de mi cabellera,

el piojo que preside mi sueño invernal, mientras acepto

la limosna del asesino, del comerciante en carbón o piedras

preciosas.

 

 

¡Oh, magos! Si existís en algún lugar, debajo de la tierra,

acordáos de mí. ¡Largos brazos, buenas piernas en mis sueños!

Que pueda matar con la mirada abierta.

Sin que el gigante sentado sobre mi alma, sin que

los remordimientos

destruyan el acto espiritual. ¡Sin que las lágrimas

me partan en dos el caballo negro del pecho!

 

Expedición del tiempo

Lo despistado, lo roto, me sigue detrás como un caballo muerto.

Lo que cayó en el paño de las indecisiones,

el agua terca, y quedó tirado en el camino.

En este vaso con un perro adentro, y que bebo solitario en esta noche,

frente a resoluciones quemadas, a un ángel como si fuese de hueso,

penetro otra vez en mí, desciendo en un largo viaje,

oliendo el camino, fumándome el tabaco del alma,

o interrogando al enano que vive a espaldas de mi rostro.

Pero hay una piel negra, un tiempo de labio leporino,

algo rasgado y esencial entre esta muerte de ahora y el candado seco de otras floraciones.

Partieron los días, como golondrinas de arena, o la amante de tristes ojos,

y cuanto intenté rescatar está como cuero tendido.

Yo te recuerdo atravesada por la jabalina del tiempo.

¡Qué largo andar! ¡Qué largo viaje para este día!

Abarcabas el espacio negro, acariciabas el hocico de las horas, y yo, tenaz, ardiente, miserable,

retrotrayendo un azar temible, un velo despedazado en el estupor pretérito,

pero lejano, irremediable, como una nube entre la pierna abierta.

 

Epitafio a la memoria

Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio,

pasáis como ancianos roncos

ante el caballero caído bajo las piedras,

amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.

La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar,

despojos que pesan en el corazón

como gladíolos, o los ojos del padre muerto.

Dejad que caiga esta pierna en el mar, el mar profundo.

¡Oh, alma !, pingajo quemado, tigre sin rayas en la gran gema difusa,

lingote seco en el furor pálido,

espera un descendimiento,

una voz cayendo desde arriba,

porque, ciertamente, el cuervo de las alucinaciones,

el cuervo, reo de tristezas,

creará un día su propia fábula, su corazón por encima de la memoria,

y su pecho de oro, su viento rasgado,

muerde el oído del tiempo, apenas, y de rodillas.

 

 

INSURRECCION

El Hombre

! qué solo!

y Dios no tiene cojones.! Dios

ya no rompe nada!

Tiene

una papa en la boca: está mudo. Y te puedes

morir llorando.! Pero

estás solo!

Si no te rascas

con la propia

mano

entumecida,

si no hechas el corazón y dices: “Carajo,

soy un hombre”, y entregas

a tu hermano un fémur,

un fusil,

un cuchillo para asaltar juntos el cuartel mas cercano;

si te dejas

llevar de la jeta por los bulevares

como un ángel con los huevos cortados,

no pretendas

ser distinto

a este mono caliente

colgado de su jaula en el invierno de la vida,

y que observa

con el cráneo aplastado,

cómo desciende la lluvia, cómo

cae el maní sobre su rostro de pordiosero,

esperando

que nazca

de él un día

el HOMBRE que tú

miserablemente traicionas.

 

 

CARTA A LUKÓ DESDE EL ASERRADERO

Amor mío, mientras duermes sola, solitaria en puerto Aysén,

fumo este oscuro tabaco a tu memoria,

mordiendo mi pipa, como si fuera el dedo de Dios,

aterido, colgado del charqui de la lengua.

 

El mundo tiene una joroba lejos de ti,

y todo me miran

como locos estorninos,

como el endemoniado en medio de la tormenta.

 

¡Lejos de ti!  qué cielo de ratones!

! Que año sin enero, qué ángel sin leña en la edad fría!

Y si pregunto a los transeúntes por tus ojos claros,

escucho solo el trueno de la soledad, el toro negro.

 

Soy entonces un estropajo que mira la luna,

un ave

que desciende sobre tu rostro

o simplemente

un cuervo arrugado, como este firmamento con cara de viejo,

detenido en el ocaso como una flor podrida

y que mueve su paleta en el garbanzo quemado.

 

 

OTRO TRAJE

Este traje de perro que llevo,

traje de malhechor

muerto hace siglos en esta tierra,

y en que los huevos del tiempo dejan su magra trompa,

quiere erguirse como soldado, ir a la sierra

donde mataron al Comandante.

 

Pero

! qué piernas cansadas!! Si llevo

tres mil años metido en esta pirámide, podrido, glacial,

y América, qué América, exigiendo, siempre exigiendo

machos terribles, y no

un animal cansado como yo, angélico, lúbrico, ensimismado,

haciendo versos huevones que nadie lee,

que ni yo mismo leo,

por qué aprendí a escribir sin haber leído el libro del mundo.

 

Madre,

vuélveme

a parir

de nuevo,

 

Tírame al barro,

quiero ser un soldado saliendo de una casa vacía,

lejos de los poetas,

o de las putas con alas de mariposa,

o

por último

déjame en Bolivia, aunque me corten los dedos

con los que intento escribir

esta canción

de loco

derrotado.

 

 

PERRONUESTRO

PERRONUESTRO que estás en los cielos,

petrificado sea tu nombre,

caiga sobre nos él tu reino,

hágase tu voluntad sobre la tierra, debajo del cielo.

El pan negro de cada día arrójanoslo hoy

y perdónanos nuestras deudas,

así como nosotros asesinamos a nuestros deudores;

húndenos en la tentación, más líbranos del animal.

Amén.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/mahfud-massis/

 

 

Poema de las manos muertas

Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido.

Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.

Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana.

 

Con ella te digo adiós, pájaro viejo.

Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.

Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos

coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías

 

la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos.

Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos!

Que no se cubran de gusanos sino en la hora

en que los hurones levantan sus patas al atardecer, otras

manos escriban: “fue un extraño salvaje en la tierra”.

Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche,

rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura,

agarrando la sombra, el tabaco

del cigarro funeral en el viento.

En mi rostro -despiadado y distante hallarás

sólo una pagoda de hueso, el resto

de una verdad enterrada.

 

 

Panorama del ídolo

Gallo muerto en la sacristía, caí en la tinaja del barbero,

alucinado, perseguido por hombres de larga cabellera.

¡Cómo veo caer la noche sobre el oprobio y las aguas!

(Infancia de murciélagos, de lúgubres sonatas, de papiros asados).

Como un ídolo chino, o un pequeño dios de porcelana,

me arrojaron sobre las coles del cementerio,

extraviado, solo,

arrodillado como un delirante en el ágora. ¡Oh!, arrástrame

contigo, ave de negro moño,

cuesta abajo hacia los imperios adyacentes, cerca del jadeo de tus tetas,

tocando a degüello, mientras me bordas la camisa de anagrama amarillo,

y en el lecho rueda mi cabeza asediada por las moscas.

Tomado de:

https://www.revistaelgolem.com/2019/01/25/poes%C3%ADa-de-mahf%C3%BAd-mass%C3%ADs/

 

 

PENÚLTIMO CARTEL

 

¡Soy el Miserable que se ahogó en la poesía!

Pude ser capitán, degollador de escualos,

pero sólo fui cabeza de perro

en la necrópolis de la Gran Ciudad.

 

Observo mi hígado derretido

mis

poemas

en las letrinas,

en cuyo pórtico me espera una mula negra.

 

Las putas

y los alguaciles de rígida cabeza

me preguntan quién soy.

En las espaldas

cargo un huevo infinito, una

pierna quebrada,

un piano que gime en la inalcanzable profundidad.

 

Lloro, entonces,

por la tarea perdida,

por la sangre coagulada lentamente,

por este poema que escribo sin rencor, sin tener otra cosa que hacer,

en circunstancias –como dicen los periodistas–

que sólo quisiera tenderme junto al mar,

esperar que suba la marea

y estirar

los dedos

como un tornillo

sin fin.

 

Testamentos sobre la piedra, 1971.

Tomado de:

https://poeticas.es/?p=2079

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