sábado, 14 de septiembre de 2024

POEMAS DE HÉCTOR VIEL TEMPERLEY


El nadador

 

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.

Soy el hombre que quiere ser aguada

para beber tus lluvias

con la piel de su pecho.

Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo

para tus lluvias mansas,

para tus fuertes lluvias,

para todas tus aguas.

Las aguas como lonjas de una piel infinita,

las aguas libres y la de los lagos,

que no son más que cielos arrastrados

por tus caídos ángeles.

 

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.

Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas

aguas de los arroyos

se sostiene vibrante,

como en medio del aire.

Mi cuerpo que se hunde

en transparentes ríos

y va soltando en ellos

su aliento, lentamente,

dándoselo a aspirar

a la corriente.

 

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada

hasta las lluvias

de su infancia,

que a las tardes crecían

entre sus piernas salpicadas

como alto y limpio pajonal que aislaba

las casonas

y desde sus paredes

celestes se ensanchaba.

 

Soy el nadador, Señor, el hombre que nada

por la memoria de las aguas

hasta donde su pecho

recuerda las pisadas,

como marcas de luz, de tus sandalias.

 

Y recuerda los días cuando el cielo

rodaba hasta los ríos como un viento

y hacía el agua tan azul que el hombre

entraba en ella y respiraba.

Soy el hombre que nada hasta los cielos

con sus largas miradas.

 

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.

Gracias doy a tus aguas porque en ellas

mis brazos todavía

hacen ruido de alas.

 

(de El nadador, Editorial Emecé, 1967)

 

 

Bajo las estrellas del invierno

 

La liebre que una vez que yo miraba

atardecer –volaban los chimangos! –

salió del sol y se sentó a mirarme

 

El pájaro que una mañana

se posó exactamente sobre mi corazón

a una hora en que su cuerpo todavía

calentaba la piel más que el sol

 

El pene entre mis dedos de ese enfermo

al que ayudé a orinar mientras marchábamos

lentamente una noche a un hospital

cruzando playas de estacionamiento

 

La perra que buscaba a mi pene en la sombra

cada vez que salía para orinar desnudo

mirando las estrellas del invierno

antes de regresar corriendo hasta el colchón

iluminado por el fuego que ardía toda la noche

en los troncos que hachaba con mi hacha todo el día

 

La mujer que pedía serenamente auxilio

agitando los brazos y volviendo a nadar

en las primeras horas de una tarde pesada

en que yo con el pan en el estómago

no encontraba a otro hombre en las orillas

 

Y todos los metros que nadé por el mar

sin ver jamás a la terrible aleta

Y mi alegría de noche en las ramas de un árbol

oyendo tangos en mi adolescencia

Y mis siestas sentado junto al cajón de un muerto

descansando en la digna frescura de una bóveda

del verano porteño que nos había humillado

 

Hablo de todas las horas y de todos los días

y de todas las estaciones y de todos los años

 

Pero la liebre que una vez que estaba solo

se ubicó exactamente entre el sol y mis ojos

guardando exactamente la distancia

que guarda un ángel que visita a un hombre…

 

Y el pájaro que un día

se posó exactamente sobre mi corazón

lo que es igual a recibir de un golpe

el propio corazón en el lugar exacto

el único lugar del universo

donde es una victoria recibirlo…

 

Y la perra que se acercaba agitando la cola

cada vez que volvíamos a encontrarnos desnudos

y solos bajo el cielo del oeste…

 

En fin…

Brillan los miles de ojos que me miran

Brillan las estrellas del oeste en invierno

Sobre la borda del colchón iluminada por las llamas

me siento arreglo el fuego

leo diarios viejos mientras mi sombra crece

Son las tres de la tarde en el reloj

que después del almuerzo se detiene

La noche es larga

Toda la noche sopla el viento

Mi muslo brilla con la saliva de la perra

o entre las piernas de una mujer de buen carácter

desnuda alegre dormida satisfecha

Vuelvo a despertarme cuando quiero

Vuelvo a salir al frío y a orinar nuevamente

porque estas noches bebo mucha agua

El fuego hace sudar al que lo cuida

 

En fin…

Hice orinar a un hombre

Salvé del mar a una mujer lejana

Y sé que puedo recordar algunos otros

actos de más amor de más coraje

 

En fin…

Pienso en todas las horas pienso en todos los días

pienso en todos los años sin encontrar mi imagen

 

Pero una liebre un pájaro una perra

me miraron a los ojos al corazón al sexo

como creo que sólo me miró también el mar

una madrugada de verano en que vagaba

con una pistola en el puño sin tener donde afeitarme.

 

(de Legión Extranjera, Torres Agüero Editor, 1978)

 

 

Si en lugar de haber hecho

Si en lugar de haber hecho

lo que hice

hubiera hecho todo lo contrario,

hoy, exactamente igual que hoy,

estaría gritando al cielo: Padre,

si es de tu agrado,

aparta de mi rostro estas moscas.

 

 

Hay unas flores violetas

Hay unas flores violetas

en un monasterio

que en invierno crecen como un colchón

a la sombra de los árboles.

Y uno puede tirarse de pecho

sobre ellas

y sentir hasta el alma

la humedad de la tierra.

 

Un día, le pedía a Dios, con lágrimas:

Carajo, estate siempre así conmigo

como ahora.

A vos sí

te pido que me quieras.

 

               (Humanae vitae mia, 1969)

 

 

Buta Ranquil

Cambio despacio

una pieza del coche

en un lugar muy desierto y muy pobre

que se llama

Buta Ranquil, papá,

y pienso en dónde estarás ahora,

que hace tres años te moriste,

y sé que no me haría esa pregunta

si no te sintiera cerca

y en una forma nueva,

abierto, libre y cerca

en el aire de Buta Ranquil, papá.

 

Después, como una aljaba

con una cruz encima,

para un San Sebastián

y demasiadas flechas,

hay un rancho pequeño. Y corre el agua,

se oye correr el agua

entre unos sauces.

El sol entibia.

Es como el fin de un viaje.

 

Y me tiro en el piso

de tierra del corral,

con los brazos en cruz,

con las piernas abiertas.

y me puedo morir sin ningún asco

de mi cuerpo pudriéndose,

porque todo es muy pobre,

es casi el cielo.

Hasta aquí nada pudo

separarme del cielo,

ni el horror, ni el cansancio,

ni mis propios pecados.

Y vos estás de nuevo con tu hijo,

y vos estás, papá, casi tocándome,

cerca mío, papá, y en una forma nueva,

libre y abierto en este aire indio

de morir o llorar, recién nacido.

 

 

Cataratas

Hace tiempo que Cristo

está crucificado en luz

y no en madera.

y estar crucificado en luz

y volar

es una misma cosa.

 

Junto a las iguanas

que apenas si se ven

correr como alfileres al sol,

sobre las piedras,

me quito la camisa,

me arranco las espuelas

(no debemos luchar

contra ningún demonio,

dicen mis teólogos,

tenemos que luchar con nuestro ángel

para que él nos venza).

 

Las aves

que hacen sus nidos en las rocas,

casi bajos las aguas,

parten de pronto con las alas húmedas

y el estruendo en su pecho diminuto.

 

Arqueo suavemente el pubis

hacia las cataratas

o mucho más arriba

hacia el Dios Creador, el nuevo Hijo

que desprende una mano de la cruz

Y la apoya en mi sexo,

azul mañana.

 

               (Plaza Batallón, 1971)

 

 

Las ratas

Nunca antes

pensé en las ratas. Eran

las grises, melancólicas

nadas de larga cola

que subían

a un horizonte ajeno.

Las miraba

marchar, sin importarme,

por los altos

horizontes de los otros.

Pero ahora

las ratas no son nadas,

son el peso

que sobra en la memoria,

que chilla cada vez

que abro las puertas

del Día.

Sé que están

en este barco

interior, confundidas

con la Gracia,

atropellándola

cuando ella sale

a ver el mar,

a hablar con los marinos.

 

Ahora sé por qué

algunos días

son más grises

y hay más frío en un lado

del corazón a veces.

Las tenía

siempre conmigo

pero no sabían

que iba a despertar

esta mañana

pensando en ellas,

recordando quejas,

reproches que me hacía,

equivocado.

 

Desde hace un rato

van por mi memoria

como esperando

que se mueva el viento.

Y sus colas escriben: Todavía

hay fuego en las cucharas

de los cielos.

 

               (Febrero 72-Febrero 73, 1973)

Tomado de:

https://www.auroraboreal.net/actualidad/domingos-de-poesia/3078-he-ctor-viel-temperley-domingos-de-poesia

 

 

HOSPITAL BRITÁNICO

 

Mes de Marzo 1986

 

Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino al cielo a visitarme.

 

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.

 

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

 

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

 

Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara —en Tu llanto— para comenzar todo de nuevo.

 

[…][6]

 

 

 

HOSPITAL BRITÁNICO

 

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984)

 

 

 

[…]

 

ME HAN SACADO DEL MUNDO

 

 

 

Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es. [7]

 


 

YACE MURIÉNDOSE

 

Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos cuando muera el tambor en donde fui formado y hablé con Él —como un niño borracho— entre sillas caídas, río crecido y juncos.

 

Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por las hondas sedas de un pecho de caballo querré internarme, huir, refugiarme en mi casa de trozos esparcidos de ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién nacido en el tórrido viento del silencio. [8]

 

[6] Las elisiones son mías, pues podemos considerar este libro como un solo poema largo. Aquí solo presentamos fragmentos.

 

[7] Del libro Hospital Británico (1986).

 

[8] Del libro Hospital Británico (1986).

Tomado de:

https://www.laraizinvertida.com/detalle-2537-hector-viel-temperley-mistica-desde-la-tierra

 

 

Larga esquina de verano

 

¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede servirse de los cielos, y de las nubes y las aves, para observarme las entrañas?

xxxAmigos muertos que caminan en las tardes grises hacia frontones de pelota solitarios: El rufián que me mira se sonríe como si yo pudiera desearla todavía.

xxxSe nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo en la iglesia de desagüe a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección —espero su estallido contra mis enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de malla —y sin ninguna Historia ardan en mí— las cabezas de fósforos de todo el Tiempo.

xxxTengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta. El sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que echan cal sobre toda mi vida; el sol como una zona que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma en mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad de luz que se ha tragado al mar, a las velas y al cielo. (1984)

 

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Viel Temperley, Héctor. Hospital Británico. Madrid; Ed. Cartonera del Escorpión Azul, 2021.

Tomado de:

https://hectorcastilla.wordpress.com/2022/04/20/hector-viel-temperley/

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