sábado, 29 de noviembre de 2025

POEMAS DE ANA MARÍA RIVAS - POETA DESDE EL SALVADOR JOVEN


Cárcel

Una marea de hombres corre

con el viento de los campos.

Muerden, despedazan,

hacen de mí una piltrafa entre el fuego.

 

Caudal de huesos son ellos en mis manos

huesos que apuntan, señalan, golpean

martillos de calcio resonando en mis oídos

forman una hilera frente a mi

caen sus restos,

me acorralan, me amordazan.

Queman.           

 

Al otro lado,

los ojos de la multitud me señalan

ríen a carcajadas, hunden

sus dedos lascivos en las rejas.

 

Esta cárcel circular que es el tiempo

ha hecho de mí un animal herido,

eterna, colgada del árbol de las sombras.

 

Todas las risas se repiten

Todos los tiempos,

los gestos

los rostros

Toda la sangre estancada entre mis manos.

Esta imagen sólo es el recuerdo:

La cárcel es este cuerpo en el que habito.

 

 

Una mujer

Cuántas veces huimos del mundo,

Cuanto tiempo nos quemaron las manos:

ejercimos largamente el oficio

de parir, hacer la cena, criar las bestias.

 

Nos confinaron a ser adorno,

en la sala de señores importantes.

Mordimos la lengua ante el insulto,

contuvimos el puño, ante el golpe.

 

Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,

Y les chupamos su maldad entre lágrimas.

 

Nos royeron el cuerpo,

nos dejaron desnudas,

en basureros, veredas y cañales.

 

Fuimos violadas todas.

Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.

 

Y nadie dijo nunca nada.

 

En la hondura del silencio,

nos zurcimos las heridas.

Nuestro corazón era un remiendo

que se abría siempre,

una y otra vez.

 

En noches más oscuras nos quemaron las alas.

 

Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,

para curar a quienes fueron nuestros delatores.

Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego,

alzamos la voz y nos creyeron dementes

Y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera.

 

Eran todos varones, hijos legítimos de Dios.

 

Ceniza sobre más ceniza,

fuimos una con el soplo del viento.

Borraron nuestros nombres de las enciclopedias

ignoraron nuestros pasos en los periódicos importantes

guardaron nuestros restos en amplios cementerios

donde nunca hubo una tumba,

un nombre,

una mujer.

 

 

Un perro en el estante

Usted quiere una mujer con un perro en el estante.

Gesto amable,

palabra de miel

y manos ligeras.

Quiere un cuerpo dócil,

prudencia en el modo

y vestir de iglesia.

 

Yo sólo sé reír de sus hábitos

y fluir

en mi propio caudal de tiempo.

 

Sé ofrecerle este cuerpo húmedo

cuyo único fin es transitar por la tierra.

 

No sé conversar sobre apariencias:

Yo busco la semilla de la imagen

y la hago florecer entre mis manos.

Hablo de la niebla que apaga las ciudades,

del reloj atrapado en su silencio:

digo cuchillo en lugar de la palabra.

 

Hablo del día

que vuelve a su puerta

y me toca los ojos para que despierte.

 

Y yo soy ese cuerpo que se instala en sus pupilas

soy la herida que se abre en su garganta.

 

Usted quiere una mujer con un perro en el estante.

Una casa amplia

Y dos hijos,

para jugar en el jardín.

 

Yo no tengo jardín, ni perro.

Mi vientre es un valle estéril:

Aquí sólo sangrará la luna.

 

Yo me visto del fuego que profiere mi lengua,

me visto del tiempo que creo entre mis manos

Frente a usted, yo desnudo mis ojos.

 

 

 

II

 

Amanezco.

Limpio el polvo que dejaron los días.

Adivino que este tiempo estuve dormida:

cultivé una historia marchita desde su raíz.

 

 

Historia de la canción de fuego

 

 

I                                                                                                                     

 

Tú brotabas del aire como un espasmo entre las hojas

brotabas del silencio que origina los ciclones.

Pero tu cuerpo era una canción de fuego:

Ardías en los límites de la tempestad de mis manos.

 

No llamabas a un huésped del viento,

sino una amante que supiera de la espera,

de mirar por las ventanas y disecar las multitudes

de estrellas y de nombres que asomaban a buscarte

y guardar,

ramos de flores marchitas

para colgar sus cuerpos en la puerta de tus ojos.

 

II

 

Hay un cuerpo de metal bajo mi cuerpo

Tú lo forjaste en tu corazón incandescente

 

Aunque tu lengua era un eterno crepitar

tu corazón era hierro forjado de espinas.

Amabas las espadas nacientes de tus manos

y hundías sus filos en la soledad de mi cuerpo.

 

III

 

Un canto de hombre lunar

hace temblar los pilares del tiempo

su voz se multiplica y golpea

las paredes de mis manos de hierro.

 

Aunque tu origen

era el aire y la escarcha

tu vocación fue siempre el incendio:

peregrinar mujeres y volverlas ceniza.

 

Ahora encuentro tu epitafio en mis manos,

tu beso es, solamente un despojo,

porque el hierro de mi lengua se ha vuelto una guadaña

y mi voz sólo hiere el aire con tu nombre.

 

 

Cómplices

El templo está por arder:

nuestros labios se rozan y encendemos el fuego.

Y qué felices somos,

desnudas, frente al altar de la muerte.

 

Ven hermana, asómate al espejo:

contempla la belleza con que creció tu semilla

recorre los campos hacia el sur de tu cuerpo,

deslizaré mis dedos sobre tus montes.

 

Muerdo tu cuello y te escucho crepitar

lamo tus dedos que encontraron otro norte.

yo soy tu viña, tu sed y tu vino

y habré de derramarme en ti.

 

Cierra los ojos y siente,

cómo nos acercamos al eclipse.

Niña mía, muévete en mis manos,

haz que tu vientre florezca en mi lengua.

 

 

Oráculo

Dame unas alas de pájaro para el viaje

sujeta bien mis manos,

y lléname de cera.

 

No temas,

sé muy bien mi destino:

el sol derretirá mi vuelo

y yo caeré incendiada sobre el mar.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Festival/31/AnaMariaRivas/

 

 

Hábitos higiénicos

 

Mi juventud se escapa bajo la regadera,

huye veloz entre la humedad de los caños.

Cierro la ducha,

la piel me cuelga.

Me miro al espejo y sólo hay huesos.

El perro ladra y abre la puerta,

me mira sonriente y empieza a lamer.

 

 

La jaula es el pájaro

 

En honor a A. Pizarnik

 

Desde hace tiempo el canario no canta.

No sueña con pájaros de otros continentes.

Se sienta en la esquina,

junto a la ventana

da vueltas en círculos

sobre el mismo espacio.

 

¿Quién le dirá

que hace mucho

la jaula que imagina

ha volado alto

y la ventana ha estado abierta

para acariciar el aire?

 

 

Ars poética

 

¿De qué me sirve la ilusa pretensión:

ser ilustre literata,

proxeneta del lenguaje?

 

Apilar palabras en páginas blancas

disecar sus cuerpos,

atravesarles alfileres,

como las mariposas

que asfixié entre mis manos.

 

¿De qué me sirve la memoria taxonómica del ave,

si el pájaro no vuela ni canta?

Tomado de:

https://elescarabajo.com.sv/creacion/poesia/delmara/

 

 

Mother

«Oh madre oscura, hiéreme

con diez cuchillos en el corazón»

P. Neruda

 

I

 

Madre: ¿has escuchado tu voz los últimos años?

¿Sabes acaso que has perdido

tu nombre

tu edad

y tus sueños?

Te cambiaron los ojos por dardos

los dedos por gusanos

y los pies por estacas.

 

Te llamo madre porque no sé decirte de otro modo.

No puedo llamarte mujer ni anciana ni monstruo.

 

El café desborda en la cocina

y te has quedado dormida frente al tele.

Han pasado siglos y tus huesos siguen habitando la sala,

la tierra en la boca, el veneno en tus párpados.

 

Madre, ¿dónde guardaste las píldoras del insomnio?

En estos días necesito

coserme los ojos y esperar la muerte.

 

 

 

II

 

Mi madre es un pez sin océano ni estanque,

ojos de ceniza en la habitación de mi memoria.

 

Ella soñó parir a muchos hombres

que postraban sus rodillas

y adoraban su vientre.

 

Mi madre mató a sus hijos.

Y por cada uno se clavó una aguja:

Era tan grande su estirpe

que no fue más mujer sino acero

y entre carne y sangre

se volvió una espina.

 

Mi madre volcó su imperio de cruces en mi falda

impuso sus manos en los hijos que aún no tengo

y les dio veneno porque odia las ratas.

 

 

 

III

 

Madre, cántame una canción de cuna

donde quepan las distancias del mundo

y el rostro donde se queman los espejos,

cántame noches sin amanecer que me separen

de la fe de enterrar mis manos en los astros

 

Téjeme una mortaja por vestido

hazme trenzas en el cuello

y sujétame a las vigas,

méceme, seré tu péndulo

una muñeca amplia oscilando entre los muebles.

 

 

 

IV

 

Madre, olvidé decirte que nadie tiene una madre.

 

 

 

 

 

Una mujer

Cuántas veces huimos del mundo,

Cuanto tiempo nos quemaron las manos:

ejercimos largamente el oficio

de parir, hacer la cena, criar las bestias.

 

Nos confinaron a ser adorno,

en la sala de señores importantes.

Mordimos la lengua ante el insulto,

contuvimos el puño, ante el golpe.

 

Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,

Y les chupamos su maldad entre lágrimas.

Nos royeron el cuerpo,

nos dejaron desnudas,

en basureros, veredas y cañales.

 

Fuimos violadas todas.

Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.

Y nadie dijo nunca nada.

 

En la hondura del silencio,

nos zurcimos las heridas.

Nuestro corazón era un remiendo

que se abría siempre,

una y otra vez.

 

En noches más oscuras nos quemaron las alas.

 

Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,

para curar a quienes fueron nuestros delatores.

Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego,

alzamos la voz y nos creyeron dementes

Y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera.

 

Eran todos varones, hijos legítimos de Dios.

 

Ceniza sobre más ceniza,

fuimos una con el soplo del viento.

Borraron nuestros nombres de las enciclopedias

ignoraron nuestros pasos en los periódicos

guardaron nuestros restos en amplios cementerios

donde nunca hubo una tumba,

un nombre,

una mujer.

Tomado de:

https://literariedad.wordpress.com/2019/08/11/ana-rivas/

 

 

 

Revelación

 

 La poesía ocurre al descubrir

mi reflejo en los ojos del gato.

Tomado de:

https://furiaca.com/cinco-poetas-centroamerica-que-debes-conocer/

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