FUERZAS OPUESTAS
Aún con este clima duro hay amantes por todas
partes
abrazándose uno al otro, las manos en los bolsillos del
otro
buscando calor, la sensación de soy tuyo, el tierno
reclamo
que eso sigue haciendo — una pareja se detiene en el
frío
para quedarse ahí, las caras pegadas, los cuerpos
abrazados,
enfundados en camperas, y entonces puedo ver manos
desnudas
hurgando dentro, ver el rubor de los dedos fríos
al desviarse un poco, tratando de registrar pliegue
por pliegue, Lo que sientes es mi carne sintiéndote.
Debe haber algún instinto contrario en la sangre
que se rebela contra el clima como éste, que produce
amantes como brotes tempranos, igual que los amentos
gris plata que vi esta mañana, pulidos por el hielo
durante la noche. Los gansos también: más y más parejas
yendo hacia el norte, grandes bandadas llenas de vida
inhalando el aire helado y exhalándolo como canto,
como si esa gélida empresa fuera todo alegría, nada a
que temer.
Tomado de:
https://boletinliterariobastaya.blogspot.com/2016/01/boletin-literario-basta-ya-noviembre.html
Cuatro ciervos
Cuatro ciervos alzan hacia mí sus gráciles cabezas
en la penumbra de la cancha de golf que debo atravesar
camino a casa. Están pastando la hierba húmeda
que ha dejado la nieve y me observan, inmóviles como
estatuas,
en profundo silencio, y yo veo toda la luz que hay
concentrada en los charcos cristalinos de sus ocho
apacibles,
apenas curiosos, pero prudentes ojos. Cuando de a uno a
la vez
se inclinan para seguir comiendo puedo oír el frágil y
húmedo
crujir entre sus dientes del pasto que la nieve no
dañó, e imagino el lento
lamido de una lengua
contra labios que resoplan. Vinieron de los oscuros
rincones invernales de su miedo para hallar
una estación fresca, este obsequio anticipado, y están
casi tranquilos al borde de nieve blanca
lamiendo el dulce y raleado pasto verde gris. Una
impresión
casi doméstica emana de la escena, la confortable
quietud del clan reunido en casa, un algo familiar
que siento a pesar del gran abismo de extrañeza
que debemos pasar por alto entre nosotros. Los rabos
se mueven, blancos, en el crepúsculo que avanza;
percibo
la placidez de los ciervos al contacto de la nieve fría
en el suelo
mientras hocican la hierba, como si, igual que pájaros,
hubieran atravesado desiertos indecibles sin otra cosa
que hambre
dirigiendo su mente y llevándolos de hoja en hoja seca
y ácidas tiras de corteza, bajo un estruendo de armas,
hasta el frío solaz de las primeras tinieblas. He visto
sus rectas formaciones abatidas, resquebrajadas en los
campos de nieve
bajo la tormenta, una fila india de nativos hambrientos,
pobres vagabundos por los que no se ruega
bajo el frío enceguecedor, náufragos curtidos en busca
de puertos de origen, que hallaron al fin, aquí
al umbral del invierno, entre nuestras casas y sus
árboles.
Imprevistamente, me he acercado demasiado.
Moviéndose como una sola conciencia saltan en ondas
silenciosas
sobre la hierba, henden luego la nieve con fuertes
chasquidos,
alejándose ágiles hacia el refugio de un pinar
donde se quedan mirándome, una familia de espectros
con figura de ciervos
contra la bóveda más oscura de los árboles y este
crepúsculo
enmohecido. Cuando el silencio se posa de nuevo sobre
nosotros
y ellos se inclinan a pastar, el sonido del pasto
lamido,
masticado, me llega a través del espacio que nos
separa. Bastante
cerca para distenderse, ven que mantengamos,
instintivamente,
nuestra distancia, compartiendo el aire cuyos últimos
fragmentos de luz se relejan en pequeños charcos de
nieve derretida
o esparcen una capa de brillo sobre el hielo, el hielo
que se endurece a
medianoche
bajo el claro resplandor magnésico de la primera
estrella.
Tomado de:
https://cainabella.blogspot.com/2017/05/
Los pintores de cavernas
Sosteniendo sólo un manojo de luz
ellos se apretujaban en la oscuridad, en cuclillas
hasta que la gran cámara de piedra
florecía a su alrededor y se paraban
en un enorme vientre de
luz parpadeante y penumbra, un lugar
para comenzar. Manos alzadas proyectaban sombras
sobre las formas más elegantes del resplandor.
Dejaron atrás el mundo de clima y pánico
y siguieron, dibujando la oscuridad
en su estela, pulsando como una sola vibración
hacia el centro de la piedra.
Los pigmentos mezclados en grandes caparazones
minerales molidos, pétalos y pólenes, bayas
y los jugos astringentes que destilaban
de las cortezas elegidas. Las bestias
comenzaban a formarse desde manos y matas de hojas
(empapados en ocre, manganeso, raíz de rubia, blanco
malva)
trazando sobre la roca agreste, permitiendo a cuestas y
contornos
moldear aquellas formas por azar, convenciendo
a inclinaciones rigurosas, pliegues y bultos
prestarse para ser cuellos, vientres, ancas hinchadas
una frente o un giro de cuerno, colas y melenas
encrespándose en un loco galope.
Intenso y humano, ellos unen
el reino mineral, vegetal, animal
a sí mismos, inscribiendo
la única línea continua
de la cual todo depende, desde
ese centro impenetrable
hacia los espacios intangibles de luz y aire, hasta
la velocidad del caballo, el miedo del bisonte, el arco
de ternura que esta vaca panzona
curva sobre su ternero-eje, o el ritual
de muerte con lanzas
que se eriza en la ijada golpeada
del ciervo. En esta línea ellos dejan
una figura humana hecha con palos, cabeza de pico
y una pequeña mano calcárea.
Nunca sabremos si trabajaron en silencio
como gente rezando- la forma en que nuestros monjes
Iluminaron sus propias eras oscuras
en sombreados claustros de roca,
donde ideaban un conectado
laberinto de encendidas afinidades
para discernir en el encaje y fábula de la naturaleza
su consciente, deslumbrante sexto sentido
de un dios de las sombras- o si (como pájaros
trazando su gran linaje alrededor del globo)
sostuvieron un constante rumor
de alabanza, estímulo, reclamo.
No importa: sabemos que
ellos fueron con canales de luz
hacia la oscuridad; acordaron
con el mundo dado; debieron haber tenido
-cuando sus manos se movían incesantemente
a la luz de la telaraña- un deseo que
reconoceríamos: ellos -antes de seguir
más allá de la zona limítrofe, ese ningún lugar
que está ahora aquí- dejarían algo
erguido y brillante detrás de ellos, en la oscuridad.
Tomado de:
https://www.abisiniareview.com/antologia-de-poetas-de-irlanda/
Memento
Disperso a través de la maleza de los harapientos que
comienza a mostrar brotes verdes
Se encuentran los restos oscuros de los durmientes
ferroviarios durmiendo ahora junto al naufragio oxidado
de un Chevy que una vez fue azul celeste y ahora no es
más que paneles destrozados y
Brocas anónimas de motor en la zanja por un camino que
una vez fue una línea ferroviaria
Cortado entre pequeñas colinas cuyo silencio no ha sido
roto por el sonajero y
Un solo silbato de un tren durante cincuenta años y
cuyo aire no ha llenado
durante años con el olor de mi infancia (ambientado por
Seapoint en la línea costera) de carbón
El humo y el vapor caliente se hincharon con grandes
respiraciones de nubes de una chimenea de zumo negro.
© por el propietario. proporcionado sin
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Scat de gato
Estoy viendo a Cleo escuchando, nuestro gato
Escuchando la Flauta Mágica de Mozart. ¿Qué
¿Puede estar escuchando? ¿Qué
¿Puede el aire llevarse a sus oídos así?
Sus oídos girando como platos de radio que
Están sintonizados con todo el ruido del mundo, plano
Y agudo, alto y bajo, una lucha de esto y aquello
Puede decodificar como si nadie fuera negocio, acróbata
¿De aires aleatorios como ella es? Aunque, por
supuesto, un bate
Es mejor en ello, expulsando de su hábitat acústico
El sonido de la forma misma de las cosas automat-
Íntimamente... y en el ala, en eso. ¡La Flauta Mágica!
¿Qué
Una alegría es, me siento, y me pregunto (hasta el
final este pequeño scat)
Hacer, o puede, el gato.
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Canción
En su graduación de la escuela secundaria,
Ella canta sola
En frente de la suerte de nosotros...
Su voz soprano, sorprendente,
Casi de una mujer. Es que es
El Padre Nuestro en Francés,
El nuevo lenguaje
Hacerla extraña, allá afuera,
Completamente insípido y
Listo para cualquier cosa. Sentado
Juntos... ella se separó
Madre y padre... podemos
Escuchar la raqueta del tráfico
Temblar las calles principales
De Jersey City mientras canta
Líbranos del mal,
Y me pregunto si ella puede verme
En la oscuridad aquí, años
De la creencia, en el borde
De lágrimas. No importa. Ella
No pierde el ritmo, se mantiene
En el tiempo, en sintonía, mientras en
Nuestro silencio común que susurro,
¡Canta, amor, canta tu corazón!
© por el propietario. proporcionado sin
cargo para fines educativos
Tomado de:

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