viernes, 7 de noviembre de 2025

POEMAS DE JORGE CARRERA ANDRADE - RECORDAMOS SU OBRA -


Biografía

 

La ventana nació de un deseo de cielo

y en la muralla negra se posó como un ángel.

Es amiga del hombre

y portera del aire.

 

Conversa con los charcos de la tierra,

con los espejos niños de las habitaciones

y con los tejados en huelga.

 

Desde su altura, las ventanas

orientan a las multitudes

con sus arengas diáfanas.

 

La ventana maestra

difunde sus luces en la noche.

Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,

suma columnas de constelaciones.

 

La ventana es la borda del barco de la tierra;

la ciñe mansamente un oleaje de nubes.

El capitán Espíritu busca la isla de Dios

y los ojos se lavan en tormentas azules.

 

La ventana reparte entre todos los hombres

una cuarta de luz y un cubo de aire.

Ella es, arada de nubes,

la pequeña propiedad del cielo.

 

 

Biografía para uso de los pájaros

 

Nací en el siglo de la defunción de la rosa

cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.

Quito veía andar la última diligencia

y a su paso corrían en buen orden los árboles,

las cercas y las casas de las nuevas parroquias,

en el umbral del campo

donde las lentas vacas rumiaban el silencio

y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

 

Mi madre, revestida de poniente,

guardó su juventud en una honda guitarra

y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos

envuelta entre la música, la luz y las palabras.

Yo amaba la hidrografía de la lluvia,

las amarillas pulgas del manzano

y los sapos que hacían sonar dos o tres veces

su gordo cascabel de palo.

 

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.

Era la cordillera un litoral del cielo.

La tempestad venía, y al batir del tambor

cargaban sus mojados regimientos;

mas, luego el sol con sus patrullas de oro

restauraba la paz agraria y transparente.

Yo veía a los hombres abrazar la cebada,

sumergirse en el cielo unos jinetes

y bajar a la costa olorosa de mangos

los vagones cargados de mugidores bueyes.

 

El valle estaba allá con sus haciendas

donde prendía el alba su reguero de gallos

y al oeste la tierra donde ondeaba la caña

de azúcar su pacífico banderín, y el cacao

guardaba en un estuche su fortuna secreta,

y ceñían, la piña su coraza de olor,

la banana desnuda su túnica de seda.

 

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,

como las vanas cifras de la espuma.

Los años van sin prisa enredando sus líquenes

y el recuerdo es apenas un nenúfar

que asoma entre dos aguas

su rostro de ahogado.

La guitarra es tan sólo ataúd de canciones

y se lamenta herido en la cabeza el gallo.

Han emigrado todos los ángeles terrestres,

hasta el ángel moreno del cacao.

 

 

Canción de la manzana

 

Cielo de tarde en miniatura:

amarillo, verde, encarnado,

con lucero de azúcar

y nubecillas de raso,

 

manzana de seno duro

con nieves lentas para el tacto,

ríos dulces para el gusto,

cielos finos para el olfato.

 

Signo del conocimiento.

Portadora de un mensaje alto:

La Ley de la gravitación

o la del sexo enamorado.

 

Un recuerdo del paraíso

es la manzana en nuestras manos.

Cielo minúsculo: en su torno

un ángel de olor está volando.

 

 

Concha marina

 

Entre la arena, es la concha

lápida recordativa

de una difunta gaviota.

 

 

Cuaderno del paracaidista

 

Sólo encontré dos pájaros y el viento,

las nubes con sus mapas enrollados

y unas flores de humo que se abrían buscándome

durante el vertical viaje celeste.

 

Porque vengo del cielo

como en las profecías y en los himnos,

emisario de lo alto, con mi uniforme de hojas,

mi provisión de vidas y de muertes.

 

Del cielo voy bajando como el día.

Humedezco los párpados

de aquellos que me esperan: he seguido

la ruta de la luz y de la lluvia.

 

Buen arbusto, protéjeme.

Dile, tierra, a tu surco mojado que me acoja

y a ese tronco caído

que me enseñe el calor, la forma inerte.

 

¡Aquí estoy, campesinos europeos!

Vengo en nombre del pan, de las madres del mundo

de toda la blancura degollada:

la garza, la azucena, el cordero, la nieve.

 

Fortalecen mi brazo ciudades en escombros,

familias mutiladas, dispersas por la tierra,

niños y campos rubios viviendo, desde hace años,

siglos de noche y sangre.

 

Campesinos del mundo: he bajado del cielo

como una blanca umbela o medusa del aire.

Traigo ocultos relámpagos o provisión de muertes,

pero traigo también las cosechas futuras.

 

Traigo la mies tranquila sin soldados,

las ventanas con luz otra vez, persiguiendo

la noche para siempre derrotada.

Yo soy el nuevo ángel de este siglo.

 

Ciudadano del aire y de las nubes,

poseo sin embargo una sangre terrestre

que conoce el camino que entra a cada morada,

el camino que fluye debajo de los carros,

 

las aguas que pretenden ser las mismas

que ya pasaron antes,

la tierra de animales y legumbre con lágrimas

donde voy a encender el día con mis manos.

 

 

Cuerpo de la amante

 

I

Pródigo cuerpo:

dios, animal dorado,

fiera de seda y sueño,

planta y astro.

Fuente encantada

en el desierto.

Arena soy: tu imagen

por cada poro bebo.

Ola redonda y lisa:

En tu cárcel de nardos

devoran las hormigas

mi piel de náufrago.

 

II

TU boca, fruta abierta

al besar brinda

perlas en un pocillo

de miel y guindas.

Mujer: antología

de frutas y de nidos,

leída y releída

con mis cinco sentidos.

 

III

NUCA:

escondite en el bosque,

liebre acurrucada

debajo de las flores,

en medio del torrente,

Alabastro lavado

mina

y colmena de mieles.

Nido

de nieves y de plumas.

Pan redondo

de una fiesta de albura.

 

IV

TU cuerpo eternamente está bañándose

en la cascada de tu cabellera,

agua lustral que baja

acariciando peñas.

La cascada quisiera ser un águila

pero sus finas alas desfallecen:

agonía de seda

sobre el desierto ardiente de tu espalda.

La cascada quisiera ser un árbol,

toda una selva en llamas

con sus lenguas lamiendo

tu armadura de plata

de joven combatiente victoriosa,

única soberana de la tierra.

Tu cuerpo se consume eternamente

entre las llamas de tu cabellera.

 

V

FRENTE: cántaro de oro,

lámpara en la nevada,

caracola de sueños

por la luna sellada.

Aprendiz de corola,

albergue de corales,

boca: gruta de un dios

de secretos panales.

 

VI

TU cuerpo es templo de oro,

catedral de amor

en donde entro de hinojos.

Esplendor entrevisto

de la verdad sin velos:

¡Qué profusión de lirios!

¡Cuántas secretas lámparas

bajo tu piel, esferas

pintadas por el alba!

Viviente, único templo:

La deidad y el devoto

suben juntos al cielo.

 

VII

TU cuerpo es un jardín, masa de flores

y juncos animados.

Dominio del amor: en sus collados

persigo los eternos resplandores.

Agua dorada, espejo ardiente y vivo

con palomas suspensas en su vuelo,

feudo de terciopelo,

paraíso nupcial, cielo cautivo.

Comarca de azucenas, patria pura

que mi mano recorre en un instante.

Mis labios en tu espejo palpitante

apuran manantiales de dulzura.

Isla para mis brazos nadadores,

santuario del suspiro:

Sobre tu territorio, amor, expiro

árbol estrangulado por las flores.

Tomado de:

http://amediavoz.com/carrera.htm

 

 

NUEZ

 

Nuez: sabiduría comprimida,

diminuta tortuga vegetal,

cerebro de duende

paralizado por la eternidad.

 

 

ZOO

 

Flamenco:

garabato de tiza en el charco.

Movible flor de espuma

sobre un desnudo tallo

 

 

MECANOGRAFÍA

 

Sapo trasnochador: tu diminuta

máquina de escribir

teclea en la hoja en blanco de la luna

 

 

ALFABETO

 

Los pájaros son

las letras de mano de Dios.

 

 

LA LOMBRIZ

 

Sin cesar traza en la tierra

el rasgo largo, inconcluso,

de una enigmática letra.

 

 

GRANO DE MAÍZ

 

Todas las madrugadas

en el buche del gallo

se vuelve cada grano de maíz

una mazorca de cantos.

 

 

TORTUGA

 

La tortuga en su estuche amarillo

es el reloj de la tierra

parado desde hace siglos.

Abollado ya se guarda

con piedrecillas del tiempo

en la funda azul del agua.

 

 

COLIBRÍ

 

El colibrí

aguja tornasol,

pespuntes de luz rosa

da en el tallo temblón

con la hebra de azúcar

que saca de la flor.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/10-microgramas-de-jorge-carrera-andrade/

 

 

Vocación del espejo

 

Cuando olvidan las cosas su forma y su color

y, acosados de noche, los muros se repliegan

y todo se arrodilla, o cede o se confunde,

sólo tú estás de pie, luminosa presencia.

 

Impones a las sombras tu clara voluntad.

En lo oscuro destella tu mineral silencio.

Como palomas súbitas

a las cosas envías tus mensajes secretos.

 

Cada silla se alarga en la noche y espera

un invitado irreal ante un plato de sombra,

y sólo tú, testigo transparente,

una lección de luz repites de memoria.

 

 

El visitante de niebla

 

Sepultura del tiempo:

dejé en ti mi cadáver de veinte años

bajo tierra de flores y amuletos

y cáscaras de días devorados.

 

Amuleto de amor fue la manzana,

amuletos la luz, la llave, él barco,

la gaviota y el pez, dispensadores

de una vida sin nubes, viaje mágico.

 

Le vestí a mi cadáver de estaciones

y sobre la guitarra del pasado

recliné su cabeza vendada de ciudades

lucientes como bálsamos.

 

Puse a su lado nombres de otras épocas,

los rostros ya de sombra enmascarados

y le dejé vivir su larga muerte

en un clima de lluvia, de maíz y caballos.

 

La tierra memorable cede ahora.

Joven mío, ¿no estás bien sepultado?

¿Tu mano es esta mano que se mueve

buscando entre las ruinas esqueletos de pájaros?

 

Visitante de niebla

venido de un país de fechas y retratos:

Te sientas a mi mesa nodriza y hortelana,

vestido unos instantes con mi traje de ocaso.

 

Fantasma familiar, compareces al punto

por un signo, una voz o una forma llamado.

Sólo un caballo y una rosa guardan

tu sepultura de años.

 

 

Inventario de mis únicos bienes

 

La nube donde palpita el vegetal futuro,

los pliegos en blanco que esparce el palomar,

el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,

la ideografía de una calabaza pintada por los negros,

las fieras de los bosques del viento inexplorados,

las ostras con su lengua pegada al paladar,

el avión que deja caer sus hongos en el cielo,

los insectos como pequeñas guitarras volantes,

la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un

relámpago,

la vida privada de la langosta verde,

la rana, el tambor y el cántaro del estómago,

el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,

las patrullas perdidas de los pájaros

—esos grumetes mancos que reman en el cielo—,

la polilla costurera que se fabrica un traje,

la ventana —mi propiedad mayor—,

los arbustos que se esponjan como gallinas,

el gozo prismático del aire,

el frío que entra en las habitaciones con su gabán mojado,

la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho

de un vidriero,

y ese maíz innumerable de los astros

que los gallos del alba picotean

hasta el último grano.

 

 

Lugar de origen

 

Yo vengo de la tierra donde la chirimoya,

talega de brocado, con su envoltura impide

que gotee el dulzor de su nieve redonda.

 

Y donde el aguacate de verde piel pulida

en su clausura oval, en secreto elabora

su substancia de flores, de venas y de climas.

 

Tierra que nutre pájaros aprendices de idiomas,

plantas que dan, cocidas, la muerte o el amor

o la magia del sueño o la fuerza dichosa,

 

animalitos tiernos de alimento y pereza,

insectillos de carne vegetal y de música

o de luz mineral o pétalos que vuelan,

 

capulí —la cereza del indio interandino—

codorniz, armadillo cazador, dura penca

al fuego condenada o a ser red o vestido,

 

eucalipto de ramas como sartas de peces

—soldado de salud con su armadura de hojas,

que despliegan en el aire su batallar celeste—

 

son los mansos aliados del hombre de la tierra

de donde vengo, libre, con mi lección de vientos

y mi carga de pájaros de universales lenguas.

 

 

Tributo a la noche

 

Niegas, oh testaruda, lo que el día ha afirmado

y, después de su muerte, de las cosas te adueñas.

Tus sacos de carbón abarrotan sin término

la universal bodega.

 

Tu gran cuerpo de sombra en el mundo no cabe,

nebuloso animal nutrido de guitarras,

y distraes el tiempo de tu prisión terrestre

borrando los caminos y devorando lámparas.

 

Entras a todas partes, habitante del cielo,

y te instalas sin ruido entre nosotros

o te quedas mirándonos detrás de las ventanas

con tus tiernos ojillos eternos y remotos.

 

Caminante puntual, nodriza de campanas,

vas metiendo en tu fardo los seres y las cosas.

Me ofreces tu enlutado palacio, y me reclino

en tu almohada de sombra.

 

 


 Aquí yace la espuma

La espuma, dulce monja, en su hospital marino

por escalones de agua, por las gradas azules

desciende hasta la arena con pies de luna y lirio.

 

¡Oh Santa revestida con vellones de oveja!

Les dan una final cura de cielo

a las rocas heridas tus albísimas vendas.

 

¿De dónde tanta nieve caminante,

tantas flores saladas

y despojos de cirios y camisas de ángeles?

 

¡Oh monja panadera! De cristalinos hornos

fríos de eternidad, sacas infatigable

tus grandes panes blancos y esponjosos.

 

Despliegas el mantel de un festín de infinito

en donde el horizonte, en su plato de nubes,

sirve el manjar del sueño y del olvido.

 

También, obrera nívea, eres enterradora:

Llevas hasta la arena en paletadas

montones de cadáveres de pálidas gaviotas.

 

Ruedan sobre la orilla tus vanas esculturas

que pronto se deshacen

en un mármol soluble, en ingrávidas plumas.

 

Móvil, caída nube, al chocar con la tierra

expiras, pero se alza entre las rocas

cual fantasma gaseoso tu presencia.

 

Arremangado el manto sonante, casta monja

recorres suspirando

tu plantación errante de magnolias.

 

¿Con material de garzas y medusas

tu flotante y blanquísimo cimiento

va a sostener acaso la ideal arquitectura?

 

¡Frontera del abismo, guardada por palomas!

Tu ejército nevado avanza hacia la tierra

¡oh monja capitana! en batallas de aurora.

 

En la arena o las rocas hallas tu fresca tumba

mas vuelves a nacer a cada instante

y sin pausa atesoras en las conchas tu albura.

 

De las fieras del mar balsámica saliva

acaricia tus plantas de cristal y de hielo,

¡Santa Espuma, difunta en las gradas marinas!

 

 

Tres estrofas al polvo

 

Tu roce de ceniza va gastando las formas,

hermano de la noche y la marea.

Envuelves todo objeto en una muerte anónima

que es tan sólo un regreso a su origen de tierra.

 

Escalas sin ser visto muros y corredores.

Palidecen los trajes ahorcados

en sus perchas de sombra y los relojes

cesan súbitamente de vivir a tu paso.

 

Clandestino emisario de las ruinas,

modelas en las cosas tu máscara terrestre.

Nada puede escapar a tu parda conquista,

aliado innumerable de la muerte.

 

 

Juan sin cielo

 

Juan me llamo, Juan Todos, habitante

de la tierra, más bien su prisionero,

sombra vestida, polvo caminante,

el igual a los otros, Juan Cordero.

 

Sólo mi mano para cada cosa

—mover la rueda, hallar hondos metales—

mi servidora para asir la rosa

y hacer girar las llaves terrenales.

 

Mi propiedad labrada en pleno cielo

—un gran lote de nubes era mío—

me pagaba en azul, en paz, en vuelo

y ese cielo en añicos: el rocío.

 

Mi hacienda era el espacio sin linderos

—oh territorio azul siempre sembrado

de maizales cargados de luceros—

y el rebaño de nubes, mi ganado.

 

Labradores los pájaros: el día

mi granero de par en par abierto

con mieses y naranjas de alegría.

Maduraba el poniente como un huerto.

 

Mercaderes de espejos, cazadores

de ángeles llegaron con su espada

y, a cambio de mi hacienda —mar de flores—

me dieron abalorios, humo, nada...

 

Los verdugos de cisnes, monederos

falsos de las palabras, enlutados,

saquearon mis trojes de luceros,

escombros hoy de luna congelados.

 

Perdí mi granja azul, perdí la altura

—reses de nubes, luz recién sembrada—

¡toda una celestial agricultura

en el vacío espacio sepultada!

 

Del oro del poniente perdí el plano

—Juan es mi nombre, Juan Desposeído—.

En lugar del rocío hallé el gusano

¡un tesoro de siglos he perdido!

 

Es sólo un peso azul lo que ha quedado

sobre mis hombros, cúpula de hielo...

Soy Juan y nada más, el desolado

herido universal, soy Juan sin Cielo.

 

 

Polvo, cadáver del tiempo

 

Espíritu de la tierra eres, polvo impalpable

Omnipresente, ingrávido, cabalgando en el aire

cubres millas marítimas y terrestres distancias

con tu carga de rostros borrados y de larvas.

 

¡Oh, sutil visitante de las habitaciones!

Los cerrados armarios te conocen.

Despojo innumerable o cadáver del tiempo,

tu ruina se desploma como un perro.

 

Avaro universal, en huecos y en bodegas

tu oro ligero, inútil, amontonas sin tregua.

Coleccionista vano de huellas y de formas,

les tomas la impresión digital a las hojas.

 

Sobre muebles y puertas condenadas y esquinas,

sobre pianos, vacíos sombreros y vajillas

tu sombra o mortal ola

extiende su cetrina bandera de victoria.

 

Sobre la tierra acampas como dueño

con las legiones pálidas de tu imperio disperso.

¡Oh roedor, tus dientes infinitos devoran

el color, la presencia de las cosas!

 

Hasta la luz se viste de silencio

con tu envoltura gris, sastre de los espejos.

Heredero final de las cosas difuntas,

todo lo vas guardando en tu ambulante tumba.

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/109-044-jorge-carrera-andrade?showall=1

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