lunes, 24 de noviembre de 2025

POEMAS DE NATALIE DÍAZ - NACIÓN MOJAVE -

Desde el campo del deseo

 

Ya no lo llamo sueño.

Prefiero arriesgarme a perder algo nuevo

 

como tú perdiste tu luna rosalzada, te la sacudiste hasta

liberarte de ella.

 

Pero, a veces, cuando meto mis cuernos en algo

un asombro o una pena o una línea suya — es una fruta

[pegajosa y arruinada

 

y es difícil desentenderse de ella,

 

a pesar de mi temblor.

 

Déjame entonces llamar a mi ansiedad, deseo

Déjame llamarla, un jardín.

 

Quizás a eso se refería Lorca

Cuando dijo, verde que te quiero verde

 

porque, cuando viene la sombra de la noche,

yo soy un campo de ella, cualquier ansiedad está lista para

[florecer en mi pecho.

 

Mi mente en lo oscuro es una bestia, desatenta,

Caliente. Y si no ha sido uncida hasta el agotamiento

 

Bajo la cadera y el arado de mi amante,

Entonces soy otra noche deambulando el prado del deseo.

 

perpleja en su brillo verde y bajo,

tañendo el prado entre la medianoche y la mañana.

El insomnio se parece así a la primavera — sorprendente

y de muchos pétalos.

 

La patada y el salto dorado de saltamontes sobre mis cejas.

 

Me tocan las horas embrujadas del deseo

quiero su vida verde. La quiero dentro

en una hora verde que soy incapaz de detener.

Vena verde en su cuello verde ala en mi boca

 

Verde espina en mi ojo. El deseo como avanzar un río,

doblándose. Verde que mueve verde, conmoviéndose.

 

Así de rápido, así es como sucede.

Soy una sonámbula.

Y aunque hayas dicho que hoy te sentiste mejor,

y es demasiado tarde en este poema, está bien ser claras,

decir, no me siento bien,

 

para pedirte que me cuentes una historia sobre la hierba

de búfalo que plantaste — y que me la cuentes una

u otra vez —

 

hasta que pueda oler su humo dulce,

pueda dejar este campo destrozado y ser tersa.

 

 

 

Ligera luz de piel

 

Toda mi vida he obedecido:

 

cada una de sus cacerías. Me muevo bajo ella

como un jaguar se mueve, en la oscura

cuchilla líquida de un hombro.

 

El prado áureo y abierto es una mano que se desliza

afrutada con luz y encendida de guadaña.

 

He llegado al lugar hecho por este dios:

 

Teotlachco, el campo de juego de pelota:

porque la luz la llamó: ¡hacia la luz!

y vive aquí: País-Lámpara.

 

Tocamos la pelota de luz

Uno contra el otro: — cuerpos divididos, golpeados por el deseo

y tocados hasta resplandecer.

La luz le da nueva forma al codo de mi

amada,

un silbato de bronce.

 

Pongo mi boca ahí: — luxada por la piedad y las dos nos venimos

en luz. Me arrollo.

Una ráfaga de escorpiones:

rápidos como la luz. Un látigo de respiración:

—hacedor de diosas.

 

 

 

Oda a las caderas de la amada

 

Campanas son — se les dio forma en el octavo día, percusiones

de plata en la mañana — son la mañana.

Vaivén viento viraje. Mantén lejos el día, que viaje

un poco más lento, que sea un poco más largo, más fácil. Llámame

Quiero mecerme, qui-ero mecerme, qui-ero mecerme

ya mismo — así que a ellas me acerco — tocada y muda,

ciega por ese tañido, sonando con la garganta llena de Hosanna.

¿Cuántas horas inclinadas ante este Infinito de la Bendita

Trinidad? Comunión de Pelvis, Sacro, Fémur.

Mi boca — ángel terrible, novenario eterno,

devoradora extática.

 

Oh, los sitios donde las he colocado, hincándome a recoger

el ámbar — rápida miel — de su apertura.

El templo oculto de Ah.Muzen Cab en Tulum — lamí

Hasta dejar liso lo pegajoso de su cadera, ossa coxae

Golpeada por el calor. Centelleante esclava al iliaco e isquion

[—nunca me canso

de sacudir este panal salvaje, de partirlo con los pulgares

goteando dulce —caliente agujero hexagonal, diamante oscuro—

hasta su reina enloquecida por el néctar. Lengua ménade

Borracha de venirme, chupando miel, en trance por el

[zumbido—soy

para sus caderas—canción rasgada y súcubo.

 

Ellas son el signo: cadera. Y el cosigno: un gran libro

la Biblia del cuerpo abierto en el Evangelio de la Buena Nueva.

Aleluyas, Ave Marías, Avemarías, ay ay ays,

Dioses míos, y cachún cachún rá rá

 

Culto del coxis. Culto a la cresta ilíaca.

Oráculo del orgasmo. El enigma de Rorschach.

¿Qué veo? Caderas.

Hueso innominado. Hueso de los deseos. Huesode Orfeo.

Hueso de la transubstanación — caderas de pan,

muslos bañados en vino. Una palabra tuya bastará para sanarme.

Mariposa de hueso. Alas de hueso. Noria de hueso.

 

Cuenca de hueso trono de hueso lámpara de hueso.

Aparición en la gruta del hueso —sexto misterio,

Una cuenta resbalosa del rosario — Let the Grace be with me de una década

en este jardín de flores escarlata. Exíliame

al enorme huerto de Alcínoo — fruta especiada, árbol

cargado —Emparaísame, Pues, Dios,

soy culpable. Soy el pecado frenético y lleno de dientes

que añora la pera sobre la manzana sobre el alto.

 

Tus caderas son más que todo eso.

Son una ciudad. Hijo Reino.

Troya y su caballo hueco, un ejército de deseo

treinta soldados en el vientre, dos en la boca.

Amada, tus caderas son la guerra.

 

En la noche tus piernas, amor mío, son bulevares

que me guían arruinada y hambrienta a tu dulce

casa, a tu mansión barroca. Incluso cuando llego tarde

y ya se levantaron la mesa,

déjame comer pastel en la cocina de tus caderas.

 

Oh, constelación del desliz pélvico — cada curva,

un esplendor, estrella. Más infinitas todavía, tus caderas

son kósmicas, son universo — galáctico carrusel de cometas

encendidas y Big Bangs. Halcón Milenario,

déjame ser tu Solo. Oh, planeta caliente, déjame

circunnavegar. Oh, galaxia espiral, vengo por tu materia oscura.

 

Por las calles de tus muslos deambulo,

sigo el desfile de tu pulso como una fila de tambores

desciendo a tu Plaza de Toros

las manos, pulsantes toros de Miura, Isleros oscuros.

Tus caderas arqueadas — ay, mi torera.

A lo largo del corredor, tus paredes húmedas

me llevan como un traje de luces — de palo rosa y oro, brillante.

Soy el animal que nació para apurar tus densas y rojas

Muletas —cada aliento, cada suspiro, cada gemido—

un cuerno enganchado de deseo. Mi boca en tu muslo,

adentro. Aquí debo entrar en ti, mi pobre

Manolete —presiono y te separo como una herida—

hago que la multitud palpitante en la tribuna

de tu cresta ilíaca se levante en una ovación.

 

 

 

Ligera luz de sangre

 

Mi hermano sostiene un cuchillo.

Ha decidido apuñalar a mi padre.

 

Esto podría ser una historia bíblica,

si no fuera ya una historia sobre estrellas.

 

Lloro alacranes — escorpiones repiquetean

y caen al piso como tijeras metálicas amarillas.

 

Caen boca arriba, sobre la espalda y los ojos

pero se retuercen y se voltean sobre sus vientres segmentados.

 

Mi hermano olvidó ponerse los zapatos de nuevo.

Mis escorpiones lo rodean, latigan sus tobillos.

 

En ellos está lo que me punza

hacen que mi hermano caiga al suelo.

 

Se levanta, todavía con el cuchillo en mano.

Mi padre salió corriendo de la casa,

 

Lloraba por la calle como un farolero

pero nadie subió sus luces. Está oscuro.

 

Sólo queda la luz que emanan los escorpiones

queda una luz pequeña también en el cuchillo.

 

Ahora mi hermano me quiere dar el cuchillo.

Alguien podría decir: Mi hermano quería apuñalarme.

 

Intenta pasármelo — como si se tratara de algo bueno.

Como si dijeran, ¿No quieres un poco de luz en el vientre?

 

Así como Orión y Escorpio

a lo largo de toda esa noche negra — se pasa el sol.

 

Mi hermano se suelta la mandíbula

entre sus dientes, late la roja Antares.

 

Una manera de abrir el cuerpo a las estrellas: con un cuchillo.

Una manera de amar a una hermana: ayúdala a sangrar luz ligera.

 

 

 

El lamento de Asterión

 

Tú, arqueándote — tú, curva de río y caudal lleno —

¿por qué Teseo no halló contigo la felicidad?

Déjame ser tu capitán tierno, navegar

El hilo ultramarino que desenredaste

de tu madeja — para guiar a los más perdidos a través

del laberinto de tu cuerpo.

 

Avanza siempre hacia abajo, me dijiste.

Sé que otro nombre para lo sagrado es agua

—he sufrido a la herida hirviente de la sed.

Sólo los sin-boca no se ungirían

con la tuya, no descenderían el verde-violeta

zigzagueante, el cardumen de tu clavícula,

ni dejarían caer el casco de sus pechos en tu costa.

Estoy viva y acecho el agua

de esa corriente que emana del esternón al seno

— descalza, dejando atrás la blusa, mareada

por los moños en verde plateado de

tus muñecas. Como cada arroyo centelleante se vierte

en las copas ágata de tus palmas. Me sumergiré

en el canal profundo que da vuelta a las arenas

de tus caderas para bajar por los muelles de tus muslos.

En tus manos soy una embarcación que viene,

un barco vacío dispuesto a ser el timón o el timón,

atado, sujeto — engrilletado y lleno.

Más peregrinaje que errancia. Más piedad

que asombro. Seguiré este mapa húmedo que eres

a través de los pasillos que me reinan en la vida.

Y, si puedes cerrar los ojos frente al Minotauro

que hay en mí, con su cornamenta retorcida y pesada, puedo

[hallarte.

Avanza siempre hacia abajo, lo haremos

Hacia la belleza y la saciedad del apetito de un monstruo.

Tomado de:

https://vein.es/poemas-de-natalie-diaz/

 

 

Por qué no hablo de flores cuando las conversaciones
 
con mi hermano llegan a silencios incómodos

 

 

 

Perdónenme, guerras distantes, por traer

flores a casa.

 

             Wislawa Szymborska

 

 

 

En las montañas de Cachemira,

mi hermano tiroteó a muchos hombres,

hizo estallar cráneos en pieles morenas,

tiñó de carmesí la blanca arena del desierto.

 

¿Qué se puede decir a un hombre

que ha recorrido un mundo así,

cuyas manos y cuyos ojos

lo han traicionado?

 

¿Había flores por allá?  Pregunté

 

 

Esta fue su respuesta:

 

En una aldea, una turba de hombres

envolvió a una mujer en sábanas.

La mujer no se resistió.

 

Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.

La acostaron sobre el camino

y la apedrearon.

 

El primer hombre era su padre.

Lanzó dos piedras, una tras otra.

En el camino, el hermano de la mujer

le había llenado los bolsillos de piedras.

 

La multitud era un enjambre

de abejas trastornadas. La andanada

de piedras contra su cuerpo

ahogó sus gemidos.

 

La sangre estalló en las sábanas

como un racimo de violetas,

como cien rosas en flor.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2015/01/poesia-norteamericana-actual-natalie-diaz/

 

 

Aritmética estadounidense

 

Los indígenas norteamericanos son menos del

1 por ciento de la población de los Estados Unidos.

0.8 por ciento del 100 por ciento.

 

Oh, mi patria eficiente.

 

No recuerdo los días anteriores a Estados Unidos

—no recuerdo los días cuando todos estábamos aquí.

 

La policía mata nativos estadounidenses más

que cualquier otra raza. Raza es una palabra curiosa.

Raza implica que alguien ganará, [1]

implica, tengo tantas posibilidades de ganar como…

 

¿Quién gana la carrera que no es una carrera?

 

El 1,9 por ciento de los asesinatos policiales

son de nativos estadounidenses, un porcentaje más alto

[per cápita que el de cualquier otra raza

 

—a veces raza significa corre.

 

No soy buena en matemáticas —¿puedes culparme?

He tenido una educación estadounidense.

 

Somos estadounidenses y somos menos del 1 por ciento

de los estadounidenses. Nos sale mejor morir

a manos de la policía que existir.

 

Cuando nos estamos muriendo, ¿a quién debemos llamar?

¿A la policía? ¿A nuestro senador?

Por favor, que alguien llame a mi madre.

 

En el Museo Nacional del Indio Americano,

el 68 por ciento de la colección es de Estados Unidos.

Estoy haciendo lo posible para no volverme un museo

de mí misma. Estoy haciendo lo posible por inhalar y exhalar.

 

Estoy rogándoles: Déjenme estar sola pero no me hagan invisible.

 

Pero en un cuarto estadounidense de cien personas

soy nativa estadounidense —menos de una, menos que

completa— menos que yo misma. Sólo una fracción

de un cuerpo, digamos, soy sólo una mano

 

—y cuando la deslizo bajo la blusa de mi amante

desaparezco por completo.

———

[1] Nota de la Traductora: En inglés, la palabra race se utiliza para hablar de una etnia o raza, pero significa, también, competencia o carrera.

 

 

La cura para la melancolía es tomar los cuernos

 

Alguna vez se pensó que el cuerno molido de unicornio curaba la melancolía.

Lo que carga el daño no es nunca la herida

sino el jardín encarnado que el cuerno borda

al retirarse —cuando ella se retiró. Estoy floreando

rozagante ausencia —una alarma brillante.

 

Brodsky dijo, La oscuridad restaura lo que la luz no puede

reparar. Me entusiasmaste —rasgada hasta la cresta.

Lo quiero todo —el toro de ébano y la luna.

Vengo y de nuevo por el cuerno de melaza.

 

La reina Isabel intercambió un castillo por un solo cuerno.

Yo atiendo el reino de mis manos

—un ejército de tacto que marcha por el alcázar de tus muslos

en voz alta y brillante como cualquier cuerno de guerra.

 

Llego hasta ti —mitad bestia, half feast.

Noche tras noche cosechamos el Iliac

Forest luxado, segamos la fruta oscureciente entibiada con

[especias

en nuestras bocas, separamos lo dulce de la espina.

 

Mi linternista. Tus manos, pabilo en la lámpara bronce

de mi pecho. Rózame hasta sacar chispa

—tiémblame hasta el asombro. En tu regazo

deja que recueste mis pesados cuernos.

 

Cumplí la profecía de tu garganta, suelta en ti

el ala fabulosa de mi boca. Rojo fantasma

sagrado y rojo. Dejé mi cuerpo y hablé con Dios, volví

angelada en serafina —con alas de cobre y cuernos.

 

Nuestros cuerpos no son sino lugares donde ser poseídas,

como en, Dios, me tenía agarrada por el cuello,

por la cadera, por la luna. Dios,

ella me lastimó con mis propios cuernos.

 

 

Fueron los animales

 

Hoy mi hermano trajo un pedazo del arca

envuelta en una bolsa de plástico del súper.

Puso la bolsa en la mesa de mi comedor y la desanudó

para revelar una madera fracturada de un pie de largo.

Dio un paso hacia atrás y la señaló con un gesto

de brazos y manos abiertas:

 

Es el arca, dijo.

¿Te refieres al arca de Noé?

¿Acaso hay otra? respondió.

 

Lee la inscripción, me dijo.

Dice lo que sucederá al final.

¿Qué final? quise saber.

Se rió, ¿A qué te refieres con «¿Qué final?»?

El final final.

 

Luego la extrajo. La bolsa de plástico cascabeleó.

Sus dedos, lisos por las ampollas de la pipa.

Sostenía con tanta gentileza el trozo de madera quebrada.

Había olvidado que mi hermano podía ser gentil.

 

La puso sobre la mesa como la gente en la televisión

coloca objetos que podrían estallar

o activarse —la colocó justo al lado de mi taza de café vacía.

 

No era un arca

—era la orilla rota de un marco para fotos,

tallada con flores en la superficie.

 

Recargó la cabeza en las manos.

 

No debía mostrarte esto…

Dios, ¿por qué le mostré esto?

Es tan antigua —Ay, Dios,

es tan vieja.

 

Bueno, cedí. ¿Dónde la conseguiste?

La chica, dijo él. Ay, la chica.

¿Cuál chica? pregunté.

Desearás no haberlo sabido nunca, me dijo.

 

Lo observé pasar sus dedos deshechos

por el trabajo floral y despostillado de la madera.

 

Deberías leerlo. Pero, ay, no podrías tolerarlo

—sin importar cuántos libros hayas leído.

 

 Estaba equivocado. Pude tolerar el arca.

Incluso pude tolerar sus dedos maravillosamente jodidos.

Cómo, casi, brillaban.

 

Fueron los animales —a los animales no pude tolerarlos

 

—subieron por la pasarela y entraron a mi casa,

rompieron el marco de la puerta con sus cascos y caderas,

me pasaron de largo, entraron en mi cocina, en mi hermano.

 

Sus colas serpentearon sobre mis pies antes de desaparecer

como los cables de las aspiradoras rebobinándose en los huecos

de las clavículas de mi hermano. Los colmillos rayaban las paredes,

 

extendiéndose hacia él: ñus, cerdos,

los oryx de negra y concordante cornamenta,

jabalíes, jaguares, pumas y aves de rapiña. Los ocelotes

con sus rostros matemáticos. Tantos tipos de cabras.

Tantos tipos de criaturas.

 

Quería seguirlos, llegar al fondo del asunto,

pero mi hermano me detuvo.

 

Esto es algo serio, dijo.

Tienes que entender.

Puede salvarte.

 

Así que tomé asiento, con mi hermano arruinado y abierto así,

y, de dos en dos, las bestias fantásticas

lo desfilaron. Me senté, mientras el agua caía sobre mis tobillos,

se elevaba a mi alrededor y llenaba mi taza de café

antes de que flotara lejos de la mesa.

 

Mi hermano —abarrotado de sombras—

un casco de huesos, encendido por dientes y colmillos,

levantaba bien alto su arca en el aire.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-natalie-diaz/

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