domingo, 10 de abril de 2016

POEMAS DE PABLO ANTONIO CUADRA





                                          POR LOS CAMINOS VAN LOS CAMPESINOS 


De dos en dos, 
de diez en diez, 
de cien en cien, 
de mil en mil, 
descalzos van los campesinos 
con la chamarra y el fusil. 


De dos en dos los hijos han partido, 
de cien en cien las madres han llorado, 
de mil en mil los hombres han caído, 
y hecho polvo ha quedado 
su sueño en la chamarra, su vida en el fusil. 


El rancho abandonado, 
la milpa sola, el frijolar quemado. 
El pájaro volando 
sobre la espiga muda 
y el corazón llorando 
su lágrima desnuda. 


De dos en dos, 
de diez en diez, 
de cien en cien, 
de mil en mil, 
descalzos van los campesinos 
con la chamarra y el fusil. 


De dos en dos, 
de diez en diez, 
de cien en cien, 
de mil en mil, 
¡por los caminos van los campesinos 
a la guerra civil! 





EL NIÑO 


El niño 
que yo fui 
no ha muerto 
queda 
en el pecho 
toma el corazón 
como suyo 
y navega dentro 
lo oigo cruzar 
mis noches 
o sus viejos 
mares de llanto 
remolcándome 
al sueño. 






ABUELO, EN LA NOCHE 


Esta es la casa que he perdido 
habito en ella en sueños 
y no quisiera hablar de ella después que todo 
[ha sido consumado. 


Mis hijos han edificado sus casas en Babilonia 
y yo atravieso el desierto para pasar 
[veladas con ellos 
escuchando afuera, al borde de la puerta impotente 
el ruidoso río de automóviles que 
[filtra sus aguas turbias en el umbral. 


Hablamos de esto y de lo otro en la 
[apretada salita 
como conspiradores bajo el sofocante 
y ordenado itinerario de los relojes 
porque todos trabajan, duramente, 
invirtiendo su vida en el negocio de perderla 
y llegan llenos de cifras como 
[los carpinteros de virutas 
fatigados de información. Entonces, 
[si yo recuerdo 
si fácilmente caigo en las viejas historias 
si abro para ellos las puertas de la casa 
abren los ojos y me reconfortan con su alegría 
--piensan tal vez que es posible el retorno-- 
porque ellos vivieron, ellos nacieron 
[y se criaron 
en la casa que perdimos 
en la vieja casa grande junto al río 
donde yo vuelvo ahora 
donde yo vuelvo siempre 
apenas cae un poco de sueño en mis ojos vacíos. 


                              El Indio y el Violín



Cuando Mondoy toca el violín
las nubes de diciembre se desmenuzan en plumas
y al Este cruzan seres celestes en bandos de Calandrias
de Paujiles de Jilgueros de Zorzales.
Mondoy cierra los ojos y ladea la cabeza como los ciegos
porque la música es una ceguera dulce
una laguna de aguas azules.
Por su escala
bajan la siete muchachas, las madrugadoras
a recoger en su red el lucero matutino
—coletea entre los juncos en el agua orillera—
y Tonantzin lo toma de las agallas y lo ilumina el alba.



El aliento de Tonantzin es el país ilimitado
donde aletea el violín de Mondoy y gira
volátil con un plumaje de palabras secretas. He oído
cánticos en las cerámicas chorotegas
–ocarinas lunares de vientos lentos que levantan
olas en la laguna como escamas de peces—
pero no esta lluvia, no esta ternura cuando
Mondoy toca el violín y llueve
en Diorimo, en Diriá, en Dirita, en Nindirí.
(¿Acaso no has tenido en el pecho, empapándote
en música, el rostro de una mujer que llora?)

Volverá, tal vez, Agosto, el opresor
azuzando sus perros de fuego en la canícula.
Husmean los caminos del sueño. Saben
que la libertad es un vuelo. O un pensar.
O un cantar cuando Mondoy toca el violín.
Pero nada muere. En el aire
hemos sembrado nuestras estrellas y podemos
levantar el pensamiento y sostenerlo
sobre el puro azul. Mondoy
traza una cruz de música en la constelación
del Sur. Mondoy toca el violín
y nuestros pueblos indios peregrinan
al lugar de la promesa.
Una línea blanca marca el borde tiernísimo del horizonte.
Es la hora en que bajan las siete muchachas
—las soñadoras—con sus sábanas blancas
a recoger el lucero vespertino
y Tonantzin lo toma entre sus brazos
y escuchamos el llanto de un niño
cuando Mondoy toca el violín.

El cementerio de los pájaros




Arribé al islote
enfermo
fatigado el remo
buscando
el descanso de un árbol.
No vi tierra
sino huesos.
De orilla a orilla
huesos
y esqueletos de aves,
plumas calcinadas,
hedor
de muerte,
moribundos
pájaros marinos,
graznidos
de agonía,
trinos tristes
y alguna
trémula
osamenta
aún erguida
con el pico
abierto al viento.

Con débil brazo
moví los remos
y di la espalda
al cementerio
del canto.


Lamento de la doncella en la muerte del guerrero



Desde tiempos antiguos
la lluvia llora.
Sin embargo,
joven es una lágrima,
joven es el rocío.

Desde tiempos antiguos
la muerte ronda.
Sin embargo,
nuevo es tu silencio
y nuevo el dolor mío.

La calavera de


Arqueólogos desempolvan interrogaciones
junto a mis huesos.
Mayo ya no es vida
ni sus lluvias
recubren la risa de mi calavera.
¿En balde mi dolor?
¿Sobrancero mi canto? Ríe.
¿Fue acaso lo reído más tuyo, posteridad
que mi palabra?
Estoy tendido
a la usanza de los creyentes
y busco entre las amapolas
restos de mi corazón. ¡Ah! Mis cantos
¿serán también arqueología?
Investigadores
cavan el lugar de mi sueño.
oigo sus términos. Escucho.
No dicen: 'amó como nosotros.'

Miden mi cráneo.


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