sábado, 16 de julio de 2016

Poemas de Aldo Oliva


(Argentina, 1927- 2000)

Fresno 


Arrodíllate, Fresno: serás ejecutado;
profusas, humildes ramínculas,
tajeadas cortecitas, apagada flor,
retorcido recato
vedan tu médula corrupta
y sabotea lo natural la justicia.
Ya lo cantaban los azahares desde el alba:
"muerte a quien no da vigor
al amo de la renta sometida.
Te enmascaras, Fresno, y simulas
tejerte en la bondad de las horas
que pasan; tienes astucia.
Pero la exhibición productiva
te arrasará, lo simple caducará".
¿Mienten, cantando, los azahares
desde el alba?


Heliotropo 


El acto de piedad del heliotropo
en la niebla cerrada -instilar alucinado-,
ocultándose en el magma gris,
combate con saetas amarillas
la obsesión del giro de su propio fuego
y sesga de violento candor
la saña de su verde foliación hacia
la inmensidad de los cielos hostiles
que hollan la humillada tierra solar
para renacer en la especie.


Busquen la verdad 


Bajo un circuito de ébanos
está enterrado un secreto,
ceñido por caballos de hierro
que oprimen con saliva circular
y ávida y temblorosa y agria
la zona críptica que esconden
violentas sectas hermeneutas, en necróticas
voces lanzadas a la revuelta.

Húndanse en esa sima límpidamente
oblada de añejos huesos,
solo allí hallarán el camino
vacío que gira drenando alucinado
la implosiva expansión
de la Nada.

Utopía

Vamos, arráncate ese rencor
que hace existir el trémulo eco
de tu voz; déjalo florecer
en las foliaciones de otra
furia: esa posible ondulación
donde module la incidencia
que emerge de la ávida dulzura
que estremece la esencialidad
de tus manos: ésa, la insumisa,
virtual y real, que armó tu cuerpo
e imaginó tu espíritu.
Desde el balcón
aspiro la sombra, casi sagrada,
de otra sombra: algo que fue; pero que,
semental, en una incontinencia
de altura que, a veces, suponemos alma,
transfiguró la tiniebla en una
tenuidad donde poder,
era trama sutil que, locamente,
arrastramos a las configuraciones
del endulcamiento incierto del futuro.

Clepsidra

(allegro maestoso)
Raptado en el torrente
cifro la lección del tiempo.

Leí de onduladas serpientes,
que eran de agua
y enjoyado veneno,
labrado, de súbito,
en el corazón de la mirada.

En el temblor de julio,
el visaje de las constelaciones
titila
como trémolo de una remota
pulsación en mi mano
y rozo, con la sombra
de un leve acariciar que fue púrpura,
los andrajos sagrados
de la lección del tiempo.

¿La espuma de la ola
no es su co-rrupción
en el abrazo ilusorio de la imagen?

Si ese sueño no cesa
y los dedos retuercen,
en las redes del ictus,
la evanescencia de su propia
explosión de claridad,
¿en qué sima, en qué cielo,
el cristal ceñido,
la gota inmarcesible,
perdurará?

¿He de adorar la Hidra?

Lágrimas de lunas
en aguas clausuradas
me extravían los ojos
y beso, alucinado,
la siniestra tiniebla del exilio.



Nadie, ninguna alta marejada,
me traslade al prodigio del surtidor de Itomo:
raptado en el torrente,
bajo la ley del páramo,
contemplo, fascinado,
el postrer hilo de agua:
bebo la gota tierna —atroz—,
desolada,
en que lo real y lo imposible
se consuman.

Aurora

Ese ojo blanco curvado,
de tácita inquisición que pretendiera, al parecer, un acceso
al fuego oculto de tu ser,
o, apenas, a la fugaz
certeza con que se esquiva la muerte,
es quizá el altivo milagro
de suscitar la resurrección
del temblor albo, de la pulsión
floreciente en una inerte página.
¿Cómo y por qué atreverse
a expandir lo profuso
en el presunto iris de la ausencia,
de lo que, siendo real, no es presencia?
La mano,
a la cual, censurando
tramas entrañables, se llamó
Espíritu,
se agita, sin embargo,
sobre un mar sin aguas;
las olas sólo son sus gestos y sus signos,
la palabra, evanescente, geminal, homicida,
que, a veces, sobresaltándose,
abisma
la febril plenitud
de un Poema.

¿Ahora o siempre?

Encrucijada del sueño
Si muero antes de despertar,
los aplausos estarán ausentes, salvo
el de mi maldita gata, a quien,
vanamente, intenté matar de hambre.

Ir soñando a la muerte, que
cosa más oronda.

Sé que el sueño estará poblado
de tropas enemigas, esas anónimas
ánimas que no lograron enmascarárseme:
rostros maquillados de impunidad consentida;
manos de abate, acariciantes y ávidas de triunfo
y de apropiación solapada, danzando en la jungla
de las desdichadas palabras, transvertidas
en el mariposeo tácito de la masacre.

Pero, ¿si acaeciere que, ya ausente, siga soñando?

Hube sabido que el sueño es el sueño de
la mutación. Empero, ahora ¿cómo saberlo?
Sólo podré soñarme polvo infinito;
la vacuidad de mí sería, entonces,
tan urgentemente, en lo que alguna vez
llamé tiempo, el imperio absoluto

del origen; ya que «la muerte está al principio»

¿Ser, no sabiéndolo, agitador de la
fuerza geológica es abolir la aventura
del sueño?

«Ahora» inscribí con felicidad perversa;
pues, ¿cuándo es ahora, sino
el instante
de un límite impreciso y fluente?

 Pie de página


Sé que soy hijo de un aire pisoteado,
de un barro levantisco,
del borramiento
de númenes sombríos.
En el cuenco ofertorio
que mi nacer forjó
y llamaron mi mano,
un pétalo -que ahora
de nácar sueño-,
larga, gozosamente,
-una críptica
agitación evanescente-
marchitó
el aroma surgente
de su icor.
            Ausencia
geminal, que mis hijos,
surtiendo, colmarán
de barro pisoteado,
de aire levantisco:
conmovida,
irradiante corola
de ávida fragancia;
solidaria, alta cabriola;
tenacidad de ternura;
fintas solapadas de honda
insurgencia.
Un cosmos, en la palabra,
de la mutación floral,
que irrumpa.
Fisura,
lírica punción
en la entraña perpetrada
de la opacidad del ser.


Mazuleina


Dies irae -la leyenda
del tiempo en la memoria-
grabó la estampa de azúcares agriados:
la caída del azor desbañado
sobre el columbario;
la aspersión de las péñolas,
azoradas, desde lo alto;
el vano vuelo mustio, erosionando
por solapados gránulos de azufre.

Pero un gesto de gracia
giró el caleidoscopio:
lapislázuli, en ojos ofertorios;
tierna, temeraria entereza
cribando la violencia del mar,
para surcarlo.

Y así, derivando en la cresta
alucinada de las olas,
se tramó la insurgencia
del hálito floral de acariciantes
zalameas de azaleas,
tácitas renuencias,
en la sima,
de aquel naufragio azul,
en que se hundió esta mano.


Adiós en noviembre




A A. F. in memoriam
 

 
No ya en el cálido verdor de otro noviembre
 
en que unidos bebimos la dulce
 
fugacidad de lo real.
 

 
Ni en el designio feliz de las miradas
 
que creaban la noche como un sueño
 
certero y hondo de materia encendida.
 

 
Ni en esa grieta
 
sutil de duelo
 
que creciendo quebró el orden del tiempo.
 

 
Ni siquiera en la lágrima.
 

 
Hoy convoco tu rostro en otro espacio.
 
En la muerte precisa de la palabra.
 
En su humillación y en su horror.
 

 
Guárdame en tu mano
 
-para siempre lejana-
 
el esplendor tenaz de esta ceniza.


VIEJA LAVANDO ROPA

a mi madre, i.m.

No son sólo las manos
(la hoja, apenas perfilada,
del plátano, en la fronda,
sería lo mismo)
sino sus idas y venidas
¿a qué?
Camisas y bombachas,
trapos sanitarios, mierda:
¿y qué? Un pífano
podría
arrojar locamente todo
a una tierra elevada,
melódica, de unívoco
limo.
(Ah!, tropos de epifanía!).
"Pour moi, nerveux..." cundo
la destrucción; amo el perfil
evanescente del estruje
ceñido de las telas
miserable en las manos
poderosas oprimen,
exprimen, drenan la muerte.
No la vida, su límite.
La manzana, ya comida
¿paladeada?, muerta
en sangre final, consanguínea
-tenacidad del gris-.
El dolor
sometido en la obra.



MERCADO DE POESÍA


Nefelibata en tu ámbito transitas,
tú uña lúdica del meñique, rasgando
la trabazón de mi mente,
sonriéndole a la violencia de mi sangre;
pero sábelo, mi voz, soterránea,
siempre estará ausente
de tu escarceo de sombras,
de los solapados mimos
con que finges el deseo;
porque no eres la línea aventurada
que, al erguirse, quebrándose
en pétalos radiantes,
celebre.

Tú, vacua desdicha palabrera,
no eres de la vida, ya que
no eres de la muerte.
Te llevará un tiempo donde
la nada se acople con la nada;
y flotarás en nubes tóxicas,
soberbia y vana en la afonía
radical del vacío.
Así te inseminó la algarabía
de la torva apetencia del triunfo.
Oh, tú, sonido esplendente en la incruenta
ablación de la garganta.



NAVEGO EN UNA PIEDRA AZUL


Navego en una piedra azul, bajo las aguas;
la proa está amarrada a una materia incógnita
que hace cimbrar las bordas —que, por otra parte,
no existen— impulsándolas, con sobresaltos, hacia
contrapuestos mundos vacíos de palabras, sometidos
a los colores caprichosos de los truenos que
entrechocan en un inmenso ámbito donde
navego sobre una piedra azul.
Incipiente va naciendo la excrescencia
del cromo; comienzan a desgajarse las
cuadernas: por otra parte, erosiones
de los violentos juegos del viento
trastornado de ira.
Sientan el temblor de la vibración
del nacimiento, la saturación
del ser en breves orbes antagónicos.
La destrucción sobrevuela, la
colisión está por elevar su grito de
guerra en los grandes y pequeños
circuitos en que se enmarañan
las contraposiciones donde bulle
la borraja de la vida social.
¿Somos prójimo del crimen?
¿Quién navega en una roca azul
bajo las aguas?


Verano


Para la ascensión de mis ojos,
déjame apenas
la violencia solar.


Mi fe se llama

azulamiento atroz que canta:
ciclos que ciñen
la sumisa tierra de oro.

La sombra velocísima del fruto

que sostengo quebrándome
me alimenta de pájaros.
Para el prestigio de mi destrucción
déjame apenas
los alcoholes frenéticos del aire.
 

Por mi sangre descienden
a su único sueño,
reunido, fervoroso, que se tumba
y muere.
 

Suben entonces mis niños ágiles,
destruyendo, a tu vientre.
Mucho más lejos, una vibración entre dos saltos,
—esta lejanía es todo mi pecado—
la ulterior población dulcemente desnuda
danza en la luz.
 


Raíz



Ni el aguaribay de sensible verde,

ni la cálida idea de la fraternidad,
ni las estrellas del alcohol
que encienden las estrellas,
ni el lujoso perfume
que arrecia en la derrota
del que se afanó en lo real
soñó, lució, naufragó,
se afanó en lo real,
ni el número posible
que desnude el mundo
son Tú, tu verdad
de semilla durísima que liga
a esta tierra de sangre,
niebla, sueño,
mi mano...
Oh, tú, rostro del alba,
más allá del alba.


Alcohol



Pétalos que huyen en el fuego

es la más pura construcción de la noche.
Su sistema progresa en una dolorosa combustión de silencio.
Es lo que va pasando a través de mi cuerpo,
ardiendo lo que me deja solo,
la mano ávida extendida, desdeñada en la sombra,
vibrando entre máquinas consagradas y motivos solemnes.
 

Sin embargo, los ojos que prevén la razón
de este exilio,
la ira que pasa y retorna, pasa y retorna
vadeando el castigo y es la más pura
construcción de la noche
estallando en la mano extendida como un conocimiento,
los ojos ávidos de la ira,
su punzante síntesis vadeando el castigo,
urden la irremediable destrucción de la noche,
la absoluta extinción de las tumbas vigentes
de tierra inútil
y conciertan las sangres laterales
en la patria de leche endurecida
y el mero sol y un canto.
 

Los teléfonos definitivos propagan la leyenda.


La puerta estrecha

 

Limbo de pulcritud, parábola rosada,
tu cuerpo perfumado se eleva sobre el mar,
bestia tiesa.
Mientras galopo ardiendo por la tierra
—diviso ya la última muralla—
promueves las horas del amor, sus lindos dientecillos,
la felicidad por el nylon.
Nada regresará. Los buenos, ni a su pálido infierno.
Los legítimos hijos de mis padres,
sus cuerpos perfumados flotando sobre el mar,
jamás verán la última muralla.
 

Humo, sueño, pasaje. No fragües las delicias
que pertenecen a otro fuego;
alba labrada en el boudoir,
mírame ahora recomenzar sobre los puentes
las manos con las manos en las rutas del agua.
Mírame,
barro profundo, látigo que marca el horizonte, parto.
Mi corazón se hunde en el tiempo.


Vieja tarde premonitoria de otoño 


(Parque Independencia)

 

Tiempo ceñido a la dehiscencia de las grises
umbelas doblegadas de ingrato amor,
tiempo sin flores,
definitiva egresa tu materia ajada
del empavorecido sueño
que me implicaba, jugado el corazón,
dulce la mano
y la horrible tormenta sobre las casuarinas.
 

Ya que, tentación y sombra, el tierno
labio pluvial que me acalló hondamente
lavó el temblor de mi camisa,
y piedra contra piedra, sueño sin flores,
bajo las casuarinas
no acabé de nacer,
yo te viví mil tardes.
 

Devuelta ahora al texto la pálida
ceniza que heredé,
trabajó por mi moneda azul.


Caza mayor

 

La verdad nunca tuve entera fe en los pájaros.
Quedé niño de honda en tensión testimoniando
festivales y duras conjeturas,
asedios, pedradas e iluminaciones
en el berretín de la tiniebla.
 

Las palabras trocadas, fuego del juego,
su constelación bajo las constelaciones,
voces altivas que confundí con el amor.
 

No tuve fe en los pájaros.
 

Antes que la estrategia azul me desolara
gemí muy hondo esquinado en la furia de mis nervios,
bajé al río a beber,
maldije la decencia,
sangré tristes criaturas de alcohol irrestañable,
construí un mundo, era de ceniza, contra el poniente lo aventé.
Cada mañana salgo de la tumba y reinicio este canto.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario