miércoles, 20 de julio de 2016

POEMAS DE CARLOS CASTRO SAAVEDRA




(Colombia, 1924 - 1989)


Angustia


Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.

Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma

con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.

Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:

angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia de los besos robados,

angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores vencidas,

cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso que te vengas conmigo.

Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de mujer imprecisa.

Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo de levantar la mano.

Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran llegar a mis oídos.

En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.

Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con la boca cerrada.

Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.

Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera moriría dos veces.

Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la soledad del mío.

Angustia de tus trenzas, que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.




 

Canción del amor herido

Tengo las manos muy tristes
y no sé qué hacer con ellas,
porque anoche me corté
los dedos en las estrellas.
Estaba pensando en ti,
en tus ojos estrellados,
y me pasé por la frente
los dedos enamorados.
Fue allí donde me corté,
en mi frente, con tus ojos,
y se me pusieron grandes
los pensamientos y rojos.

Hoy no he podido sembrar
mi tierra, mi agricultura,
y la comida me sabe
a tierra de sepultura.

Tengo las manos deshechas
por tus pupilas, mi amor,
por pensar en tus pupilas
y tocar su resplandor.

 



Cualquier hombre canta a su hijo presentido


Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red de tus pestañas.
Red que se llena de luceros
cuando la tiras en el agua.

Guarda el reposo de tus párpados
que allí está el sueño de mi infante,
y no te canses de mirarme
que mi pequeño está mirando
con esa luz de tu mirada.
Enhebra el hilo de tu canto
para sentir que está cantando
la voz del hijo entre tu voz,
como burbuja de los peces
entre los círculos del agua.

Cuando caminas me parece
que el hijo avanza con tus pasos,
y si te quedas detenida,
entonces pienso que es el hijo
el que se para con tus plantas.
Si vas en busca de los soles
del mediodía delirante,
pienso que el hijo de mi alma
se está acercando lentamente
a la candela de una lámpara.

Tú eres la rama que sostiene
el alto fruto de mi carne,
y eres la vena que da música
al corazón de mi pequeño
que está perdido en la distancia.
Las golondrinas que tú sueñas
rayan el cielo de mi infante,
y vas cantando por la tierra
mientras el hijo va cantando
por los caminos de tu sangre.




Destino


Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.




El buque de los enamorados


Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).
A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.




El mundo por dentro


Siento correr los ríos por mis venas
y crecer las estrellas en mi frente.
Siento que soy el mundo y que la gente,
habita mis pulmones y colmenas.

De flores tengo las entrañas llenas
y de peces la sangre, la corriente
que caudalosa y permanentemente
inunda mis canciones y mis penas.

Llevo por dentro el fuego que por fuera
dora los panes, seca la madera
y produce el incendio del verano.

Las aves hacen nidos en mi pelo,
crece hierba en mi piel, como en el suelo,
y galopan caballos en mi mano.




Esposa América


Te pienso desde Europa, esposa mía,
te pienso a grandes pasos, como loco,
y persigo por todas las patrias y los mapas
tu pecho montañoso, tus rebaños de leche,
y la desesperada tierra de tus volcanes
y la cicatrizada corteza de tu vientre.

Entre nosotros dos está el mar con sus barcos
y los campos están con sus caballos,
pero no alcanza el agua a separarnos,
no alcanza el agua ni la tierra alcanza,
porque yo soy el hijo que tienes en los brazos
y tú eres el incendio que yo tengo en el alma.

Con besos y con labios desentierro tu frente
de puros resplandores vegetales,
hambrientamente muerdo hoteles y países,
muerdo casas, aldeas, cementerios,
y los pueblos me saben a tu cara
y las calles me saben a tu cuerpo.

Tu olor de tierra joven me golpea,
tu perfume salvaje me penetra
y me perfuma tanto y tan adentro,
que mi piel huele a tu vestido verde
y huelen mis poemas a tu vida
y mis desgracias huelen a tu muerte.

Con barro de mi barro, con arcilla de América,
con fuego de tus manos y tu aliento
estás haciendo un hijo americano.
yo escucho tu trabajo desde Europa,
escucho el crecimiento de tu vientre
y escucho el crecimiento de tu ropa.

Me desvelo en Berlín, en Praga me desvelo,
siento correr tu sangre por mis puentes,
siento que tus cosechas se propagan
por las paredes duras, por mi lecho,
y que todas las hojas de América y los ríos
y las revoluciones estallan en tu pecho.

Sigue creciendo, esposa, mientras vuelvo,
esposa mía, esposa de los montes,
madre de los arados y los vientos.
Inés, tu corazón es como un surco
y yo soy un labriego turbulento
que te siembro, te siembro por el mundo
y por el mundo te amo y te recuerdo.




Fecunda compañera

En el espejo de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.
Me copiaste, mujer, mujer hermosa,
en tu río de amor, en tu corriente,
y devolviste generosamente
mi cara de montaña silenciosa.
El hijo es tierra de mi propia tierra,
resplandor de mis ojos y mi guerra,
poderosa presencia de mí mismo.
Gracias a ti, fecunda compañera,
fui como una semilla en tu pradera
y retorné más joven de tu abismo.



Guárdame de los vientos

No me dejes partir, no me abandones,
átame a tu cintura con tus brazos,
y aléjame los buques de la cara
con tus suspiros y tus aletazos.
Rodéame de ti, de tu ternura,
de tus palomas y de tus espinos,
para que no me llamen los países,
para que no me escriban los caminos.
Tengo toda la noche de tu pelo
para embarcarme en ella, tristemente,
y alejarme un momento, con las manos,
de las orillas de tu continente.
Puedo andar por mi frente, por la tuya,
con gestos numerosos y mundiales,
y me siento más hondo en tus entrañas
que en los naufragios y en los funerales.
Quiero quedarme en ti, quiero que me ames
y que me arrojes besos como escalas,
siempre que me desprenda de tus labios
y me crezcan los viajes y las alas.



Hembra de tierra y tierra

No te digo paloma, ni princesa , ni reina,
sino mujer de tierra, hembra de tierra y tierra,
compañera de besos, compañera
de mi revolución y de mi guerra.
Te llamo barro de mi alfarería,
surco de mis labranzas coloradas,
pradera en que galopan mis caballos
con las crines heridas y quemadas.
Mujer tendida en medio de la tierra
te llamo y te rodeo con mis brazos,
como si fueras trigo de mis eras
y raíz de mis besos y mis pasos.

No doy contigo pensativamente
sino luchando con tu cabellera,
y golpeando mi vida leñadora
contra tu corazón y tu madera.


 Los Ataúdes Enamorados 

Nuestras tumbas, mujer, se darán besos,
nuestros cajones besos y mordiscos,
y no serán sudarios los nuestros sino sábanas
para engendrar trigales
y construir el pecho de los cedros.
Nos volverán a ver sobre la tierra,
a ti llena de polen y de pétalos,
cubierta de azaleas y azahares,
y a mí con un pedazo de primavera roja
entre la boca de madera.
Sobre la tierra, amada, sobre el campo,
tú con trenzas de musgo,
con un manto de plumas y de orquídeas,
y yo con un relámpago extendido en mis ramas
como una fruta elástica y madura.
La muerte será apenas un fecundo reposo,
un sueño recorrido por gusanos labriegos,
otra luna de miel entre raíces,
otro rodar los dos dulces y mudos,
por un salón de terciopelo verde.
Que no pongan el nombre tuyo sobre la bóveda,
ni el mío sobre el hueco que se trague mis tigres,
sino que nos abonen y nos rieguen,
pues esto es suficiente, compañera,
para tu corazón y mi semilla.

NOTICIA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Sabed que era de España y de relámpagos.
Pastor con una flauta de candela,
campesino juglar, sangre descalza
que iba de las ovejas a los surcos
y de los surcos iba a las ovejas.

Sabed que entre sus manos pastoriles
era el cayado un rayo manejable
que rompía la nieve del rebaño
sin estropear la nieve ni la carne.

Sabed que era Miguel de fuego y barro,
de raíces, de fuego y de congojas;
sabed que le nacían las palabras
encima de la piel como las hojas.

Sabed que ardía toda su presencia.
Desde los pies ardía hasta el cabello.
Y de noche, pastor de las estrellas,
lo guiaba su fulgor y su destello.

Sabed que el corazón, su corazón,
labriego torrencial bajo su arcilla,
le llenaba de flores encarnadas
la camisa la voz y la mejilla.

Sabed que fue su sino, rojo sino,
sino de combatiente y amapola,
sino de sangre inerme que se bate
contra todas las armas ella sola.

Sabed que con sus manos vegetales
él mismo se arrancó de su labranza,
y con su ruido de árbol y bandera
despertó su dolor y su esperanza.

Sabed que en su corteza las heridas
llenas de tierra, de alma, de bramidos,
heridas eran de su España insomne
y de los españoles malheridos.

Sabed que con el filo de su canto
fue segando los días y las horas,
hasta hacer con el fuego de los días
gavillas de crepúsculos y auroras.

Sabed que por las noches y los pueblos
pasaba iluminado y desterrado:
con una llama roja entre la carne
y un desgarrón azul en el costado.

Sabed que una centella lo seguía
y le arrojaba fuegos destructores,
y sabed que Miguel -otra centella-
se defendía con sus resplandores.

Sabed que se perdía en la espesura
de su casa entre viva y entre muerta,
y la guerra y un hijo lo buscaban
por una puerta oscura y otra puerta.

Sabed que en su garganta florecían
libertades, canciones, desvaríos,
y a su fronda caída sobre el pecho
iban a dar los hombres y los ríos.

Sabed que con los hombres, sus hermanos,
se metió entre el fulgor de los hachazos
que de la oscuridad se desprendieron
y talaron a España entre sus brazos.

Y sabed que Miguel -parte de España-
se desgajó también, hoja por hoja,
hasta quedar encima de la tierra
no más que el fuego y su camisa roja.

Más sus canciones vuelan con el viento
y por la tierra esparcen su semilla.
Miguel se multiplica y se levanta
multiplicado de su hermosa arcilla.

VESTIDA COMO EL CAMPO

De verde te amo más, con el vestido
que se parece al campo cuando llueve,
y el campo se emociona y multiplica
su verdura por nueve.

Ataviada de selva, de árbol joven,
por mi casa mensual cantas, caminas,
y despreocupas las habitaciones
con tu aroma de encinas.

Pienso que te sembré, que soy labriego,
que tu seno es el fruto de mi arado,
y que te salen hojas de la vida,
y ramas del costado.

Te quiero más así, toda de verde
olorosa a madera, esperanzada,
como recién salida de la tierra
con la cara mojada.

Déjame recostar sobre tu falda,
soñar que me he perdido en tu follaje,
y que un hijo me busca como loco
debajo de tu traje.

Me llamo Carlos, soy nuevo, soy de América,
vivo en el sur de América con un hijo reciente,
mis pies son claros y anchos como la madrugada,
mi rostro es matinal, todo mi cuerpo es verde,
sobre mi pecho pastan búfalos y caballos
y el sol abre amapolas con su mano caliente.

Creo en el pescador, en sus pescados y en sus redes,
me gusta ver el pueblo estrenando palomas,
siempre espero una carta con noticias del mundo,
espero el pan, la paz, el amor, los manteles,
espero mi hijo junto a las estaciones
y pienso que el futuro va a llegar en los trenes;
defiendo mi esperanza, amo mi juventud,
pongo un beso en la puerta de mi casa,
lo pongo con amor de centinela,
después me voy, me voy de bala en bala,
de granada en granada deshojando la guerra.

Yo sé que somos muchos, que somos casi todos,
somos millones de hombres y de pájaros,
millones de mujeres y de auroras,
somos una familia mundial de resplandores
y no hay un solo hermano que quiera ser soldado
ni hay un solo soldado
que quiera disparar sobre las flores.

Nadie quiere trincheras, todos queremos surcos,
queremos tallos en lugar de fusiles,
y en ves de municiones queremos dulces granos
y graneros repletos de marzos y de abril.

Todos están de pie, todos estamos
de pie junto a los años fornidos que tenemos
y como leñadores trabajamos
y con una corteza de amor nos defendemos.

1 comentario: