miércoles, 27 de julio de 2016

POEMAS DE HAROLD ALVARADO TENORIO




(Colombia, 1945)


Bodas de plata



La belleza de tu rostro
y la dulzura de tu voz bastaron
para que te amara.

Un año pasamos juntos
y luego a él regresaste.

Ahora, que de nuevo le engañas,
te duele el corazón
y ante a mí
crece tu desgracia:
has comenzado a envejecer.







Cabaret


Que el poema la retrate
sólo como la viste en el tiempo
que quiso darse a tus ojos y a tu alma.

Hecha de la dura memoria de la carne,
mostraba la astucia y el candor
de quien presentía
la huella que deja otro corazón.

Así la deseabas.

Querías someterte al desdén que promete
el oro de la juventud.

Estabas dispuesto
a sufrir el rigor de sus ojos de hembra
del mejor cabaret: la vida.





Café Beach Café




El amargo sabor de los sueños
volverá para darte una muchacha
con el pelo suelto
contando recibos del paso del día.

Desnúdate de ti
y ella vendrá a vestirse
con las caderas, los ojos y los gestos
que hubo en tu camino
ese verano del ochenta y dos.


 Cuando fuimos uno con otro... 





Cuando fuimos uno con otro
contamos numerosas estrellas

Cuando hacíamos el amor
las noches se detenían en la nuestra

Cuando de toda palabra nos recibíamos
escribíamos un libro

Los dioses no han sido derrocados
y su poder nos asignó varios caminos

Cuando nos separamos
todo retornó al futuro y al vacío

Habíamos recobrado nuestra contingencia
y el pasado habitaba en la memoria.






Dónde



¿Dónde posar el pie,
dónde el poema?

¿Por qué las llagas nos cubren
y el escarnio te cerca a toda hora?

Sueño del hombre y su sombra
ninguno sabe que uno es sombra de otro
nadie sabe si sueña o está muerto.





Happy New Year 



Cruzamos
trece mil novecientos kilómetros
para encontrarnos
pero, como es habitual en ti,
cambiaste el parecer.

Oh, tú, nacida
en un Diciembre inconstante,
de grandes ojos de novilla,
de fina cintura
y pies diminutos,
dueña de un Loto Dorado
voraz e insaciable. 





Hoja de otoño



Hoja de otoño, no percibes
el saludo y el beso,
el cuerpo detenido en un lecho de aroma,
la mano y el labio en la boca,
la carne y el ojo en los ojos.

Viento de otoño vuelto hacia dentro.





La pregunta



Un día preguntaron qué deseaba
y le trajeron aquella que había perdido en su juventud.

Después de siete lunas y siete sonrisas
un hueso de uva
le separó de sus brazos
de su perfume
y sus ajorcas.







Lunas de ayer



La luna, esta noche, la que nunca ha vuelto
vendrá para nosotros.

Porque hemos mentido, como en las lunas de ayer.
No habrá segunda parte esta vez.

Nuestro amor ha de ser como nunca fue,
un insensato amor, amor de dos
que nada necesitan ni nada desean
más que amarse.

Nuestro amor será así
o no será.








Noche de octubre


Su memorable voz
una noche de Octubre, sobre la puerta.

Su cabeza coronada con hiedra, violetas
y numerosas cintas de colores.

El equilibrio de su cuerpo
dejando oír, cómo una noche,
recostado en aquel a quien amaba,
rogando compartir su cuerpo
obtuvo sólo una mirada.








Pericles Anastasiades, el año de 1895


                                           Para Raúl Lecuona Rodríguez 

Vagos, son ya, los rostros de su rostro
vaga, también, la forma de sus manos
lejos, está, su aliento de mi boca
su pequeña estatura
sus quince años
Sólo un ayer ocupa mi memoria
nuestro pequeño amor
nuestro pequeño mes
hace diez lunas

De repente
en la alta noche
tus ojos, de púrpura vestidos,
tus labios
labios de un amor apresurado
tus largos brazos
brazos de inolvidable carnadura
aparecen
¡Cuanto he perdido buen Dios
Cuanto he perdido!





Portero de noche



Bajo el arduo sopor del mediodía
Vuelvo y veo tus ojos, esa noche.

Al volver abriste la puerta
y para verme mejor preguntaste la hora:
eran la una y cuarto.

Tu cuerpo exigía otro cuerpo.
Y eso obtuviste.







Servicio de placer



De cada noche que vivimos
recuerdo implacable tus caderas.

Como nunca, nadie
ofreció iguales placeres.

Como nunca, nadie
extrajo de mí la vida.

Dicen que ahora otro,
tan alto como yo,
complace tus caprichos
y los de tus padres.

Soy sólo un escribano
y debo componer
tres mil caracteres cada día.

Apenas sirvo para dar placer. 






M.M.C

Miro tu rostro
Imagino que habríamos sido felices
si fuera joven
como tú,
sin un pasado,
sin las convicciones que compramos al tiempo.
Miro tu rostro
y confirmo
que nada tiene ya sentido:
tu hermosura debería ser mi sal de cada día
tu juventud me haría vivir otros veinte años.
Miro tu rostro
y me pregunto:
¿Quién estableció esta rutinaria separación de edades?
¿Quién la fidelidad como hierro inamovible?
¿Quién nos quitó la realidad
y sólo nos dejó el deseo?


MARÍA JONSDOTTIR


En La Ciudad del Lago Salado
vivió
María Jonsdottir de Ompuhjallur
nacida en las Islas de Westmann
Steinar de Hlidar
que había conversado
con los reyes de todo el mundo.
La conoció a los setenta años
deformada por la artritis
y casi ciega
después de haber atravesado
las Soledades Salvajes.
Pobre, ciega y corva
va por las estrechas calles
sola y sin amigos y sin hogar.
María Jonsdottir de Ompuhjallur
has criado mas de una docena de niños
y ya el viento los dispersa por la tierra.
Pobre y ciega
no te quejas del tiempo
pues los criasteis
con esa clase de afecto
que nada teme
ni envidia nada.


LLAMA

Con las viejas canciones
volvía a la muchacha
de la una de la tarde.
La incansable pianola
repetía un perfume de talco barato,
blusa de colegial y miradas furtivas.
Fueron tiempos donde el insaciable
no hartaba la sed del corazón.
Veinte años después, una mañana,
ese olvidado placer volvió a visitarlo.
Ahora ella tenía veinticuatro años,
hablaba una lengua que ignoraba el bolero;
era color de nieve y una inmensa espiga
coronaba su cabeza.
No se repite la historia, repitió.
Supo, no obstante, que la vida
está hecha de gestos.
Esa mañana, un aire, que venía del tiempo,
Había mecido aquella cabellera
Deteniéndolo todo.


LA POESIA

¿Qué eres sino la visión de la noche?
Todo lo nocturno te pertenece.
Invitas a los espléndidos banquetes de los sueños
y a las no menos espléndidas vigilias de la realidad.
Viajas con el hombre y la mujer como si fueras
la llama de sus ojos, el bordón de su felicidad
o el humo espeso de los amaneceres.
Para ti, madre del dolor, sólo hay gloria y pesar,
el mediodía no está escrito en tus agendas.
Ninguna otra cosa eres, poesía,
que la más alta sima donde el loco,
los mortales,
los desheredados de la suerte y la fortuna,
encuentran cobijo.
Tú, la detestada, la leprosa, la purulenta,
eres la mejor de las hembras
la mejor madre.
la mejor esposa
la mejor hermana
y la mas larga y gozosa de las noches.


ENTRE PARIS E IRUN

Después de años de exilio,
-sin documentos-
una pareja de vascos deseaba
morir en las fronteras.
La ruina del cuerpo, la ceguera,
las manos torpes, los trajes derruidos
les impidieron dejar el país
que había consumido
-como madera que arde en un hogar-
el vigor y las fuerzas de su vida.
En un rincón del más largo tren
que hayas visitado
una pareja de ancianos moría de ansiedad.
No hablaban ya su lengua,
no entendían el ritmo de vuestras vidas.
Venían de un pasado, entre dos guerras,
campos de concentración, invasiones
y venta de brazos al mejor postor.
Entre París e Irùn
quedaron la cenizas que guardabas
de aquello conocido -entre nosotros-
como esperanza.


DOLORA

Después de nueve lunas
tu recuerdo vuelve a mí,
tu imagen viene a visitarme.
Quienes te conocieron
supieron de la belleza de tus ojos,
memorables como lapislázuli,
más vivos que las estrellas de la tarde.
Supieron también de tus manos morenas,
como las lunas del recuerdo,
morenas donde luce un anillo de amor
hecho de plata.
Supieron de tus labios
únicos para obligar al recuerdo de los besos,
hechos para decir palabras, que un muerto,
quien escribe,
lleva en su viaje.
Hoy, despues de tantas lunas
mi alma vuelve a ti,
fugaz gacela sobre un llano de olvido
donde siempre estás.
Pobre alma, ésta la mía,
que sólo puede ver por tus ojos
los sitios donde le llevaste.


COAHUILA 60

¿Cuánto hará que viviste
en el número 60 de la calle Coahuila?
La vieja propietaria estará muerta
y ningún huésped podrá saborear,
al desayuno,
nopalitos con clara de huevo.
La ciudad que resta en tu memoria
es mínima: el zócalo, la casa de prestamos,
la muchacha que te llevaba en su coche hasta
el parque de diversiones,
las extenuantes horas de visita al museo antropológico,
las dos focas, con quien gastabas, los domingos solitarios.
Queda, más allá de estas cenizas de tus años juveniles,
el viaje por el sur, comiendo en casas campesinas,
conversando con escolares en las plazas de Puebla,
de Oaxaca, de Atitlán, de San José
y los rostros de las muchachas Caribes
al ver tus vellos, las formas de tus glúteos,
la esmerada pequeñez de los órganos genitales
y un sabor: la carne salada y el arroz con coco
que preparabas para un albañil, el mejor mecenas
que hayas tenido.
Ya nunca volverás a Colonia Roma
No sabrás más del regusto por lo mínimo,
lo infinito, la aventura y la solidaridad.


CAFÈ BLANCHE

Creyendo que la mejor cura contra la melancolía
eran esas superficies radiantes y abiertas
fuiste hasta las memorables ruinas
y viste la estatua de basalto
que del cuerpo de Antonio hicieron.
Grecia era el testimonio, bajo esa copiosa
y virulenta luz, de cómo solo lo externo
tiene propia existencia.
Ética y belleza
eran una y lo mismo.
Tallar el cuerpo era
tallar también el alma.
Curar el odio a si mismo
era curar la soledad.
De vuelta a casa, liberado ya del pasado,
con aquellas camisas de colores chillones,
tus negros pantalones de tres prenses,
tus zapatos puntiagudos y habaneros,
el desnudo pecho mostrando la cadena
de oro macizo y los cinco medallones
entrabas al Blanche y pasabas las noches
bebiendo cubatas y quemando porros.
Todas y todos eran tuyos.
Te enamorabas, sin duda.
Amabas tanto los ritos de la carne,
su lenguaje y sus palabras
que incluso ahora, cuando escribes,
no sientes, tampoco, interés alguno
por el "acto final".


DIAS DE JUNIO

Una brisa intermitente
alivia los húmedos días de Junio.
El vecindario entra y sale de los cafés
y los turistas abren la boca
ante las maravillas.
Nosotros, los habitantes de este mundo,
recorremos las calles
esperando encontrar,
quizás,
un hombre o una mujer con quienes hablar
de cosa distinta al dinero
o engrosamos las filas
de unos aficionados a las danzas folklóricas.
Mientras bailamos, tomados de las manos,
olvidamos el color de nuestra piel,
las lejanas costumbres,
nuestro redondo cuerpo y la lengua imperial.
Caemos en un paraíso que trae, hombro a hombro,
una bella marroquí, un negro de Guadalupe.
un pequeño danés o una vieja y bella alcohólica.
Después
Tomamos el metro de regreso.
Abrimos la puerta
y aspiramos un sueño
donde escuela, patria, hermanos y amigos
sueñan con una brisa intermitente
en Junio, en cualquier parte.


ANDRÉ SALMÓN

Los caminos del olvido son varios.
Varia la cambiante faz
de esta música que siempre soñó en tus carnes frágiles
con tanta melodía antigua y bien olvidada.
Los caminos de las ciudades que vieron tus ojos tristes
son sonatas en viejos pentagramas.
Estos poemas, más largos que ninguna vida,
deben recordar que algún día viviste entre ellos,
pues aprendiste que no existía la tierra
y que un pez nada puede si se rompe las aletas.
Pero tu corazón es más ancho que Alemania y Francia reunidas,
y de Montmartre a Montparnasse
sólo queda el recuerdo,
grave,
y cuando entraba el metro en la estación
viste a la verdad danzar entre los carriles
y el cielo era un paisaje
y el viento tiraba del pelo a los árboles.
Querido, André Salmón,
nombre de pez
teleósteo fisóstomo
un metro y medio de largo
que desovas en los ríos en otoño
y emigras donde ellas sostenían a los guerreros.
Querido André:
has envejecido meitando engaños.


ANOTACIONES

Dulce enemiga
que llevas al hombre
más allá de sí mismo.
Adoro tus perfecciones
y tus fulgores sobre mi cuerpo helado.
Recorres a zancadas
los cielos -nada apacibles-
y las estrellas incesantes
y las estrellas quietas.
Bella al alba y al crepúsculo
dueña de la vida
todo te magnifica.
Ante vosotros llego
soberanos de la gran ramera
con la vieja segadora de vidas.
Otorgadle,
como a los secuaces del gran negocio,
pasteles y agua y aire
y una casa solariega en Manhattan.
Retrocede, Sui,
viejo cocodrilo
no me acometas
vete
no cortarás mi juventud.
Mis versos
como cuchillo de pedernal,
mis versos
como muelas de joven caballo,
destruirán tus ojos y tu boca.


EL ZÓCALO

Esta mañana he visto una España Imperial
desconocida, no imaginada por Felipe Segundo.
Hernán Cortés supo que fundaba en Tenochtitlán,
la Nueva España, la única heredera
de Isabel y Fernando.
La inmortal y corrupta España vive en México
y el zócalo es su espejo y memoria.
Detente aquí
y mira cómo la voluntad de un hombre
pudo tejer un sueño que hoy rasgan otros
en su propia tierra.
Mira la mole de la catedral,
mira la dilatada plaza,
el suntuoso palacio
y la espléndida casa de empeño.
Antes de partir recorre los signos del tiempo.
Unos hombres ofrecen, al lado de la catedral,
los más antiguos y perdurables oficios:
cerrajero, fontanero, zapatero, soldador, adivino…
Confirmando al extremeño
cómo su obra no ha sido exterminada.


PROVERBIOS

No hables.
Mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren.
Confía sólo en los niños y los animales
y de los ancianos aprende el miedo de haber vivido demasiado.
A tus contemporáneos pregunta sólo cosas prácticas
y comparte con ellos tus fracasos, tus enfermedades,
tus angustias, pero nunca tus éxitos.
De tus hermanos ama el que está lejos
y teme al que vive cerca.
A tus padres nunca preguntes por su pasado
ni trates de aclarar con ellos tu niñez y juventud.
Con tu patrón no hables, escríbele y nunca le cuentes
tus planes futuros y miéntele respecto a tu pasado.
Ama a tu mujer hasta donde ella lo permita
y si llegas a tener hijos, piensa que,
como en los juegos de azar,
podrás ganar o perder.
El destino no existe.
Eres tú tu destino.
Y si llegas a la vejez
da gracias al cielo por haber vivido largo tiempo,
pero implora con resignación por tu pronta muerte.
Los que no tenemos dinero ni poder
valemos menos que un caballo,
un perro,
un pájaro o una luna llena.
Los que no tenemos dinero ni poder
siempre hemos callado para poder vivir largos años.
Los que no tenemos dinero ni poder
llegados a los cuarenta
debemos vivir en silencio
en absoluta soledad.
Así lo entendieron los antiguos,
así lo certifica el presente.
Quien no pudo cambiar su país
antes de cumplir la cuarta década,
está condenado a pagar su cobardía por el resto
de sus días.
Los héroes siempre murieron jóvenes.
No te cuentes, entre ellos,
y termina tus días
haciendo el cínico papel de un hombre sabio. 


LA CIUDAD

Mientras limpio las patatas
la buena de Sichuan
torpe como nunca
va colocando los platillos de arroz, nueces,
salsa picante, hojaldre, bróculi,
para que almuerce, todavía,
por tres pesos con cuarenta centavos, plus taxes.
Voy con un taxista que masca un inglés de las islas
y nada sabe de este mundo
excepto que mañana tendrá
que trabajar de nuevo,
que trabajar de noche,
que trabajar de día
y así hasta el fin.
O puede ser Regas quien venga
cuando traduce a Vallejo en medio del largo invierno
y los clientes se sacan el abrigo y lo cuelgan
y saludan y piden un suvlaki, un litro de Retsina,
unos pastelitos de almendras y saludan y conversan
con un profesor de arameo y la vieja Rae Dalven
o el cantor del bolo alimenticio,
nuestro peruano Carlos Germán Belli,
sonriente y calvo en su camisa de tortuga.
Mi sucio barrio se transforma
en el costado sur del Central Park, en alto verano,
con sus pirámides a los Padres de la Patria, que miran,
cada solsticio, la húmeda soledad de estas calles,
su olor a goma ardiente,
y los caballos, galeotes del coche,
meten la cabeza entre las zanahorias
aliviando la sed del tiempo.
New York de la miseria y la opulencia,
con tus desfiles de blancos que se quejan,
de negros que se quejan,
de amarillos que se quejan,
de nuestros hermanos que sangran
por los treinta pesos diarios
y las ilusiones rotas
y el alma quebrada en mil pedazos.
Vestida de blanco
espera a la salida del metro, sin bragas, como siempre.
El hediondo motel con su porno rayado
les vería consumir las cinco tandas de carne y agua
con que saciaban la muerta vida.
Y no volvería a verla
ni a saber de su madre enferma
y su marido que la golpeaba antes de hacer el amor,
ni a saborear sus nalgas cubiertas de un vello dorado
y el perfume de su sexo
más parecido a max factor
que a un coño importado del trópico.
Abres la puerta
y la calle San Marcos
se puebla de muchachos de pelo ensortijado
que buscan un abrigo viejo
para estar a la moda
y compran chucherías de segunda
para estar a la moda
y se cortan el pelo a lo podrido
para estar a la moda
y consumen todo lo consumible
para estar a la moda
y bailan como potros de trote
para estar a la moda
y muerden imperdibles a sus mejillas
para estar a la moda
comiendo entre cucarachas
yogur y arroz violeta y pollo tiznado de achiote
y carne de cordero de verde podredumbre
que ofrece un hindú
con la sonrisa hueca y fétida.
New York
De la comida barata
y la barata cerveza
y la vida barata.


Pick Up
Al pasar por el puerto,
viniendo de aquel pueblo
donde nos conocimos
oí las sirenas de los buques
y sentí, otra vez,
la humedad de tu cuerpo.
Después de tantos años,
te habrás de mi olvidado
mientras crecía tu hijo
y luchabas por darle una vida decente
entre tanta miseria.
No puedo ver las fotos
que conservo de ti,
ni recuerdo tu voz
ni el brillo de tus ojos,
tan bellos,
aquella navidad, en caballos,
los dos, entre tanta gentuza
que exigía más fandango
más ron mas borracheras
hasta el fin de aquel año.
Dime:
¿Alguno de esos días
o algún fin de semana
escuchaste de nuevo
Ne me quitte pas
mientras la voz de Brel
se ahoga y asfixiaba
entre los altavoces del pick up
de la calle, en tu barrio?
La vida aún no termina.
Y yo, te sigo amando.


Ven

Ven,
recordemos ,
cuando al amarnos
las tardes caían
sin conocer
la crueldad
que nos cercaba.
Entre los bosques
y las aguas
crecían la codicia,
el encono, la inquina y la insolencia.
Ven,
celebremos otra vez
la belleza de nuestras becerras,
a Edi, el viejo vacuno
y el alazán que mordía nuestros brazos.
Ya nada puede separarnos.
La muerte nos ha unido para siempre.


Carpe diem

Extensas llanuras
del fulgor de Lorica
donde el mal
rompió cuerpos
negros de piel,
desheredados, en comarcas
de concupiscencia.
Gabarra, Chengue, Salado,
Macayepo, Pichilín o Rochela
alojan los cuerpos
rotos por la codicia.
Descuartizados  y desollados vivos.
Sierras, martillo y machetes.
Imposible es amar
cuando la muerte danza
y los blancos cachorros
lucen entre las playas
de Tolú y Coveñas.
Pero nos deseamos.
Como  los hermosos
Brahman, Nelore y  Guzera,
vivimos un  Carpe diem.

Loma castellana

Amarilla y seca
como los desiertos
fue nuestra vida.
Árida será, también,
nuestra muerte.
Ni huesos ni polvo de huesos
quedará de nuestra soberbia,
vuestra vanidad,
nuestro apetito,
vuestra ruindad,
nuestro rencor
vuestra indecente codicia
de ser peor que los otros
es decir, nosotros.
Agradezcamos,
al arte de imaginar
la posible existencia de otros mundos.
Quizás sólo allí
haya color, luz, agua y descanso.
Sólo se muere una vez.
Nosotros,
hemos muerto dos veces.

Rostro  y  voces en Manga

Fuiste y volver
no fue memorable.
Menos,
el rostro de un muchacho,
amaneciendo en Manga.
No hubo maravillas
ni sabiduría ni soberbia
ni codicia ni desdicha ni engaño.
Sólo ese rostro,
bello como la misma juventud,
helado, como los tiempos que corren,
incluso en Manga,
donde la luz es más bella
y todo parece dispuesto para que seas feliz
si, la vida, te lo hubiese advertido.
La vida, quiero decir la muerte,
que incansable
te esperaba detrás de la puerta,
repitiendo, como idiota:
Si todo vale nada,
el resto vale menos.



Oro del cuerpo

De estos labios
que te festejaron
te escapas.
Como en la canción
que oímos en
Place Gerson
mis manos que vistieron
de oro tu alma
han envilecido.
Recuerda los Balenciaga,
el tufo de Chanel,
las medias, veladas,
y los cortos rosados de Dior.
Ah, y ese vino de aguja:
Blanquette de Limoux.
La herrumbre del tiempo
te repugna.
No así el metal
que en la puerta
repica.
Eres bello.
Soy viejo.
Te amo.


Borges

Mi  viejo siamés,
ha encanecido
mejor que su  amo.
Tiene el bozo
color de la canela,
poco platica
y sus ojos azules
no delatan
ni odio
ni envidia
ni asco.
Pero no acepta
que Luna,
la chica que ahora le corteja,
más bella que Selene,
comparta el sueño
con este pobre viejo
que se ha rendido
a  los ardides
de la bella.
Antes, dormía
inmensamente  solo,
ahora
prohíben mi sueño
con sus desagrados.
¡Nadie sabe
para quien trabaja¡


Arce

Caen, en Salamanca,
las primeras hojas de un otoño
que no viviré.
Hojas de arce
que como yo
han perdido el vigor
que ofrece la juventud.
Pero pienso en ti.
En Cartagena de Indias
paseas ante el mar
la belleza de tus ojos
y mueves, esos tus labios,
que una vez besé.
Ahora, cerca de Madrid,
te envío estas líneas
testigos ciertos
de mi amor.
Tú, mi único refugio.
Tú, mi única esperanza.

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