(28 de mayo de 1877, Moguilov, Bielorrusia - 2 de marzo de 1939, Fontainebleau, Francia)
El viejo día
El viejo día sin meta quiere que vivamos
Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su
viento.
¿Por qué no quiere dormir siempre en el albergue de
las noches
El día que amenaza las horas con su palo de mendigo?
Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de
la vida;
Queridos pensamientos forman el paciente blancor de
los muros.
Y la piedad que ve que la dicha se aburre
Hace nevar el cielo vacío sobre los pobres pájaros
heridos.
No despiertes la lámpara, el crepúsculo es nuestro
amigo,
Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo
tiempo.
Si lo echases de nuestra habitación, la lluvia y el
viento
Se burlarían de su triste manto gris.
Por cierto, ah, si existe dulzura aquí abajo
Sólo puede estar en los viejos cementerios graves y
buenos
Donde ya no dice sí la debilidad, donde el orgullo
ya no dice no,
Donde la esperanza no atormenta más a los hombres
cansados.
Por cierto, ah, allá, bajo las cruces, cerca del mar
indiferente
Que sólo piensa en el tiempo pasado, los que buscan
Hallarán por fin sus almas de sonrisas ansiosas por
la espera
Y los seguros consuelos de las noches mejores.
Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,
Hay en mí pecho seres abandonados que tiritan de
frío.
Se diría realmente que toda la música está muerta
Y las horas son tan largas.
No, no quiero verte más como mi amiga:
Sólo debes ser algo, créeme, sumamente grato,
Humo en el techo de una choza, en el ocaso:
Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.
Posa tu dulce cabeza otoñal en mis rodillas,
cuéntame
Que hay un gran navío, muy solo, muy solo, mar
adentro;
No olvides decirme que sus luces tienen frío
Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.
Háblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.
Duermen en tumbas que no veremos nunca jamás,
Allá muy lejos, en un país color de silencio y de
tiempo.
Si volviesen, ¡cómo sabríamos amarlos!
En la taberna junto al río hay viejos huérfanos
Que cantan porque el silencio de sus almas les da
miedo.
De pie en el umbral de oro de la casa de las horas
La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y
el pan.
En un país de infancia...
En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando,
En una ciudad de latidos de corazones muertos,
(Arrullador estrépito de vuelos que comienzan
De aleteos de los pájaros de la muerte,
Chapotear de alas negras en el agua de muerte).
En un pasado fuera del tiempo, enfermo de encanto,
Los queridos ojos de luto del amor arden aún
Con suave fuego de mineral rojizo, con triste
encanto;
En un país de infancia vuelta a encontrar,
llorando...
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día.
¿Por qué, por qué me sonreíste en la luz vieja
Y por qué y cómo me reconociste,
Extraña joven de arcangélicos párpados,
De risueños, azulados, suspirantes párpados,
Hiedra de noche de estío en la luna de las piedras;
Y por qué y cómo, sin haber conocido nunca
Ni mi cara, ni mi duelo, ni la miseria
De los días, me reconociste tan repentinamente
Tibia, musical, brumosa, pálida, querible,
Por quien morir en la noche grande de tus párpados?
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día.
¿Qué palabras, qué músicas terriblemente viejas
Con tu presencia irreal tiemblan en mí,
Paloma obscura de los días lejos, tibia, bella,
Qué ecos de músicas en el sueño?
¿Debajo de qué frondas de soledad muy vieja,
En qué silencio, en qué melodía, en qué
Voz de niño enfermo volver a hallarte, oh bella,
Oh casta, oh música oída en sueños?
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día.
Los terrenos baldíos
¿Cómo llegaste a mí, tú, tan humilde, tan doliente?
Ya no lo sé.
Sin duda como el pensamiento de la muerte, con la
vida misma.
Pero, de mi cenicienta Lituania a las gargantas
infernales del Rummel,
De Bow-Street al Marais y de la infancia a la vejez,
Amo (como amo a los hombres, con un viejo amor
Gastado por la compasión, el enojo y la soledad)
esos terrenos olvidados
Donde crece, muy despacio aquí y allí muy rápido,
Como los niños blancos en las calles sin sol, una
hierba
De ciudad, fría y sucia, sin sueño, como la idea
fija,
Traída por el viento del cementerio, quizás
En uno de esos bultos de tela negra, lisa y
lustrosa, almohadas
De las viejas durmientes de los muelles, en los
terribles ocasos.
De toda mi juventud consumida en el sur
Y en el norte, retuve esto sobre todo: mi alma
Está enferma, de paso, como la hierba sedienta de
los muros,
Y la olvidaron, y la dejaron aquí.
Sé de uno al que da sombra un cedro del Líbano.
Vestigio
De algún hermoso jardín del amor virginal. Y yo sé
que el árbol santo
Fue plantado allí, antaño, en su tiempo justo, a fin
De dar testimonio; y el juramento cayó en la muda
eternidad,
Y el hombre y la mujer sin nombre están muertos, y
su amor
Está muerto, ¿y quién se acuerda acaso? ¿Quién? Tú,
quizás,
Tú, triste, triste ruido de la lluvia sobre la
lluvia,
O tú, alma mía. Pero pronto olvidarás eso y el
resto.
Y ese otro donde el fuerte viento, la lluvia y la
niebla tienen su iglesia.
Cuando llegaba el invierno de los suburbios; cuando
la barcaza
Viajaba en la bruma de Francia, ¡qué grato me era,
San Julián el Pobre, pasearme
¡Por tu jardín! Yo vivía en la disipación
Más amarga; pero ya el corazón de la tierra
Me atraía; y yo sabía que late no debajo del rosal
Mimado, sino allí donde crece mi hermana la ortiga,
obscura, abandonada.
Así pues, si quieres serme agradable —¡después!
¡lejos de aquí! Tú
Susurrante, desbordante de flores resucitadas, tú,
jardín
En el que toda soledad tendrá un rostro y un nombre
Y será una esposa,
Reserva al pie del muro cubierto de musgo cuyas
rajaduras
Dejan ver la ciudad Ariel en los castos vapores,
Para mi amor amargo un rincón amigo del frío y del
moho
Y del silencio; y cuando la virgen de pechos de
Tumím y de Urím
Me tome de la mano y me lleve allí, que los tristes
terrestres
Recuerden otra vez, me reconozcan, me saluden: el
cardo y la alta Ortiga,
y la enemiga de infancia belladona.
Ellos saben, saben.
Tomado de:
poeta infinito
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