Viaje menor
Recuerdo mi casa, ajena
en el vientre de Santiago
(y, como en suerte de mago,
extraigo la carta buena
de su olor): enorme, plena,
con su pasillo central
y esa guitarra de sal
que no tocó, que no toca.
Luego, silencio; a mi boca
sube un sabor de cristal.
Y veo a mi hermano sentado
en su rincón de la sala:
Lleva una herida (o un ala)
que desangra en el costado.
Veo el tesoro enterrado
en un cantero, y la tía
que muere de su agonía
sin final (triste y menuda).
Y allá en el fondo, esa viuda
desolación, madre mía.
Cuántos rostros familiares…
Gentes que vienen o van
como pedazos de pan
recién mordidos, impares.
Gentes como híbridos mares
donde aún navega mi infancia.
Retazos de esa fragancia
que me guardo en estos versos,
fantásticos universos
de dulce insignificancia.
¿Entiende el mar lo que hablo
cuando me llego a su orilla
y en la habitual maravilla
de sus almizcles entablo
un diálogo mudo, y hablo
conmigo mismo ante él?
No hay anclas ni timonel
para ese diálogo humano
que deja sal en la mano
y agua de sal en la miel,
o fluye bajo mi piel
hasta quedarse en el fondo.
Líquenes rojos que escondo
en un secreto bajel:
mi viejo barco, mi fiel
bajel de infancia. Si amar
es como morder o echar
al viento una red de plata,
¿por qué la angustia me mata
cuando hablo con el mar?
Diestra y siniestra
Aquí dejo mis manos, al alcance de todos:
sus yemas, sus nudillos, sus dientes apretados,
sus anchos equinoccios y esos montes poblados
por las múltiples formas de la inquietud y el modo.
Si sudan fuego líquido, si palpan al través
la soledad o el nardo de otra mano desnuda,
si posan a las cámaras para una estampa muda
que funde en sus imágenes el dorso y el envés;
si claman por caricias o se aquietan, neutrales,
tras pasar como inmensas tataguas agoreras
por los filos del ser; si construyen naciones…
siempre serán mis manos como absortos cristales
de acomodar el mundo, y a pesar de esa fiera
que acecha agazapada en tantos corazones.
Aquí dejo mis manos. Que las tome el que quiera.
¿Y qué olor tiene el amor?
¿Olor a sangre que llega
y a leche humana, y a siega
de millo fresco, a dolor?
Sorbo de lirios, fulgor
que abreva en copas de vino,
a la mitad del camino
toma resabio en la piel
y en un adiós de papel
sin capitán ni destino
echa su rumbo marino,
igual que un ancla que sube
y que se clava en las nubes
con su furor peregrino.
¿Qué olor a clavo y comino
se le ha prendido al olor?
Su intransferible rumor
huele a manía de besos.
¿Qué muerte lleva en los huesos?
¿Y la muerte, qué sabor?
Tomado de:
https://www.isliada.org/poetas/alberto-serret/
Si Dios existe
Si Dios existe es hembra y se deshace
como jazmín de carne bajo el beso.
Tiene la piel de añil y turbio yeso
y fue hecho para un fuego que lo abrace.
Si Dios existe es verde y transparencia
lo que hay hundido al centro de tus ojos.
Tiene tu voz, tus formas, tus antojos,
tus fuentes esenciales y tu esencia.
Creo tener a Dios entre mis brazos
mientras desato los oscuros lazos;
lo exprimo cuando aprieto tu cintura.
Si Dios es esto es húmedo y caliente.
Voy a guardarlo en mí, profundamente,
preso en mí, desterrado en mi ternura.
Tomado de:
https://juliocesarsrg.wordpress.com/2013/07/05/si-dios-existe-alberto-serret/
Campos de la mariposa
Los cuerpos, ah los dulces pobres cuerpos humanos
con su tronco y sus pencas, sus raíces desnudas
batiendo el aire: copas profanas que la noche
dotó de lenguas húmedas, de contráctiles manos
y huesos inconformes cuya existencia muda
sube a la piel, pujante, descerrajando broches.
Abatidos parecen casi banderas puestas
a hinchar la superficie de los horizontales
sentidos de la inercia, como lagos carnales
donde el placer arroja sus anclas imperfectas.
De pie, son el enigma constelado de grutas
y cúspides turgentes que florecen o estallan:
Mensajes de uno mismo donde las voces callan
y emprenden el ascenso por innombrables rutas.
Los cuerpos, ah los dulces pobres cuerpos humanos
llenos de lenguas húmedas, de contráctiles manos.
Tomado de:
http://serretalberto.blogspot.com/2013/07/poesia_9765.html
Primeras aguas de enero
No me dejes caer, amor. La espiga
teme al sol que la entibia o que la seca,
y el alma teme al alma, al alma hueca;
y el río a las barcazas enemigas.
No me dejes caer, amor. El hombre
teme al hondo cristal de la semilla.
Un espectro en sí mismo que se astilla,
el hombre es un dolor que mata al hombre.
Te lo advierto: si caigo, irás conmigo
oculta entre las mangas de mi abrigo,
grabada en el horcón de mi cintura.
Si soportamos, ya no habrá condena.
Seremos miel dual en su colmena:
una mano de doble empuñadura.
Tomado de:
http://projectzu.blogspot.com/2012/09/un-poema-de-alberto-serret.html
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