Mate
Como anciana que se mece
en el fondo del cité,
Dios pasa toda la tarde
solitario con su mate
sobre un eclipse de perros
que se duermen a sus pies.
Hábitos
Esta vieja costumbre en consecuencia
de amanecer cansado cada día con la cara de siempre,
el mismo aspecto
-cordero estupefacto, ino hay derecho!-,
la liturgia congénita de mirarme al espejo:
descubrirme in fraganti con peineta y dentífrico
-no asienta esa conducta en mansa bestia-;
conciencia de estar vivo y respirando -con qué
objeto, que sabes-,
y otras cosas que, por último, ahora no tolero:
la plena autonomía de mis gestos
y la fidelidad de mis zapatos.
Cualidad
Que mi rostro
siga
siempre
pálido:
así
nadie
sospechará
mi muerte.
Tomado de:
https://www.lacoladerata.co/cultura/armando-rubio-huidobro/
Fotografía
Si la vida consiste en poner caras
pondré unos ojos dulces
y labios sonrientes,
para que Dios, fotógrafo en las nubes,
complete su álbum familiar.
Monedas
Engominado, pulcro,
penetro en las iglesias
altivamente cirio
con mi cara de hostia
dominguera.
Y me arrodillo,
y me confieso, y me persigno,
y regreso a la calle
para comprar barquillos
con monedas hurtadas al abuelo.
Confesiones
Soy bestia umbilical, delgada y andariega,
con un aire de pájaro en la calle.
Atado a los semáforos
por ley irrevocable.
Suelo ser atacado por mis hábitos
y por los vendedores ambulantes
que me auscultan la cara
de bar destartalado y decadente.
Amo a la ciudad más que a nadie:
las calles y edificios,
noches pobladas de mamíferos
domésticos y astutos, que transitan por bares,
y beben, y comen, y se ríen, y se ríen, y se mueren.
Soy bestia siempre en celo,
pájaro individual, enfermo.
Confiado ciegamente en mis zapatos,
no me pierdo un detalle
de lo que está pasando, que es muy grave.
Me entristecen los hombres, me deprimen
sus orejas, sus dientes, y las blandas
extremidades; las ojeras;
y los rostros desérticos, tortuosos;
bigotes, anteojos, pelos, anillos, monedas;
cigarros defendidos contra viento y marea; el
fraudulento
pudor de las camisas;
y el orgullo, ese orgullo inconcebible…
Sobre todos,
los hombres que van solos por el mundo,
unánimes espaldas, hombros, rabia.
¡Voltear los autobuses, y tocarles
la oreja a los absurdos transeúntes,
saber de abuelas suyas y de hermanas,
y de la fecha atroz en que nacieron!
Cordialmente aborrezco
a los hombres de gafas, que saludan
suficientes, constreñidos,
con una mano blanda, lisa, como de nieve,
y se vuelven, y mueren
de cara ante el periódico;
a todos los que pasan
las horas entre muslos y aguardientes
perpetuando la fiesta de este mundo.
Extraña la ciudad cuando parece
no haber nadie, ni voces de Zutano o Mengano,
cuando una sombra inmensa, resollando
se descuelga de muros, y se manda cambiar,
de una vez por todas, hacia un patio sin hambre;
aunque haya transeúntes
con ojos de paloma y pecho duro,
y algunos que se tienden en las calles
con un olor a muertos
y a padre avejentado por sus sueños.
Ninguna novedad hoy en la tarde.
La ciudad y su curso inevitable.
Yo, bestia umbilical, pájaro enfermo,
he de seguir de noche
atado al parpadear de los semáforos,
a la misma ciudad donde parece
que ya no habita nadie.
Tomado de:
https://blogpoemas.com/armando-rubio-huidobro/
ISADORA
Isadora Duncan baila
en un café de París,
y un soldado arroja
la primera granada del catorce.
Aún se disputan la Tierra los hombres,
y renacen
Sordos clamores imperiales.
Con buen ojo el fabricante
arroja al mercado soldados de plomo,
y el cielo se puebla de pájaros extraños,
y se incendia el mar en artificios.
En Siberia cae la nieve sobre los zares,
y el mundo se asombra en los periódicos,
y las dueñas de casa recuerdan a Penélope.
Los hijos de Isadora
van por el Sena durmiendo,
y ella recuerda a su madre que naufraga en las
artesas
de algún suburbio de Nueva York.
Isadora danza descalza
con el último príncipe de Italia.
Isadora baila con el pueblo,
y el pobre señor Singer, amo de sastres y modistas,
rompe nuevamente los cristales de su casa
y los invitados huyen despavoridos al aeropuerto.
El hombre admite en los estrados
que la paz es negociable.
Pero ya la Tierra echó a rodar
su cauce decidido.
Ya la rueda enzarza el cuello
majestuoso de Isadora:
el último galán ya se la lleva,
y le ha puesto rojo beso en la bufanda.
Allá va gloriosa la granada
a socavar la arena.
A Isadora la esperan
sus hijos en el Sena;
los muertos de la guerra;
Esenin, el poeta.
Allá Nueva York erige sus piedras
entre heráldicas humaredas.
Pero Isadora baila en las trincheras,
¡Isadora Duncan está danzando por toda la tierra!
LAS NUBES
Niño,
las nubes no son de algodón;
las nubes son
el bostezo de Dios.
Niño,
las nubes no son un adorno;
las nubes
son un estorbo:
no nos dejan ver a Dios.
Tomado de:
http://paginadeandresmorales.blogspot.com/2010/08/poemas-de-armando-rubio-huidobro-chile.html
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