miércoles, 5 de agosto de 2020

POEMAS DE ARMANDO RUBIO HUIDOBRO


Mate

Como anciana que se mece

 

en el fondo del cité,

 

Dios pasa toda la tarde

 

solitario con su mate

 

sobre un eclipse de perros

 

que se duermen a sus pies.

 

 

Hábitos

Esta vieja costumbre en consecuencia

 

de amanecer cansado cada día con la cara de siempre, el mismo aspecto

 

-cordero estupefacto, ino hay derecho!-,

 

la liturgia congénita de mirarme al espejo:

 

descubrirme in fraganti con peineta y dentífrico

 

-no asienta esa conducta en mansa bestia-;

 

conciencia de estar vivo y respirando -con qué objeto, que sabes-,

 

y otras cosas que, por último, ahora no tolero:

 

la plena autonomía de mis gestos

 

y la fidelidad de mis zapatos.

 

 

Cualidad

Que mi rostro

 

siga

 

siempre

 

pálido:

 

así

 

nadie

 

sospechará

 

mi muerte.

Tomado de:

https://www.lacoladerata.co/cultura/armando-rubio-huidobro/

 

Fotografía

 

 

Si la vida consiste en poner caras

pondré unos ojos dulces

y labios sonrientes,

para que Dios, fotógrafo en las nubes,

complete su álbum familiar.

 

Monedas

 

 

Engominado, pulcro,

penetro en las iglesias

altivamente cirio

con mi cara de hostia

dominguera.

 

 

Y me arrodillo,

y me confieso, y me persigno,

y regreso a la calle

para comprar barquillos

con monedas hurtadas al abuelo.

 

Confesiones

 

Soy bestia umbilical, delgada y andariega,

con un aire de pájaro en la calle.

 

 

Atado a los semáforos

por ley irrevocable.

Suelo ser atacado por mis hábitos

y por los vendedores ambulantes

que me auscultan la cara

de bar destartalado y decadente.

 

 

Amo a la ciudad más que a nadie:

las calles y edificios,

noches pobladas de mamíferos

domésticos y astutos, que transitan por bares,

y beben, y comen, y se ríen, y se ríen, y se mueren.

 

 

Soy bestia siempre en celo,

pájaro individual, enfermo.

 

 

Confiado ciegamente en mis zapatos,

no me pierdo un detalle

de lo que está pasando, que es muy grave.

 

 

Me entristecen los hombres, me deprimen

sus orejas, sus dientes, y las blandas

extremidades; las ojeras;

y los rostros desérticos, tortuosos;

bigotes, anteojos, pelos, anillos, monedas;

cigarros defendidos contra viento y marea; el fraudulento

pudor de las camisas;

y el orgullo, ese orgullo inconcebible…

 

 

Sobre todos,

los hombres que van solos por el mundo,

unánimes espaldas, hombros, rabia.

 

 

¡Voltear los autobuses, y tocarles

la oreja a los absurdos transeúntes,

saber de abuelas suyas y de hermanas,

y de la fecha atroz en que nacieron!

Cordialmente aborrezco

a los hombres de gafas, que saludan

suficientes, constreñidos,

con una mano blanda, lisa, como de nieve,

y se vuelven, y mueren

de cara ante el periódico;

a todos los que pasan

las horas entre muslos y aguardientes

perpetuando la fiesta de este mundo.

 

 

Extraña la ciudad cuando parece

no haber nadie, ni voces de Zutano o Mengano,

cuando una sombra inmensa, resollando

se descuelga de muros, y se manda cambiar,

de una vez por todas, hacia un patio sin hambre;

aunque haya transeúntes

con ojos de paloma y pecho duro,

y algunos que se tienden en las calles

con un olor a muertos

y a padre avejentado por sus sueños.

 

 

Ninguna novedad hoy en la tarde.

La ciudad y su curso inevitable.

Yo, bestia umbilical, pájaro enfermo,

he de seguir de noche

atado al parpadear de los semáforos,

a la misma ciudad donde parece

que ya no habita nadie.

Tomado de:

https://blogpoemas.com/armando-rubio-huidobro/

 

ISADORA

 

Isadora Duncan baila

en un café de París,

y un soldado arroja

la primera granada del catorce.

 

 

Aún se disputan la Tierra los hombres,

y renacen

Sordos clamores imperiales.

 

 

Con buen ojo el fabricante

arroja al mercado soldados de plomo,

y el cielo se puebla de pájaros extraños,

y se incendia el mar en artificios.

 

 

En Siberia cae la nieve sobre los zares,

y el mundo se asombra en los periódicos,

y las dueñas de casa recuerdan a Penélope.

 

 

Los hijos de Isadora

van por el Sena durmiendo,

y ella recuerda a su madre que naufraga en las artesas

de algún suburbio de Nueva York.

 

 

Isadora danza descalza

con el último príncipe de Italia.

Isadora baila con el pueblo,

y el pobre señor Singer, amo de sastres y modistas,

rompe nuevamente los cristales de su casa

y los invitados huyen despavoridos al aeropuerto.

El hombre admite en los estrados

que la paz es negociable.

Pero ya la Tierra echó a rodar

su cauce decidido.

Ya la rueda enzarza el cuello

majestuoso de Isadora:

el último galán ya se la lleva,

y le ha puesto rojo beso en la bufanda.

Allá va gloriosa la granada

a socavar la arena.

A Isadora la esperan

sus hijos en el Sena;

los muertos de la guerra;

Esenin, el poeta.

Allá Nueva York erige sus piedras

entre heráldicas humaredas.

Pero Isadora baila en las trincheras,

¡Isadora Duncan está danzando por toda la tierra!

 

 

LAS NUBES

 

Niño,

las nubes no son de algodón;

las nubes son

el bostezo de Dios.

 

 

Niño,

las nubes no son un adorno;

las nubes

son un estorbo:

no nos dejan ver a Dios.

Tomado de:

http://paginadeandresmorales.blogspot.com/2010/08/poemas-de-armando-rubio-huidobro-chile.html


No hay comentarios.:

Publicar un comentario