viernes, 21 de agosto de 2020

POEMAS DE HERMANN BROCH

(1 de noviembre de 1886, Viena, Austria - 30 de mayo de 1951, New Haven, Connecticut, Estados Unidos)

Voces
 
1913

 

 

 

Mil novecientos trece. ¿Por qué tienes que hacer

poesía?

Para descubrir otra vez mi juventud.

 

* * *

 

Un padre y un hijo siguen juntos su camino

desde hace muchos años: Estoy muy cansado,

dice el hijo de pronto, ¿a dónde nos lleva todo esto?

Desde el comienzo todo es cada vez más sombrío,

nos amenazan tempestades y a nuestro alrededor

anuncian su peligro fantasmas, multitudes y demonios.

El padre contesta: El progreso avanza

hacia el más hermoso de los caminos, y ¡quién se atreve

a turbarlo!

Tú lo entorpeces con tus dudas y con tu mirada cobarde,

¡cierra ya los ojos y avanza con fe ciega!

El hijo responde: El frío me invade,

¿acaso no has sentido nunca una pena profunda?

¡Oh, date cuenta!, cabalgamos en sombras.

¡Oh, date cuenta!, nuestro progreso no es más que una

huella,

el suelo se hunde bajo nuestros pies y nos arrastra,

damos vueltas sobre un torbellino como plumas sin

peso.

Nuestros pasos son engaño y les falta un espacio.

El padre contesta: ¿Acaso el avanzar del hombre

no le lleva siempre a espacios infinitos?

El progreso conduce a un mundo sin fronteras,

tú en cambio lo confundes con fantasmas.

Maldito progreso, dice el hijo, maldito regalo,

él mismo nos cierra el espacio,

sin dejar que nadie avance,

y el hombre sin espacio es un ser ingrávido.

Éste es el nuevo rostro del mundo:

El alma no necesita progreso,

pero sí en cambio precisa gravidez.

El padre sigue avanzando e inclina la cabeza:

«Un polvo reaccionario cubre a mi hijo».

 

* * *

 

¡Oh, primavera otoñal!

Nunca hubo primavera más hermosa

que aquella primavera de otoño.

Floreció la tranquilidad más amorosa,

aquella que existe antes de la tempestad.

El pasado surgió de nuevo,

y también la disciplina.

Hasta el dios Marte sonreía.

 

* * *

 

De todos los sufrimientos que los hombres se infligen

entre sí,

no es la guerra el peor mal,

es sólo el más absurdo

y padre de todas las cosas.

Y el mundo de los hombres

ha heredado de la guerra la insensatez,

que está incrustada inextirpable en su carne.

Dolor, ¡oh, dolor!

La insensatez no es más que falta de imaginación,

ridiculiza lo abstracto, habla absurdamente de cosas

santas,

del suelo y del honor de la patria,

de mujeres y niños a los que hay que defender.

Pero si se halla ante lo concreto, entonces enmudece

y es incapaz de imaginar los rostros,

los cuerpos y los miembros desgarrados de los hombres,

así como el hambre que en mujeres y niños ella misma

ha despertado.

Así es la insensatez, merecedora de la piedad de Dios,

la insensatez de los filósofos y de los poetas,

que hablan, sin saber, de espíritus sangrantes, de bocas

babeantes,

y de la santidad de la guerra.

Pero deben evitar las banderas ondeantes de las

barricadas,

pues allí acecha la verborrea abstracta,

la falta de responsabilidad sangrienta y sanguinaria.

Dolor, ¡oh, dolor!

 

* * *

 

En el espacio al que no podía darse este nombre,

porque era la sede de todos los ángeles y de todos los

santos,

allí habitó una vez el alma.

Y no necesitaba suelo ni firmamento ni progreso,

pues sus pasos eran el infinito, sostenido desde lo alto,

sumergidos en la maraña de lo eternamente perfecto.

Pero cuando el infinito llamó al espíritu,

tuvo éste que volver al espacio de lo real

y conquistarlo y admitir altura, anchura y profundidad

como formas ineludibles del ser.

Así fue como el saber se transformó en progreso,

bañado en sangre, en torturas y en obligaciones.

Y su nuevo comienzo, confuso, herético, embrujado,

desgarrado en sus creencias por la barbarie,

torturado sin compasión por los infiernos

y sin embargo ampliamente humano,

estaba abierto al conocimiento y a la investigación

y en las imágenes del mundo descubrió un nuevo

infinito.

Es el mismo juego de otros tiempos:

el infinito, casi poseído por el espíritu,

escapa hacia espacios extraños

hasta el borde del conocimiento,

allí donde la palabra enmudece y los sueños se hielan,

donde el sonido se apaga y la misma imagen se esfuma.

La medida no es allí medida ni vale ningún juramento,

es la maleza de los sin destino,

una proliferación monstruosa

que confunde la lejanía con lo cercano,

un burbujeo de caldera embrujada

que confunde el calor con el frío.

Y surge un nuevo espacio, sin espacio ni medida,

el espacio del nuevo tiempo,

que se abre otra vez a las torturas —¡oh, cuánto sufre

el corazón!—,

que se abre otra vez a las guerras —¡oh, pecados y

más pecados!—,

a fin de que el alma del hombre resucite.

 

* * *

 

Ésta es la gran época de la juventud burguesa

que sólo piensa en el dinero, en el amor y cosas

semejantes,

mientras pretende renunciar a todo lo demás

uniendo su mundo a otros mundos mediante simples

problemas de celos.

Dios es un requisito que se usa en poesía,

y la política, en otros tiempos virtud de príncipes,

no es más que vileza para aquel que hojea el periódico,

pues la considera un pecado del pueblo,

y esto le libra de obligaciones.

Así se creó mil novecientos trece,

con un ruido exento de alma y con gestos de ópera,

y sin embargo lucía el suave y hermoso arco iris de

siempre,

aliento del rito del amor y eco de grandes fiestas de

antaño,

cuellos almidonados, corpiños, encajes,

¡oh encanto de las faldas acampanadas!,

¡última y dulce despedida del barroco!

 

* * *

 

Hasta lo que sobrevive en el tiempo y carece de color

adquiere, al despedirse, el suave tinte de la melancolía,

¡oh, tristeza del pasado!,

¡oh, Europa, oh, milenios de Occidente!

La vida estructurada de Roma y la sabia libertad de

Inglaterra

se ven desde ahora amenazadas y puestas en

contradicción,

y surge de nuevo el pasado,

el apacible orden de los símbolos de la tierra,

en los cuales —¡oh, iglesia poderosa!—

se refleja y se expande el infinito,

imagen del universo en reposo de triple acorde

dentro de sus lentas soluciones y armonías.

Y ésta fue precisamente la dignidad de Europa,

impulso controlado, presentimiento del todo,

que mira hacia arriba siguiendo las líneas progresivas

de una música

—¡oh, cristiandad de Sebastián Bach!—

y que como el ojo de este mundo

se impregna de cuanto en el otro existe,

de forma que se cumplan

tanto los lazos de allá arriba como los de aquí abajo.

Y el acontecer que sigue el orden tradicional, y la

libertad,

se extienden de símbolo en símbolo

hasta el sol más escondido del universo occidental.

Y se evidencia de pronto que nada cambia,

que las imágenes carecen de conexión, inmutables en

su rapidez,

que apenas hay símbolos,

y que el finito y el infinito a la vez

amenazan la atrayente disonancia.

El triple acorde, tradición en la que ya no se puede

vivir,

se vuelve ridículo e insoportable;

el Elíseo y el Tártaro se precipitan uno en otro

y ya no se pueden distinguir.

Adiós, Europa. La bella tradición ha terminado.

 

* * *

 

Din-dón, gloria.

Nos vamos a la guerra

sin saber por qué,

pero quizá resulte divertido

yacer en la tumba

junto a los cuerpos de los hombres.

La amada queda callada en casa

y llora amargamente,

pero el soldado se burla heroico

de las lágrimas de mujer,

cuando ante el enemigo

estalla el cañón

con din-dón gloria.

Aleluya, aleluya.

Nos vamos a la guerra,

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/147-067-hermann-broch?showall=1

 

MISTERIO MATEMÁTICO

 

 

Con mesura se abre lo inconsciente

Y en lo infinito el mundo alza su vuelo.

Siento cómo el juicio se pronuncia;

Con admiración sigo su curso.

Sostenido en un solo concepto

Se erige vertical un edificio:

Y se une a miríadas de estrellas

Que una divinidad lejana alumbra.

El Yo, por fuerza, ha de reconocer

Que sólo contiene la verdad en la forma

Y puede consumirse en esta llama fría.

Pero aunque sean innumerables las manifestaciones de la forma,

Nada puede separarlas de la unidad.

En la más profunda profundidad aparece, soleado, el mundo.

(1913)

 

AMOR INCIPIENTE

 

 

El sentimiento sigue estando

tan cerca y tan lejos de nosotros

como un viejo juego de niños.

Lo que un día vivimos como en sueños

y nunca más vislumbramos,

lo buscamos en nuestro amor

y ofrecemos, temblorosas, las manos.

(1914)

 

 

 

CUATRO SONETOS SOBRE EL PROBLEMA METAFÍSICO DEL CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD

 

 

 I. Maldición de lo relativo

 

 

¿Siento el asombro? ¿Se asombra mi yo?

De qué frontera vienes tú,

Pensamiento, ¡profundísima casualidad!

Me balanceo en el espacio de la muerte.

Vociferante y eterno, Ahasvero.

Equilibrio que oscila, como imagen frenética,

Ciega es la costa que te quiebra,

Palabra contemplativa en el mar del pensamiento,

Espejo irónico del hundimiento más infinito…

Pero, mira, la palabra quiere revelarse

Como proporción sonriente de una señal suspendida

Y en el sentimiento de formas infinitas

Debo, cobarde, permitir que me salve una fulguración de mundos,

Como si yaciera en unos brazos femeninos.

 

 II. Eros triste

 

 

De nuevo debemos experimentarnos en el sentimiento

E inclinar mutuamente nuestros labios

Y humillar nuestras pobres soledades

Para que busquen juntas lo eterno.

De la dualidad de nuestra vida cotidiana ha de surgir

La unidad del todo, los esfuerzos más humanos

Y la espera sosegada en las jerarquías de Dios,

Que en el sentimiento quiere mostrarse presintiendo.

Pero tímidamente se desatan de nuevo las manos

Que se juntaron para tal trascendencia,

Y estremeciéndonos desatamos los miembros enredados como los de los animales:

Sabemos ya en el placer que somos intercambiables

Y un azar procedente de los altibajos

De la simetría entretejida en el meandro eterno de Eros.

 

 III. El cómico

 

 

Los cráneos escupen seriamente palabras en el aire,

Seriamente se logra así la inteligencia;

El espacio vacío se enmadera a diario

Y yo cuelgo dentro, solo y sin nombre:

La imagen de la vida se desliza en el círculo más lejano

Y no es espantosa ni cómica, no:

El tiempo del mundo está lejos —¡Ea!, qué infinitamente pequeña

Emana la frialdad vacía de su gesto de cine.

¡Dónde está lo sagrado en una noche así!

¡Dónde está la salvación del bostezo angustiado!

Oh, mujer, te grito desde mi anhelo de mundos,

Oh, que la profundidad de tu aliento pliegue con calma la noche:

Así, me inclino sumiso sobre tus patas

Y en mi fiebre caen frías obscenidades.

 

 IV. Niveles del éxtasis

 

 

Deben besarse de nuevo nuestros labios,

Lo que los conceptos nos asesinan continuamente:

Vivencia, ser-yo, mundo, se ha vuelto durante mucho tiempo abstracto,

Vislumbrando algo hermoso, sólo podemos conocer

Y conociendo buscamos un yo, siempre oculto,

Que sólo tiene el poder de borrar fronteras,

Que eleva el oscuro placer a lo creativo

Del puro éxtasis de una mañana jamás lograda:

En él la unidad puede desplegarse en el todo

Y una dualidad formar el mundo de Dios…

Cercano en el buscar pero eternamente alejado…

La fuerza del origen hace señas con manos suaves.

Ondea una cinta de primavera, y nos quiere devolver

El olvidado sueño del país de la infancia.

(1915)

Tomado de:

https://ellaberintodelverdugo.blogspot.com/2014/11/hermann-broch-poesia.html

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