martes, 25 de agosto de 2020

POEMAS DE CARMEN CONDE

(15 de agosto de 1907, Cartagena - 8 de enero de 1996, Madrid, España)
(imagen tomada de internet)



Ausencia del amante

 

He vuelto por el camino sin hierba.

Voy al río en busca de mi sombra.

Qué soledad sellada de luna fría.

Qué soledad de agua sin sirenas rojas.

Qué soledad de pinos ácidos errantes...

Voy a recoger mis ojos

abandonados en la orilla.

 

Canto al hombre  

 

Cuando eres, como ahora, hermoso y fuerte,

yo te amo.

Cuando el viento se doblega para ti,

cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo.

Yo te amo por osado,

y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces

tu hermosura y tu valor. Por derramado.

Firme tú sobre las nubes, navegando los espacios.

Duro tú sobre las aguas, descollante tu estatura

en lo azul del océano... Hombre joven que lo afrontas

cual un elemento más, siendo tú el lazo

de elementos de creación. Yo así te amo.

 

Desde lejos y despacio, torpemente en el comienzo,

tu andadura cada siglo acelerando...

así has llegado.

Y ya domas a los mares y a los cielos; los cabalgas

como potros tan salvajes como fuiste. A los astros

los asedias sin temor. Igual que un astro, que otro astro

participas del secreto compartido, constelando

como ellos mi cenit. Hombre, te amo.

 

Yo te amo y te contemplo, yo te admiro y yo te exalto.

E ignorando cómo cantan los arcángeles, te canto.

Mientras seas como eres, una luz entre las sombras,

una luz sobre los bosques, un clamor desde los labios;

mientras cantes y sonrías, esperanza de otro tú

ya menos agrio,

hombre joven, hombre fuerte, hombre hermoso,

yo te amo.

 

Aunque guardas en tus ojos viejas piedras del basalto

que formaba las murallas de Proverbios y del Cántico,

ya despierta tu mirada a la ternura

enajenados resplandores fugitivos de piedad por lo creado.

Como un hacha cortas tú, y eres tan blando

que te rayan las plegarias y el amor.

Eres compacto

y flexible, quebradizo, vulnerable...

¿De qué rayo fulminose lo divino contra ti?

No te ha abrasado ni la cólera de Dios, ni su contacto.

Sobrepasas a tu propia lava impura, en sobresalto

de promesas y derrotas... Ajeno y amplio

como tierra y como el mar, como el espacio.

 

Pero, hermoso; pero, audaz. Loco de siembras

que, no estrellas sino mundos, vas hincando.

Empujaste las cavernas, destrozaste las pirámides,

desecaste los diluvios, apagaste los volcanes,

arrancan dando del planeta a los bienaventurados.

¡No volvías la cabeza de oro puro a lo pasado!

Por cruel y por ardiente, yo te amo.

 

¿Quién no aleja para ti lo que has huido;

quién no llora por tu amor lo que has matado?

Nunca yo que te contemplo; nunca yo

que me he entregado

a la sangre y al gemir de tantos duelos

como pueblan tu yacer y tus contactos.

 

Ahora, no. Que te liberas y me llevas por el aire,

confiando

en tu propia inteligencia, en tu arrebato.

¡Ah, los vuelos que gobiernas con sonrisa

y dócil mundo

de instrumentos que tú mismo has inventado!

Y te sirven, como sirven los esclavos.

 

No desciendas, no me abatas. Hombre amado,

te sostengo y me sostiene un interminable rapto.

No eres rojo ni eres negro. Eres blanco,

el fúlgido centellear de intactos arcos.

¡Atrévete con el Bien, sujétalo con tus brazos!

 

Hermoso varón que tanto presentía

y que he soñado.

Porque eres mi mejor yo, he ahí por qué te amo.

 

No te quiero cuando débil, sometido, acobardado.

Aunque torvo si acometes, más te busco despiadado

que humillando la cerviz como un toro sin sus mandos.

 

Que eres viejo, bien lo sé. Sé que debajo

de esta túnica de piel que te envuelve,

estás cansado de los siglos de rodar

para ver de Dios el brazo

que fulmina y que fulmina... Y, ¿no es cansancio

contemplar cómo te hundes en mi vientre,

deslizando tu niñez y tu vigor entre mis flancos

para luego desgajármelos despacio...?

 

¡Ah, si halláramos la brisa, si encontráramos el látigo

que flagela y que consuma a los más enamorados!

¡Por todo lo que venciste van tus piernas

de cobre forjando ajorcas para sujetar tu paso,

criatura que apretaría eternamente entre mis brazos!

Más allá de la vida y de la muerte,

Hombre, te amo.

 

Confusión

 

Ahora empezarás, mi vida,

a no dejarme vivir.

A que los días y sus noches sólo sean

el ahogo feroz de tu encuentro.

De tu incorporación a mí,

de tu revestimiento de mí.

A que mi sangre no sepa detenerse sola,

y se arroje a la tuya, a ti,

con la furiosa alegría de amarte,

del éxtasis de saberse tuya;

y de la angustia,

del tremendo milagro oscuro

¡que es pertenecerte!

 

Ahora sí; ahora.

Cuando no me busca nadie, ni yo busco.

Porque tu voz llena de altos ecos la tierra,

y tu olor los jardines más sombríos,

y de tu pecho caen las campanas de mis deseos

de ti, de mí que por ti me recobro

y aprendo, vida mía, alma mía, amor,

que es verdad que soy de carne,

que es verdad que duelo,

y gozo, y sufro, y grito

porque soy tuya.

 

¡Momento agotado del mundo,

éste en que te sé lejos de mí!

 

Apúralo todo, regresa a nuestro abismo

y déjame en ti sumida,

fuerza que se te dio sin lágrimas

de rebeldía; aunque con llanto de violencia

por verse tuya,

yo que no era de nadie,

¡ni siquiera mía nunca!,

esclava tuya, entregada tuya, amante.

 

 

Cuán delicada luz es la del joven...

 

¡Cuán delicada luz es la del joven

y qué perfumada sombra la suya

junto a la mía, opaca, envolviendo el ascua

del indomable anhelo!

¡Cuánta fragilidad en su paso,

en su atención a lo inaudible

que le atrae desde mi distancia...!

 

Joven y lejano, remoto y esperanzado

muchacho que inauguras vacilante

tu diálogo conmigo.

No quiero respirar por no mustiarlas,

por no despojarte de hojas;

porque me gusta el verdor que trepa ávido

alcanzándote los ojos.

 

Limpios ojos tuyos, sin cenizas

de hogueras; sin racimos

de imágenes temblorosas.

Ojos tuyos intactos,

sobre tu boca que no prometió

ni mintió seguridades.

 

Y tu pecho nuevo y fresco,

la yerba olorosa de tu cabeza,

la firme inseguridad de tu paso...!

 

No duelo nostalgia de juventud;

si fuera joven no te amaría.

Es porque llevo tiempo en el corazón

y en las sienes,

por lo que tú, inesperado joven,

apareces adorablemente imposible.

Un chopo junto a la orilla

de mi agua cargada de paisajes

oscura de cielo oscuro de amanecer.

 

O un delicioso caballo moreno

piafando en los tréboles húmedos.

La copa del árbol que verdea alegre

arriba del oro otoñal que se deshoja

enfriando los jardines.

 

Eso eres tú. Te oigo afirmar que eres futuro

mientras no hay un presente que te ignore

ni te iguale, del cielo a la tierra!

 

Bendito sea el arranque

de tu vida deslumbrada y cálida,

ansiosa de apartar lo que conoces.

Corre, huye, no detengas tu paso

junto a ninguna fuente.

No mires los estanques -mis ojos-,

ni siquiera los ríos -mis brazos-,

muchísimo menos la mar:

mi boca fría y melancólica.

 

Espérate a ti mismo

en las locas encrucijadas del futuro.

¡Vete ya contigo!

 

¡Cuán dulce es el saber que eres ligero,

y sin memoria y sin piedad;

que eres un ciervo atravesando los montes!

Ágil muchacho esquivo,

impreciso y cierto, vulnerable y duro

como una palabra

que no me atrevo a decirte...

Como una pena inesperada

que me acumula el corazón.

 

Desierto Sájara

 

Sí. Yo tuve un mar sobre mi arena.

Un mar grande sin límites, compacto.

La tierra de oro que abrasa soledades

estuvo henchida augusta del mar que ya no soy.

 

Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,

movíanse las naves arriba de mis olas.

Pues yo era el mar que hervía sobre la arena rubia,

la arena saturada que hoy clama por su agua.

 

¡Oh el mar aquí fantasma, el mar que finge el viento,

desmelenando dunas, al aventar mi arena!

¡Ay mar del agua espesa, la que corpórea y dura

ansían caminantes de mi desierto blando!

 

¿Qué arcángeles de fuego evaporar pudieron

tanto mar que hube, llevándolo a un abismo?

Es mi arena abrasada la más sedienta boca

que clama por un agua que le bebieron dioses.

 

Los hombres me caminan, soñándome poblado

de aquel mar que fue mío, el mar sobre el desierto.

Yo les mullo mi carne, les recibe mi arena

y se quejan de sed junto a mi sede sin huelgo.

 

¡Ay mar de mi génesis, el mar que me escurrieron

a una zanja de llamas: cuánto pesa la arena!

 

Dominio

 

Necesito tener el alma mansa

como una triste fiera dominada,

complacerle con púas la tersura

de su piel deslumbrada en mansedumbre.

 

Es preciso domarla, que su fiebre

no me tiemble en la sangre ni un minuto.

Que la aneguen los fuegos del aceite

más espeso de horror, y que resista.

 

¡Oh, mi alma suave y sometida,

dulce fiera encerrándose en mi cuerpo!

Rayos, gritos, helor, y hasta personas

acuciándola a salir. Y ella, oscura.

 

Yo te pido, amor, que me permitas

acabar con mi tigre encarcelado.

Para darte (y librarme de esta furia),

una quieta fragancia inmarchitable.

 

En la tierra de nadie

 

En la tierra de nadie, sobre el polvo

que pisan los que van y los que vienen,

he plantado mi tienda sin amparo

y contemplo si van como si vuelven.

Unos dicen que soy de los que van,

aunque estoy descansando del camino.

Otros "saben" que vuelvo, aunque me calle;

y mi ruta más cierta yo no digo.

Intenté demostrar que a donde voy

es a mí, sólo a mí, para tenerme.

Y sonríen al oír, porque ellos todos

son la gente que va, pero que vuelve.

Escuchadme una vez: ya no me importan

los caminos de aquí, que tanto valen.

Porque anduve una vez, ya me he parado

para ahincarme en la tierra que es de nadie.

 

Encuentro

 

¡Gloria de tu hallazgo!

Bautismo inicial de la primavera

en oleaje de pájaros.

 

Se movieron las selvas inefables.

Se deshizo el otoño de sus plumas

cubriendo inviernos cándidos.

 

Venías tú, gentil criatura,

desnudando los ríos a tu paso.

 

Entrega

 

Guardaré mi voz en un pozo de lumbre

y será crepúsculo toda la vida.

 

Ya girarán más leves los cuchillos

porque no encontrarán dónde herirme.

Erguida de rocíos negros,

para ti cantaré.

 

¡Que no me busquen los sin vista,

que no me llamen los ahogados,

que no me sientan los que huyo!

 

A mi soledad de reflejos,

amor,

sólo tú.

 

Fuga en los jardines

 

Las más jóvenes, deseándoos, avanzan

por estas avenidas de árboles fragantes.

Evaden primavera que a las flores oxida

con un ardor oliendo a frutas, a corceles. ..

¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes

entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!

Exigen que las amen, que las sigan corriendo

para volcarles júbilos sobre la orilla ebria.

 

¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!

Estos grandes varones de los pechos revueltos

ansían desgranaros, ¡oh mazorcas crujientes!,

con su hambre de bocas y su hambre de frutos.

Hasta el río, que es tajo delimitando sueños,

huele a amor ya festines...

 

Han temblado los álamos al estallar unánimes

los oscuros latidos de dobles ruiseñores.

Los regazos del musgo, el frior de los juncos,

contemplando el encuentro aceleran su verde.

Es un cántico trémulo, en gargantas sorbido

por el amor abierto en mitad de la selva.

 

¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita

el ardor de cogeros, suyas todas, a hombres

que de fieros esgrimen el ademán tan sólo!

Y envolveos en ropas de blanco lino puro

para mojar con ellas esos cuerpos calientes,

y amanecer ceñidas, ante el amor que vibra,

por el celo del agua posesor de las vírgenes.


Gracia

 

Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.

Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.

Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes

para que yo los coja y lleve por el viento.

 

Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra

desliza por mis plantas sus tibias humedades;

y un arroyo no nace si una mujer no quiere

que le ciña las piernas con su lienzo delgado.

 

Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.

Aprender todo eso me ha costado la vida.

Y os la dejo en el mármol, por si alguno la hallara

y quisiera saber cómo se olvida tanto.

 

Hallazgo

 

Desnuda y adherida a tu desnudez.

Mis pechos como hielos recién cortados,

en el agua plana de tu pecho.

Mis hombros abiertos bajo tus hombros.

Y tú, flotante en mi desnudez.

 

Alzaré los brazos y sostendré tu aire.

Podrás desceñir mi sueño

porque el cielo descansará en mi frente.

Afluentes de tus ríos serán mis ríos.

Navegaremos juntos, tú serás mi vela,

y yo te llevaré por mares escondidos.

 

¡Qué suprema efusión de geografías!

Tus manos sobre mis manos.

Tus ojos, aves de mi árbol,

en la yerba de mi cabeza.

 

Hay dolores fluidos, del color de la sangre...

 

Hay dolores fluidos, del color de la sangre,

que transcurren del pecho dulcemente, ligeros.

Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos

que poco a poco empapan hasta un henchirnos ebrio

 

Dolores de locura, como vinos malditos

que nos arrojan, ciegos, a la plétora turbia

de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!

 

¿Y ese dolor viscoso, como un líquido negro,

y espeso y resbalante, sangre densa, ya muerta,

que avanza por el suelo de nuestro ser...,

que avanza y deja frío el marmóreo piso

que somos, rezumándolo, los que estamos dolientes;

Dolores que acribillan esta piel vulnerable

del alma en desamparo, cuando Él no la escuda;

dolores que nos hacen poco a poco insensibles,

dolores sin un pliegue, dolores de coraza.

 

¿Y ese dolor compacto, cuajarón de betunes

que el fuego derritió y ahora va despacio,

dejándonos teñidos de una noche sin alba?

 

¡Ese dolor del preso, del que espera su muerte

cogido por grilletes, por cadenas sin quiebro!

Ese dolor del cuello que se espera tajado

por un hacha que corta aunque una madre rece.

 

Ese dolor tan ancho, tan creciente, es el mío:

el que mi nuca sufre quedándose sujeta

por la masa de sangre negra, muerta, incesante...

 

¡Parad el mundo ciego, paradlo en la mañana

de una mañana abierta como una rosa entera!

¡Pararos, por piedad, que mi dolor se vuelca

y toda soy un charco de gritos de agonía!

 

Hombre con violín

 

Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo

como la vena firme de una canción muchacha.

Van celándola dulces, con los ojos cerrados,

todos brasa y suspiro del ensueño que llueve

diminuto rocío de aprisionadas flores

en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos,

aun con hojas y aromas del encendido bosque.

 

Un violín es la voz de una fuente con viento

a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos,

lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos

como hierba que sube por el tronco de un árbol,

mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas

y la otra recorre con el arco un zodíaco.

 

En rubio; huele a nardo en la noche con luna,

y de jazmines siembra la abandonada tarde.

Tan delgado y ligero como fueron las ninfas,

sinuoso y con algas, como verde sirena.

Es la voz que prefiere la primavera fría.

Y al otoño le cuenta que se fueron las aves.

Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos

en los violines junta con las plumas los nidos.

Tomado de:

http://amediavoz.com/conde.htm

 

Amante

 

Es igual que reír dentro de una campana:

sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.

Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo

y yo te transparento: soy tú para la vida.

 

No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.

No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya

esta mortal ausencia que se duerme en mi boca,

cuando clama la voz en desiertos de llanto.

 

Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,

y el amor se consuela prodigando su alma.

Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,

y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.

 

Solamente tú y yo (una mujer al fondo

de ese cristal sin brillo que es campana caliente),

vamos considerando que la vida…, la vida

puede ser el amor, cuando el amor embriaga;

es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;

es, segura, la luz, porque tenemos ojos.

 

Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres

de desear y ser mucho más que la vida…?

No. Ya lo sé. Todo es algo que supe

y por ello, por ti, permanezco en el Mundo.

 

Hallazgo

 

Desnuda y adherida a tu desnudez.

Mis pechos como hielos recién cortados,

en el agua plana de tu pecho.

Mis hombros abiertos bajo tus hombros.

Y tú, flotante en mi desnudez.

 

Alzaré los brazos y sostendré tu aire.

Podrás desceñir mi sueño

porque el cielo descansará en mi frente.

Afluentes de tus ríos serán mis ríos.

Navegaremos juntos, tú serás mi vela,

y yo te llevaré por mares escondidos.

 

¡Qué suprema efusión de geografías!

Tus manos sobre mis manos.

Tus ojos, aves de mi árbol,

en la yerba de mi cabeza.


El universo tiene ojos

 

Nos miran;

nos ven, nos están viendo, nos miran

múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,

desde todos los rincones del mundo. Los sentimos

fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.

Y, a veces, nos asfixian.

 

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos

de las interminables vigías acosan y extenúan.

Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;

pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.

 

Para que vieran,

para que viéramos frente a frente,

pestañas contra pestañas, soslayando el aliento

denso de inquietudes, de temores y de ansias,

la absoluta visión que todos perseguimos.

 

¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,

coincidiendo en la fluida superficie del espejo!

 

Nos mirarán eternamente,

lo sabemos.

Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales

en tomo a la misma criatura intacta

que rechaza a los ojos que ha creado.

¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,

hizo aquellos y estos innumerables ojos?

Tomado de:

https://okdiario.com/curiosidades/mejores-poemas-carmen-conde-2989356

 

Declaro que se ha muerto y que su tumba

Declaro que se ha muerto y que su tumba

está dentro de mí; soy su mortaja.

A nadie se enteró porque su tránsito

descanso fue de locas esperanzas.

 

Rodean el contorno de esta fosa

—caliente está la vid que escala muros—

los pámpanos más tiernos y jugosos

que arrancan del silencio su tumulto.

 

Canción al hijo primero

Hijo de la tierra,

te arrojó el Jardín.

Aunque veas sombras

no quieras lucir.

 

Tu madre era bella,

la secan los vientos.

Tu madre era tierna,

se quema en el yermo.

 

Tu madre mordía

la flor del manzano,

cuando el hombre puso

tu vida en su mano.

 

Tu madre sembraba

contigo el centeno,

cuando tú bebías

la leche en su cuenco.

 

Hijo de la ira

de Dios implacable.

No podrá salvarte

del odio tu madre.

 

No duermas, vigila.

No duermas, despierta.

Te amenaza fría

la heredad desierta.

 

Te persiguen ojos

sin dulce descanso.

Te aborrece eterna

del Creador la mano.

 

Las gacelas corren:

correrás tú más.

Los leones saltan:

tú debes saltar.

 

Los arroyos huyen:

tú tienes que huir.

Aunque yo lo quiera,

¡no puedes dormir!

 

No duermas, escucha.

No duermas, acecha.

Silbarán las aves

sobre ramas ebrias

 

para hacerte leve

esta oscura tierra.

Escúchame, hijo:

no duermas, no duermas...

 

Por todos los siglos,

¡no duermas,

                         no duermas!


Ofrecimiento

Acércate.

Junto a la noche te espero.

 

Nádame.

Fuentes profundas y frías

avivan mi corriente.

 

Mira qué puras son mis charcas.

¡Qué gozo el de mi yelo!

Tomado de:

https://www.poeticous.com/carmen-conde?locale=es

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