( 20 de agosto de 1895 - 4 de febrero de 1931, Madrid, España)
Manifestación de hambre
Un frío domingo antipático
vi un lijoso y doliente enjambre:
en un paseo aristocrático
una manifestación de hambre.
Fue en la
Castellana elegante,
jardín de modas y arrumacos,
donde resuena extravagante
la sandez de los currutacos.
Pobres
obreros miserables,
mujeres, ex—hombres gorkianos,
niños de faces espantables,
todos asidos de las manos,
formando
sartas de miseria,
henchidos de un rencor de infierno.
¡Inanición, ira y laceria
entre la bruma de un invierno!
Cielo gris de
un día holgazán,
ausencia de oro y de arrebol,
y gente huérfana de pan
en la ciudad viuda de sol.
La Castellana
era aquel día
de famélicos peregrinos.
¡Escaparate de cursilería
de niñas bobas y sietemesinos!
El menestral
de ojos de lumbre
fruncía el ceño en fuerte arruga,
y subía la muchedumbre
ondulante como una oruga.
Y la
almibarada inconsciencia
mirábalos con repugnancia,
sin saber que era una advertencia
que hacía el Hambre a la Elegancia.
Puros perfiles
de medallas,
damiselas de porte rico,
como mujeres de pantallas
o de países de abanico,
¿no os asustó
en el sucio fango
la Multitud, plural vestiglo,
rosas de «tennis» y «te tango»
de la maceta de este siglo?
Orlas de
nutrias y de encajes
tenía la mueca melancólica;
brillaba el raso de los trajes
como un esmalte de mayólica.
¡Rencor de
plebe desgraciada,
que, tiritando con sus niños,
veía la carne aburguesada
bajo el calor de los armiños!
¡Burguesías,
faunas asqueadas
de ver andrajos, tizne de hulla!
¡Rebaños que aman las bordadas
rosas de oro de una casulla!
Aristocracia
contumaz,
¿te enseñará el social dolor
una guillotina voraz
una tarde de Termidor?
Vi en aquel
domingo holgazán,
sin luces de oro y de arrebol,
a un pueblo huérfano de pan
en la ciudad viuda de sol.
Vi a un
albacea de Jesús
destrozando la flor del Bien
y a Teresita Cabarrús
haciendo guiños a Tallien.
La última broma de Schopenhauer
A Schopenhauer, el huraño,
le hizo un epitafio barroco
en un cuento mordaz y extraño
Maupassant, aprendiz de loco.
Había muerto
el profesor
avinagrado y pesimista;
guardaba su tez el livor
de unos reflejos amatista;
y en aquella
cámara ardiente
lloraban por el corifeo
los discípulos del ingente
filósofo bilioso y feo.
Desvanecíase
en sahumerio
de los espliegos la fragancia;
flotaba inquietante misterio
en el ambiente de la estancia.
Un joven a
otro probaba
que de la vida el lapso es nimio.
¡Ya para siempre descansaba
Schopenhauer, cara de simio!
Mas el
concurso estremeciose
con gran pavor, y no era en balde:
una sonrisa percibiose
en el difunto rostro jalde.
¿Resucitaba?
¿Sonreía?
Corrió un plural escalofrío.
El maestro la boca abría
con un gesto que daba frío.
Todos
rompieron a tremar;
su pensamiento fue asaltado
por el caso de Valdemar
que Poe genial ha narrado.
Luego
sintieron el crujir
de unas mandíbulas chirriantes;
¿tenían algo que decir
los muertos labios alarmantes?
De los
mustios labios de Arturo
Schopenhauer brotó algo incierto:
un objeto rígido y duro
que rodó a los pies del gran muerto.
Los
discípulos avanzaron
con gran temor y gran premura.
Yaciendo en el piso encontraron...
una postiza dentadura.
¡Oh, filósofo
cejijunto,
maestro caduco de la zumba
que aprovechaste estar difunto
para una broma de ultratumba!
Maupassant
que ganó la borla
de doctor en abracadabra,
pues vio una noche con el Horla
de Satán la pata de cabra,
sobre aquel
docto cenotafio
dejó esa adelfa de amargor.
¡Fue un donoso y bello epitafio
al viejo erizo de Francfort!
Maupassant
narró esta aventura;
Maupassant, dolorido y fuerte,
que fue al burdel de la Locura
a desposarse con la Muerte.
Fragilidad
Mi alma tierna y melancólica
se ha enamorado de ti,
Magdalena hecha en mayólica
por Bernardo Palissy.
Serás mi único tesoro
hasta que venga la Intrusa;
eres lo que más adoro
con mi madre y con mi musa.
Como un ópalo en mi dedo
turba mi felicidad
ese inexpresable miedo
a tu gran fragilidad.
Eres un alma perdida
del Infortunio en las fauces;
eres Ofelia subida
a las ramas de los sauces.
Eres de nieve y cristal,
y si te estrecho en mis brazos
la copa del Ideal
ha de quebrarse en pedazos.
Eres un astro de oros
en mi existencia confusa;
eres lo que más adoro
con mi madre y con mi musa.
Por si algún día estoy falto
de tu amor y tu bondad,
vivo en triste sobresalto
por tu gran fragilidad.
Tomado de:
https://www.poeticous.com/mauricio-bacarisse?locale=es
A la muerte
Yo te saludo, oh muerte redentora,
Y en tu esperanza mi dolor mitigo,
Obra de Dios perfecta; no castigo,
Sino don de su mano bienhechora.
¡Oh de un día mejor celeste aurora,
Que al alma ofrece perdurable abrigo,
Yo tu rayo benéfico bendigo!
Y lo aguardo impaciente, de hora en hora.
Ante las plagas del linaje humano,
Cuando toda virtud se rinde inerte,
Cuando todo rencor fermenta insano,
Cuando al débil oprime inicuo el fuerte,
¡Horroriza pensar, Dios soberano,
Lo que fuera la vida sin la muerte!
A medianoche
Quizá serán delirios de mi locura,
O fantasmas que engendra la noche oscura;
Pero -cuando, rendido tras larga vela
En que al alma doliente nada consuela,
Derramando en mis sienes letal beleño,
Mis párpados cansados entorna el sueño,-
Por las oscuras sombras, o desvarío,
O unas alas se agitan en torno mío.
En medio del letargo que me domina,
Un rayo misterioso mi alma ilumina;
Y, entre las vagas ondas del aire vano,
Una visión distingo de rostro humano:
Visión fascinadora que infunde al alma
Esperanza y consuelo, quietud y calma.
Dulce expresión le prestan y aspecto santo
Una cándida toca y un negro manto,
Y su pálida frente leve rodea
Una blanca aureola que centellea.
Considera piadosa mi amargo duelo;
Con la mano tendida me muestra el cielo;
Y su voz, como brisa de primavera,
Dulce y mansa me dice: ¡Sufre y espera!
Yo conozco el aliento de aquella boca;
Yo conozco aquel manto y aquella toca,
Desde una triste noche que, delirando,
A la luz de unos cirios pasé velando:
¡Triste noche solemne, triste velada
Que dejó el alma mía regenerada!
Dulce voz que me alientas en mi agonía,
¡Ay de mí si cesaras de hablarme un día!
Por tus santas palabras, que fiel venero,
Resignado a mi suerte sufro y espero;
Por ti, por ti la mano de Dios bendigo,
Que imparcial nos reparte premio y castigo;
Por ti me postro humilde bajo esa mano;
Por ti soy religioso, por ti cristiano.
Dios, que sabe la historia de mi tormento,
Por ti en mis amarguras me infunde aliento.
Dulce voz misteriosa que tanto alcanzas,
Dulce voz que reanimas mis esperanzas,
Nunca niegues tus ecos al alma mía;
Que, ¡ay de mí si cesaras de hablarme un día!
A mi amigo C.
¡Cumpliste tu deber!
Compadecida
Ve tu acerbo dolor, desde la altura,
La que no pudo darte, en su amargura,
El beso de la eterna despedida.
Por el materno amor enaltecida,
Su lágrima postrera de ternura
Hoy, en su frente, vívida fulgura,
Corona santa de su santa vida.
Ella, que supo con delirio amarte,
Hoy, que el lauro alcanzó de la victoria,
Sabrá desde los cielos consolarte;
Y, de tu ausencia al conocer la historia,
El beso que al morir no pudo darte,
Será el primero que te dé en la gloria.
Abril
(A Vicente Pérez Callejas)
En dulce quietud extraña
Sumergido yace el campo,
Y el sol, que los cielos baña,
Desflora apenas el ampo
De la nieve en la montaña.
Abril, que del yerno suelo
La bruma invernal destierra,
Para consolar su duelo
Viste al árbol verde velo
Y alfombra verde a la tierra.
Las aguas que aprisionadas
En transparente cristal
Ayer durmieron calladas,
Corren al fin desatadas
En bullicioso raudal;
Y, entre su rumor sonoro,
Los amantes ruiseñores
Alzando inefable coro
Velan el dulce tesoro
Del nido de sus amores.
La selva, ayer despojada,
De sus frondas hace alarde:
En la espléndida enramada
Toda es cantos la alborada,
Toda es aromas la tarde;
Y porque en hora ninguna
Falte un astro que pregone
Todo el bien que el mundo aduna,
Al tiempo que el sol se pone
Surge en oriente la luna.
Corazón que en tu dolor
Negabas la providencia,
¡Bendice al Sumo Hacedor!
¡Toda esa luz es clemencia!
¡Toda esa vida es amor!
Aniversario
Hoy hace un año que, al morir el día
Con la luz del crepúsculo incolora,
Aquí, donde doliente gimo ahora,
A un tiempo comenzó nuestra agonía.
Breve la tuya fue; pero la mía,
Que el corazón y el alma me devora,
Prolongándose lenta de hora en hora
Dura al cabo de un año todavía.
Cuando de mi perdido bien me acuerdo
Y a medir mi desdicha el juicio alcanza.
Transido de dolor, el juicio pierdo;
Y abatido descubro en lontananza
Tus amores por único recuerdo
Y la muerte por única esperanza.
Psiquis
¡Dentro de unas noches te quedarás muerta!
Como las umbelas de los heliotropos
Se ajarán tus senos de hermosura yerta,
Y no tendré rimas, ni ritmos, ni tropos
Para retratarte dormida en los copos
De tu albo reposo. Huirá tu alma incierta
Libre por las crueles tijeras de Átropos.
Aullarán los canes rondando la puerta...
(La ojera morada cual flor de cantueso
Y el nematelminto que nos monda el hueso
Después de los besos de la última cita...)
Y luego un sollozo que oprime mi glotis
Y una mariposa color de myosotis
Ahogada en la concha del agua bendita.
El Príncipe Sainete
Es soberano de la alegría,
De amores viejos, de galanía;
Tiene de diablos un zaguanete
Y cuando pasa cual leve brisa
Todos le obsequian con franca risa
Porque es el Príncipe Don Sainete.
Es una sombra que nos recuerda
Galante vida que no fue cuerda
Y que evocamos las almas solas
En abanicos de pastorelas,
En los retratos de las abuelas
Y en las figuras de las consolas.
En borbotones de risa fresca
Viste su grácil Musa diablesca
Con la mantilla, con los caireles
Y con la falda de medio paso,
Y ambos le ponen a su Pegaso
Una collera de cascabeles.
Es el que rinde marquesas locas;
Muerde las fresas de bellas bocas
De las devotas de las Salesas;
Todas le quieren, todas le admiran
Y sonrientes todas le miran
Desde los tronos de sus calesas.
Es Don Sainete prócer burlesco
Y aunque muy noble, muy picaresco.
Desprecia el tedio, reta a la Muerte;
En su manteo siempre embozado,
Goya sublime le ha retratado
Entre las sombras de un aguafuerte.
Cosas vulgares, cosas grotescas,
Muecas estultas y pierrotescas,
Que son las flores de tu tablado...
Con tus escenas hemos reído;
Lo que tú dices lo hemos vivido;
Lo que tú lloras lo hemos llorado.
Tu egregio padre fue Don Ramón
De la Cruz, genio que en su canción
Puso desgaires y desparpajos,
Y en sus escenas, sin par galanas,
Cantó los ojos de las villanas
Y las hazañas de nuestros majos.
Tu carcajada bella y jocunda
Todo lo invade, todo lo inunda;
La vida seria te importa un bledo.
Tú siempre hieres, siempre desgarras;
Has heredado las antiparras
Que hace tres siglos usó Quevedo.
Tu agudo ingenio la vida traza
De nuestra sangre, de nuestra raza,
De nuestra pobre gloria perdida;
Es el talento que se interesa
En el desnudo de una duquesa
Como en los frescos de la Florida.
Eres la España frívola y loca
Que con piropos siempre en la boca
-Pero sin ansias de Prometeo-
Iba a la zaga de las manolas
Mientras volaban las Carmañolas
Del otro lado del Pirineo.
Y con los jácaros, con los chisperos
Tomaste todos los derroteros
En que dejamos nuestros tesoros;
Mas conservando grata alegría,
Siempre gozaba y en Dios creía
El feliz pueblo de pan y toros.
Y era aquel pueblo rudo y valiente;
Eran leones de ardor latente
Aunque fingían galán desmayo;
Resucitaron glorias guerreras
Y se batieron como unas fieras
En la jornada del Dos de Mayo...
Cosas vulgares, cosas grotescas,
Muecas estultas y pierrotescas
Que son las flores de tu tablado...
Con tus escenas hemos reído;
Lo que tú dices lo hemos vivido;
Lo que tú lloras lo hemos llorado.
Las existencias ya desfloradas
Mueven a llanto o a risotadas;
A nuestra pobre gloria perdida
La mordaz burla siempre acomete.
Más que tragedia siempre es sainete
Ese sainete de nuestra vida.
Princesa
Tiene su pelo raros destellos
Cuando de noche sueña en los bancos;
Es la que tiene los ojos bellos;
Es la que tiene los dientes blancos.
Es juglaresa de las aldeas;
Sus danzas cínicas son turbadoras;
Tiene el encanto de las napeas
Cuando el sol bruñe sus crenchas moras.
Es la que canta las barcarolas
Y de las rondas saca dinero;
Es la que baila las farandolas
Al son latino de su pandero.
Es la morena que jocoseria
Mira la vida como una injuria;
Es la princesa de la Miseria;
Es la princesa de la Lujuria.
Tiene un perfume sublime y raro
Su piel de raso tostada y blonda;
Tiene los ojos de un verde claro,
De un verde claro color de fronda.
La más hambrienta de las hermosas
Huele a un aroma de cien jardines;
En vez de hebillas, lleva dos rosas,
Dos frescas rosas en los chapines.
Es mi gitana fiel y divina;
Es mi pantera, mi defensora;
La que mis males siempre adivina,
Es mi sultana y es mi señora.
Es la más bella de las mujeres;
Es la que cura mis sinsabores;
Es la princesa de mis placeres;
Es la princesa de mis dolores.
Pero es la esclava de mis antojos...
Tiene por lechos quicios y bancos.
Es la que tiene bellos los ojos;
Es la que tiene los dientes blancos.
Bebedor de ajenjo
Si siempre estoy ensayando
Mi sonrisa amarga y triste,
Es porque estoy esperando
A una mujer que no existe.
Víctima del desencanto
Sufro martirios letales;
Por eso adoro yo tanto
Mis dichas artificiales.
Paraísos artificiales
Que huyen del ruido y del sol...
¡Mis rimas son inmortales,
Pues son hijas del alcohol!
Soy mísero y decadente;
En mi alma el Hastío muerde.
Por eso adora mi mente
Los sueños del licor verde.
Licor venenoso y triste
Que como un suave beleño,
Un grato perfume diste
Al cadáver de mi ensueño.
Licor que tiene el matiz
De unos ojos que yo amé,
Y del tinte del tapiz
En que danzó Salomé.
(Ojos glaucos y perversos
Que asesinasteis mi vida,
Y le disteis a mis versos
Fragancia de flor podrida).
Turbio ajenjo sibilino
Que tienes el sabor fuerte;
Que harás de mi desatino
Vestíbulo de la Muerte.
Cómplice de la locura,
Mis hojas muertas no arranques,
Licor que todo lo cura,
Licor de color de estanques...
Si siempre estoy ensayando
Mi sonrisa amarga y triste,
Es porque estoy esperando
A una mujer que no existe.
Tomado de:
https://grandespoetasfamosos.blogspot.com/2009/01/mauricio-bacarisse.html
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