viernes, 7 de agosto de 2020

POEMAS DE MAURICIO BACARISSE

 20 de agosto de 1895 - 4 de febrero de 1931, Madrid, España)

Manifestación de hambre

Un frío domingo antipático

vi un lijoso y doliente enjambre:

en un paseo aristocrático

una manifestación de hambre.

 

 Fue en la Castellana elegante,

jardín de modas y arrumacos,

donde resuena extravagante

la sandez de los currutacos.

 

 Pobres obreros miserables,

mujeres, ex—hombres gorkianos,

niños de faces espantables,

todos asidos de las manos,

 

 formando sartas de miseria,

henchidos de un rencor de infierno.

¡Inanición, ira y laceria

entre la bruma de un invierno!

 

 Cielo gris de un día holgazán,

ausencia de oro y de arrebol,

y gente huérfana de pan

en la ciudad viuda de sol.

 

 La Castellana era aquel día

de famélicos peregrinos.

¡Escaparate de cursilería

de niñas bobas y sietemesinos!

 

 El menestral de ojos de lumbre

fruncía el ceño en fuerte arruga,

y subía la muchedumbre

ondulante como una oruga.

 

 Y la almibarada inconsciencia

mirábalos con repugnancia,

sin saber que era una advertencia

que hacía el Hambre a la Elegancia.

 

 Puros perfiles de medallas,

damiselas de porte rico,

como mujeres de pantallas

o de países de abanico,

 

 ¿no os asustó en el sucio fango

la Multitud, plural vestiglo,

rosas de «tennis» y «te tango»

de la maceta de este siglo?

 

 Orlas de nutrias y de encajes

tenía la mueca melancólica;

brillaba el raso de los trajes

como un esmalte de mayólica.

 

 ¡Rencor de plebe desgraciada,

que, tiritando con sus niños,

veía la carne aburguesada

bajo el calor de los armiños!

 

 ¡Burguesías, faunas asqueadas

de ver andrajos, tizne de hulla!

¡Rebaños que aman las bordadas

rosas de oro de una casulla!

 

 Aristocracia contumaz,

¿te enseñará el social dolor

una guillotina voraz

una tarde de Termidor?

 

 Vi en aquel domingo holgazán,

sin luces de oro y de arrebol,

a un pueblo huérfano de pan

en la ciudad viuda de sol.

 

 Vi a un albacea de Jesús

destrozando la flor del Bien

y a Teresita Cabarrús

haciendo guiños a Tallien.

 

La última broma de Schopenhauer

A Schopenhauer, el huraño,

le hizo un epitafio barroco

en un cuento mordaz y extraño

Maupassant, aprendiz de loco.

 

 Había muerto el profesor

avinagrado y pesimista;

guardaba su tez el livor

de unos reflejos amatista;

 

 y en aquella cámara ardiente

lloraban por el corifeo

los discípulos del ingente

filósofo bilioso y feo.

 

 Desvanecíase en sahumerio

de los espliegos la fragancia;

flotaba inquietante misterio

en el ambiente de la estancia.

 

 Un joven a otro probaba

que de la vida el lapso es nimio.

¡Ya para siempre descansaba

Schopenhauer, cara de simio!

 

 Mas el concurso estremeciose

con gran pavor, y no era en balde:

una sonrisa percibiose

en el difunto rostro jalde.

 

 ¿Resucitaba? ¿Sonreía?

Corrió un plural escalofrío.

El maestro la boca abría

con un gesto que daba frío.

 

 Todos rompieron a tremar;

su pensamiento fue asaltado

por el caso de Valdemar

que Poe genial ha narrado.

 

 Luego sintieron el crujir

de unas mandíbulas chirriantes;

¿tenían algo que decir

los muertos labios alarmantes?

 

 De los mustios labios de Arturo

Schopenhauer brotó algo incierto:

un objeto rígido y duro

que rodó a los pies del gran muerto.

 

 Los discípulos avanzaron

con gran temor y gran premura.

Yaciendo en el piso encontraron...

una postiza dentadura.

 

 ¡Oh, filósofo cejijunto,

maestro caduco de la zumba

que aprovechaste estar difunto

para una broma de ultratumba!

 

 Maupassant que ganó la borla

de doctor en abracadabra,

pues vio una noche con el Horla

de Satán la pata de cabra,

 

 sobre aquel docto cenotafio

dejó esa adelfa de amargor.

¡Fue un donoso y bello epitafio

al viejo erizo de Francfort!

 

 Maupassant narró esta aventura;

Maupassant, dolorido y fuerte,

que fue al burdel de la Locura

a desposarse con la Muerte.

 

Fragilidad

Mi alma tierna y melancólica

se ha enamorado de ti,

Magdalena hecha en mayólica

por Bernardo Palissy.

 

Serás mi único tesoro

hasta que venga la Intrusa;

eres lo que más adoro

con mi madre y con mi musa.

 

Como un ópalo en mi dedo

turba mi felicidad

ese inexpresable miedo

a tu gran fragilidad.

 

Eres un alma perdida

del Infortunio en las fauces;

eres Ofelia subida

a las ramas de los sauces.

 

Eres de nieve y cristal,

y si te estrecho en mis brazos

la copa del Ideal

ha de quebrarse en pedazos.

 

Eres un astro de oros

en mi existencia confusa;

eres lo que más adoro

con mi madre y con mi musa.

 

Por si algún día estoy falto

de tu amor y tu bondad,

vivo en triste sobresalto

por tu gran fragilidad.

Tomado de:

https://www.poeticous.com/mauricio-bacarisse?locale=es

 

A la muerte

Yo te saludo, oh muerte redentora,

Y en tu esperanza mi dolor mitigo,

Obra de Dios perfecta; no castigo,

Sino don de su mano bienhechora.

¡Oh de un día mejor celeste aurora,

Que al alma ofrece perdurable abrigo,

Yo tu rayo benéfico bendigo!

Y lo aguardo impaciente, de hora en hora.

Ante las plagas del linaje humano,

Cuando toda virtud se rinde inerte,

Cuando todo rencor fermenta insano,

Cuando al débil oprime inicuo el fuerte,

¡Horroriza pensar, Dios soberano,

Lo que fuera la vida sin la muerte!

 

A medianoche

Quizá serán delirios de mi locura,

O fantasmas que engendra la noche oscura;

Pero -cuando, rendido tras larga vela

En que al alma doliente nada consuela,

Derramando en mis sienes letal beleño,

Mis párpados cansados entorna el sueño,-

Por las oscuras sombras, o desvarío,

O unas alas se agitan en torno mío.

En medio del letargo que me domina,

Un rayo misterioso mi alma ilumina;

Y, entre las vagas ondas del aire vano,

Una visión distingo de rostro humano:

Visión fascinadora que infunde al alma

Esperanza y consuelo, quietud y calma.

Dulce expresión le prestan y aspecto santo

Una cándida toca y un negro manto,

Y su pálida frente leve rodea

Una blanca aureola que centellea.

Considera piadosa mi amargo duelo;

Con la mano tendida me muestra el cielo;

Y su voz, como brisa de primavera,

Dulce y mansa me dice: ¡Sufre y espera!

 

Yo conozco el aliento de aquella boca;

Yo conozco aquel manto y aquella toca,

Desde una triste noche que, delirando,

A la luz de unos cirios pasé velando:

¡Triste noche solemne, triste velada

Que dejó el alma mía regenerada!

 

Dulce voz que me alientas en mi agonía,

¡Ay de mí si cesaras de hablarme un día!

Por tus santas palabras, que fiel venero,

Resignado a mi suerte sufro y espero;

Por ti, por ti la mano de Dios bendigo,

Que imparcial nos reparte premio y castigo;

Por ti me postro humilde bajo esa mano;

Por ti soy religioso, por ti cristiano.

Dios, que sabe la historia de mi tormento,

Por ti en mis amarguras me infunde aliento.

Dulce voz misteriosa que tanto alcanzas,

Dulce voz que reanimas mis esperanzas,

Nunca niegues tus ecos al alma mía;

Que, ¡ay de mí si cesaras de hablarme un día!

 

A mi amigo C.

¡Cumpliste tu deber!

 

Compadecida

Ve tu acerbo dolor, desde la altura,

La que no pudo darte, en su amargura,

El beso de la eterna despedida.

Por el materno amor enaltecida,

Su lágrima postrera de ternura

Hoy, en su frente, vívida fulgura,

Corona santa de su santa vida.

Ella, que supo con delirio amarte,

Hoy, que el lauro alcanzó de la victoria,

Sabrá desde los cielos consolarte;

Y, de tu ausencia al conocer la historia,

El beso que al morir no pudo darte,

Será el primero que te dé en la gloria.

 

Abril

(A Vicente Pérez Callejas)

 

En dulce quietud extraña

Sumergido yace el campo,

Y el sol, que los cielos baña,

Desflora apenas el ampo

De la nieve en la montaña.

Abril, que del yerno suelo

La bruma invernal destierra,

Para consolar su duelo

Viste al árbol verde velo

Y alfombra verde a la tierra.

Las aguas que aprisionadas

En transparente cristal

Ayer durmieron calladas,

Corren al fin desatadas

En bullicioso raudal;

Y, entre su rumor sonoro,

Los amantes ruiseñores

Alzando inefable coro

Velan el dulce tesoro

Del nido de sus amores.

La selva, ayer despojada,

De sus frondas hace alarde:

En la espléndida enramada

Toda es cantos la alborada,

Toda es aromas la tarde;

Y porque en hora ninguna

Falte un astro que pregone

Todo el bien que el mundo aduna,

Al tiempo que el sol se pone

Surge en oriente la luna.

Corazón que en tu dolor

Negabas la providencia,

¡Bendice al Sumo Hacedor!

¡Toda esa luz es clemencia!

¡Toda esa vida es amor!

 

Aniversario

Hoy hace un año que, al morir el día

Con la luz del crepúsculo incolora,

Aquí, donde doliente gimo ahora,

A un tiempo comenzó nuestra agonía.

Breve la tuya fue; pero la mía,

Que el corazón y el alma me devora,

Prolongándose lenta de hora en hora

Dura al cabo de un año todavía.

Cuando de mi perdido bien me acuerdo

Y a medir mi desdicha el juicio alcanza.

Transido de dolor, el juicio pierdo;

Y abatido descubro en lontananza

Tus amores por único recuerdo

Y la muerte por única esperanza.

 

Psiquis

¡Dentro de unas noches te quedarás muerta!

Como las umbelas de los heliotropos

Se ajarán tus senos de hermosura yerta,

Y no tendré rimas, ni ritmos, ni tropos

 

Para retratarte dormida en los copos

De tu albo reposo. Huirá tu alma incierta

Libre por las crueles tijeras de Átropos.

Aullarán los canes rondando la puerta...

 

(La ojera morada cual flor de cantueso

Y el nematelminto que nos monda el hueso

Después de los besos de la última cita...)

 

Y luego un sollozo que oprime mi glotis

Y una mariposa color de myosotis

Ahogada en la concha del agua bendita.


El Príncipe Sainete

Es soberano de la alegría,

De amores viejos, de galanía;

Tiene de diablos un zaguanete

Y cuando pasa cual leve brisa

Todos le obsequian con franca risa

Porque es el Príncipe Don Sainete.

 

Es una sombra que nos recuerda

Galante vida que no fue cuerda

Y que evocamos las almas solas

En abanicos de pastorelas,

En los retratos de las abuelas

Y en las figuras de las consolas.

 

En borbotones de risa fresca

Viste su grácil Musa diablesca

Con la mantilla, con los caireles

Y con la falda de medio paso,

Y ambos le ponen a su Pegaso

Una collera de cascabeles.

 

Es el que rinde marquesas locas;

Muerde las fresas de bellas bocas

De las devotas de las Salesas;

Todas le quieren, todas le admiran

Y sonrientes todas le miran

Desde los tronos de sus calesas.

 

Es Don Sainete prócer burlesco

Y aunque muy noble, muy picaresco.

Desprecia el tedio, reta a la Muerte;

En su manteo siempre embozado,

Goya sublime le ha retratado

Entre las sombras de un aguafuerte.

 

Cosas vulgares, cosas grotescas,

Muecas estultas y pierrotescas,

Que son las flores de tu tablado...

Con tus escenas hemos reído;

Lo que tú dices lo hemos vivido;

Lo que tú lloras lo hemos llorado.

 

Tu egregio padre fue Don Ramón

De la Cruz, genio que en su canción

Puso desgaires y desparpajos,

Y en sus escenas, sin par galanas,

Cantó los ojos de las villanas

Y las hazañas de nuestros majos.

 

Tu carcajada bella y jocunda

Todo lo invade, todo lo inunda;

La vida seria te importa un bledo.

Tú siempre hieres, siempre desgarras;

Has heredado las antiparras

Que hace tres siglos usó Quevedo.

 

Tu agudo ingenio la vida traza

De nuestra sangre, de nuestra raza,

De nuestra pobre gloria perdida;

Es el talento que se interesa

En el desnudo de una duquesa

Como en los frescos de la Florida.

 

Eres la España frívola y loca

Que con piropos siempre en la boca

-Pero sin ansias de Prometeo-

Iba a la zaga de las manolas

Mientras volaban las Carmañolas

Del otro lado del Pirineo.

 

Y con los jácaros, con los chisperos

Tomaste todos los derroteros

En que dejamos nuestros tesoros;

Mas conservando grata alegría,

Siempre gozaba y en Dios creía

El feliz pueblo de pan y toros.

 

Y era aquel pueblo rudo y valiente;

Eran leones de ardor latente

Aunque fingían galán desmayo;

Resucitaron glorias guerreras

Y se batieron como unas fieras

En la jornada del Dos de Mayo...

 

Cosas vulgares, cosas grotescas,

Muecas estultas y pierrotescas

Que son las flores de tu tablado...

Con tus escenas hemos reído;

Lo que tú dices lo hemos vivido;

Lo que tú lloras lo hemos llorado.

 

Las existencias ya desfloradas

Mueven a llanto o a risotadas;

A nuestra pobre gloria perdida

La mordaz burla siempre acomete.

Más que tragedia siempre es sainete

Ese sainete de nuestra vida.

 

Princesa

Tiene su pelo raros destellos

Cuando de noche sueña en los bancos;

Es la que tiene los ojos bellos;

Es la que tiene los dientes blancos.

 

Es juglaresa de las aldeas;

Sus danzas cínicas son turbadoras;

Tiene el encanto de las napeas

Cuando el sol bruñe sus crenchas moras.

 

Es la que canta las barcarolas

Y de las rondas saca dinero;

Es la que baila las farandolas

Al son latino de su pandero.

 

Es la morena que jocoseria

Mira la vida como una injuria;

Es la princesa de la Miseria;

Es la princesa de la Lujuria.

 

Tiene un perfume sublime y raro

Su piel de raso tostada y blonda;

Tiene los ojos de un verde claro,

De un verde claro color de fronda.

 

La más hambrienta de las hermosas

Huele a un aroma de cien jardines;

En vez de hebillas, lleva dos rosas,

Dos frescas rosas en los chapines.

 

Es mi gitana fiel y divina;

Es mi pantera, mi defensora;

La que mis males siempre adivina,

Es mi sultana y es mi señora.

 

Es la más bella de las mujeres;

Es la que cura mis sinsabores;

Es la princesa de mis placeres;

Es la princesa de mis dolores.

 

Pero es la esclava de mis antojos...

Tiene por lechos quicios y bancos.

Es la que tiene bellos los ojos;

Es la que tiene los dientes blancos.

 

Bebedor de ajenjo

Si siempre estoy ensayando

Mi sonrisa amarga y triste,

Es porque estoy esperando

A una mujer que no existe.

 

Víctima del desencanto

Sufro martirios letales;

Por eso adoro yo tanto

Mis dichas artificiales.

 

Paraísos artificiales

Que huyen del ruido y del sol...

¡Mis rimas son inmortales,

Pues son hijas del alcohol!

 

Soy mísero y decadente;

En mi alma el Hastío muerde.

Por eso adora mi mente

Los sueños del licor verde.

 

Licor venenoso y triste

Que como un suave beleño,

Un grato perfume diste

Al cadáver de mi ensueño.

 

Licor que tiene el matiz

De unos ojos que yo amé,

Y del tinte del tapiz

En que danzó Salomé.

 

(Ojos glaucos y perversos

Que asesinasteis mi vida,

Y le disteis a mis versos

Fragancia de flor podrida).

 

Turbio ajenjo sibilino

Que tienes el sabor fuerte;

Que harás de mi desatino

Vestíbulo de la Muerte.

 

Cómplice de la locura,

Mis hojas muertas no arranques,

Licor que todo lo cura,

Licor de color de estanques...

 

Si siempre estoy ensayando

Mi sonrisa amarga y triste,

Es porque estoy esperando

A una mujer que no existe.

Tomado de:

https://grandespoetasfamosos.blogspot.com/2009/01/mauricio-bacarisse.html

 

 

 

 

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