miércoles, 20 de septiembre de 2023

POEMAS DE GIORGIOS SEFERIS RECUERDO DE UN ANIVERSARIO


ME PESA

 

Me pesa que he dejado que se me fuera de los dedos un ancho

río

sin haber bebido ni una gota.

Ahora me hundo en la piedra.

Un pequeño pino sobre la tierra roja,

no tengo más compañía.

Cuanto amé se ha perdido con las casas

que eran nuevas el pasado verano

y se derrumbaron con el viento de otoño.

 

 

STRATIS EL MARINO DESCRIBE A UN HOMBRE

Pero ¿qué tiene este hombre?

Toda la tarde (ayer, anteayer y hoy) está sentado con los ojos

clavados en el fuego;

esta tarde conmigo ha tropezado al bajar la escalera

y me ha dicho:

“El cuerpo muere, el agua se enturbia, el alma

vacila

y el viento olvida; todo olvida

pero el fuego no cambia

Me ha dicho también:

‘” Sabe, amo a una mujer que se fue tal vez al otro mundo; no es

esto lo que me hace parecer tan desolado,

trato de sostenerme en una llama,

porque no cambia”.

Después me contó la historia de su vida.

 

 

ANHELO

Sin color, sin cuerpo

este cariño que vaga

disperso, apiñado,

una y otra vez disperso,

palpita, sin embargo

en el bocado de la manzana,

en la incisión del higo,

en una cereza grana,

en el grano de un racimo.

Tanta Afrodita difusa por el aire

dará sed y palidez

a una boca y a otra boca

sin color, sin cuerpo.

 

 

BALANCE

He viajado, me he cansado y escrito poco

pero pensé mucho en el regreso, cuarenta años.

El hombre en todas las edades es un niño:

la ternura y la brutalidad de la cuna;

a lo demás le pone límite la mar, como a la orilla,

a nuestro abrazo y al eco de nuestra voz

Tomado de:

https://www.lacoladerata.co/cultura/versos/poemas-de-giorgios-seferis/

 

 

[EN LAS GRUTAS DEL MAR]

 

En las grutas del mar

hay una sed, hay un amor,

hay un embeleso

sustancias sólidas todo como las conchas

que puedes tenerlas en tu mano.

 

En las grutas del mar

te miraba a los ojos días enteros:

yo no te conocía ni tú me conocías.

 

  De Cuaderno de ejercicios, I

 

 

EL JAZMÍN

 

Anochezca

o haya luz

blanco se queda

el jazmín.

 

            De Diario de a bordo, I

 

En Poesía completa. Traducción de Pedro

Bádenas de la Peña. Alianza Tres, Madrid,

1986

Tomado de:

https://elhacedordesuenos.blogspot.com/2018/06/tres-poemas-de-yorgos-seferis.html

 

 

Gymnopedia

 

 

 

 

         La isla de Santorini (la antigua Thira) está compuesta geoló-

         gicamente de piedra pómez y caolín; en su bahía... han apa-

         recido y desaparecido islas. Era el centro de una religión muy

         antigua cuya liturgia comprendía danzas líricas de un ritmo

         grave y austero, llamadas Gymnopedias.

                                                                           Guía de Grecia

 

 

Santorini

 

Asómate si puedes al mar en sombras, olvidando

el son de flauta para los pies desnudos

que pisaban tu sueño en otro tiempo, tiempo devorado.

 

Graba si puedes en la última de tus conchas

nombre, lugar y día

y arrójala después a las fauces del mar.

 

Desnudos nos hallamos encima de la piedra esponjosa,

contemplando las islas que surgían,

mirando sumergirse las islas coloradas

en su propio soñar, en nuestro sueño.

Estábamos aquí, desnudos, sosteniendo

la balanza inclinada

en pro de la injusticia.

 

Talón de poderío, voluntad inmaculada, meditado amor,

designios que maduran bajo el sol de mediodía,

sendero del destino al ritmo de las manos jóvenes

que palmean sobre los hombros;

en el país disperso, despojado de toda resistencia,

en el país que ayer apenas era nuestro

húndense las islas, orín y ceniza.

 

Altares demolidos

y amigos olvidados,

hojas de palmera entre el fango.

Deja si puedes que tus manos viajen

aquí, confín del tiempo, en el navío

que ha visitado el horizonte.

 

Los dados ya sobre la losa,

ya que la lanza dio con la coraza,

reconocido por el ojo el extranjero,

y el amor desecado

en almas como cribas;

cuando miras alrededor y encuentras

en torno a ti los pies segados,

en torno a ti las manos muertas,

en torno a ti los ojos entenebrecidos;

cuando ya ni siquiera puedes elegir

la muerte que quisiste tuya,

morir oyendo un grito,

fuera un gritó de lobo,

cual es tu derecho;

deja que tus manos viajen,

despréndete del tiempo desleal

y sumérgete dentro del océano;

habrá de sumergirse quien sustenta las enormes rocas.

 

 

Micenas

 

Dame tus manos, dame tus manos, dame tus manos.

 

He visto en medio de la noche

la puntiaguda cima de la montaña.

He visto más allá la llanura anegada

en la luz de una luna que brillaba escondiéndose.

Al volver la cabeza he visto

las negras piedras apretujadas

y mi vida en tensión como una cuerda,

principio y fin,

el instante postrero;

mis manos.

 

Húndese el que sustenta las enormes rocas;

piedras que soporté mientras podía,

piedras que amé mientras podía,

estas piedras, mi destino.

 

Herido por mi propio consuelo,

tiranizado por mi propia túnica,

condenado por mis propios dioses,

estas piedras.

 

Sé que no saben, pero yo

que seguí tantas veces

la ruta que conduce del asesino a la víctima,

desde la víctima al castigo

y del castigo al otro crimen,

palpando

la inextinguible púrpura,

la tarde aquella del retorno

cuando las Furias empezaban a silbar

entre la yerba rala,

he visto las serpientes cruzadas con las víboras,

entrelazadas en generación maldita;

nuestro destino.

 

Voces que vienen de la piedra, del sueño,

más profundas aquí, en donde se oscurece el mundo

memoria del esfuerzo enraizado en el ritmo

que golpea la tierra

con pies ya en el olvido

cuerpos engullidos en los cimientos

de otra era, desnudos. Ojos

tercamente clavados en un punto

que no distinguirás por más que quieras;

el alma

que lucha por volverse tu alma.

 

Ya no te pertenece ni siquiera el silencio,

aquí donde las piedras de molino detuvieron su marcha

 

 

Solsticio de verano*

 

 

 

    1

 

El mayor de los soles en un lado

y de la otra luna nueva

lejos de la memoria como aquellos pechos.

Y en medio el abismo de la noche estrellada

el cataclismo de la vida.

 

Los caballos en las eras

galopan y transpiran

encima de los cuerpos esparcidos.

Allá van todos

y esta mujer

a quien miraste bella, un instante

encórvase ya no resiste más arrodillóse.

Las piedras de molino muelen todo

y todo en astros se convierte.

 

En vísperas del día más extenso.

 

    2

 

Todos tienen visiones

por más que nadie lo confiese;

van y aseguran que andan solos.

La magna rosa,

estuvo siempre aquí

a tu costado sumergida en lo profundo del sueño

tuya y desconocida.

Pero apenas ahora que tus manos la tocaron

en sus remotos pétalos

has sentido caer la pesantez compacta del danzante

en el río del tiempo—

borbollón tremebundo.

 

No disipes el hálito que te acordó

este respirar.

 

    3

 

Con todo en este sueño

degenera el ensueño fácilmente

en pesadilla.

Como el pez que brilló bajo la ola

y en el cieno del fondo se sumió

o bien camaleón que cambia de color.

En la ciudad vuelta prostíbulo

rufianes y cuerpos públicos

pregonan encantos podridos;

la muchacha traída por las olas

luce una piel de vaca

para que la monte el torillo;

al poeta

los chiquillos le lanzan deyecciones

mientras ve cómo sangran las estatuas.

Es preciso que salgas de este sueño;

de esta piel fustigada.

 

    4

 

En la demente dispersión

a diestra y a siniestra por encima y abajo

revolotean las basuras.

Sutiles humos deletéreos

paralizan los miembros de los hombres.

Las almas

apresuradas a dejar el cuerpo

tienen sed y no hallan agua por ningún sitio;

fíjanse acá fíjanse allí a la ventura

pájaros atrapados en varetas;

inútilmente se debaten

tanto que no resisten más sus alas.

 

La región se reviene sin cesar

jarro de tierra cocida.

 

    5

 

En narcóticas sábanas envuelto

el mundo nada tiene que ofrecer

salvo este final.

               En la cálida noche la marchita

sacerdotisa de Hécate

con los pechos desnudos arriba en la terraza

implora un plenilunio de artificio, mientras

dos impúberes siervas que bostezan

revuelven filtros aromáticos

en calderos de cobre.

Hartáranse mañana los amadores de perfumes.

 

El fuego y los afeites de ella son iguales

a los usados por las trágicas

un yeso ya resquebrajado.

 

    6

 

Por los laureles

por las blancas adelfas

por la espinosa peña

y el mar de vidrio a nuestros pies.

Recuerda la túnica que miraste

abrirse y deslizarse sobre la desnudez

y caer al redor de los tobillos

muerta—

si así cayera este sueño

entre los laureles de los muertos.

 

    7

 

El álamo en el pequeño huerto

su respirar mide tus horas

noche y día;

clepsidra que los cielos llenan.

Bajo la fuerza de la luna sus hojas

arrastran en el blanco muro negras pisadas.

Hay en el borde unos cuantos pinos

y detrás mármoles y luminarias

y hombres así como son los hombres.

Pero el mirlo gorjea

cuando viene a beber

y algunas veces oyes el canto de la tórtola.

 

En el pequeño huerto de diez pasos de largo

puedes ver cómo cae

la luz del sol en dos claveles rojos

en un olivo y una exigua madreselva.

Admite quién eres.

                             El poema

no lo sumerjas en los hondos plátanos

nútrelo con la tierra y la roca que tienes.

Para mayores frutos—

los hallarás cavando en el mismo lugar.

 

    8

 

El papel blanco rígido espejo

sólo devuelve lo que eres.

 

El papel blanco habla con tu voz,

tu propia voz

no la voz que te place;

tu música es la vida

ésta que has dilapidado.

Es posible ganarla de nuevo si lo quieres

si te cebas en esa indefinida cosa

que a regresar te impulsa

al punto de partida.

 

Viajaste, muchas cosas has visto muchos soles

tocaste muertos y vivos

el dolor percibiste del muchacho

y los quejidos de la mujer

el amargor del niño inmaturo—

y lo que percibiste se abate sin sostén

si en este vacío no pones tu confianza.

Tal vez encuentres allá lo que creíste perdido;

el brote de la juventud, la justa

          sumersión de la vejez.

 

Tu vida es lo que diste

este vacío es lo que diste

papel blanco.

 

    9

 

Hablabas de cosas que no veían los demás

y éstos reíanse.

 

Boga con todo en el umbroso río

contra la corriente;

cursa los caminos incógnitos

a ciegas, obstinado

y busca palabras enraizadas

como el olivo de múltiples nudos—

y déjalos que rían.

Aspira a que también el otro mundo

en la hodierna sofocante soledad habite

en este presente dilapidado—

déjalos.

 

El rocío del alba y el viento del mar

existen sin que nadie lo demande.

 

    10

 

A la hora en que los sueños se vuelven verdad

al despuntar el día

vi los labios abrirse

pétalo a pétalo

 

En el cielo brillaba una delgada hoz.

Temí que los segara.

 

    11

 

El mar que nombran la serenidad

barcos y velas blancas

brisa desde los pinos y el Monte de Egina

respiración jadeante;

resbalaba tu piel sobre la piel de ella fácil y cálida

cual incipiente pensamiento que se olvida al punto.

 

Pero en los médanos

un pulpo arponeado lanzó tinta

y en el fondo—

si pudieras pensar hasta donde terminan

            las hermosas islas.

 

Mirábate con toda la luz y la tiniebla que poseo.

 

    12

 

Agítase ahora la sangre

al bullir el calor

en las venas del cielo virulento.

 

Pretende trascolarse a través de la muerte

para encontrar la bienaventuranza.

 

La luz es pulsación

más y más lenta cada vez

piensas que va a detenerse.

 

    13

 

Un poco más y se detiene el sol.

Los espíritus del alba

soplaron en las desecadas caracolas;

el pájaro cantó tres veces

            tres veces sólo;

la lagartija en la piedra blanca

queda inmóvil

mirando la yerba requemada

allí donde se deslizó la culebra.

Un ala negra traza una profunda brecha

arriba en la cúpula del azul—

átala, que se abre.

 

Dolor de la resurrección.

 

    14

 

Ahora,

con el plomo fundido de las adivinanzas**

el centelleo del mar estival,

la desnudez entera de la vida;

y el pasar y el parar y

          el acostarse y el incorporarse

Como el pino en pleno mediodía

por la resina sojuzgado a engendrar la llama se apresura

y no soporta ya el dolor—

 

grítales a los niños que junten la ceniza

y la siembren.

Lo pasado pasó justificadamente.

Y aun lo que no pasó

debe quemarse

en este mediodía con el sol enclavado

en el corazón de la rosa de cien pétalos.

 

 

 

** Alusión a una ceremonia que, al mediodía de cada 24 de junio, tiene lugar en ciertas islas griegas. Dicha ceremonia, llamada klído-nas, se desenvuelve como sigue: Reunidas algunas muchachas, llenan una vasija de barro con el agua de un pozo, en medio del mayor silencio. Al mismo tiempo, caliéntase en otra vasija un pedazo de plomo, hasta que el plomo se funde. En seguida, se vierte el plomo derretido en el primer recipiente lleno de agua, mientras rezan determinadas oraciones. Como es natural, al enfriarse, el plomo se endurece y adopta formas caprichosas. Una de las muchachas lo toma entonces con sus manos y lo entrega a una “adivina”, para que, mediante una interpretación de esa forma, le prediga el futuro. El mismo proceso se repite en beneficio de cada una de las participantes. [Nota del traductor.] 

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/36-014-giorgos-seferis

 

 

Dieciséis hai-ku

 

Este instante…

Marco Aurelio

 

 

Vierte en el lago

sólo una gota de vino

y el sol se extinguirá.

 

 

* * *

 

 

Ni un solo trébol

de cuatro hojas en el campo,

¿quién falla de los tres?

 

 

* * *

 

 

Sillas vacías,

las estatuas volvieron

a otro museo.

 

 

* * *

 

 

¿Es la voz

de nuestros amigos muertos

o un fonógrafo?

 

 

* * *

 

 

Sus dedos

en el pañuelo verde mar,

míralos: corales.

 

 

* * *

 

 

La más grave

preocupación,

su busto en el espejo.

 

 

* * *

 

 

Volví a llevar

la fronda del árbol

y tú balabas.

 

 

* * *

 

 

En la noche, el viento

la distancia se ensancha

y flota el viento.

 

 

* * *

 

 

Joven Parca

 

 

Mujer desnuda

la granada que se ha abierto

estaba llena de estrellas.

 

 

* * *

 

 

Recojo ahora

una mariposa muerta

sin maquillaje.

 

 

* * *

 

 

Dónde reunir

los mil pedazos

de cada persona.

 

 

* * *

 

 

Trazo estéril

 

 

¿Qué le pasa al timón?

La barca describe círculos

y ni una sola gaviota.

 

 

* * *

 

 

Erinis enferma

 

 

No tiene ojos

la serpiente que sostenía

le devoran las manos.

 

 

* * *

 

 

Esta columna

tiene un agujero,

¿ves a Perséfone?

 

 

* * *

 

 

Se hunde el mundo

guárdate, te dejará

solo en el sol.

 

 

* * *

 

 

Estás escribiendo;

la tinta ha mermado

la mar crece.

 

 

Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Tomado de:

https://blogpoemas.com/dieciseis-hai-ku/

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