sábado, 9 de septiembre de 2023

POEMAS DE STÉPHAN MALLARMÉ -RECORDANDO SU FALLECIMIENTO-

 


La tumba de Edgar Poe

 

Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,

el poeta despierta con su desnuda espada

a su edad que no supo descubrir, espantada,

que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.

 

Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,

que en él la antigua lengua nació purificada,

creyendo que él bebía esa magia encantada

en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.

 

Si, hostiles a las nubes y al suelo que lo roe,

bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mente

para adornar la tumba deslumbrante de Poe,

 

que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,

este granito al menos detenga eternamente

los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.

 

Traducción de Andrés Holguín

 

 

Angustia

 

Hoy no vengo a vencer tu cuerpo, oh bestia llena

de todos los pecados de un pueblo que te ama,

ni a alzar tormentas tristes en tu impura melena

bajo el tedio incurable que mi labio derrama.

 

Pido a tu lecho el sueño sin sueños ni tormentos

con que duermes después de tu engaño, extenuada,

tras el telón ignoto de los remordimientos,

tú que, más que los muertos, sabes lo que es la nada.

 

Porque el Vicio, royendo mi majestad innata,

con su esterilidad como a ti me ha marcado;

pero mientras tu seno sin compasión recata

 

un corazón que nada turba, yo huyo, deshecho,

pálido, por el lúgubre sudario obsesionado,

¡con terror de morir cuando voy solo al lecho!

 

Traducción de Andrés Holguín

 

 

Aparición

 

La luna se entristecía. Serafines llorando

sueñan, el arquillo en los dedos, en la calma de las flores

vaporosas, sacaban de las lánguidas violas

blancos sollozos resbalando por el azul de las corolas,

 

Era el día bendito de tu primer beso.

Mi ensueño que se complace en martirizarme

se embriagaba sabiamente con el perfume de tristeza

Que incluso sin pena y sin disgusto deja

el recoger de su sueño al corazón que lo ha acogido.

 

Vagaba, pues, con la mirada fija en el viejo enlosado,

cuando con el sol en los cabellos, en la calle

y en la tarde, tú te me apareciste sonriente,

y yo creí ver el hada del brillante sombrero,

que otrora aparecía en mis sueños de niño

mimado, dejando siempre, de sus manos mal cerradas,

cien blancos ramilletes de estrellas perfumadas.

 

 

Las cuatro estaciones

 

1. Resurgir

 

Primavera enfermiza tristemente ha expulsado

Al invierno, estación de arte sereno, lúcido,

Y, en mi ser presidido por la sangre sombría,

La impotencia se estira en un largo bostezo.

 

Unos blancos crepúsculos se entibian en mi cráneo

Que un cerco férreo ciñe como a una vieja tumba

Y triste, tras un sueño bello y etéreo, vago

Por campos do la inmensa savia se pavonea.

 

Luego caigo enervado de perfumes arbóreos,

Cavando con mi rostro una fosa a mi sueño,

Mordiendo el suelo cálido donde crecen las lilas,

 

Espero que, al hundirme, mi desgana se alce…

-Mientras, el Azur ríe sobre el seto y despierta

Tanto pájaro en flor que al sol gorjea-.

 

2. Tristeza de verano

 

El sol, sobre la arena, luchadora durmiente,

Calienta un baño lánguido en tu pelo de oro

Y, consumiendo incienso sobre tu hostil mejilla,

Con las lágrimas mezcla un brebaje amoroso.

 

De ese blanco flameo esa inmutable calma

Te ha hecho, triste, decir -oh, mis besos miedosos-:

«¡Nunca seremos una sola momia

¡Bajo el desierto antiguo y felices palmeras!»

 

¡Pero tu cabellera es un río tibio,

Donde ahogar sin temblores el alma obsesionante

¡Y encontrar esa Nada desconocida, tuya!

 

Yo probaré el afeite llorado por tus párpados,

Por ver si sabe dar al corazón que heriste

La insensibilidad del azur y las piedras.

 

3. Suspiro

 

Mi alma hacia tu frente donde sueña

Un otoño alfombrado de pecas, calma hermana,

Y hacia el errante cielo de tus ojos angélicos

Asciende, como en un melancólico parque,

Fiel, un surtidor blanco suspira hacia el azul.

-Hacia el Azur eternecido de octubre puro y pálido

Que mira en los estanques su languidez sin fin

Y deja, sobre el agua muerta do la salvaje

Agonía de las hojas yerra al viento y excava un frío surco,

Arrastrarse al sol gualda de un larguísimo rayo.

 

4. Invierno

 

¡El virgen, el vivaz y bello día de hoy

Da un aletazo ebrio va a desgarrarnos este

Lago duro olvidado que persigue debajo de la escarcha

¡El glaciar transparente de los vuelos no huidos!

 

Un cisne de otro tiempo se acuerda de que él es

Quien, aun sin esperanza, magnífico se libra

Por no haber cantado la región do vivir

Cuando ha esplendido el tedio del estéril invierno.

 

Sacudirá su cuello entero esta blanca agonía

Por el espacio impuesto al ave que lo niega,

Mas no el horror del suelo que aprisiona al plumaje.

 

Fantasma que su puro destello a este lugar asigna,

Se aquieta en el ensueño helado del desprecio

Que entre su exilio inútil viste el Cisne.

 

Traducción de: Aníbal Núñez

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-mallarme/

 

 

Una negra

Una negra por el demonio sacudida

Quiso en un niño triste gustar de nuevos frutos

Y criminales bajo su veste agujereada.

Esta voraz prepara sus trabajos astutos;

Con su vientre compara los airosos pezones

Y allá donde la mano no consigue ascender

Eleva el golpeteo sordo de sus tacones

Como una rara lengua torpe para el placer.

 

Contra la desnudez miedosa de gacela

Que tiembla, sobre el dorso, como un gran elefante

Enajenada aguarda y se admira y encela

Y ríe con sus dientes ingenuos al infante.

 

Y entre sus piernas donde su víctima se acuesta,

Bajo la crin la negra piel abierta al azar,

La extraña boca su paladar manifiesta

Pálido y rosa como un caracol de mar.

Tomado de:

https://ciudadseva.com/autor/stephan-mallarme/poemas/

 

 

Herodías

 

(Escena)

 

La nodriza - Herodías

 

Nodriza

¡Vives! ¿O aquí la sombra miro de una princesa?

A mis labios tus dedos, sus anillos, y cesa

de andar por ignoradas edades...

 

Herodías

                                                      Detente.

 

De mis inmaculados cabellos el torrente

rubio, al bañar mi cuerpo solitario, lo hiela

de horror, y mis cabellos, que la luz encarcela,

son inmortales. Un beso me mataría

si la belleza no fuera la muerte...

 

                                                       ¿Guía

qué imán, y cuál mañana que olvidan los videntes

vuelca su triste luz en ocasos murientes,

lo sé yo? Tú me has visto, mi nodriza invernal,

bajo prisión de piedras y de duro metal

donde arrastran leones viejos siglos arcanos

entrar, mientras venía, fatal, puras las manos

En el desierto aroma de estos reyes vetustos;

¿pero es que viste acaso cuáles fueron mis sustos?

 

Me detengo en exilios soñando; se deshojan

como al pie de una fuente cuyas linfas me acojan-

yertos lirios en mí, mientras, con vivoos ojos

que ven cómo descienden los lánguidos despojos,

en silencio, leones mis ensueños turbando

apartan la indolencia de mis ropajes, cuando

miran cómo mis pies pueden calmar el mar.

Tráta tú las angustias seniles de calmar,

ven, y que mis cabellos imiten las maneras

hoscas, que a ti dan miedo, de equinas cabelleras;

ayúdame, que asi mirarte no te dejo,

a peinarme indolentemente frente a mi espejo.

 

Nodriza

¿Si no la alegre mirra, en redomas guardada,

de la esencia a vejeces de las rosas raptada

quisieras, hija mia, comprobar la virtud

fúnebre?

 

Herodías

                   ¡De perfumes basta! ¿No sabes tú

que los odio, nodriza? ¿Buscas luego que sienta

su embriaguez inundar mi frente macilenta?

Quiero que mis cabellos, así no sean flores

para esparcir olvido de humanos sinsabores

sino el oro, por siempre virgen de las fragancias

en sus crueles relámpagos y en sus lívidas ansias

observen el helor estéril del metal,

reflejándoos, gemas del baluarte natal,

armas, vasos de días solos de mi niñez.

 

Nodriza

¡Perdón! Vuestra defensa la edad borró tal vez,

De mi espíritu pálido cual negro libro, o viejo;

 

Herodías

¡Basta! Ten frente a mí este espejo

 

                                                          ¡oh espejo!

agua fría que el tedio logró ver congelada,

que a veces, y durante las horas, desolada

de los sueños, buscando mis memorias, lo mismo

que las hojas debajo de su profundo abismo.

En ti me aparecí como sombra lejana,

mas, ¡horror! por las noches en tu adusta fontana

vi del disperso sueño la desnuda beldad.

 

Nodriza, ¿bella soy'?

 

Nodriza

                                   Un astro, a la verdad

mas esta trenza cae...

 

Herodías

Que congelada va mi sangre hacia su fuente,

y esta impiedad famosa del gesto; ¿cuál endriago

seguro te abalanza sobre el siniestro halago?

El beso y los perfumes brindados, corazón,

y la mano, sacrílega siempre, el día son

(conmoverme buscabas sin duda) que no habría

de morir en la torre sin desventura. ¡Oh día,

oh día que Herodías con estupor observa!

 

Nodriza

¡Tiempo extraño, en efecto, de qué el cielo os preserva!

Erráis, oh sombra sola, renovado furor,

y contemplando en vos precoz, y con horror

pero siempre adorable como un sér inmortal,

oh mi niña, y hermosa terriblemente, tal

como...

 

Herodías

                                     ¿Mas no queréis conmoverme?

 

Nodriza

                                                                     Quería

ser a quien el Destino los secretos confía.

 

Herodías

¡Oh, cállate!

 

Nodriza

                             ¿Vendría quizás?

 

Herodías

                                                            Estrellas puras,

¿No me oís?

 

Nodriza

                             ¡Pero cómo, sino en medio de oscuras

amenazas, pensar más implacable, en tanto,

y como al dios pidiendo que el espléndido encanto

de vuestra gracia espera! ¿Para quién, devorada

de angustias, conserváis la elación ignorada

y el misterio que oculta vuestro ser?

 

Herodías

                                                                  Para mí.

 

Nodriza

Triste flor que impasible crecer a solas vi,

vana sombra en el agua vista con atonía.

 

Herodías

Vete, y tu compasión guárda con tu ironía.

 

Nodriza

Sin embargo, explicad: ingenua niña mía,

este triunfal desdén ha de amainar un día.

 

Herodías

¿Mas quién me tocará, de leones temida?

Además, nada humano deseo, y esculpida,

si al paraíso ve que mi mirada ha errado,

es que recuerdo un día tu leche haber gustado.

 

Nodriza

¡Víctima lamentable que al Destino se ofrece!

 

Herodías

¡Sí, para mí, desierta, mi juventud florece!

Ya lo sabéis, jardines de amatista, anegados

sin término en sapientes abismos deslumbrados.

Oros ignotos, luz que antigua persevera

bajo el sueño sombrío de una tierra primera,

joyas en que mis ojos, como gemas lustrales,

beben su claridad melodiosa; metales

que un esplendor fatal dáis a mi cabellera

juvenil, y a su torva majestad altanera.

En cuanto a ti, mujer nacida en horas vanas,

y para la maldad de las grutas arcanas,

¡y que hablas de un mortal! Según que, si en mis vestes,

los cálices, aroma de delicias agrestes,

daban a mi desnudo cándida conmoción.

Sibila que, si el tibio azur de la estación,

tras él, nativamente descubre la doncella

me mira en mi pudor titilante de estrella,

¡muero!

     

                                Gusto el horror de ser virgen; quisiera

 

vivir entre el terror que da mi cabellera

para, cuando en la noche retirada, serpiente

inviolada, sentir en la carne impotente

 

tu pálido fulgor, tu mate claridad,

tú, que vives y mueres y ardes de castidad,

¡noche blanca de hielos y de nieve cruel!

 

Tú, solitaria hermana, mi eterna hermana fiel,

Hacia ti volará mi sueño con la rara

Virtud de un corazón que así lo consagrara,

En mi patria monótona sola vedme. En redor

De mí, todo en el culto vive del resplandor

De un cristal que en su calma sabe copiar radiante

A Herodías de clara mirada de diamante.

¡Sí! Sé que sola estoy, ¡oh encanto postrimer!

 

Nodriza

¿Señora, ansiáis entonces morir?

 

Herodías

                                                           No, pobre ser,

calma, y si mi rigor has de olvidar, ¡abur!

Mas antes los postigos cierra, pues el azur

seráfico sonríe tras las vidrieras hondas,

y yo detesto el bello azur!

 

                                                             ¿En ondas

que allá se mecen, sabes acaso de un lugar

donde el siniestro espacio tenga el torvo mirar

de Venus, que en las frondas fulgura en el Ocaso?

Allí voy.

 

                                Pero enciende (pueril lo ves acaso)

 

la cera de estas hachas que con llama ligera

llora entre el oro vano su congoja extranjera.

 

Nodriza

¿Y bien?

 

Herodías

Adiós entonces.

 

                                          ¡Mientes, desnuda flor

de mis labios!

 

                                           Yo siento venir ignoto amor

o bien, de tus clamores y el misterio ignorante,

un supremo sollozo lanzas, agonizante,

de una infancia que siente cómo, en sus fantasías,

se separan por fin sus yertas pedrerías.

 

Versión de Otto de Greiff

 

 

La siesta de un fauno

 

(Égloga)

 

El Fauno:

 

Estas ninfas quisieran perpetuar.

                                                   Que palpite

su granate ligero, y en el aire dormite

en sopor apretado.

                              ¿Quizás un sueño amaba?

Mi duda, en oprimida noche remota, acaba

en más de una sutil rama que bien sería

los bosques mismos, al probar que me ofrecía

como triunfo la falta ideal de las rosas.

Reflexionemos...

                                 ¡Si las mujeres que glosas

un deseo figura de tus locos sentidos!

Se escapa la ilusión de los ojos dormidos

y azules, cual llorosa fuente, de la más casta;

¡mas, la otra, en suspiros, dices tú que contrasta

como brisa del día cálido en tu toisón!

¡Que no! que por la inmóvil y lasa desazón

-el sol con la frescura matinal en reyerta-

no murmura agua que mi flauta no revierta

al otero de acordes rociado; sólo el viento

fuera de los dos tubos pronto a exhalar su aliento

en árida llovizna derrame su conjuro;

es, en la línea tersa del horizonte puro,

el hálito visible y artificial, el vuelo

con que la inspiración ha conquistado el cielo.

 

Sicilianas orillas de charca soporosa

que al rencor de los soles mi vanidad acosa,

tácita bajo flores de centellas, DECID:

                   

                      "Que yo cortaba juncos vencidos en la lid

                      "por el Talento; al oro glauco de las lejanas

                      "verduras consagrando su viña a las fontanas,

                      "ondea una blancura animal en la siesta;

                      "y que al preludio lento de que nace la fiesta,

                      "vuelo de cisnes, ¡No! de náyades, se esquive "

                      "o se Sumerja...

 

                                             Fosca, la hora inerte avive

sin decir de qué modo sutil recogerá

húmenes anhelados por el que busca el LA:

me erguiré firme entonces al inicial fervor,

recto, bajo oleadas antiguas de fulgor,

¡Lis! uno de vosotros para la ingenuidad.

 

Sólo esta nada dócil, oh labios, propalad,

beso que suavemente perfidia asegura.

Mi pecho, virgen antes, muestra una mordedura

misteriosa, legado de algún augusto diente;

¡Y basta! arcano tal buscó por confidente

junco gemelo y vasto que al sol da su tonada

que, desviando de sí mejilla conturbada,

sueña, en un solo lento, tramar en ocasiones

la belleza en redor, quizá por confusiones

falsas entre ella misma y nuestra nota pura;

y de lograr, tan alto como el amor fulgura,

desvanecer del sueño sólito de costado

o dorso puro, por mi vista ciega espiado,

una línea vana, monótona y sonora.

 

¡Quiere, pues, instrumento de fugas, turbadora

siringa, florecer en el lago en que aguardas!

Yo, en mi canto engreído, diré fábulas tardas

de las diosas; y por idólatras pinturas,

a su sombra hurtaré todavía cinturas:

así cuando a las vides la claridad exprimo,

por desechar la pena que me conturba, mimo

risas, alzo el racimo ya exhausto, al sol, y siento

cuando a las luminosas pieles filtro mi aliento,

mirando a su trasluz una ávida embriaguez.

 

Oh ninfas, los RECUERDOS unamos otra vez.

 

                    "Mis ojos, tras los juncos, hendían cada cuello

                    "inmortal, que en las ondas hundía su destello

                    "y un airado clamor al cielo desataba;

                    "y el espléndido baño de cabellos volaba

                    "entre temblor y claridad, ¡oh pedrería!

                    "corro; cuando a mis pies alternan (se diría

                    "por ser dos, degustando, langorosas, el mal)

                    "dormidas sólo en medio de un abrazo fatal:

                    "las sorprendo, sin desenlazarlas, y listo

                    "vuelo al macizo, de fútil sombra malquisto,

                    "de rosas que desecan al sol todo perfume,

                    "en que, como la tarde, nuestra lid se resume".

 

¡Yo te adoro, coraje de vírgenes, oh gala

feroz del sacro fardo desnudo que resbala

por huír de mi labio fogoso, y como un rayo

zozobra! De la carne misterioso desmayo;

de los pies de la cruel al alma de la buena

que abandona a la vez una inocencia, llena

de loco llanto y menos atristados vapores.

 

                       "Mi crimen es haber, tras de humillar temores

                       "traidores, desatado el intrincado nido

                       "de besos que los dioses guardaban escondido;

                       "pues, yendo apenas a ocultar ardiente risa

                       "tras los pliegues felices de una sola (sumisa

                       "guardando para que su candidez liviana

                       "se tiñera a la fiel emoción de su hermana

                       "la pequeñuela, ingenua, sin saber de rubor);

                       "ya de mis brazos muertos por incierto temblor,

                       "esta presa, por siempre ingrata, se redime

                       "sin piedad del sollozo de que embriagado vine".

 

¡Peor! me arrastrarán otras hacia la vida

por la trenza a los cuernos de mi frente ceñida;

tú sabes, mi pasión, que, púrpura y madura,

toda granada brota y de abejas murmura;

y nuestra sangre loca por quien asirla quiere,

fluye por el enjambre del amor que no muere.

Cuando el bosque de oro y cenizas se tiña,

una fiesta se exalta en la muriente viña:

¡Etna! En medio de ti, de Venus alegrado,

en tu lava imprimiendo su coturno sagrado,

si un sueño triste se oye, si su fulgor se calma,

¡tengo la reina!

 

                            Oh cierto castigo...

 

                                                          Pero el alma

de palabras vacante, y este cuerpo sombrío

tarde sucumben al silencio del estío:

sin más, fuerza es dormir, lejano del rencor,

sobre la arena sitibunda, a mi sabor,

¡la boca abierta al astro de vinos eficaces!

 

¡Oh par, abur! La sombra miro en que te deshaces.

 

Versión de Otto de Greiff

Tomado de:

http://amediavoz.com/mallarme.htm

 

 

Hijo Prodigo

I

 

En aquellas en quienes el amor es una naranja seca

Que preserva un viejo perfume sin el néctar bermejo,

Busqué el Infinito que hace pecar al hombre

Y sólo hallé un Abismo enemigo del sueño.

− ¡El Infinito; sueño altivo que mece en su oleaje

Los árboles y los corazones como arena fina!

−Un Abismo, erizado de zarzas ásperas, donde rueda

Un fétido torrente de afeites mezclados con vino!

 

II

 

Oh, la mística, oh la sangrante, oh la enamorada,

Loca de aromas de cirio y de incienso, que no supiste

Qué Demonio te retorcía el atardecer en que, doliente,

Puliste un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús.

Tus rodillas endurecidas por las oraciones ensoñadoras,

Beso, y tus pies también que calmarían el mar.

Quiero hundir mi cabeza en tus muslos nerviosos

Y llorar mi error bajo tu cilicio amargo:

Allí, santa mía, embriagado por perfumes extáticos,

Olvidando el negro Abismo y el Infinito amado,

Luego de haber cantado muy quedo largos cánticos

Adormeceré mi mal sobre tu fresca carne.

 

 

El virgen, el vivaz…

El virgen, el vivaz y el hermoso día de hoy

¡Nos desgarrará con un golpe de ala ebrio

Este lago duro olvidado que pena bajo la escarcha

¡El transparente glaciar de los vuelos que no han huido!

Un cisne de otrora recuerda que él es

Magnífico pero que sin esperanza se rinde

Por no haber cantado la región donde vivir

Cuando del estéril invierno resplandeció el hastío.

Todo su cuello agitará esta blanca agonía

Por el espacio infligida al ave, que lo niega,

Pero no el horror del suelo donde el plumaje está preso.

Fantasma que a este lugar su puro brillo asigna,

Él se inmoviliza en el sueño frio de desprecio

Que viste en medio del exilio inútil el Cisne.

 


Brisa Marina

Leí todos los libros y es, ¡ay!, la carne triste.

¡huir, huir muy lejos! Ebrias aves se alejan

entre el cielo y la espuma. Nada de lo que existe,

ni los viejos jardines que los ojos reflejan,

ni la madre que, amante, da leche a su criatura,

ni la luz que en la noche mi lámpara difunde

sobre el papel en blanco que defiende su albura

retendrá al corazón que ya en el mar se hunde.

¡Yo partiré! ¡Oh, nave, tu velamen despliega

y leva al fin las anclas hacia incógnitos cielos!

Un tedio, desolado por la esperanza ciega,

confía en el supremo adiós de los pañuelos.

Y tal vez, son tus mástiles de los que el viento lanza

sobre perdidos náufragos que no encuentran maderos,

sin mástiles, sin mástiles, ni islote en lontananza…

¡Corazón, oye cómo cantan los marineros!

 

 

Las Ventanas

Del hospital cansado y del fétido incienso

que asciende en la blancura vulgar de las cortinas,

al Santo Cristo magro de un gran clavo suspenso

el moribundo vuelve las espaldas en ruinas;

 

se arrastra y anda, y, menos para escaldar su podre

que, para ver el sol sobre las piedras, pega

sus pelos blancos y su pelleja de odre

a las ventanas que una luz clara anega.

 

Y la boca febril y del azul voraz

-como cuando, de joven, aspiró su tesoro,

una piel virginal, de otro tiempo- el agraz

de un largo beso amargo pone en los vidrios de oro.

 

Ebrio vive; olvidando la cruz, los óleos santos,

el reloj, las tisanas, el lecho obligatorio,

la tos… y cuando sangra la tarde, en amarantos

sus ojos de los cielos en el rojo cimborio,

 

ven galeras doradas, como cisnes esbeltos,

dormir sobre unas rías de púrpura y de armiños,

meciendo el iris de sus líneas desenvueltas

en un gran abandono cargado de cariños.

 

Así, con asco de los hombres de alma dura,

hundidos en el goce, donde sus apetitos

se sacian, y que amasan esta horrible basura

para darla a sus hembras y a sus hijos ahítos

 

me escapo, y voy buscando todos los ventanales

desde donde la espalda se da al mundo y, bendito

en su vidrio, que lavan rocíos eternales,

que dora la mañana casta del Infinito,

 

me contemplo, y me veo ángel, y muero, y quiero

-sea el arte aquel vidrio o sea el misticismo-

renacer coronado del sueño de mí mismo,

al cielo anterior, de Belleza manadero.

 

Pero ¡ay! que el Aquí-abajo es dueño; su crueldad

en los propios umbrales del azul me atosiga,

y el vómito hediondo de la Bestialidad

a taparme allí mismo las narices me obliga.

 

¿No habrá manera -; ¡Oh Yo, que en dolor te consumes! -

de romper el cristal que aumenta mi ansiedad,

y de escaparme con mis dos alas implumes,

a riesgo de caer toda la eternidad?

Tomado de:

https://hilosprimitivos.wordpress.com/2016/10/03/7-poemas-de-stephane-mallarme/

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