martes, 7 de julio de 2015

Algunos textos de KAFKA

Cascar una nuez no es realmente un arte, y en consecuencia nadie se atrevería a congregar a un auditorio para entretenerlo entonces ya no se trata meramente de cascar nueces. O tal vez se trate meramente de cascar nueces, pero entonces descubrimos que nos hemos despreocupado totalmente de dicho arte porque lo dominábamos demasiado, y este nuevo cascador de nueces nos muestra por primera vez la esencia real del arte, al punto que podría convenirle, para un mayor efecto, ser un poco menos hábil en cascar nueces que la mayoría de nosotros.





POESIA MALDITA 

Ancestros milenarios, 
dibujen la senda que he seguir, 
muéstrenme el camino a tomar, 
guiada con brebaje y humo 
que harán más fácil mi levitar. 

Dolor, Culpa, Miedo, Depresión, 
algunos de sus temas 
mas aclamados por este lector. 
Rabia, Muerte, Oscuridad y Adoración, 
surgirán de mi mente 
su locura y pasión. 

Renazcan Poetas Malditos, 
dejen ver su legado, 
sus obras, su arte, 
por los que están siendo llamados. 
Renazcan Poetas Malditos, 
yo los he citado, 
en está hora, en esté minuto, 
escriban poesía olvidada por muchos, 
despreciada por otros. 

Dolor, Culpa, Miedo, Depresión, 
algunos de sus temas 
mas aclamados por este lector. 
Rabia, Muerte, Oscuridad y Adoración, 
surgirán de mi mente 
su locura y pasión. 

Su llamado está siendo escuchado, 
oigo su cantar melancólico, 
con fuerza en las sombras, 
surgiendo tímidas letras adosadas 
en la superficie de Baphomet, 
la piramide de luz 
Sueña y llora, pobre raza 
no hay camino, lo has perdido. 
¡Ay! es tu saludo por la noche y también por la mañana. 
No quieren nada, se me llevan 
las manos del abismo, que se extienden 
para arrastrarme, impotente, hacia el fondo. 
Pesadamente caigo en las manos ávidas. 
Resonaba desde el fondo montañoso 
un lento discurso. Atentamente lo escuchábamos. 
Ah, máscaras del infierno, muecas veladas 
se llevaron mi cuerpo oprimido contra el suyo. 
Una larga caravana, una larga caravana 
se lleva a quién no está preparado. 
Franz Kafka, 19 de julio de 1916




Franz Kafka
(Praga, 1883 - 1924)


Ante la ley


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez —dice el centinela— pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para si.

Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

—¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.

—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

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