DE ATLÁNTIDA
Lucen del Ocaso los pálidos cobres
y del mar que duerme, los blancos estaños,
y van derramando perfumes salobres
las olas que cantan con tonos extraños.
De pronto, el mar glauco se ve cristalino,
las sombras palpitan de luz salpicadas
y el alba triunfante de un sol submarino
derrama sus luces en aúreas cascadas . . .
Cual pasa en los claros cielos estivales
la nébula errante de un claro de luna,
pasa estremeciendo los verdes cristales
un delfín de plata con su aleta bruna.
En el fondo tiemblan esbeltas arcadas
de ópalos brillantes y ágatas obscuras . . .
¿Es que, obedeciendo la voz de las hadas,
Atlántida tiende sus arquitecturas?
Silenciosa surge del regio palacio,
como iluminada por luces astrales,
La Nereida rubia de ojos de topacio
y frente ceñida de rojos corales.
Y tras ella nada, jadeante y bronco,
a grandes brazadas, el tritón fornido,
el que airado sopla su caracol ronco
y en las tempestades lanza su alarido.
Aparece luego como Anadyomena,
la de voz que arrulla como dulce flauta,
la fascinadora y ardiente sirena,
la que entre sus brazos adormece al nauta.
En alga marina su frente corona,
su vientre escamado fulgura y radía;
parece una heroica, gentil amazona
que viste armadura de oro y pedrería.
Y pasa nadando silenciosa y rauda,
tendiendo en las ondas sus brazos amantes,
mientras que los golpes de su verde cauda
dejan una estela de claros diamantes.
¡Mísero del nauta que surque esos mares!
la onda está quieta; la noche serena;
los astros esplenden y dulces cantares
modula la brisa . . . Pero la sirena,
al mirar la quilla del bajel errante
que el espejo terso de la mar desflora,
lanzará en al noche su canción amante
y el arrullo dulce de su voz traidora! . . .
ONIX
Torvo fraile del templo solitario
que al fulgor de nocturno lampadario
o a la pálida luz de las auroras
desgranas de tus culpas el rosario...
¡Yo quisiera llorar como tú lloras!
Porque la fe en mi pecho solitario
se extinguió como el turbio lampadario
entre la roja luz de las auroras,
y mi vida es un fúnebre rosario
más triste que las lágrimas que lloras.
Casto amador de pálida hermosura
o torpe amante de sensual impura
que vas, novio feliz o esclavo ciego,
llena el alma de amor o de amargura . . .
¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!
Porque no me seduce la hermosura,
ni el casto amor ni la pasión impura;
porque en mi corazón dormido y ciego,
ha pasado un gran soplo de amargura.
que también pudo ser lluvia de fuego.
¡Oh guerrero de lírica memoria
que al asir el laurel de la victoria,
caíste en tierra con el pecho abierto
para vivir la vida de la gloria . .
¡Yo quisiera morir como tú has muerto!
Porque al templo sin luz de mi memoria,
sus escudos triunfales la victoria
no ha llegado a colgar, porque no ha abierto
el relámpago de oro de la gloria
mi corazón oscurecido y muerto.
Fraile, amante, guerrero, yo quisiera
saber qué oscuro advenimiento espera
el anhelo infinito de mi alma
si de mi vida en la tediosa calma
no hay un dios, ni un amor, ni una bandera.
De poemas de juventud 1892 - 1900
Abraxa
Como un diamante sobre el terciopelo
de un joyero de ébano sombrío,
abandona tu amor sobre mi hastío
la diamantina claridad de un cielo.
Rugió la tempestad...: muerto de frío,
en ti -jardín en flor- posé mi vuelo,
y te bañó mi torvo desconsuelo,
¡oh lirio! , en vez del matinal rocío.
¡Y ni un suspiro de tristeza exhalas!
y dejas que mi frente pesarosa
empolve con sus pésames tus galas,
¡y que te abrace al fin mi alma tediosa
como crispa un murciélago sus alas
sobre el cáliz fragante de una rosa!
En el parque
Un último sonrojo murió sobre tu frente...
Caíste sobre el césped; la tarde sucumbía,
Venus en el brumoso confín aparecía
y rimando tus ansias sollozaba la fuente.
¿Viste acaso aquel lirio y cómo deshacía
una a una sus hojas en la turbia corriente,
cuando al eco obstinado de mi súplica ardiente
respondiste anegando tu mirada en la mía?
Ya en la actitud rendida que la caricia invoca,
en la grama tendiste tus blancos brazos flojos
rendida ante los ruegos de mi palabra loca.
Y yo sobre tu cuerpo cayendo al fin de hinojos,
miré todas las rosas sangrando entre tu boca
¡y todas las estrellas bajando hasta tus ojos!
En otoño
La lluvia obstinada y fría
de aquella tarde brumosa,
¡desbarató muchos nidos
y deshojó muchas rosas!
Allá en la desierta sala
frente a la ventana gótica,
los dos solos. Él callado;
ella pálida y tediosa
finge desdén, y sus ojos
están tristes y no lloran,
y las crueles palabras
que de su garganta brotan
quieren vibrar y acarician,
quieren herir y sollozan...
La falta es nube de estío
y las nubes se evaporan
cuando surge el sol radiante;
pero ella piensa orgullosa:
¡Cuando al corazón lastiman
las faltas no se perdonan!
Él medita que al agravio
las rodillas no se doblan,
y ambos callan pensativos
frente a la ventana gótica...
¿Por qué no arrojan la máscara
si al cabo los ojos lloran?
¿Por qué enmudecen los labios
si las almas están rotas?
¡Ay, en vano los recuerdos
tienden el ala y remontan
los horizontes azules
de las horas venturosas!
En vano recuerda ella
el despertar en la alcoba,
cuando de la serenata
se desprendían las notas
¡y sobre del blanco alféizar,
aparecía en la sombra
una mano que se alzaba
con un puñado de rosas!
En vano el galán medita
en las palabras ansiosas,
en la frente pensativa
y en los besos de su novia.
Los recuerdos vuelven tristes
con las alas temblorosas,
y ateridos se acurrucan
otra vez en la memoria...
¡Ella firme piensa en que
las faltas no se perdonan,
y él se obstina en que al agravio
las rodillas no se doblan!
Mientras, en alas del viento
las hojas secas sollozan
por esa lluvia que sigue
cayendo en la noche umbrosa,
¡desbaratando los nidos
y deshojando las rosas!
La Venus china
En su rostro ovalado palidece el marfil,
la granada en sus labios dejó púrpura y miel,
son sus cejas el rasgo de un oblicuo pincel
y sus ojos dos gotas de opio negro y sutil.
Cual las hojas de nácar de un extraño clavel
florecieron las uñas de su mano infantil,
que agitando en la sombra su abanico febril
hace arder en sus sedas un dorado rondel...
Arropada en su manto de brocado turquí,
en la taza de jade bebe sorbos de té,
mientras arde a sus plantas aromoso benjuí.
¡Mas irguióse la Venus y el encanto se fue,
pues enjuto, en la cárcel de cruel borceguí,
era un pie de faunesa de la Venus el pie!...
Soneto Watteau
¡Manón, la de ebúrnea frente,
la de cabello empolvado
y vestidura crujiente,
tus ojos me han cautivado!
Eco de mi amor ardiente,
el clavicordio ha cantado
la serenata doliente
y el rondel enamorado...
¡Ven! ¡El Amor que aletea
lanza su flecha dorada,
y en el mar que azul ondea
surge ya la empavesada
galera flordelisada
que conduce a Citerea!
Abraxa
Como un diamante sobre el terciopelo
de un joyero de ébano sombrío,
abandona tu amor sobre mi hastío
la diamantina claridad de un cielo.
Rugió la tempestad...: muerto de frío,
en ti -jardín en flor- posé mi vuelo,
y te bañó mi torvo desconsuelo,
¡oh lirio! , en vez del matinal rocío.
¡Y ni un suspiro de tristeza exhalas!
y dejas que mi frente pesarosa
empolve con sus pésames tus galas,
¡y que te abrace al fin mi alma tediosa
como crispa un murciélago sus alas
sobre el cáliz fragante de una rosa!
En el parque
Un último sonrojo murió sobre tu frente...
Caíste sobre el césped; la tarde sucumbía,
Venus en el brumoso confín aparecía
y rimando tus ansias sollozaba la fuente.
¿Viste acaso aquel lirio y cómo deshacía
una a una sus hojas en la turbia corriente,
cuando al eco obstinado de mi súplica ardiente
respondiste anegando tu mirada en la mía?
Ya en la actitud rendida que la caricia invoca,
en la grama tendiste tus blancos brazos flojos
rendida ante los ruegos de mi palabra loca.
Y yo sobre tu cuerpo cayendo al fin de hinojos,
miré todas las rosas sangrando entre tu boca
¡y todas las estrellas bajando hasta tus ojos!
En otoño
La lluvia obstinada y fría
de aquella tarde brumosa,
¡desbarató muchos nidos
y deshojó muchas rosas!
Allá en la desierta sala
frente a la ventana gótica,
los dos solos. Él callado;
ella pálida y tediosa
finge desdén, y sus ojos
están tristes y no lloran,
y las crueles palabras
que de su garganta brotan
quieren vibrar y acarician,
quieren herir y sollozan...
La falta es nube de estío
y las nubes se evaporan
cuando surge el sol radiante;
pero ella piensa orgullosa:
¡Cuando al corazón lastiman
las faltas no se perdonan!
Él medita que al agravio
las rodillas no se doblan,
y ambos callan pensativos
frente a la ventana gótica...
¿Por qué no arrojan la máscara
si al cabo los ojos lloran?
¿Por qué enmudecen los labios
si las almas están rotas?
¡Ay, en vano los recuerdos
tienden el ala y remontan
los horizontes azules
de las horas venturosas!
En vano recuerda ella
el despertar en la alcoba,
cuando de la serenata
se desprendían las notas
¡y sobre del blanco alféizar,
aparecía en la sombra
una mano que se alzaba
con un puñado de rosas!
En vano el galán medita
en las palabras ansiosas,
en la frente pensativa
y en los besos de su novia.
Los recuerdos vuelven tristes
con las alas temblorosas,
y ateridos se acurrucan
otra vez en la memoria...
¡Ella firme piensa en que
las faltas no se perdonan,
y él se obstina en que al agravio
las rodillas no se doblan!
Mientras, en alas del viento
las hojas secas sollozan
por esa lluvia que sigue
cayendo en la noche umbrosa,
¡desbaratando los nidos
y deshojando las rosas!
La Venus china
En su rostro ovalado palidece el marfil,
la granada en sus labios dejó púrpura y miel,
son sus cejas el rasgo de un oblicuo pincel
y sus ojos dos gotas de opio negro y sutil.
Cual las hojas de nácar de un extraño clavel
florecieron las uñas de su mano infantil,
que agitando en la sombra su abanico febril
hace arder en sus sedas un dorado rondel...
Arropada en su manto de brocado turquí,
en la taza de jade bebe sorbos de té,
mientras arde a sus plantas aromoso benjuí.
¡Mas irguióse la Venus y el encanto se fue,
pues enjuto, en la cárcel de cruel borceguí,
era un pie de faunesa de la Venus el pie!...
Soneto Watteau
¡Manón, la de ebúrnea frente,
la de cabello empolvado
y vestidura crujiente,
tus ojos me han cautivado!
Eco de mi amor ardiente,
el clavicordio ha cantado
la serenata doliente
y el rondel enamorado...
¡Ven! ¡El Amor que aletea
lanza su flecha dorada,
y en el mar que azul ondea
surge ya la empavesada
galera flordelisada
que conduce a Citerea!
HAIKAIS
Tierno saúz,
Casi otro, casi ámbar,
Casi luz...
Por nada los gansos
Tocan alarma
En sus trompetas de barro.
Pavo real, largo fulgor,
Por el gallinero demócrata
Pasas como una procesión...
Aunque jamás se muda,
A tumbos, como carro de mudanza,
Va por la senda la tortuga.
¡Devuelve a la desnuda rama,
Nocturna mariposa,
Las hojas secas de tus alas!
Recorriendo su tela
Esta luna clarísima
Tiene a la araña en vela.
NOCTURNO ALTERNO
Neoyorquina noche dorada
Fríos muros de cal moruna
Rector's champaña foxtrot
Casas mudas y fuertes rejas
Y volviendo la mirada
Sobre las silenciosas tejas
El alma petrificada
Los gatos blancos de la luna
Como la mujer de Loth
¡Y sin embargo
es una
misma
en New York
y en Bogotá
La Luna...!
LA LUNA
Es mar la noche negra;
la nube es una concha;
la luna es una perla...
- Un día... Poemas sintéticos, 1919
LI-PO
Li-po y otros poemas, 1920
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