"El sapo es una obra maestra de Dios"
Walt Whitman
Walt Whitman
Viejo, no te burles,
que Dios hizo lo que pudo.
Además, el sapo no es la medida de Dios, evidentemente, pues el elefante es un monstruo más grande, con su larga nariz,
y el hombre un monstruo todavía más grande, portador a dos manos de su alto falo,
de cuya punta beben las jirafas del crimen, y quien, no contento con su estatura,
ha levantado estatuas suyas gigantescas sobre altísimos pedestales,
pero entonces se han levantado también estatuas de Dios igualmente altas y arrogantes,
ya que El no quiere ser menos que el hombre.
¿Y has visto en cambio a los sapos u otros animales levantándose a sí mismos monumento alguno o siquiera una tumba?
Sólo tienen estatuas los animales que el hombre ha tomado por compañeros, como el caballo,
y eso porque aparece montado encima de él para hacer más alto su pedestal;
y el perro por la comprensión sexual que hay entre los tres: Dios, perro y hombre.
Y las figuras de águilas y de leones porque el hombre siempre ha aspirado a ser un animal feroz y de rapiña;
eso, claro, lo sabemos,
pero la hormiga no reconocería un monumento a su laboriosidad,
ni la abeja un monumento a la hormiga,
y menos la rana: no la nombres,
la pobre rana que se pasa gritando en las lagunas para decir que está allí,
igual que tú,
y que Dios, que es el que más grita.
Pobrecito Dios; ¡y tú burlándote!
Si creó a los poetas, ¿por qué no podía crear también a la rana?
¿No creó a la tortuga?
¿Y al armadillo que es una tortuga torturada?
¿Es que Dios no creó sino sólo monstruos?
¿Y qué otra cosa podía hacer?
Dices que tu amante no es un monstruo, pero yo le veo diez uñas afiladas,
y un pene como una sanguijuela pegado a ti toda la noche;
no charles, Walt,
tómate esa cerveza sin mojarte la barba,
viejo marrullero,
andando empeloto por las calles de Manhattan delante de los aprendices
durante un sueño que tuviste una noche cuando te acostaste un poco ebrio.
¿Conque la rana es una obra maestra de Dios, no?
¡Entonces yo también!
Y si yo soy una obra maestra de Dios entonces Dios tiene que ser muy pequeño,
un artista muy malo, francamente.
Ruego a Nzamé
Dame una palabra antigua para ir a Angbala,
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar al agua.
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar al agua.
Una palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día entero debajo de una palma,
y olvidarme de todo a la orilla del agua.
quedarme el día entero debajo de una palma,
y olvidarme de todo a la orilla del agua.
Dame una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda como el pez en el agua.
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda como el pez en el agua.
¡Quiero volver a Angbala!
El deseo
Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle,
y que nos sentemos en un café a hablar largamente
de las cosas pequeñas de la vida,
a recordar de cuanto tú fuiste soldado,
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando.
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente
y nos estábamos callados.
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre
en la misma esquina hasta el día siguiente,
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la[vida,
pero que sólo se da en la juventud,
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan
entre el bolsillo,
y se tienen creencias y confianzas
así en el mundo como en uno mismo.
Y quiero además aún hablarte,
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta
noche con cerveza y música,
y después yo seguir viviendo como si nada...
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas,
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para
ponerme mi abrigo negro a la salida,
yo buscando la puerta de emergencia,
la escalera de incendios que conduce al infierno,
todas las salidas custodiadas por desconocidos.
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad.
Mientras la tarde transcurre
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos
a decir las últimas palabras cada noche
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir
[comprendí que te amaba,
y en fin, tantas otras cosas que suceden...
y que nos sentemos en un café a hablar largamente
de las cosas pequeñas de la vida,
a recordar de cuanto tú fuiste soldado,
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando.
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente
y nos estábamos callados.
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre
en la misma esquina hasta el día siguiente,
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la[vida,
pero que sólo se da en la juventud,
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan
entre el bolsillo,
y se tienen creencias y confianzas
así en el mundo como en uno mismo.
Y quiero además aún hablarte,
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta
noche con cerveza y música,
y después yo seguir viviendo como si nada...
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas,
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para
ponerme mi abrigo negro a la salida,
yo buscando la puerta de emergencia,
la escalera de incendios que conduce al infierno,
todas las salidas custodiadas por desconocidos.
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad.
Mientras la tarde transcurre
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos
a decir las últimas palabras cada noche
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir
[comprendí que te amaba,
y en fin, tantas otras cosas que suceden...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario