viernes, 24 de julio de 2015

Poemas de Milan Rúfus

CAMPANAS

        
                                           Dedicado a Paco Peco

También tú oyes de vez en cuando
a la  muerte chasquear el seco látigo.
E intentas adivinar si está lejos
o cerca de la tumba.

Suena la campana de tu patria.
Un molde. Ira y amor
fundieron en él tu figura.
Fuente memoria. A tientas
sacias tu sed y, ya que refleja,
lentamente lees en la superficie
tu propia cara. Observas, te limpias el sudor
y te lavas la suciedad, lo oscuro de la arcilla
 que no has dado y que te han robado.
Y así le pides a la patria muerta:

Sé paciente, aguanta ahí debajo.
Y acompáñanos en estos duros tiempos.

Como las madres en silencio mueven los labios
 cuando el niño dice unos versos.

ORACIÓN POR ESLOVAQUIA

Conozco un nido.                                              Milan Rúfus
Lo quiero mucho.
En él, como en una red de Dios,
hay muchos papás y mamás
y muchos, muchos niños.
Fue el Señor quien lo anidó
y decidió sin dudar
quién estaba destinado
a vivir en ese hogar,
quién podría abrir su puerta
y cerrarla con llave
y, como pan, cortar la tierra
regalada del Padre.
Conozco un nido.
Lo quiero mucho.
Día y noche me da calor.
Es la tierna voz de mamás
y de los papás el sudor.
Tú, Señor mío, guárdalo.
Vigila en cada momento.
Al menos tú, Grande, cúidalo,
si tan pequeño lo has creado.

PALABRAS

A F. Halas

Sólo escaleras del templo.
Sólo escaleras del templo son las palabras.

Tú, mi lotería, mi azar de cada día.
Abismo de la lengua materna, siempre pérfido, tú que
te cierras de nuevo después de cada apertura,

sólo escaleras del templo,
sólo escaleras del templo son las palabras.

Muy por encima de ellas está el silencio.
En su umbral, poeta, está sentada la verdad.
(Tal vez en su cuenco, con la moneda de una lágrima,
haré sonar a veces lo que no he expresado.)

Ah, la palabra, un atado bajo la cabeza.
He visto a los poetas sobre la hondura terrible del silencio.
Por un frágil puente de palabras iban con el poema hacia la grandeza.
Sollozando de miedo.

 


ÁRBOL EN INVIERNO

Desnudo y ofendido,
como si en este momento caminase hacia el patíbulo,
está erguido
y deja pasar todo por fuera.
El viento y la lluvia.
Como agua por el plumaje
resbalan por él los días, y no abre
a nadie la puerta el callado exiliado.

Sólo dentro, tras la persiana,
junto a la blanca vela del líber,
vive lo suyo, lee los días.
Y ni la sombra, ni siquiera una sombra
en la cortina lo traiciona,
sentado tan en silencio.


 

LOS NIÑOS

A la par con ellos, hermanos menores de los animales.
Saben aún lo que nosotros ya no sabemos.
Sólo agua pura y transparente beben,
soplan la mota de polvo y escupen la suciedad.
Las cabecitas en la hierba,
tendidos las más de las veces,
como a un enfermo escuchan al mundo.
Qué es lo que les dice, eso nunca lo revelan.
Lo llevan bajo la camisita igual que las manzanas
del árbol del vecino.
Poco a poco comienzan a entristecerse. Adivinan el día
en que de cada uno se marcha
el principito a caballo, llevándose el cetro
y la manzana.
Y en realidad eso es el fin.
Lo que viene después ya se repite.
Desde el principio dado a medida del hombre.
Esa posición fuera de juego.
Y el cansancio. Y la angustia.
La cabeza vendada 
de Guillaume Apollinarie
inventa un poema.
Olvidados del cuerpo
te seguíamos, destino.
Y la espina en la planta del pie
no la sentíamos. El callo en la palma de la mano
formaba parte de ella como un sexto dedo, y sin él
no era nuestra.

Así se enrosca el cuerpo,
se adapta. Como una herradura
nos doblan a medida
de lo inaprensible.

Y nosotros lo pedimos.
August Renoir
se amarra al pincel:
un instante más, Señor,
átanos aunque sea a la cola
del caballo de Troya.

del invierno de Brueghel

iTerruño de todas las tierras natales,
acuérdate de tu hijo!

De la desnudez de los árboles, del silencio de los sotos,
misteriosamente próximo sopla hasta nosotros,
ignotamente conocido grita:
ivuelve!

¿Dónde sucedió?
¿Dónde fue? ¿Dónde es?

Yo he vivido allí.
¿Pero dónde pudo ser?

EL PAN NUESTRO

Solía alabar,
hombre,
que no te llegaba a la cintura.
O, como mucho, a los hombros.

Así solía verte
desde siempre dentro de él:
erguido
te movías tras la guadaña
y tu cabeza húmeda
flotaba sobre él como en las aguas
un bajel real.

Y tú eres pan y sólo pan.
Muy hondo dentro de él.

Sin embargo, aquí y allá,
un tímido grito en ti se resiste
a estar bajo las aguas,
pide tomar aliento,
escupir el mar como las ballenas.
Y desciendes de nuevo.

Desde entonces
me entristezco
cuando al limpiar pescados
cojo en la mano un frágil globito
parecido a un reloj de arena.

Y veo el alma humana.

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