martes, 20 de septiembre de 2016

POEMAS DE RAFAEL ALBERTI



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EL TONTO DE RAFAEL


Por las calles, ¿quién aquél?
¡El tonto de Rafael!
Tonto llovido del cielo,
del limbo, sin un ochavo.
Mal pollito colipavo,
sin plumas, digo, sin pelo.
¡Pío-pic!, pica, y al vuelo
todos le pican a él.
¿Quién aquél?
¡El tonto de Rafael!
Tan campante, sin carrera,
no imperial, sí tomatero,
grillo tomatero, pero
sin tomate en la grillera.
Canario de la fresquera,
no de alcoba o mirabel.
¿Quién aquél?
¡El tonto de Rafael!
Tontaina tonto del higo,
rodando por las esquinas
bolas, bolindres, pamplinas
y pimientos que no digo.
Mas nunca falta un amigo
que le mendigue un clavel.
¿Quién aquél?
¡El tonto de Rafael!
Patos con gafas, en fila,
lo raptarán tontamente
en la berlina inconsciente
de San Jinojito el lila.
¿Qué runrún, qué retahíla
sube el cretino eco fiel?
¡Oh, oh, pero si es aquél
el tonto de Rafael!


A FEDERICO GARCÍA LORCA



Sal tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;

que yo saldré a esperarte, amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.

Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.

Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.





Asombro de la estrella ante el destello...


Asombro de la estrella ante el destello 
de su cardada lumbre en alborozo. 
Sueña el melocotón en que su bozo 
Al aire pueda amanecer cabello. 

Atónito el limón y agriado el cuello, 
Sufre en la greña del membrillo mozo, 
Y no hay para la rosa mayor gozo 
Que ver sus piernas de espinado vello. 

Ensombrecida entre las lajas, triste 
De sufrirlas tan duras y tan solas, 
Lisas para el desnudo de sus manos, 

Ante el crinado mar que las embiste, 
Mira la adolescente por las olas 
Poblársele las ingles de vilanos.



El ángel ángel


Y el mar fue y le dio un nombre
y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego.
La tierra, nada.
Ese reino movible,
colgado de las águilas,
no la conoce.
Nunca escribió su sombra
la figura de un hombre.



El ángel bueno


Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.

¡Levántate! Y mis ojos
vieron plumas y espadas.

Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas, 
los ocasos, las albas.

‹¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada.

¡Oh anhelo, fijo mármol,
fija luz, fijas aguas
movibles de mi alma!

Alguien dijo: ¡Levántate! 
Y me encontré en tu estancia.



El ángel bueno 2


Dentro del pecho se abren 
corredores anchos, largos, 
que sorben todas las mares. 

Vidrieras, 
que alumbran todas las calles. 

Miradores, 
que acercan todas las torres. 
Ciudades deshabitadas 
se pueblan, de pronto. Trenes 
descarrilados, unidos 
marchan. 

Naufragios antiguos flotan. 
La luz moja el pie en el agua. 

¡Campanas! 

Gira más de prisa el aire. 
El mundo, con ser el mundo, 
en la mano de un niña cabe. 

¡Campanas! 

Una carta del cielo bajó un ángel.


El ángel bueno 3


Vino el que yo quería, 
el que yo llamaba. 

No aquel que barre cielos sin defensas, 
luceros sin cabañas, 
lunas sin patria, 
nieves. 
Nieves de esas caídas de una mano, 
un nombre, 
un sueño, 
una frente. 

No aquel que a sus cabellos 
ató la muerte. 

El que yo quería. 
Sin arañar los aires, 
sin herir hojas ni mover cristales. 

Aquel que a sus cabellos 
ató el silencio. 

Para, sin lastimarme, 
cavar una ribera de luz, dulce en mi pecho, 
y hacerme el alma navegable.



El ángel ceniciento


Precipitadas las luces
por los derrumbos del cielo,
en la barca de las nieblas
bajaste tú, Ceniciento.
Para romper cadenas
y enfrentar a la tierra contra el viento.
Iracundo, ciego.
Para romper cadenas
y enfrentar a los mares contra el fuego.
Dando bandazos el mundo,
por la nada rodó, muerto.
No se enteraron los hombres.
Sólo tú y yo, Ceniciento.

  

El ángel de arena 



Seriamente, en tus ojos era la mar dos niños que me espiaban, 
temerosos de lazos y palabras duras. 
Dos niños de la noche, terribles, expulsados del cielo, 
cuya infancia era un robo de barcos y un crimen de soles y de lunas. 
Duérmete. Ciérralos.


Vi que el mar verdadero era un muchacho que saltaba desnudo, 
invitándome a un plato de estrellas y a un reposo de algas. 
¡Sí, sí! Ya mi vida iba a ser, ya lo era, litoral desprendido. 
Pero tú, despertando, me hundiste en tus ojos. 

Seriamente, en tus ojos era la mar dos niños que me espiaban,
temerosos de lazos y palabras duras.
Dos niños de la noche, terribles, expulsados del cielo,
cuya infancia era un robo de barcos y un crimen de soles y de lunas.

Duérmete. Ciérralos.

Vi que el mar verdadero era un muchacho que saltaba desnudo,
invitándome a un plato de estrellas y a un reposo de algas.
¡Sí, sí! Ya mi vida iba a ser, ya lo era, litoral desprendido.
Pero tú, despertando, me hundiste en tus ojos.

  

El ángel de los números


Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
Y el ángel de los números,
pensativo, volando del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
Y en las muertas pizarras
el ángel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2,
sobre el 3, sobre el 4...

 


El ángel del carbón


Feo, de hollín y fango. 
¡No verte!

Antes, de nieve, áureo, 
en trineo por mi alma. 
Cuajados pinos. Pendientes.

Y ahora por las cocheras, 
de carbón, sucio. 
¡Te lleven!

Por los desvanes de los sueños rotos. 
Telarañas. Polillas. Polvo. 
¡Te condenen!

Tiznados por tus manos, 
mis muebles, mis paredes.

En todo, 
tu estampado recuerdo 
de tinta negra y barro. 
¡Te quemen!

Amor, pulpo de sombra, 
malo.



El ángel del misterio


Un sueño sin faroles y una humedad de olvidos,
pisados por un nombre y una sombra.
No sé si por un nombre o muchos nombres,
si por una sombra o muchas sombras.
Reveládmelo.
Sé que habitan los pozos frías voces,
que son de un solo cuerpo o muchos cuerpos,
de un alma sola o muchas almas.
No sé.
Decídmelo.
Que un caballo sin nadie va estampando
a su amazona antigua por los muros.
Que en las almenas grita, muerto, alguien
que yo toqué, dormido, en un espejo,
que yo, mudo, le dije...
No sé.
Explicádmelo.




El ángel desconocido


¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
 

  

El ángel falso 


Para que yo anduviera entre los nudos de las raíces 
y las viviendas óseas de los gusanos. 
Para que yo escuchara los crujidos descompuestos del mundo 
y mordiera la luz petrificada de los astros, 
al oeste de mi sueño levantaste tu tienda, ángel falso. 
Los que unidos por una misma corriente de agua me veis, 
los que atados por una traición y la caída de una estrella me escucháis, 
acogeos a las voces abandonadas de las ruinas. 
Oíd la lentitud de una piedra que se dobla hacia la muerte. 
No os soltéis de las manos. 
Hay arañas que agonizan sin nido 
y yedras que al contacto de un hombro se incendian y llueven sangre. 
La luna transparenta el esqueleto de los lagartos. 
Si os acordáis del cielo, 
la cólera del frío se erguirá aguda en los cardos 
o en el disimulo de las zanjas que estrangulan 
el único descanso de las auroras: las aves. 
Quienes piensen en los vivos verán moldes de arcilla 
habitados por ángeles infieles, infatigables: 
los ángeles sonámbulos que gradúan las órbitas de la fatiga. 
¿Para qué seguir andando? 
Las humedades son íntimas de los vidrios en punta 
y después de un mal sueño la escarcha despierta clavos 
o tijeras capaces de helar el luto de los cuervos. 
Todo ha terminado. 
Puedes envanecerte, en la caída marchita de los cometas que se hunden, 
de que mataste a un muerto, 
de que diste a una sombra la longitud desvelada del llanto, 
de que asfixiaste el estertor de las capas atmosféricas. 


  


El ángel superviviente


Acordáos.
La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido
y disimulos de niña que ha dado muerte a un cisne.
Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato.
La derrota del cielo, un amigo.
Acordáos de aquel día, acordáos
y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros.
En el frío, murieron dos fantasmas.
Por un ave, tres anillos de oro
fueron hallados y enterrados en la escarcha.
La última voz del hombre ensangrentó el viento.
Todos los ángeles perdieron la vida.
Menos uno, herido, alicortado.



El ángel tonto 


Ese ángel, 
ése que niega el limbo de su fotografía 
y hace pájaro muerto 
su mano. 
Ese ángel que terne que le pidan las alas, 
que le besen el pico, 
seriamente, 
sin contrato. 
Si es del cielo y tan tonto, 
¿por qué en la tierra? Dime. 
Decidme. 
No en las calles, en todo, 
indiferente, necio, 
me lo encuentro. 
¡El ángel tonto! 
¡Si será de la tierra! 
-Sí, de la tierra sólo. 
El ángel del misterio 
Un sueño sin faroles y una humedad de olvidos, 
pisados por un nombre y una sombra. 
No sé si por un nombre o muchos nombres, 
si por una sombra o muchas sombras. 
Reveládmelo. 
Sé que habitan los pozos frías voces, 
que son de un solo cuerpo o muchos cuerpos, 
de un alma sola o muchas almas. 
No sé. 
Decídmelo. 
Que un caballo sin nadie va estampando 
a su amazona antigua por los muros. 
Que en las almenas grita, muerto, alguien 
que yo toqué, dormido, en un espejo, 
que yo, mudo, le dije... 
No sé. 
Explicádmelo.

  

El cuerpo deshabitado


Yo te arrojé de mi cuerpo, 
yo, con un carbón ardiendo. 

-Vete. 

Madrugada. 
La luz, muerta en las esquinas 
y en las casas. 
Los hombres y las mujeres 
ya no estaban. 

-Vete. 

Quedó mi cuerpo vacío, 
negro saco, a la ventana. 

Se fue. 

Se fue, doblando las calles. 
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.



Guerra a la guerra por la guerra. Vente...


Guerra a la guerra por la guerra. Vente. 
Vuelve la espalda. El mar. Abre la boca. 
Contra una  mina una sirena choca 
Y un arcángel se hunde, indiferente. 

Tiempo de fuego. Adiós. Urgentemente. 
Cierra los ojos. Es el monte. Toca. 
Saltan las cumbres salpicando roca 
Y un arcángel se hunde, indiferente. 

¿Dinamita a la luna también? Vamos. 
Muerte a la muerte por la muerte: guerra. 
En verdad, piensa el toro, el mundo es bello 

Encendidos están, amor, los ramos. 
Abre la boca. (El mar. El monte.) Cierra 
Los ojos y desátate el cabello.

  

Hace falta estar ciego... 


Hace falta estar ciego, 
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio, 
cal viva, 
arena hirviendo, 
para no ver la luz que salta en nuestros actos, 
que ilumina por dentro nuestra lengua, 
nuestra diaria palabra. 

Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría, 
sin participación de los himnos futuros, 
sin recuerdo en los hombres que juzguen el pasado sombrío de la tierra. 

Hace falta querer ya en vida ser pasado, 
obstáculo sangriento, 
cosa muerta, 
seco olvido. 



Lloraba recio, golpeando, oscuro...


Lloraba recio, golpeando, oscuro, 
las humanas paredes sin salida. 
Para marcarlo de una sacudida, 
Lo esperaba la luz fuera del muro. 

Grito en la entraña que lo hincó, futuro, 
Desventuradamente y resistida 
Por la misma cerrada, abierta herida 
Que ha de exponerlo al primer golpe duro. 

¡Qué desconsolación y qué ventura! 
Monstruo batido en sangre, descuajado 
De la cueva carnal del sufrimiento. 

Mama la luz y agótala, criatura, 
Tabícala en tu ser iluminado, 
Que mamas con la leche el pensamiento.

  

Lo que dejé por ti


Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.


Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.


Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.


Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma,  a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.





Los ángeles feos 


Vosotros habéis sido, 
vosotros que dormís en el vaho sin suerte de los pantanos 
para que el alba más desgraciada os reanime en una gloria de estiércol, 
vosotros habéis sido la causa de ese viaje. 
Ni un solo pájaro es capaz de beber en una alma 
cuando sin haberlo querido un cielo se entrecruza con otro 
y una piedra cualquiera levanta a un astro una calumnia. 
Ved. 
La luna cae mordida por el ácido nítrico 
en las charcas donde el amoníaco aprieta la codicia de los alacranes. 
Si os atrevéis a dar un paso, 
sabrán los siglos venideros que la bondad de las aguas es aparente 
cuantas más hoyas y lodos ocultan los paisajes. 
La lluvia me persigue atirantando cordeles. 
Será lo más seguro que un hombre se convierta en estopa. 
Mirad esto: 
ha sido un falso testimonio decir que una soga al cuello no es agradable 
y que el excremento de la golondrina exalta al mes de mayo. 
Pero yo os digo: 
una rosa es más rosa habitada por las orugas 
que sobre la nieve marchita de esta luna de quince años. 
Mirad esto también, antes que demos sepultura al viaje: 
cuando una sombra se entrecoge las uñas en las bisagras de las puertas 
o el pie helado de un ángel sufre el insomnio fijo de una piedra, 
mi alma sin saberlo se perfecciona. 
Al fin ya vamos a hundimos. 
Es hora de que me dierais la mano 
y me arañarais la poca luz que coge un agujero al cerrarse 
y me matarais esta mala palabra que voy a pinchar sobre las tierras que se derriten.




 Los ángeles mohosos


Hubo luz que trajo
por hueso una almendra amarga.
Voz que por sonido,
el fleco de la lluvia,
cortado por un hacha.

Alma que por cuerpo,
la funda de aire
de una doble espada.

Venas que por sangre,
Y el de mirra y de retama
Cuerpo que por alma,
el vacío, nada. 

  

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