(2 de octubre de 1879, Reading, Pensilvania, Estados Unidos - 2 de agosto de 1955, Saint Francis Hospital and Medical Center, Hartford, Connecticut, Estados Unidos)
Domingo en la manaña
I
El gusto de la
bata, y el café
Muy tarde y las
naranjas en una silla al sol,
Y la verde
libertad de un papagayo
Sobre un tapete
confundido para disipar
El sagrado
silencio del antiguo sacrificio
Ella sueña un
poco, y siente la oscura
Intrusión de
esa antigua catástrofe.
Como una agua
tranquila entre las luces del agua
Las ácidas
naranjas y las brillantes, verdes alas
Son como partes
de fúnebre cortejo,
Serpenteando a
través del agua, sin ruido.
El agua es
anchurosa, sin ruido,
Aquietada por
el paso de sus pies soñadores
Sobre los
mares, hacia la silenciosa Palestina,
Reino de la
sangre y el sepulcro.
II
¿Por qué habría
de entregar, su bondad a los muertos?
¿Qué es la
divinidad si sólo puede
Llegar en
silenciosas sombras y en sueño?
¿Acaso no debe
encontrar en el gusto por el sol,
En la ácida
fruta y en las brillantes, verdes alas, o
En cualquier
otro bálsamo o belleza de la tierra,
Cosas para ser
celebradas como el pensamiento del cielo?
La Divinidad
debe vivir dentro de sí misma:
Pasiones de la
lluvia o estados de ánimo con la nieve
que cae;
Lamentos en
soledad o en indómitos
Júbilos cuando
reverdece el bosque; emociones
Borrascosas
sobre húmedos caminos en noches de otoño;
Todos los
placeres y todos los dolores, recordando
La rama del
verano y el ramaje invernal.
Éstas son las
medidas consagradas a su alma.
III
En las nubes
tuvo Júpiter su nacimiento inhumano.
Ninguna madre
lo amamantó, ninguna tierra grata dio
Señorío a su
mítico pensamiento.
Actuó entre
nosotros como un rey gruñón y
Magnificente
actuaría entre sus siervos,
Hasta que
nuestra sangre, mezclándose, virginal,
Con el cielo,
trajo tal recompensa al deseo
Que los mismos
siervos lo descubrieron en una estrella.
¿Fallará
nuestra sangre? ¿O se convertirá en sangre
Del paraíso? ¿y
se parecerá la tierra
Al paraíso que
conocemos?
Será más
amistoso el cielo que ahora,
Una parte de
trabajo y una parte de pena,
Y cercano a la gloria
el amor perdurable
No esta
tristeza indiferente y que divide.
IV
Ella dice:
"Soy feliz cuando los pájaros al despertar
Antes de
emprender el vuelo, prueban la realidad
De los campos
nublados con sus dulces preguntas;
Pero cuando los
pájaros se han ido y no regresan ya a
Los tibios
campos; ¿dónde queda entonces el paraíso?"
No ronda
ninguna profecía,
Ni quimera
antigua del sepulcro,
Ni el dorado
subterráneo, ni isla
Melodiosa donde
los espíritus regresan a su casa,
Ni visionario
sur, ni borrosa palma
Remota, en la
colina del cielo, que haya durado
Como dura el
verde de abril, o que durará
Como su
recuerdo de pájaros despiertos,
O su deseo por
Junio y la tarde, tocada
Por la
extenuación de las alas de la golondrina.
V
Ella dice:
"Pero en la satisfacción aún siento
La necesidad de
una imperecedera gloria"
La muerte es la
madre de la belleza; por eso sólo de ella
Vendrá la
satisfacción de nuestros sueños
Y nuestros
deseos. Aunque esparce las hojas
De la extinción
en nuestros senderos,
El sendero que
tomó la doliente pena, los muchos senderos
Donde el
triunfo hizo sonar su desvergonzada frase, o el
amor algo
susurró
Movido por la
ternura,
Ella hace que
el sauce tirite en el sol
Por las
doncellas que solían sentarse y contemplar
La hierba,
abandonada a sus pies.
Ella hizo que
los muchachos amontonaran ciruelas y peras
En un plato
sucio. Las doncellas prueban
Y vagan con
pasión entre las revueltas hojas.
VI
¿Nada cambia de
la muerte en el paraíso?
¿Jamás cae el
fruto maduro? ¿O acaso las ramas
Cuelgan siempre
henchidas en ese cielo perfecto,
Inmutable, sin
embargo tan semejante a nuestra perecedera
tierra,
Con ríos como
los nuestros que buscan el mar
Que nunca
hallan, los litorales que se alejan
Y que nunca
tocan con inarticulada angustia?
¿Por qué
plantar el peral en las márgenes de esos ríos
O perfumar las
orillas con el aroma del ciruelo?
¡Ah, que vistan
nuestros colores allá,
El sedoso
tejido de nuestras tardes,
Y tocan la
cuerda de nuestros insípidos laúdes!
La muerte es la
madre de la belleza, mística,
En cuyo pecho
ardiente divisamos
A nuestras
madres terrenales que esperan, insomnes.
VII
Dócil y
turbulento, un círculo de hombres
Cantará
orgiástico en una mañana de verano
Su clamorosa
devoción al sol,
No como un
dios, sino como si fuera un dios,
Desnudo entre
ellos, como una fuente salvaje.
Su canto será
un cántico del paraíso,
Que sale de su
sangre, en su retorno al cielo;
Y en su canto
entrarán, voz tras voz,
El tempestuoso
lago en donde su señora se deleita,
Los árboles,
como serafines, las resonantes colinas,
Ese coro entre
ellos que prolongan por mucho tiempo.
Conocerán muy
bien la celeste compañía
De los hombres
que perecen y el amanecer de un verano.
Y de dónde
vienen y adónde irán
El rocío sobre
sus pies lo dirá.
VIII
Ella escucha,
sobre esa agua sin sonido,
Una voz que
grita, "El sepulcro en Palestina
No es el
pórtico de lánguidos espíritus.
Es el sepulcro
de Jesús, donde él yace."
Vivimos en un
antiguo caos del sol,
O en la vieja
dependencia del día y la noche,
O en la soledad
insular, sin tutela, libres,
De esa marea,
ineludible.
El ciervo
camina por nuestras montañas y la codorniz
Silva sobre
nosotros sus espontáneos trinos;
Dulces bayas
maduran en los campos sin cultivo
Y, en la
soledad del cielo,
Al atardecer,
fortuitas bandadas de palomas trazan
Ambiguas
ondulaciones mientras se hunden,
En la
oscuridad, con las alas extendidas.
Peter Quince ante el teclado
I
Así como mis
dedos producen música
Sobre el
teclado,
Así con
idénticos sonidos
En mi espíritu
componen también música.
Es sensación y
no sonido la música.
Al menos así la
percibo
Aquí en el
cuarto cuando te deseo,
Y pienso que la
seda de tornasombra azul:
Es música. Y es
como un acorde
Con el que
despierta Susana a los ancianos.
En la tarde
verde, límpida y tibia
Ella se baña en
su jardín tranquilo,
Mientras los
ancianos de ojos enrojecidos
Sienten que
laten los violoncelos de su ser
En embriagados
acordes,
Y su delgada
sangre
Pulsa el
pizzicati de Hosana.
II
En el agua
verde, clara y tibia
Yace Susana.
Ella buscó la
caricia de los manantiales
Y encontró
Ocultas
fantasías.
Y suspiró
Por tanta
melodía.
Más arriba de
la ribera
Permaneció de
pie
En el frío
De gastadas
devociones.
Caminó sobre la
hierba,
Aún trémula.
Los vientos
eran sus doncellas
De pies
tímidos,
Que buscaban
sus bufandas tejidas
Aún ondulantes.
Un vagido sobre
su mano
Amortiguó la
noche—
Un címbalo
irrumpió
Y rugieron
cornos.
III
Pronto con
ruido de panderos
Se acercaron a
ella solícitos Bizantinos.
Se preguntaron
por qué lloraba Susana
Con los
ancianos a su lado;
Y mientras
murmuraban, el estribillo
Era como un
sauce barrido por la lluvia.
Pronto cuando
se avivó la llama de sus lámparas,
Ésta alumbró a
Susana y su vergüenza.
Y después
huyeron los Bizantinos
De simplona
sonrisa, con ruido de panderos.
IV
En el
pensamiento la belleza es momentánea–
Es incierta la
copia de un portal;
Pero es
inmortal en la carne.
El cuerpo
muere; pero la belleza del cuerpo permanece.
Así la tarde se
desvanece, con su fugaz verdor, como
Una ola,
flotando interminable.
Así mueren los
jardines, sus apacibles alientos perfuman
El manto del
invierno, exhausto arrepentimiento.
Así las
doncellas mueren, con la madrigal celebración
Del coral de
una doncella.
La música de
Susana tocó las obscenas cuerdas
De aquellos
ancianos; pero al escapar,
Dejó sólo el
rasguño irónico de la Muerte.
Ahora la música
es su inmortalidad, toca
En el claro
violín de su memoria,
Y hace un
constante sacramento de la alabanza.
Dominación del negro
En la noche,
junto al fuego,
Los colores de
los arbustos
Y de las hojas
muertas,
Se repetían a
sí mismos
Girando en el
cuarto,
Como las hojas
que giran en el
viento.
Sí: pero el
color de los robustos abetos
Llegó a grandes
zancadas
Y recordé el
trino de los pavorreales.
Los colores de
sus colas
Eran como el de
las hojas
Que giran en el
viento,
En el viento
crepuscular,
Pasaron rápido
por el cuarto,
Como si
descendieran hacia tierra
De las robustas
ramas de los abetos.
Los escuché
gritar – a los pavorreales.
¿Fue acaso un
grito contra el crepúsculo?
¿O contra las
hojas mismas
Que giraban en
el viento,
Giraban como
las llamas
Retorcidas en
el fuego,
Giraban como
las colas de los pavorreales
Retorcidas en
el estridente fuego,
Estridente como
los abetos
Henchidos de
gritos de pavorreales?
¿O fue un grito
contra los abetos?
Por la ventana,
Vi cómo se
reunían los planetas
Igual que las
hojas
Que giraban en
el viento.
Vi como caía la
noche,
A grandes
zancadas como el color de los robustos abetos.
Tuve miedo
Y recordé el
grito de los pavorreales.
Metáforas de un magnífico
Veinte hombres
que cruzan un puente,
Y entran a un
pueblo,
Son veinte
hombres que cruzan veinte puentes,
Y entran en
veinte pueblos,
O un hombre
que cruza un
solo puente y entra a un pueblo.
Ésta es una
vieja
canción que no
se deja conocer...
Veinte hombres
que cruzan un puente,
Y entran en un
pueblo.
Son
Veinte hombres
que cruzan un puente
Y entran en un
pueblo
No se deja
conocer,
Sin embargo
tiene sentido...
Las botas de
los hombres chocan
Con los bordes
del puente.
El primer muro
blanco del pueblo
Surge entre
árboles frutales
¿En qué estaba
pensando?
El significado
se me escapa.
El primer muro
blanco del pueblo...
Los árboles
frutales...
Labranza en domingo
La cola blanca
del gallo
se sacude con
el viento.
La cola del
pavo
Brilla al sol.
Agua en los
campos.
El viento se
vacía.
Relampaguean
las plumas
Y braman en el
viento.
¡Remus, haz
sonar tu cuerno!
Estoy labrando
en domingo,
Labrando
Norteamérica.
¡Haz sonar tu
cuerno!
¡Tum-ti-tum,
Ti-tum-tum-tum!
La cola del
pavo
Se despliega al
sol.
La cola blanca
del gallo
Se perfila
hacia la luna.
Agua en los
campos.
El viento se
vacía.
El vidrio índigo en la hierba
¿Cuál es la
realidad?
¿Esta botella
de vidrio índigo en la hierba,
O la banca con
el tiesto de geranios, el teñido
Colchón y los
overoles lavados secándose al sol?
¿Cuál de ellos
contiene en verdad al mundo?
Ni uno, ni los
dos juntos.
Anécdota de la jarra
Coloqué una
jarra que era redonda
Sobre una
colina en Tenesí.
Hizo que la
maleza silvestre
Rodeara esa
colina.
La maleza subió
hasta ella,
Y se tendió a
su alrededor, ya no era silvestre.
La jarra era
redonda sobre la tierra
Y alta y como
un puerto en el aire.
Dominó por
todos lados.
La jarra era
sencilla y gris.
No dio ni
pájaro ni arbusto,
Como nadie más
en Tenesí.
El hombre cuya laringe está mal
Esta época del
año se ha hecho indiferente.
El moho del
verano y la nieve apilándose,
Son ambos
semejantes a la rutina que yo acostumbro.
Estoy demasiado
mudamente en mi ser envuelto.
El viento
atento a los solsticios
Sopla sobre los
postigos de las metrópolis,
Inquietando a
ningún poeta en su sueño, y tañe
Las grandes
ideas de los pueblos.
El malestar de
lo cotidiano...
Quizá, si el
invierno alguna vez pudiera penetrar
A través de
todas sus violetas hasta la pizarra final,
Persistiendo
heladamente en una bruma de hielo,
Uno podría a su
vez volverse menos tímido,
Fuera de tal
moho arrancando un moho más ordenado
Y brotando
nuevas oraciones del frío.
Uno podría. Uno
podría. Pero el tiempo no se apiada.
Gubbinal
Esa flor
extraña, el sol,
Es exactamente
lo que dice.
Tómalo como
quieras.
El mundo es
feo,
Y la gente está
triste.
Ese penacho de
selváticas plumas,
Ese ojo animal,
Es exactamente
lo que dices.
Esa ferocidad
del fuego,
Esa semilla,
Tómalo como
gustes.
El mundo es
feo,
Y la gente está
triste.
El hombre de nieve
Uno debe tener
humor de invierno
Para mirar la
escarcha y las ramas
De los pinos
cubiertos de nieve;
Y haber tenido
frío durante mucho tiempo
Para contemplar
los enebros goteando hielo,
Los toscos
pinabetes en el distante brillo
Del sol de
enero; y no pensar
En ningún
misterio en el sonido del viento,
En el sonido de
unas cuantas hojas,
Que es el
sonido de la tierra
Llena del mismo
viento
Que está
soplando en el mismo lugar baldío
Para el oyente,
quien oye en la nieve,
Y él mismo
nadie, contempla
Nada que no
esté allí y la nada que allí está.
Té en el palacio de Hoon
No menos porque
en púrpura descendiera
El día poniente
a través de lo que llamaste
El aire más
solitario, no por eso era menos yo.
¿Cuál fue el
ungüento que salpicó mi barba?
¿Cuáles fueron
los himnos que zumbaban junto a mi oído?
¿Cuál fue el
mar cuya marea me anegó ahí?
Desde mi
pensamiento llovía el dorado ungüento,
Y mis oídos
producían los himnos jadeantes que escuchaban.
Yo mismo era la
brújula de ese mar:
Yo fui el mundo
en el que caminé, y lo que vi
O escuché o
sentí sólo de mí salió;
Y me encontré
ahí más auténtico y más extraño.
Desencanto de la diez en punto
Las casas están
encantadas
Por blancos
camisones.
Ninguno es
verde,
O púrpura con
anillos verdes,
O verde con
anillos amarillos,
O amarillos con
anillos azules.
Ninguno de
ellos es extraño,
Con medias de
encaje
Y recamados
cinturones.
La gente no va
a soñar
Con cinéfalos y
pervenchas.
Sólo aquí y
allá, un viejo marinero,
Ebrio y dormido
con las botas puestas,
Atrapa tigres
En el temporal
rojo.
Trece formas de mirar un mirlo
I
Entre veinte
montañas nevadas
Sólo se movía
El ojo de un
mirlo.
II
Tenía tres
deseos
Como un árbol
En el que hay
tres mirlos.
III
El mirlo que
hacía cabriolas en el viento de otoño
Era una pequeña
parte de la pantomima.
IV
Un hombre y una
mujer
Son uno.
Un hombre y una
mujer y un mirlo
Son uno.
V
No sé qué
preferir,
La belleza de
las inflexiones
O la belleza de
las insinuaciones,
El trino del
mirlo
O después.
VI
Los carámbanos
llenaron la larga ventana
Con vidrio
bárbaro.
La sombra del
mirlo
Lo cruzó, de un
lado a otro.
El humor
Trazó en la
sombra
Una causa
indescifrable.
VII
Oh, magros
hombres de Haddam,
¿Por qué
imaginan pájaros de oro?
¿No ven acaso
cómo el mirlo
Sigue los pasos
De las mujeres
que los rodean?
VIII
Yo sé nobles
acentos
Y lúcidos
ritmos, inescapables;
Pero también,
sé,
Que el mirlo
forma parte
De lo que yo
sé.
IX
Cuando el mirlo
se perdió de vista
Señaló el
límite de uno de muchos círculos.
X
A la vista de
mirlos
Volando en la
luz verde,
Aun el parloteo
de la eufonía
Gritaría
agudamente.
XI
En una calesa
de cristal
Recorrió
Connecticut.
Una vez, lo
traspasó un temor
Cuando
confundió
Con los mirlos
La sombra de su
equipaje.
XII
Se mueve el
río.
Debe estar
volando el mirlo.
XIII
Fue de noche
toda la tarde.
Estaba nevando
E iba a nevar.
El mirlo se
posó
En la rama del
cedro.
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