miércoles, 1 de mayo de 2019

POEMAS DE NÉSTOR PERLONGHER


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(25 de diciembre de 1949, Avellaneda, Argentina - 26 de noviembre de 1992, São Paulo, Estado de São Paulo, Brasil)


Como reina que acaba


Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un
ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o
el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida
monarquía
así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo
detonar o esparcirse —como reina que abdica— y prendió sus pe-
zones como faros de un vendaval confuso, interminable, como
sargazos donde se ciñen las marismas
Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de
pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento
de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más
la certidumbre

de extinción de extinción como un incendio

como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de
un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de
un nimbo

que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más
que éste sea un sol, y no amanezca

y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las
escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas

(Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)

Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie,
yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que
pudiera organizar los sismos

Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire
caliente del desierto, sus hélices resecas

Opus jopo


 En el condón del jopo, engominado, arisco, mecha o franja de sombras
en la metáfora que avanza, sobra, sobre el condón del jopo la mirada
que acecha despeinarlo, rodar la redecilla en las guedejas:
un público pudor, irresistible, tieso en la goma del spray: la goma
libidinizada, esa saeta de la mata en el enroque de la fima, el gime, el
fimoteo: denuedo de las uñas en el mechón de grima. Guedeja en muslos
enroscada, húmedo pelo, espesor de las cejas en lo ebúrneo cobrizo, un
jaloneo de papilas en los estrechos del olor, jugoso, el ronroneo de los
labios ante las curvas, su salitre, el tartaleo de la transpiración, sudores
finos, atascaban al muslo en ese rulo. Jadean las harás sus aros de
peltre, jaleo lúcido, luminiscente en el rebote de las ligas en la película
infusa, taza de té en los bordes del revoque. La trama, en ese punto,
en la lisura de ese cascabel, serpeante, de esa rima dejado en los ja-
bones de los pies, melecas, masca en el erizar de los penachos la pro-
mesa de un guante.


Defensa de los homosexuales de Tenochtitlan y Tlatlexlolco


Mientras
los homosexuales se acarician en los baños
viejas arpías hilan largos largos echarpes
en lo alto de las ciudades
coloquian en torno a grandes lavarropas azules
sobre la representación de las tragedias griegas y los principios de la catarsis

mientras que sus maridos los aztecas
cazan en sus oficinas para los sacrificios de la cena
los canarios duermen la siesta de los gusanos.
Cuando
les sea concedido el derecho a la caricia – qué cosas éstas –
saldrán de sus baños subterráneos con humeantes tazas de té entre las manos
en donde proyecten celestes espacios aires istamdos de sofocantes islas tropicales
pobladas de dulces nativos cimarrones devastados tímidos por el inexplicable ataque de los cañones
ingleses, inexplicable!


Néstor Perlongher, Emeterio Cerro y Reni Laddaga (Pringles, 1985)

rostros

en donde la solitaria humedad de los caracoles socialmente oprimidos
ha cultivado tristes flores de afeite
y labrado el sudor desfiladeros de baba en torno a sus pupilas
lluviosas como la conmoción del mar en los acantilados de Escocia
tal vez
-como quien desconoce el placer de los besos en los parques soleados-
quizás
-como quien desconoce el placer de los besos en los parques soleados-
contemplan ásperamente desde sus colchones fermentados de ácidas rancísimas emanaciones
con la indiferencia de las viejas perras sorprendidas en los zaguanes
acostumbradas como están a ver morir a sus hijos ahogados en las ollas de guisado
donde las mujeres de los aztecas resuelven los sacrificios de la cena.
Es demasiado tiempo
porque las Plazas de Toros están repletas
si descubrieran a un marica lo mandarían a las cuadras
donde los grandes campeones no pueden entender –qué cosas éstas-
la proyección de celestes espacios aires istmados de sofocantes islas tropicales
pobladas de dulces nativos cimarrones devastados tímidos por el inexplicable ataque de los cañones
ingleses, inexplicable!
como la proliferación de las agencias matrimoniales y los hoteles alojamiento protegidos por el
Estado
cuyos policías recorren las cerraduras en busca de víctimas expiatorias para los templos
del brazo de sus amantes las princesas rusas
mientras
los homosexuales se acarician en los baños
tienden sus cálidas manos hacia los villancicos de amor de las campiñas sus gordos ojos
sueñan sueñan las islas
bellas extrañas islas inexistentes subjuntivas donde se mimetizan con los plumajes exóticos de
grandes aves lujuriosas injustamente perseguidas
que abandonan durante la noche los zoológicos sitiados las fortalezas
las ciudades sitiadas que defienden los aztecas.


EL CADÁVER


¿Por qué no entré por el pasillo?
Qué tenía que hacer en esa noche
a las 20.25, hora en que ella entró,
por Casanova
donde rueda el rodete?
Por qué a él?
entre casillas de ojos viscosos,
de piel fina
y esas manchitas en la cara
que aparecieron cuando ella, eh
por un alfiler que dejó su peluquera,
empezó a pudrirse, eh por una hebilla de su pelo
en la memoria de su pueblo
                                                Y si ella
se empezara a desvanecer, digamos
a deshacerse
qué diré del pasillo, entonces?
Por qué no?
entre cervatillos de ojos pringosos,
y anhelantes
agazapados en las chapas, torvos
dulces en su melosidad de peronistas
si ese tubo?
Y qué de su cureña y dos millones
de personas detrás
con paso lento
cuando las 20.25 se paraban las radios
yo negándome a entrar
por el pasillo
reticente acaso?
como digna?
Por él,
por sus agitados ademanes
de miseria
entre su cuerpo y el cuerpo yacente
de Eva, hurtado luego,
depositado en Punta del Este
o en Italia o en el seno del río
Y la historia de los veinticinco cajones
Vamos, no juegues con ella, con su muerte
déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta!
Y qué había en el fondo de esos pasillos
sino su olor a orquídeas descompuestas,
a mortajas,
arañazos del embalsamador en los tejidos
Y si no nos tomáramos tan a pecho su muerte, digo?
si no nos riéramos entre las colas
de los pasillos y las bolas
las olas donde nosotras
no quisimos entrar
en esa noche de veinte horas
en la inmortalidad
donde ella entraba
por ese pasillo con olor a flores viejas
y perfumes chillones
esa deseada sordidez
nosotras
siguiéndola detrás de la cureña?
entre la multitud
que emergía desde las bocas de los pasillos
dando voces de pánico
Y yo le pregunté si eso era una manifestación o un entierro
Un entierro, me dijo
entonces vendría solo
ya que yo no quería entrar por el pasillo
para ver a sus patas en la mesa de luz,
despabilando
Acaso pensé en la manicura que le aplicó el esmalte Revlon?
O en las miradas de las muchachas comunistas,
húmedas sí, pero ya hartas
de tanta pérdida de tiempo:
ellas hubieran entrado por el pasillo de inmediato
y no se hubieran quedado vagando por las adyacencias
temiendo la mirada de un dios ciego
Una actriz –así dicen–
que se fue de Los Toldos con un cantor de tangos
conoce en un temblor al General, y lo seduce
ella con sus maneras de princesa ordinaria
por un largo pasillo
muerta ya
                                                Y yo
por temor a un olvido
intrascendente, a un hurto
debo negarme a seguir su cureña por las plazas?
a empalagarme con la transparencia de su cuerpo?
a entrar, vamos por ese pasillo donde muere
en su féretro?
Si él no me hubiera dicho entonces que está solo,
que un amigo mayor le plancha las camisas
y que precisaría, vamos, una ayuda
allá, en Isidro
donde los terrenos son más baratos que la vida
lotes precarios, si, anegadizos
cerca de San Vicente (ella
no toleraba viajar a San Vicente
quiso escapar de la comitiva más de una vez
y Pocho la retuvo tomándola del brazo)
Ese deseo de no morir?
es cierto?
en lugar de quedarse ahí
en ese pasillo
entre sus fauces amarillas y halitosas
en su dolor de despertar
ahí, donde reposa,
robada luego,
oculta en un arcón marino,
en los galeones de la bahía de Tortuga
(hundidos)
Como en un juego, ya
es que no quiero entrar a esa sombría
convalecencia, umbría
–en los tobillos carbonizados
que guarda su hermana en una marmita de cristal–
para no perder la honra, ahí
en ese pasillo
la dudosa bondad
en ese entierro

POR QUÉ SEREMOS TAN HERMOSAS...



Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas
(tan derramadas, tan abiertas)
y abriremos la puerta de calle
al monstruo que mora en las esquina,
o sea el cielo como una explosión de vaselina
como un chisporroteo,
como un tiro clavado en la nalguicie.

Por qué seremos tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos por sus nombres
cuando todos nos sienten
(o sea, cuando nadie nos escucha)
Por qué seremos tan pizpiretas, charlatanas
tan solteronas, tan dementes

Por qué estaremos en esa densa fronda
agitando la intimidad de las malezas
como una blandura escandalosa cuyos vellos
se agitan muellemente
al ritmo de una música tropical, brasilera.

Por qué seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de plumas el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero

Por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones
el zumo de las noches peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas,
tan hedonísticamente hablando

Por qué seremos tan gozosas, tan gustosas
que no nos bastará el gesto airado del muchacho,
su curvada muñeca:
pretenderemos desollar su cuerpo
y extraer las secretas esponjas de la axila
tan denostadas, tan groseras

Por qué creeremos en la inmediatez,
en la proximidad de los milagros
circuidas de coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan arriesgadas, tan audaces
pringando de dulces cremas los tocadores
cachando, curioseando.

Por qué seremos tan superficiales, tan ligeras
encantadas de ahogarnos en las pieles
que nos recuerdan animales pavorosos y extintos,
fogosos, gigantescos.

Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras

Por qué tan quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan nauseabunda, tan errática.



CANCIÓN DE AMOR PARA LOS NAZIS EN BAVIERA



Marlene Dietrich
cantaba en Londres una canción entre la guerra:
Oh no no no es cierto que me quieras
Oh no no no es cierto que me quieras
Sólo quieres a tu padre, Nelson, que murió en Trafalgar
 y ese amor es sospechoso, Nelson
porque tu papá
era nazi!
Era el apogeo de la aliadofilia
debajo de las mesas aplastábamos soldados alemanes
pero yo estaba sentada junto a ti, Nelson
que eras un agente nazi
Y me dabas puntapiés

Oh no no no es cierto que me quieras
Ay ay ay me dabas puntapiés

Ceremoniosamente me pedías perdón
posabas una estola de visón sobre mis hombros
y nos íbamos a hacer
el amor a mi buhardilla
pero tú descubrías a Ana Frank en los huecos
y la cremabas, Nelson, oh

Oh no no no es cierto que me quieras
Ay ay ay me dabas puntapiés
Heil heil heil eres un agente nazi

Más acá o más allá de esta historieta
estaba tu pistola de soldado de Rommel
ardiendo como arena en el desierto
un camello extenuado que llegaba al oasis
de mi orto u ocaso o crepúsculo que me languidecía
y yo sentía el movimiento de tu svástica en mis tripasoh
oh oh oh

PASO DE LA SERPIENTE



                                             serpientes breves, de pasos evaporados
                                                                                  LEZAMA LIMA



1.

DE LA SERPIENTE EL PASO traslúcido
babea en el instante el eco que se abomba
o tapiza de jades, como un pespunte verde
alza coloraciones en el giro del espacio increado,
trasnatural, su giba en roce desleyente
borra casi olvidando las leyendas del jabón
mas del halo al halarlo resurgen contraseñaso
anulares que enseñan la lucidez del paso.



2.

SERPENTINA DE COBRAS en el ballet mohave
mojándose a la sombra de espiraladas araucarias
por marcar en la hiedra la levedad de un paso
que es en verdad el paso de la hierba por el aire
mojado de los círculos de ojos hueros en salitrosos
vidrios fintas de macramé escandiendo la cítara
pupilar, su enamorado colibrí la córnea
cornea simulando en la alfombra del musgo
en lo aguado del aire ese rocío del humo en su
dehiscencia.






de “Aguas aéreas” (Buenos Aires, Último Reino, 1990)





TEMA DEL CISNE HUNDIDO (1)


Undoso el que avanzara por los rizos
del espejo laqueado, su pezcuello
dócil al mando del cendal declina
rayado el rutilar de su plumaje.

Quien por interrogar las inestables
corrientes donde aneja su pellejo
arruga de nerviosas denticiones
la quilla que traslúcida corría

por parques de reflejos azulados,
impávido el azor, la crista altiva,
arriesga el hundimiento en ese anclaje.

Porque, por más que mírese a los hados,
no se retarda la fatal carrera
si tempestuoso pie pisa la pluma.



TEMA DEL CISNE HUNDIDO (2)



Leda, aferrándose al cuello del que
penden gruesas esclavas de pesadez dorada
doblándole – suspensiones de carbunclo
en nácar plumetí – la glotis,

las falanges nimbadas de bermejo
hunde en la interrogación fluctuante y rasga
de un tirón el julepe de las ondas
impulsado por raudos torbellinos.

La majestuosidad en la decadencia
finge, cual refulgir de lamparitas
que al mojarse en el lago un fogonazo

de refucilo en el anuncio de tempestades trasmarinas
soltasen, viento oculto en la rizada
peineta de la que ahógase en el nado.




EL MAL DE SÍ




Detente, muerte:
                tu infernal chorreando
escampar hace las estanterías,
la purulenta salvia los baldíos
de cremoso torpor tiñe y derrite,
ausentando los cuerpos en los campos:

los cuerpos carcomidos en los campos barridos por la lepra.

Ya no se puede disertar.

Ve, muerte, a ti.
Encónchate sin disparar el estallido de la cápsula.
Escondida que no seas descubierta.
Pues una vez presente todo lo vuelves ausencia.
Ausencia gris, ausencia chata, ausencia dolorosa del que falta.

No es lo que falta, es lo que sobra, lo que no duele.
Aquello que excede la austeridad taimada de las cosas
o que desborda desdoblando la mezquindad del alma prisionera.
Mientras estamos dentro de nosotros duele el alma,
duele ese estarse sin palabras suspendido en la higuera
como un noctámbulo extraviado.


de "El chorreo de las iluminaciones" (Caracas, Pequeña Venecia, 1992)

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