(25 de diciembre de 1949, Avellaneda, Argentina - 26 de noviembre de 1992, São Paulo, Estado de São Paulo, Brasil)
Como reina que acaba
Como reina que
vaga por los prados donde yacen los restos de un
ejército y se
unta las costuras de su armiño raído con la sangre o
el belfo o con
la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida
monarquía
así hiede el
esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo
detonar o
esparcirse como reina que abdica y prendió sus pe-
zones como
faros de un vendaval confuso, interminable, como
sargazos donde
se ciñen las marismas
Y fueran los
naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de
pájaros
rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento
de extinción
del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más
la certidumbre
de extinción de
extinción como un incendio
como una
hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de
un amante
anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de
un nimbo
que el terreno
de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más
que éste sea un
sol, y no amanezca
y no se dé a la
luz más que las sombras donde andan las arañas, las
escolopendras
con sus plumeros de moscas azules y amarillas
(Por un pasillo
humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)
Por esos
tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie,
yerras por las
pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que
pudiera
organizar los sismos
Pero es colocar
contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire
caliente del
desierto, sus hélices resecas
Opus jopo
En el condón del jopo, engominado, arisco,
mecha o franja de sombras
en la metáfora
que avanza, sobra, sobre el condón del jopo la mirada
que acecha
despeinarlo, rodar la redecilla en las guedejas:
un público
pudor, irresistible, tieso en la goma del spray: la goma
libidinizada,
esa saeta de la mata en el enroque de la fima, el gime, el
fimoteo:
denuedo de las uñas en el mechón de grima. Guedeja en muslos
enroscada,
húmedo pelo, espesor de las cejas en lo ebúrneo cobrizo, un
jaloneo de
papilas en los estrechos del olor, jugoso, el ronroneo de los
labios ante las
curvas, su salitre, el tartaleo de la transpiración, sudores
finos,
atascaban al muslo en ese rulo. Jadean las harás sus aros de
peltre, jaleo
lúcido, luminiscente en el rebote de las ligas en la película
infusa, taza de
té en los bordes del revoque. La trama, en ese punto,
en la lisura de
ese cascabel, serpeante, de esa rima dejado en los ja-
bones de los
pies, melecas, masca en el erizar de los penachos la pro-
mesa de un
guante.
Defensa de los homosexuales de Tenochtitlan y Tlatlexlolco
Mientras
los
homosexuales se acarician en los baños
viejas arpías
hilan largos largos echarpes
en lo alto de
las ciudades
coloquian en
torno a grandes lavarropas azules
sobre la
representación de las tragedias griegas y los principios de la catarsis
mientras que
sus maridos los aztecas
cazan en sus
oficinas para los sacrificios de la cena
los canarios
duermen la siesta de los gusanos.
Cuando
les sea
concedido el derecho a la caricia – qué cosas éstas –
saldrán de sus
baños subterráneos con humeantes tazas de té entre las manos
en donde
proyecten celestes espacios aires istamdos de sofocantes islas tropicales
pobladas de
dulces nativos cimarrones devastados tímidos por el inexplicable ataque de los
cañones
ingleses,
inexplicable!
Néstor
Perlongher, Emeterio Cerro y Reni Laddaga (Pringles, 1985)
rostros
en donde la
solitaria humedad de los caracoles socialmente oprimidos
ha cultivado
tristes flores de afeite
y labrado el
sudor desfiladeros de baba en torno a sus pupilas
lluviosas como
la conmoción del mar en los acantilados de Escocia
tal vez
-como quien
desconoce el placer de los besos en los parques soleados-
quizás
-como quien
desconoce el placer de los besos en los parques soleados-
contemplan
ásperamente desde sus colchones fermentados de ácidas rancísimas emanaciones
con la
indiferencia de las viejas perras sorprendidas en los zaguanes
acostumbradas
como están a ver morir a sus hijos ahogados en las ollas de guisado
donde las
mujeres de los aztecas resuelven los sacrificios de la cena.
Es demasiado
tiempo
porque las
Plazas de Toros están repletas
si descubrieran
a un marica lo mandarían a las cuadras
donde los
grandes campeones no pueden entender –qué cosas éstas-
la proyección
de celestes espacios aires istmados de sofocantes islas tropicales
pobladas de
dulces nativos cimarrones devastados tímidos por el inexplicable ataque de los
cañones
ingleses, inexplicable!
como la
proliferación de las agencias matrimoniales y los hoteles alojamiento
protegidos por el
Estado
cuyos policías
recorren las cerraduras en busca de víctimas expiatorias para los templos
del brazo de
sus amantes las princesas rusas
mientras
los
homosexuales se acarician en los baños
tienden sus
cálidas manos hacia los villancicos de amor de las campiñas sus gordos ojos
sueñan sueñan
las islas
bellas extrañas
islas inexistentes subjuntivas donde se mimetizan con los plumajes exóticos de
grandes aves
lujuriosas injustamente perseguidas
que abandonan
durante la noche los zoológicos sitiados las fortalezas
las ciudades
sitiadas que defienden los aztecas.
Fuente: www.icarodigital.com.ar
EL CADÁVER
¿Por qué no
entré por el pasillo?
Qué tenía que
hacer en esa noche
a las 20.25,
hora en que ella entró,
por Casanova
donde rueda el
rodete?
Por qué a él?
entre casillas
de ojos viscosos,
de piel fina
y esas
manchitas en la cara
que aparecieron
cuando ella, eh
por un alfiler
que dejó su peluquera,
empezó a
pudrirse, eh por una hebilla de su pelo
en la memoria
de su pueblo
Y si ella
se empezara a
desvanecer, digamos
a deshacerse
qué diré del
pasillo, entonces?
Por qué no?
entre
cervatillos de ojos pringosos,
y anhelantes
agazapados en
las chapas, torvos
dulces en su
melosidad de peronistas
si ese tubo?
Y qué de su
cureña y dos millones
de personas
detrás
con paso lento
cuando las
20.25 se paraban las radios
yo negándome a
entrar
por el pasillo
reticente
acaso?
como digna?
Por él,
por sus
agitados ademanes
de miseria
entre su cuerpo
y el cuerpo yacente
de Eva, hurtado
luego,
depositado en
Punta del Este
o en Italia o
en el seno del río
Y la historia
de los veinticinco cajones
Vamos, no
juegues con ella, con su muerte
déjame pasar,
anda, no ves que ya está muerta!
Y qué había en
el fondo de esos pasillos
sino su olor a
orquídeas descompuestas,
a mortajas,
arañazos del
embalsamador en los tejidos
Y si no nos
tomáramos tan a pecho su muerte, digo?
si no nos
riéramos entre las colas
de los pasillos
y las bolas
las olas donde
nosotras
no quisimos
entrar
en esa noche de
veinte horas
en la
inmortalidad
donde ella
entraba
por ese pasillo
con olor a flores viejas
y perfumes
chillones
esa deseada
sordidez
nosotras
siguiéndola
detrás de la cureña?
entre la
multitud
que emergía
desde las bocas de los pasillos
dando voces de
pánico
Y yo le
pregunté si eso era una manifestación o un entierro
Un entierro, me
dijo
entonces
vendría solo
ya que yo no
quería entrar por el pasillo
para ver a sus
patas en la mesa de luz,
despabilando
Acaso pensé en
la manicura que le aplicó el esmalte Revlon?
O en las
miradas de las muchachas comunistas,
húmedas sí,
pero ya hartas
de tanta
pérdida de tiempo:
ellas hubieran
entrado por el pasillo de inmediato
y no se
hubieran quedado vagando por las adyacencias
temiendo la
mirada de un dios ciego
Una actriz –así
dicen–
que se fue de
Los Toldos con un cantor de tangos
conoce en un
temblor al General, y lo seduce
ella con sus
maneras de princesa ordinaria
por un largo
pasillo
muerta ya
Y yo
por temor a un
olvido
intrascendente,
a un hurto
debo negarme a
seguir su cureña por las plazas?
a empalagarme
con la transparencia de su cuerpo?
a entrar, vamos
por ese pasillo donde muere
en su féretro?
Si él no me
hubiera dicho entonces que está solo,
que un amigo
mayor le plancha las camisas
y que
precisaría, vamos, una ayuda
allá, en Isidro
donde los
terrenos son más baratos que la vida
lotes
precarios, si, anegadizos
cerca de San
Vicente (ella
no toleraba
viajar a San Vicente
quiso escapar
de la comitiva más de una vez
y Pocho la
retuvo tomándola del brazo)
Ese deseo de no
morir?
es cierto?
en lugar de
quedarse ahí
en ese pasillo
entre sus
fauces amarillas y halitosas
en su dolor de
despertar
ahí, donde
reposa,
robada luego,
oculta en un
arcón marino,
en los galeones
de la bahía de Tortuga
(hundidos)
Como en un
juego, ya
es que no
quiero entrar a esa sombría
convalecencia,
umbría
–en los
tobillos carbonizados
que guarda su
hermana en una marmita de cristal–
para no perder
la honra, ahí
en ese pasillo
la dudosa
bondad
en ese entierro
POR QUÉ SEREMOS TAN HERMOSAS...
Por qué seremos
tan perversas, tan mezquinas
(tan
derramadas, tan abiertas)
y abriremos la
puerta de calle
al monstruo que
mora en las esquina,
o sea el cielo
como una explosión de vaselina
como un
chisporroteo,
como un tiro
clavado en la nalguicie.
Por qué seremos
tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos
por sus nombres
cuando todos
nos sienten
(o sea, cuando
nadie nos escucha)
Por qué seremos
tan pizpiretas, charlatanas
tan solteronas,
tan dementes
Por qué
estaremos en esa densa fronda
agitando la
intimidad de las malezas
como una
blandura escandalosa cuyos vellos
se agitan
muellemente
al ritmo de una
música tropical, brasilera.
Por qué seremos
tan disparatadas y brillantes
abordaremos con
tocado de plumas el latrocinio
desparramando
gráciles sentencias
que no
retrasarán la salva, no
pero que al
menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero
Por qué seremos
tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en
lentas aspiraciones
el zumo de las
noches peligrosas
tan entregadas,
tan masoquistas,
tan
hedonísticamente hablando
Por qué seremos
tan gozosas, tan gustosas
que no nos
bastará el gesto airado del muchacho,
su curvada
muñeca:
pretenderemos
desollar su cuerpo
y extraer las
secretas esponjas de la axila
tan denostadas,
tan groseras
Por qué
creeremos en la inmediatez,
en la
proximidad de los milagros
circuidas de
coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan
arriesgadas, tan audaces
pringando de
dulces cremas los tocadores
cachando,
curioseando.
Por qué seremos
tan superficiales, tan ligeras
encantadas de
ahogarnos en las pieles
que nos
recuerdan animales pavorosos y extintos,
fogosos,
gigantescos.
Por qué seremos
tan sirenas, tan reinas
abroqueladas
por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas,
tan magras
Por qué tan
quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de
reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando,
chorreando la felonía de la vida
tan
nauseabunda, tan errática.
CANCIÓN DE AMOR PARA LOS NAZIS EN BAVIERA
Marlene
Dietrich
cantaba en
Londres una canción entre la guerra:
Oh no no no es
cierto que me quieras
Oh no no no es
cierto que me quieras
Sólo quieres a
tu padre, Nelson, que murió en Trafalgar
y ese amor es sospechoso, Nelson
porque tu papá
era nazi!
Era el apogeo
de la aliadofilia
debajo de las
mesas aplastábamos soldados alemanes
pero yo estaba
sentada junto a ti, Nelson
que eras un
agente nazi
Y me dabas
puntapiés
Oh no no no es
cierto que me quieras
Ay ay ay me
dabas puntapiés
Ceremoniosamente
me pedías perdón
posabas una estola
de visón sobre mis hombros
y nos íbamos a
hacer
el amor a mi
buhardilla
pero tú
descubrías a Ana Frank en los huecos
y la cremabas,
Nelson, oh
Oh no no no es
cierto que me quieras
Ay ay ay me
dabas puntapiés
Heil heil heil
eres un agente nazi
Más acá o más
allá de esta historieta
estaba tu
pistola de soldado de Rommel
ardiendo como
arena en el desierto
un camello
extenuado que llegaba al oasis
de mi orto u
ocaso o crepúsculo que me languidecía
y yo sentía el
movimiento de tu svástica en mis tripasoh
oh oh oh
PASO DE LA SERPIENTE
serpientes breves, de pasos evaporados
LEZAMA LIMA
1.
DE LA SERPIENTE
EL PASO traslúcido
babea en el
instante el eco que se abomba
o tapiza de
jades, como un pespunte verde
alza
coloraciones en el giro del espacio increado,
trasnatural, su
giba en roce desleyente
borra casi
olvidando las leyendas del jabón
mas del halo al
halarlo resurgen contraseñaso
anulares que
enseñan la lucidez del paso.
2.
SERPENTINA DE
COBRAS en el ballet mohave
mojándose a la
sombra de espiraladas araucarias
por marcar en
la hiedra la levedad de un paso
que es en
verdad el paso de la hierba por el aire
mojado de los
círculos de ojos hueros en salitrosos
vidrios fintas
de macramé escandiendo la cítara
pupilar, su
enamorado colibrí la córnea
cornea
simulando en la alfombra del musgo
en lo aguado
del aire ese rocío del humo en su
dehiscencia.
de “Aguas
aéreas” (Buenos Aires, Último Reino, 1990)
TEMA DEL CISNE HUNDIDO (1)
Undoso el que
avanzara por los rizos
del espejo
laqueado, su pezcuello
dócil al mando
del cendal declina
rayado el
rutilar de su plumaje.
Quien por
interrogar las inestables
corrientes
donde aneja su pellejo
arruga de
nerviosas denticiones
la quilla que traslúcida
corría
por parques de
reflejos azulados,
impávido el
azor, la crista altiva,
arriesga el
hundimiento en ese anclaje.
Porque, por más
que mírese a los hados,
no se retarda
la fatal carrera
si tempestuoso
pie pisa la pluma.
TEMA DEL CISNE HUNDIDO (2)
Leda,
aferrándose al cuello del que
penden gruesas
esclavas de pesadez dorada
doblándole –
suspensiones de carbunclo
en nácar
plumetí – la glotis,
las falanges
nimbadas de bermejo
hunde en la
interrogación fluctuante y rasga
de un tirón el
julepe de las ondas
impulsado por
raudos torbellinos.
La
majestuosidad en la decadencia
finge, cual
refulgir de lamparitas
que al mojarse
en el lago un fogonazo
de refucilo en
el anuncio de tempestades trasmarinas
soltasen,
viento oculto en la rizada
peineta de la
que ahógase en el nado.
EL MAL DE SÍ
Detente,
muerte:
tu infernal chorreando
escampar hace
las estanterías,
la purulenta
salvia los baldíos
de cremoso
torpor tiñe y derrite,
ausentando los
cuerpos en los campos:
los cuerpos
carcomidos en los campos barridos por la lepra.
Ya no se puede
disertar.
Ve, muerte, a
ti.
Encónchate sin
disparar el estallido de la cápsula.
Escondida que
no seas descubierta.
Pues una vez
presente todo lo vuelves ausencia.
Ausencia gris,
ausencia chata, ausencia dolorosa del que falta.
No es lo que
falta, es lo que sobra, lo que no duele.
Aquello que
excede la austeridad taimada de las cosas
o que desborda
desdoblando la mezquindad del alma prisionera.
Mientras
estamos dentro de nosotros duele el alma,
duele ese
estarse sin palabras suspendido en la higuera
como un
noctámbulo extraviado.
de "El
chorreo de las iluminaciones" (Caracas, Pequeña Venecia, 1992)
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