(30 de marzo de 1905, Asunción, Paraguay - 28 de agosto de 1953, Asunción, Paraguay)
Palabras para nombrar a los míos
los míos El
Hombre cae en la tierra, mas
su tiempo cae
en la Eternidad.Federico:te he visto, aquí,
sentado, sobre
una piedra negra, frente al mar que amansaba su furor en la
playa, mientras
el sol pulía tu perfil de gitano sobre el remolino limbo
de la tarde
dormida. Te he visto así: sentado, con la camisa
abierta
calcinando tu pecho bruñido de marino; apagando las voces de tu
guitarra ardiente
con el opaco grito de un puñado de
arena. Verde
gitano nuestro que maduró la muerte cuando pasen
mil años, junto
a esta misma piedra, la misma arena amarga que levantó tu
mano aún estará
llorando tu nombre amanecido. Cuando te
arrodillaste
sobre la tierra tuya el mar, que oreó tu pecho con su aliento de
yodo, calló...
Las caracolas rumorosas de música apagaron de pronto sus
milenarios
cánticos. Granos de terciopelo de la arena
marítima;
caminos de los vientos que se llevan los sueños; noches
enloquecidas
por júbilos de mundos; alas que traen y llevan su música
encendida; todo:
viento y arena; mundos y alas y noches lloran albas de
sangre sobre tu
nombre claro. Federico: los años han secado tus
carnes; en
ellas han penetrado gusanos de la tierra; pero tu voz remota,
poderosa de símbolos,
como el mar, no está muerta...Entre un vuelo de
albatros y un
tumulto de estrellas, se volvió al infinito tu fiesta de
canciones.
Cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra que
destacó tu
estampa sobre el telón atlántico, aún estaré esperando que otra
Simple ruego por el ausente esperado
el ausente
esperado Para el recuerdo de Andrés
Campos Cervera -
(Julián de la Herrería)-, que era de mi amistad y de mi
sangre. Yo te esperé:
eras como un hermano cuya mano se
busca, para
oprimir los labios calientes de una herida. Y
faltaste,
hermano: te quedaste sin voz cuando todos rogaban tu
presencia. Pero
vino tu sombra: nada más que tu sombra, hermano
ausente. Abrió
la boca antigua, todavía sellada, y dejó florecer
sobre los
labios duros esta solicitud de perdón por la ausencia: «...Ya he
devuelto a la
tierra lo que era de la tierra, pero os queda a vosotros lo que
seré mañana.»
No me lloréis, hermanos: estoy entre vosotros. Ya
no me lleva el
tiempo con sus manos de leguas, ni me oprime los ojos la forma
del espacio.»
Mi vestidura flota sobre el Alba y la Noche, más
allá del recuerdo.
Mis avatares buscan otro vaso más puro, para infundirme
un cuerpo que
regrese a vosotros». Calló tu voz: sentimos que
temblabas de frío,
pensando en que podrías sufrir otra
caída. Como
quien se defiende de una angustia
indecible,
murmuré, como un rezo, tu súplica inefable: «Ya no me
lleva el Tiempo
con sus manos de leguas ni me oprime los ojos la forma del
espacio...».
Así sea.
Baladas
La noche de los
toldos Para José Asunción
Flores Siete
hogueras arden... Siete hogueras
cantan músicas
de luces. En la noche blanca de los toldos
indios, siete
hogueras arden... Palmeras salvajes del
desierto mudo,
destrenzan al viento su música verde. En los
algarrobos
madura la chichaque emborracha al indio da a sus
tobillos,
cosquillas de danzas. Mientras, en la noche de los
toldos indios,
siete hogueras arden... Furor de tan-tanes: se
puebla el silencio
de mudas presencias. Máscara de
piedra sobre el
rostro verde tiene el indio joven; culebras
azules surcan
sus mejillas, ajorcas de plumas ciñen los tobillos de
la joven india.
Mientras, en la noche de los toldos indios siete
hogueras
arden... Frente al Sacerdote siete hogueras
arden. Callan
los tan-tanes de la voz de cuero. En la noche
blanca de los
toldos indios sube a las estrellas un rumor de
ruego:
«Kilikamá oú...Kilikamá oú...Kifikamá
oú...Kilikamá
oú...» En la noche blanca de los toldos,
arden siete
hogueras rojas. El jhú-jhú acelera su ritmo frenético y
arroja a los
indios hacia las doncellas, en un entrevero de danza
nupcial. Los
labios ofrecen sus copas de fuego, para que mis
indios ardan en
amor. La Luna, que otorga sus lágrimas rojas a las
indias núbiles,
escucha los ruegos del Gran Sacerdote, que en la noche
blanca de los
toldos indios le pide su amparo: «Ta-Ana
oú...Ta-aná
tojhó...Ta-aná tojhó...Ta-aná tojhó...» La
noche del toldo
huye hacia los montes; ponchos de cenizas cubren los
rescoldos de
las siete hogueras... Duermen los tan-tañese
la voz de cuero,
pero aún se escuchan en la noche blanca rumores de
ruego:
«Kilikamá ojhó...Kilikamá ojhó...Kilikamá
ojhó...Kilikamá
ojhó...» Ya no hay siete hogueras: la noche
del toldo se
durmió en el alba...
Poemas no incluidos en Ceniza Redimida
no incluidos en
Ceniza Redimida Desde Espartaco hasta hoy, nuestros héroes
se llamaron:
Stenka Razin, caudillo campesino, vengador de su
clase;
comuneros de París, innumerables y anónimos, fusilados en el
muro; pero
sobrevivientes para siempre en el gran corazón de
los obreros; trabajadores
de Moscú, de Leningrado, de Hamburgo y
de Viena. Los
héroes de nuestra clase se llamaron: Rosa Luxemburgo y
Carlos
Liebknecht: ambos fuego, corazón y brazo de la Revolución; ambos padres
y madre del
Partido Comunista Alemán. Los poetas revolucionarios de
hoy cuando
queremos cantar a un héroe proletario, cantamos a Jorge
Dimitrof. Cada
clase tiene los héroes que se merecen: que los
poetas
burgueses levanten hasta las nubes a sus
héroes sangrientos;
que canten epopeyas a sus masacradores de obreros
y a sus
mariscales de la matanza; que tallen estatuas a sus
financieros de
la rapiña; dejemos que tejan charreteras de oro para los
generales que
han sobrevivido a los millones de soldados que condujeron a
la carnicería;
que ellos canten al rufián Horst Wessel -héroe de las
bandas de
Hitler-Nosotros, los poetas revolucionarios de
hoy, cantaremos
a un descamisado; a un revolucionario, al héroe
proletario
Jorge Dimitrof. Sobre los escombros de la Europa
imperialista y guerrera
todos los días amanece una aurora roja. Hoy es
Hamburgo la que
levanta su voz de metralla; ayer fue Reval la que cantó su
himno insurgente;
luego Bulgaria inició su guerra campesina. El fuego del
incendio
alumbró la estampa del obrero Dimitrof, alta, la
figura;
imponente, la voz; todo él, extraordinario y
vencedor. Asia
se despereza y contesta: Cantón la Roja ha izado
una vez y otra
vez la bandera de la Hoz y el Martillo. El «Zeven
Provincien»
-hermano glorioso del Potemkin-telegrafía al
mundo: «¡Hermanos!
¡No disparéis sobre nosotros! “Entre el mar de las
banderas rojas;
entre el sordo rugido de las masas que se aprestan a la
lucha final, las
ametralladoras y los gases acuestan sobre las
calzadas a las
blusas azules. Caen, se levantan, caen y se yerguen de
nuevo; héroes
sin nombre sostienen en alto el símbolo rojo de
la gloria revolucionaria;
voces anónimas cantan la marsellesa
proletaria: «...Es
la lucha final......Unámonos todos con
valor......Por
la Internacional...». Luego llegó «la noche de
los largos cuchillos”.
Sangre, cadenas, ley de fuga, «suicidios», horas y
hachas; noche
de San Bartolomé de los asesinos al servicio de la
Alta Finanza. El
fuego, las torturas: un aquelarre de la Edad
Media fue lo
que la burguesía ofreció a los obreros de
Alemania. Pero
las blusas azules prepararon su
desquite…Y
amaneció la mañana de Leipzig. El Mundo, de nuevo pudo ver
la estampa del héroe;
alta, la figura, imponente, la voz; encadenadas
las manos laboriosas,
pero todo él, extraordinario y
vencedor. Los
jueces callaron; los falsos testigos agacharon la
cabeza, y el
preso clavó a sus verdugos en el banco de los
acusados. Habló.
Habló para los suyos. Dijo su verdad de clase. El
supremo verdugo
chilló aterrorizado: «¡Sus palabras son excesivamente
duras!». El
obrero Dimitrof piensa en la vida, en el dolor y en
las luchas de
todos los suyos, y exclama: “Mis palabras son
ardientes y duras
porque ardiente y dura ha sido toda mi vida; mis
palabras son
como la vida y la lucha de todos los míos!». Y
venció. Venció
porque era un proletario comunista, venció porque sabía que
todos los
obreros del mundo estarían a su lado en la agonía y en el
triunfo. Los
verdugos desarmaron la guillotina; Goering se hundió en su
noche de
crímenes y de morfina. Manchester, Chicago, Skoda y
Creuset han
parado sus máquinas; los negros de la Carolina del Sur, de
Liberia y del
África Central, los comunistas chinos que siembran de
Soviet su país milenario,
los «mensúes» del Alto Paraná y los mineros
taciturnos de las
montañas de Bolivia, todos han escuchado la palabra
de Jorge
Dimitrof, el corazón del mundo no tiene más que un único
latido. Una voz
rompe el hilo de todos los telégrafos y se derrama por las
calles y por
los caminos del campo y de las ciudades; la consigna del
Socorro Rojo
Internacional pone de pie a todos los oprimidos de la
tierra. “Libertad
para Jorge Dimitrof! ¡Abajo los jueces de
Leipzig! Las
radios de Moscú interrogan a Berlín: “Capitán Goering:
¿Quién incendió
el Reichstag?» La respuesta fue un avión que cruzó
el cielo de Varsovia:
La Patria del Proletariado -que reclamó la vida de
sus hijos-la
Unión Soviética, desde el Ártico hasta Crimea abrió sus
170 millones de
brazos para recibir al héroe vencedor. Nosotros,
los poetas
revolucionarios de hoy, cuando queremos cantar a un héroe
proletario
cantamos a Jorge
Dimitrof.
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