sábado, 15 de junio de 2019

POEMAS DE T. E. HULME


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(16 de septiembre de 1883, Endon, Reino Unido - 28 de septiembre de 1917, Oostduinkerke, Koksijde, Bélgica)


Otoño


Una pizca de frío en la noche otoñal;
yo iba caminando
y vi la luna rojiza inclinarse sobre un seto
como el rostro rubicundo de un granjero.
No me detuve para hablar, pero asentí con la cabeza,
y alrededor melancólicas estrellas
con el rostro blanco como niños de ciudad.


Imágenes


Yazgo solo en el pequeño valle, en el calor del mediodía,
en el reino de sonidos amortiguados.
El aire caliente susurra con lascivia.
Los signos de las alondras como el sonido de distantes
inalcanzables arroyos.


El ocaso


Una corifeo, codiciosa de aplausos,
poco dispuesta a abandonar la escena,
en una última diablura alza un dedo del pie,
despliega una lencería escarlata de nubes púrpuras
a pesar de los murmullos hostiles en la sillería.


SOBRE EL MUELLE

Sobre el silencioso muelle a medianoche,
enredada entre los altos cabos del mástil,
cuelga la luna. Lo que parecía estar tan lejos
no es más que un globo, olvidado por un niño después del juego.



EL POETA

Sobre una mesa amplia, lisa, se recostaba extático,
en un sueño.

Había vivido en los bosques, y hablado y caminado con los árboles.
Había dejado el mundo
y de regreso trajo esferas y pétreas imágenes
de coloridas gemas, duras y definidas.
Con ellas jugaba, en un sueño,
sobre la mesa lisa.



EL DIQUE

(Fantasía de un caballero rendido en una fría, amarga noche)



Hace tiempo, en finuras de violín hallaba el éxtasis,
en un brillo de tacones dorados sobre el duro pavimento.
Ahora veo
que la calidez es la materia misma de la poesía.
Oh, Dios, empequeñece
la vieja manta del cielo, carcomida por estrellas,
para poder arroparme con ella y descansar en paz.

EL MALECÓN


(La fantasía de un caballero venido a menos,
en una noche amarga y fría)

Alguna vez en el vuelo de violas
éxtasis encontré
y en el destello de dorados tacones
sobre el adoquinado.
Ahora veo que tibieza es substancia de poesía.
Oh, Dios, empequeñece
la vieja manta de los cielos
carcomida de estrellas,
para volverme en ella
y tenderme a mis anchas.


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